Hasta la primera década de nuestro siglo la opinión de que la raza determina la cultura había sido, en Europa al menos, más bien objeto de especulación de historiadores y sociólogos aficionados que un fundamento de la política pública. Desde entonces se ha difundido entre las masas; frases como «la sangre es más espesa que el agua» son expresiones de su nuevo llamamiento emocional. El antiguo concepto de nacionalidad ha sido dotado de un sentido nuevo mediante la identificación de la nacionalidad con la unidad racial y la suposición de que las características nacionales se deben al origen racial. Es particularmente interesante destacar que en el movimiento antisemita de Alemania de 1880 no fue al judío como miembro de una raza extraña a quien se hizo objeto de ataques sino al judío que no estaba asimilado a la vida nacional alemana. La política actual de Alemania se funda en una razón completamente distinta, pues parte de la base de que cada persona tiene un carácter definido e inalterable según su origen racial y esto determina su status político y social. Las condiciones son enteramente análogas al status asignado al negro en el pasado, cuando se consideraba al libertinaje, la pereza, la incapacidad y la falta de iniciativa cualidades racialmente determinadas e ineludibles de todos los negros. Es un curioso espectáculo ver cómo los hombres de ciencia serios dondequiera gozan de plena libertad de expresión se han ido apartando de la teoría de que la raza determina el status mental, exceptuando empero a aquellos biólogos que carecen de toda apreciación de los factores sociales porque están cautivados por el aparente determinismo hereditario de las formas morfológicas, mientras en el público no informado, al que desgraciadamente pertenece buen número de poderosos políticos europeos, el prejuicio racial ha realizado y realiza aún progresos incontenidos. Creo que sería un error suponer que nosotros estamos libres de esta tendencia: aunque sólo fuera por las restricciones impuestas a miembros de ciertas «razas» limitando sus derechos a poseer bienes raíces, habitar ciertas casas de departamentos, pertenecer a clubes, visitar hoteles y lugares de veraneo, ingresar a escuelas y universidades, quedaría en evidencia al menos que no existe una disminución de los viejos prejuicios contra los negros, judíos, rusos, armenios u otras razas. La excusa de que estas exclusiones son impuestas por factores económicos, o por el temor de alejar de las escuelas y universidades a otros grupos sociales no es sino el mero reconocimiento de una actitud vastamente difundida.
Podría quizá repetir aquí en forma sumaria los errores que sustentan la teoría de que el origen racial determina la conducta mental y social. El término razas, aplicado a los tipos humanos, es vago. Puede tener una significación biológica sólo cuando una raza representa un grupo uniforme, sin mezcla alguna, en que todos los linajes familiares son semejantes —como en las razas puras de animales domésticos. Estas condiciones no se realizan nunca en los tipos humanos y son imposibles en grandes poblaciones. Las investigaciones de los rasgos morfológicos demuestran que las líneas genéticas extremas representadas en una de las llamadas poblaciones puras son tan diferentes, que si se las encontrara en distintas localidades se las consideraría como razas separadas, mientras que las formas medias son comunes a razas que habitan territorios adyacentes con excepción de la aparición de pequeños grupos que puedan haberse conservado sin mezcla por espacio de siglos. Si los defensores de las teorías raciales demuestran que una cierta clase de conducta es hereditaria y desean explicar en esta forma que ella corresponde a un tipo racial, tendrían que probar que esa clase particular de conducta es característica de todas las líneas genéticas componentes de la raza, que no ocurren variaciones considerables en la conducta de las diferentes líneas genéticas que constituyen la raza. Esta prueba no ha sido ofrecida nunca y todos los hechos conocidos contradicen la posibilidad de una conducta uniforme de todos los individuos y líneas genéticas integrantes de la raza.
Además se olvida observar que los numerosos tipos constitucionales distintos que forman una raza no pueden ser considerados absolutamente permanentes, sino que las reacciones fisiológicas y psicológicas del cuerpo están en continuo fluir de acuerdo con las circunstancias exteriores e interiores en que se encuentra el organismo.
Por otra parte las variables reacciones del organismo no crean una cultura sino que reaccionan a ella. En virtud de las dificultades que involucra definir la personalidad y separar los elementos endógenos y exógenos que la forman, es tarea ardua medir el alcance de la variación de las personalidades biológicamente determinadas dentro de una raza. Los elementos endógenos sólo pueden ser aquellos determinados por la estructura y afinidad química del cuerpo, y éstas muestran una vasta proporción de variabilidad dentro de cada raza. No es posible afirmar que una raza sea de ningún modo idéntica a una personalidad.
Es fácil demostrar que la identificación de las características de un individuo con las supuestas características típicas del grupo al que pertenece implica una actitud mental primitiva muy generalizada. Ella se ha expresado siempre en la prohibición del matrimonio entre miembros de grupos diferentes y la sustitución de una imputada diferencia biológica por otra de carácter sociológico. Un ejemplo característico lo ofrecen especialmente las leyes que prohíben el matrimonio entre miembros de diferentes sectas religiosas.
La variedad de tipos locales que se observan en Europa es el resultado de la mezcla de los diversos tipos más antiguos que vivieron en el continente. Toda vez que desconocemos las leyes según las cuales se entremezclaron es imposible reconstruir los primitivos tipos constitutivos más puros, sí es que existieron (véase pág. 82). No podemos suponer a base de una baja variabilidad que un tipo sea puro, porque sabemos que algunos tipos mezclados son extraordinariamente uniformes. Así se ha demostrado respecto a los mulatos americanos, los indios dakotas, y es bastante probable acerca de la población ciudadana de Italia[35]. No es tampoco seguro hasta qué punto los elementos exógenos pueden ser determinantes de tipos locales o de qué manera puede haber actuado la selección social sobre una población heterogénea. En resumen, no contamos con medio alguno para identificar un tipo puro. Debe recordarse que aunque por alianza sin mezcla de sangres en un pequeño grupo local los linajes familiares pueden llegar a parecerse, esto no prueba la pureza de tipo, porque es posible que las formas mismas de los antepasados fueran mezcladas.
Prescindiendo de estas consideraciones teóricas cabe preguntarse de qué clase de testimonios se dispone para sostener que exista alguna raza pura en Europa o, en cuanto a esto, en cualquier otro lugar del mundo. Los tipos nacionales europeos no son ciertamente de sangre pura. Basta mirar un mapa ilustrativo de los tipos raciales de cualquier país europeo, Italia, por ejemplo, para advertir que la divergencia local es el rasgo característico, la uniformidad de tipo es la excepción. Así el doctor Rodolfo Livi, en sus fundamentales investigaciones sobre la antropología de Italia ha demostrado que los tipos del extremo norte y los del extremo sur son completamente distintos; aquéllos altos, de cabeza corta, con una considerable proporción de individuos rubios y de ojos azules; éstos bajos, de cabeza alargada y extraordinariamente morenos. La transición de un tipo al otro es, en conjunto, muy gradual; pero, como islas solitarias, aparecen aquí y allá tipos distintos. La región de Lucca en Toscana, y el distrito de Nápoles son ejemplos de esta clase, que pueden explicarse como debidos a la supervivencia de un linaje más antiguo a la intrusión de nuevos tipos, o a una influencia peculiar del nuevo ambiente.
Los testimonios históricos están en completa conformidad con los resultados derivados de la investigación de la distribución de los tipos modernos. En la antigüedad encontramos en la península de Italia grupos de gentes heterogéneas cuyos parentescos lingüísticos en muchos casos permanecen oscuros hasta el momento actual. Desde los tiempos prehistóricos más remotos en adelante, vemos ola tras ola de pueblos distintos invadir a Italia desde el norte. En una época más antigua los griegos habitaron la mayor parte de Italia meridional, y la influencia fenicia se estableció firmemente en la costa oeste de la península. Existió un activo intercambio entre Italia y el Norte de África. Esclavos de sangre berberisca fueron importados y dejaron sus huellas. La trata de esclavos continuó introduciendo sangre nueva en el país hasta tiempos recientes y Livi cree poder descubrir el tipo de los esclavos de Crimea que fueron introducidos a fines de la Edad Media en la región de Venecia. En el curso de los siglos las migraciones de tribus célticas y teutónicas, las conquistas de los normandos, el contacto con África, han sumado su contribución a la mezcla de pueblos en la península itálica.
Los destinos de otras partes de Europa no fueron menos diversificados. La península pirenaica que durante los últimos siglos ha sido una de las partes más aisladas de Europa ha tenido una historia variadísima. Los primeros habitantes de que tengamos conocimiento estaban presumiblemente emparentados con los vascos de los Pirineos. Estos estuvieron sometidos a influencias orientales en un período anterior a Micenas, a las conquistas púnicas, a las invasiones célticas, a la colonización romana, a las invasiones teutónicas, la conquista morisca y más tarde al peculiar proceso selectivo que acompañó a la expulsión de árabes y judíos.
Inglaterra no estuvo exenta de vicisitudes de esta índole. Parece admisible que en un período muy remoto el tipo que se halla ahora principalmente en Gales y en algunas partes de Irlanda, ocupaba la mayor parte de las islas. Fue vencido por olas sucesivas de migración celta, romana, anglosajona y escandinava. Así pues por todas partes encontramos cambios.
La historia de las migraciones de los godos, las invasiones de los hunos, que en el corto intervalo de un siglo trasladaron su territorio desde los confines de la China al pleno centro de Europa, son otras tantas pruebas de los enormes cambios de población que tuvieron lugar en tiempos antiguos.
La colonización lenta también ha producido cambios fundamentales en la sangre así como en la difusión de lenguajes y culturas. Acaso el más notable ejemplo reciente de este cambio lo ofrece la gradual germanización de la región al este del río Elba donde después de las migraciones teutónicas, se habían establecido pueblos que hablaban lenguas eslavas. La absorción gradual de las comunidades celtas y de la vasca, la gran colonización romana en la antigüedad, y más tarde la conquista árabe de África del Norte, son ejemplos de procesos similares.
En tiempos remotos la mezcla no se limitaba en modo alguno a pueblos que, aunque de diverso idioma y cultura, eran de tipo regularmente uniforme. Por el contrario los tipos más diversos del sud, norte, este y oeste de Europa, para no mencionar los elementos que se volcaron en ella desde Asia y África, han sido partícipes en este largo proceso de mezcla. También se ha probado por medio de exámenes físicos y pruebas sanguíneas que el origen de los judíos es sumamente mezclado (Brutzkus).
En Europa la creencia en cualidades mentales hereditarias de los tipos humanos se expresa principalmente en la mutua valoración del tipo cultural de las naciones. En la Alemania de la hora actual el odio del gobierno por el judío es una recaída a las formas más crudas de estas creencias.
Toda vez que no hemos podido establecer diferencias orgánicas determinadas en las facultades mentales de distintas razas, a las que se pudiera atribuir alguna importancia en comparación con las diferencias halladas en las líneas genéticas que componen cada raza; comoquiera que hemos visto además que las pretendidas diferencias específicas entre las culturas de diferentes pueblos deben ser reducidas a cualidades mentales comunes a toda la humanidad, podemos concluir que no es preciso entrar en discusión de supuestas diferencias hereditarias en las características mentales de diversas ramas de la raza blanca. Mucho se ha dicho y escrito sobre el carácter hereditario del italiano, alemán, francés, irlandés, judío y gitano, pero me parece que no se ha realizado el menor intento fructuoso para establecer las causas de la conducta de un pueblo, aparte de las condiciones históricas y sociales; y considero improbable que tal cosa ocurra nunca. El examen imparcial de los hechos demuestra que la creencia en características raciales hereditarias y el celoso desvelo por la pureza de la raza se funda en la suposición de condiciones inexistentes. Desde remoto período no han existido razas puras en Europa y jamás se ha probado que la continua mezcla haya provocado deteriorización. Sería casi tan fácil sostener y probar mediante testimonios igualmente válidos —o más bien inválidos— que pueblos que no han conocido la mezcla de sangre extranjera carecieron de estímulo para su progreso cultural y se tornaron decadentes. La historia de España, o, fuera de Europa, la de las apartadas aldeas de Kentucky y Tennessee pueden señalarse como ejemplos característicos.
No es posible discutir los verdaderos efectos de la mezcla racial por medio de consideraciones históricas generales. Los partidarios de la creencia —pues no es más que eso— de que los grupos de cabeza alargada pierden su superioridad física y mental por la mezcla con los de cabeza redonda, jamás han de satisfacerse con una evidencia de la improbabilidad e imposibilidad de demostrar sus creencias favoritas, pues la opinión contraria tampoco puede probarse por métodos rígidos. El verdadero curso de la mezcla racial en Europa no se conocerá nunca a ciencia cierta. Nada sabemos respecto al número relativo y composición de los linajes mezclados y «puros»; ni tampoco respecto a la historia de las familias mezcladas. Evidentemente no puede resolverse la cuestión sobre la base de datos históricos sino que es indispensable el estudio de material estrictamente comprobado que establezca los movimientos de población. Con todo eso no existe dentro de los hechos históricos conocidos nada que sugiera que la conservación de la pureza racial asegura un alto desarrollo cultural; de otro modo debiéramos esperar hallar el más alto nivel de cultura en toda pequeña y aislada comunidad aldeana.
En los tiempos modernos las mezclas extensas entre diferentes nacionalidades, que impliquen la migración de grandes masas de un país a otro son raras en Europa. Ocurren cuando el rápido crecimiento de una industria en una localidad particular atrae trabajadores. Tal fue el origen de una gran comunidad polaca en el distrito industrial de Westfalia. El actual terrorismo político dirigido contra los opositores en Rusia, Italia, Alemania y otros países, y la persecución de los judíos en Alemania también ha conducido a migraciones, pero éstos son fenómenos menores si se los compara con la migración allende los mares desde Europa hasta América, Sudáfrica y Australia, El desarrollo de la nación americana como consecuencia de la amalgama de diversas nacionalidades europeas, la presencia de negros, indios, japoneses y chinos, y esa heterogeneidad siempre creciente de los elementos constitutivos de nuestro pueblo, envuelve un número de problemas a cuya solución contribuyen con importantes datos nuestras investigaciones.
Nuestras anteriores consideraciones revelan con claridad el carácter hipotético de muchas de las teorías generalmente aceptadas, e indican que no todas las cuestiones implicadas pueden resolverse al presente con exactitud científica. Es lamentable que tengamos que adoptar esta actitud crítica, porque la cuestión política del tratamiento de todos estos grupos de personas es de grande e inmediata importancia. Empero, debería ser solucionado sobre la base del conocimiento científico y no de acuerdo al clamor emocional. En las condiciones actuales, parecería que se exige de nosotros la formulación de respuestas precisas a cuestiones que requieren la más concienzuda e imparcial investigación; y cuanto más urgente es la demanda de conclusiones definitivas, tanto más necesario es un examen crítico de los fenómenos y de los métodos de solución disponibles.
Recordemos en primer término los hechos que se relacionan con los orígenes de nuestra nación. Cuando los inmigrantes británicos arribaron a la costa del Atlántico en Norte América, encontraron un continente habitado por indios. La población del país era escasa, y desapareció rápidamente ante la afluencia de los europeos, más numerosos. El establecimiento de los holandeses en el Hudson, de los alemanes en Pensilvania, para no hablar de otras nacionalidades es un hecho muy familiar para todos nosotros. Sabemos que los cimientos de nuestro moderno estado fueron establecidos por los españoles en el sudeste y los franceses en la cuenca del Misisipi y en la región de los Grandes Lagos, pero que la inmigración británica superó con mucho en número la de otras nacionalidades. El elemento indígena no desempeñó nunca un papel importante en la composición de nuestro pueblo, excepto por breves períodos. En regiones donde durante mucho tiempo la colonización crecía exclusivamente gracias a la inmigración de hombres solteros de raza blanca, las familias de sangre mezclada tuvieron cierta importancia en el período de gradual desenvolvimiento, pero nunca llegaron a ser suficientemente numerosas en ninguna parte populosa de los Estados Unidos para que se las considere un elemento importante de nuestra población. Sin duda alguna, corre sangre india por las venas de buen número de ciudadanos nuestros, pero la proporción es tan insignificante que puede no tenerse en cuenta.
Mucho más importante ha sido la introducción del negro, cuyo número se ha multiplicado, de modo que forma ahora cerca de un décimo de nuestra población total.
Más reciente es el problema de la inmigración de personas de todas las nacionalidades, de Europa, Asia occidental y África del Norte. Mientras que hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XIX los inmigrantes eran casi exclusivamente nativos de pueblos del noroeste de Europa, de Gran Bretaña, Escandinavia, Alemania, Suiza, Holanda, Bélgica y Francia, la composición de las masas inmigrantes ha cambiado totalmente desde esa época. Italianos, poblaciones eslavas varias de Austria, Rusia y la península de los Balcanes, húngaros, rumanos, hebreos del este de Europa, para no mencionar otras numerosas nacionalidades han arribado en número cada vez mayor.
Por un cierto espacio de tiempo, pareció probable que la inmigración de naciones asiáticas resultaría de importancia en el desarrollo de nuestro país. No hay duda de que estos pueblos de Europa oriental y meridional representan tipos físicos distintos del tipo físico del noroeste de Europa; y es evidente, aún para el observador más casual, que sus formas sociales presentes difieren fundamentalmente de las nuestras.
A menudo se afirma que el fenómeno de mezcla ofrecido por los Estados Unidos es único: que en la historia del mundo no ha ocurrido nunca antes una amalgama semejante; y que nuestro país está destinado a convertirse en lo que algunos escritores dan en llamar una nación «mestiza» en un sentido jamás igualado en parte alguna.
El período de inmigración puede ahora considerarse cerrado, pues las condiciones económicas y políticas presentes han tenido por consecuencia que, comparada con la población total, la inmigración reciente sea insignificante.
La historia de las migraciones europeas tal como la hemos reseñado demuestra que la moderna migración transatlántica repite meramente en forma moderna los sucesos de la antigüedad. Las migraciones anteriores ocurrieron en un período en que, la densidad de población era comparativamente pequeña. El número de individuos comprendidos en la formación de los tipos modernos de la Gran Bretaña fue pequeño comparado con los millones que se han reunido para formar una nueva nación en los Estados Unidos; y es obvio que el proceso de amalgamación que tiene lugar en comunidades que deben contarse por millones difiera en carácter del proceso de amalgamación que ocurre en comunidades que se cuentan por miles. Dejando a un lado las barreras sociales, que en tiempos antiguos, como también ahora indudablemente, tendían a mantener apartados a los distintos pueblos, parecería que en las comunidades más populosas de los tiempos modernos pudiera ocurrir una mayor permanencia de los elementos simples que entran en combinación, debido a su mayor número, lo que torna más favorables las oportunidades de segregación.
En las comunidades antiguas y más pequeñas el proceso de amalgamación debe haber sido extraordinariamente rápido. Una vez destruidas las barreras sociales, el número de descendientes puros de uno de los tipos componentes debe haber disminuido considerablemente, y la cuarta generación de un pueblo originariamente constituido por elementos distintos tiene que haber sido casi homogénea.
Podemos desechar la creencia en un proceso de mestización en América diferente de todo lo que haya tenido lugar durante miles de años en Europa. Tampoco es acertado suponer que sea un fenómeno de mezcla más rápida que el predominante en épocas remotas. La diferencia reside esencialmente en las masas de individuos afectados por el proceso.
Si limitamos nuestra consideración por el momento a la mezcla de tipos europeos en América, se verá con claridad, de acuerdo con lo dicho previamente, que la preocupación que muchos sienten respecto a la persistencia de la pureza racial de nuestra nación es en gran medida imaginaria.
Dos cuestiones surgen con singular relieve dentro del estudio de las características físicas de la población inmigrante. La primera es la relativa a la selección de los inmigrantes y la influencia que el ambiente ejerce sobre ellos. La segunda es la cuestión del efecto del cruzamiento.
Hemos podido arrojar cierta luz sobre ambos.
Encontramos que tanto respecto a su forma corporal como en su conducta mental los inmigrantes están sujetos a la influencia de su nuevo medio ambiente. Mientras que las causas de los cambios físicos y su dirección son aún oscuras, se ha demostrado que la conducta social y mental de los descendientes de inmigrantes revelan en todos los rasgos investigados una asimilación a los tipos americanos.
También se han obtenido algunos datos significativos para el mejor entendimiento de la mezcla de razas. Recordemos que uno de los más poderosos agentes modificadores de los tipos humanos es la interrupción de la continuidad de los linajes en pequeñas comunidades por un proceso de rápida migración, lo que ocurre tanto en Europa como en América, pero con mucha mayor rapidez en nuestro país, porque la heterogeneidad del origen de los habitantes es mucho mayor aquí que en la Europa Moderna.
No es posible determinar en el momento actual el efecto que estos procesos puedan ejercer sobre el tipo y variabilidad últimas del pueblo americano, pero no hay pruebas que nos induzcan a esperar un status más bajo de los nuevos tipos en desarrollo en América, Mucho queda por estudiar en ese terreno; y teniendo en cuenta nuestra falta de conocimiento de los datos más elementales que determinan el resultado de este proceso, pienso que nos corresponde ser sumamente cautos en nuestro razonamiento y abstenemos en particular de toda formulación sensacional del problema susceptible de aumentar la falta de serenidad prevaleciente en su consideración; tanto más cuanto que la respuesta a estas cuestiones afecta al bienestar de millones de personas.
El problema es de índole tal, que la especulación sobre el mismo resulta tan fácil como difíciles los estudios exactos al respecto. Basando nuestros argumentos en inadecuadas analogías con el mundo animal y vegetal, podemos especular sobre los efectos de la mezcla en el desarrollo de tipos nuevos —como si la mezcla que está ocurriendo en América fuera en algún sentido, excepto el sociológico, diferente de las mezclas que tuvieron lugar en Europa durante miles de años, en busca de una degradación general, la reversión a remotos tipos ancestrales, o hacía la evolución de un nuevo tipo ideal— según la fantasía o la inclinación personal nos impulse. Podemos explayamos sobre el peligro de una inminente declinación del tipo europeo noroccidental, o jactarnos con «la posibilidad de su predominio sobre todos los demás». ¿No sería más prudente investigar la verdad o la falacia de cada teoría en vez de excitar la opinión pública abandonándonos a las fantasías de nuestras especulaciones? No niego que éstas constituyen una ayuda importante en la consecución de la verdad, pero no deben ser divulgadas antes de haberlas sometido a un análisis minucioso, no sea que el público crédulo confunda la fantasía con la verdad.
Si bien no estoy en condiciones de predecir cuál puede ser el efecto de la mezcla de tipos distintos, tengo confianza en que este importante problema puede resolverse si se lo aborda con suficiente energía y en escala suficientemente amplia. Una investigación de los datos antropológicos de personas de distintos tipos —tomando en cuenta las semejanzas y desemejanzas de padres e hijos, la rapidez y el resultado final del desarrollo físico y mental de los niños, su vitalidad, la fertilidad de los matrimonios de diferentes tipos y en diferentes estratos sociales— ha de proporcionamos necesariamente la información que nos permita responder a estas importantes cuestiones definitiva y concluyentemente.
El resultado último de la mezcla de razas dependerá sin duda de la fertilidad de la actual población nativa y de los inmigrantes más recientes. Es natural que en las grandes ciudades donde las nacionalidades se separan en diversos barrios, se mantenga un alto grado de cohesión por algún tiempo; pero parece probable que los matrimonios mixtos entre descendientes de nacionalidades extranjeras aumenten rápidamente en las generaciones posteriores. Nuestra experiencia con americanos nacidos en Nueva York cuyos abuelos inmigraron al país es, que, en general, la mayoría de los rasgos sociales de sus antepasados han desaparecido, y que muchos ni siquiera saben a qué nacionalidad pertenecieron sus abuelos. Podría esperarse particularmente que en las comunidades occidentales, donde los cambios frecuentes de residencia son comunes, tendrán como resultado una rápida mezcla de los descendientes de varias nacionalidades. Esta investigación, que es muy factible proseguir en detalle, parece indispensable para lograr un claro concepto de la situación.
Durante la última década los estudios del problema de la población han hecho rápido avance. Nos referimos solamente al cuidadoso análisis de los problemas de la población realizado por Frank Lorimer y Frederick Osbom. Como consecuencia de los trabajos acumulados puede decirse que mientras los referidos problemas sean concebidos como problemas raciales en el sentido habitual de la palabra, poco progreso habrá de lograrse. El bienestar biológico de una nación depende más bien de la distribución de los tipos constitucionales hereditarios en clases sociales. Éstos no guardan una conexión indisoluble con los tipos raciales. No se ha descubierto nunca una relación de tal índole que no pueda explicarse adecuadamente merced a condiciones históricas o sociológicas, y todos los rasgos de la personalidad que han sido investigados señalan invariablemente un alto grado de inflexibilidad en los representantes de un grupo racial, y una uniformidad mayor en un grupo mezclado sometido a presiones sociales similares.
En la hora actual las naciones europeas y sus descendientes en otras partes del globo se hallan presas de profundo temor ante una amenaza de degeneración. Es indudablemente importante combatir las tendencias patológicas estrictamente hereditarias y mejorar la salud de las personas por medios eugenésicos hasta donde sea posible; pero las complejas condiciones de la vida moderna deberían recibir la consideración adecuada.
Las estadísticas demuestran un aumento de los socialmente débiles, que se convierten en los asilados en hospicios de caridad, e instituciones para el cuidado de los dementes, los imbéciles, los afectados por enfermedades crónicas y los que llenan muchas cárceles y penitenciarías. Vivimos en un período de rápido aumento en la diferenciación de nuestra población, esto es de creciente variabilidad. Esto acarrearía un aumento del número de los más débiles como también de los más fuertes, sin que signifique necesariamente una inferioridad del término medio. En muchos aspectos esto parece corresponder a las condiciones actuales. Los débiles pueden contarse, porque el Estado vela por ellos. Los fuertes no pueden ser contados. Su presencia se expresa en la mayor intensidad de nuestras vidas.
El propósito de la eugenesia, es decir, el perfeccionamiento de la salud constitucional, es altamente loable, pero estamos lejos de ver aún cómo puede lograrse. Ciertamente que no por la panacea de muchos eugenistas, la esterilización. La disminución en la frecuencia de las enfermedades hereditarias mediante la eliminación de los, afectados por ellas es tan lenta, que su efecto no se haría sentir en muchas generaciones; y lo que es más importante: no sabemos con qué frecuencia las mismas condiciones pueden surgir como mutaciones hereditarias y si las condiciones desfavorables en que viven grandes masas humanas no resultan en tales mutaciones. La teoría de que las enfermedades hereditarias recesivas han aparecido únicamente una vez es insostenible a causa de sus inferencias. Nos llevaría a la conclusión de que somos los vástagos de un número de poblaciones enfermas casi sin un solo antepasado sano. La tarea más importante y más difícil al mismo tiempo de nuestros estudios es descubrir las circunstancias en que se originan las condiciones patológicas hereditarias.
El problema negro, tal como se presenta en los Estados Unidos, no es desde el punto de vista biológico esencialmente diferente de los que acabamos de discutir. Hemos visto que no era posible ofrecer prueba alguna de la inferioridad del tipo negro, excepto que parecería meramente posible que la raza no produzca quizá tantos hombres de genio extraordinario como otras razas, mientras que no encontramos ninguna prueba que pudiera interpretarse como índice de una diferencia material en la capacidad mental del grueso de la población negra comparada con el grueso de la población blanca. Han de existir indudablemente una cantidad infinita de hombres y mujeres negros capaces de sobrepasar a sus competidores blancos y que se desempeñan mejor que los anormales, a quienes permitimos asistir a nuestras escuelas públicas y convertirse en una rémora para los niños sanos.
La observación etnológica no favorece la opinión de que los rasgos observados entre nuestra población negra más pobre sean en ningún sentido racialmente determinados. El estudio de las tribus africanas nos ofrece logros culturales de orden nada insignificante. Para aquellos poco familiarizados con los productos del arte e industria africanos nativos, un paseo por uno de los grandes museos de Europa sería una revelación. Pocos de nuestros museos americanos han reunido colecciones que exhiban este asunto en forma digna de encomio. El herrero, el tallador en madera, el tejedor, el alfarero, todos ellos producen objetos originales en su forma, ejecutados con gran cuidado, y que demuestran ese amor al trabajo e interés por el resultado de la labor aparentemente ausentes con harta frecuencia entre los negros de nuestro medio americano. No menos instructivos son los relatos de los viajeros, que describen el desarrollo de las aldeas nativas, del extenso comercio del país y de sus mercados. El poder de organización que revela el gobierno de los Estados nativos es de índole no despreciable, y cuando ha estado en manos de hombres de gran personalidad condujo a la fundación de vastos imperios. Todos los tipos de actividades diferentes que consideramos valiosas en los ciudadanos de nuestro país pueden hallarse en el África aborigen. Tampoco está ausente de ella la sabiduría del filósofo. Una ojeada a cualquiera de las colecciones de proverbios africanos publicada demostrará la sencilla filosofía práctica del negro, que es a menudo prueba de sano sentir y pensar.
No es quizá la ocasión para extenderse sobre este tema, porque el punto esencial con que la antropología puede contribuir al estudio práctico de la adaptabilidad del negro es resolviendo la cuestión de en qué medida los rasgos indeseables, que en la actualidad se observan indudablemente en nuestra población negra, se deben a rasgos raciales, y hasta qué punto se deben a circunstancias sociales de las que nosotros somos responsables. A esta cuestión la antropología puede ofrecer la decidida respuesta de que los rasgos de la cultura africana, tal como se los observa en el país aborigen del negro, son los de un sano pueblo primitivo, con un considerable grado de iniciativa personal, con talento para la organización, con capacidad imaginativa, con destreza y desarrollo técnico. Tampoco está ausente de la raza el espíritu guerrero, como lo prueban los poderosos conquistadores que derribaron estados y fundaron nuevos imperios y el coraje de los ejércitos que responden al mandato de sus jefes.
Acaso sea oportuno declarar aquí una vez más con cierto énfasis que sería erróneo pretender que esté demostrado que no existen diferencias en la estructura mental de la raza negra tomada en conjunto y cualquier otra raza en su conjunto, y que sus actividades deberían seguir exactamente las mismas líneas. Esto sería el resultado de la variable frecuencia de personalidades de diversos tipos. Puede ser que la forma corporal de la raza negra en general tienda a dar a sus actividades una dirección algo diferente de la de otras razas. No es posible responder aún a esta cuestión. No existe, sin embargo, testimonio alguno que estigmatice al negro como un ser de forma más débil, o sujeto a inclinaciones e influjos opuestos a nuestra organización social. Un cálculo imparcial de los testimonios antropológicos reunidos hasta ahora no nos permite sustentar la creencia en una inferioridad racial que inhabilite a un individuo de raza negra para participar en la civilización moderna. No sabemos de ninguna demanda exigida al cuerpo o a la mentalidad humana en la vida moderna, que según los testimonios anatómicos o etnológicos esté por encima de su capacidad.
Los rasgos del negro americano se explican en forma adecuada sobre la base de su historia y status social. La violenta separación del suelo africano y la consecuente pérdida absoluta de los viejos tipos de vida, que fueron reemplazados por la esclavitud con todo lo que ella entraña, seguida por un período de desorganización y de dura lucha económica en condiciones desiguales son suficientes para explicar la inferioridad del status de la raza, sin recurrir a la teoría de la inferioridad hereditaria.
En resumen, tenemos todos los motivos para creer que el negro, si se le concede oportunidad y facilidad, será perfectamente capaz de cumplir con los deberes de la ciudadanía tan bien como su vecino blanco.
La investigación antropológica del problema negro requiere, asimismo, algunas palabras acerca del «instinto racial» de los blancos, que desempeña un papel importante en el aspecto práctico del problema. En su esencia este fenómeno es una repetición del viejo instinto y temor al connubio entre patricios y plebeyos, entre la nobleza europea y la gente común o en las castas de la India. Los sentimientos y raciocinios puestos en juego son los mismos en todo respecto. En nuestro caso concierne particularmente a la necesidad de mantener un status social distinto a fin de evitar la mezcla de razas. Como en los otros casos mencionados, el llamado instinto no es una repugnancia fisiológica. Así lo prueba la existencia de nuestra gran población mulata, como también la más fácil amalgamación del negro con los pueblos latinos. Es más bien una expresión de condiciones sociales tan profundamente impregnadas en nosotros que asumen fuerte valor emocional; y es esto, supongo yo, lo que se quiere decir cuando llamamos instintivos a tales sentimientos. El sentimiento no tiene ciertamente nada que ver con la cuestión de la vitalidad y el talento del mulato.
Las cuestiones de la mezcla de razas y de la adaptabilidad del negro a nuestro ambiente plantean todavía un sinnúmero de problemas importantes.
Creo que deberíamos avergonzarnos de tener que confesar que el estudio científico de estos temas no haya recibido nunca el apoyo del gobierno ni de ninguna de nuestras grandes instituciones científicas; y cuesta entender por qué somos tan indiferentes ante un asunto que es de importancia principalísima para el bienestar de nuestra nación. Las investigaciones de Melville J. Herskovits acerca del negro americano son un valioso comienzo; pero deberíamos saber mucho más. A pesar de las aseveraciones a menudo repetidas respecto a la inferioridad hereditaria del mulato, no sabemos casi nada respecto de este asunto. Si su vitalidad es menor que la del negro puro, quizá acaso ello se deba tanto a causas sociales como hereditarias. Herskovits ha señalado que contrariamente a las condiciones reinantes en la época de la esclavitud, la tendencia entre los mulatos es de que un hombre más claro se case con una mujer más oscura y que a consecuencia de ello, la población de color tiende a hacerse más oscura —condición indeseable, si creemos que una disminución en los contrastes violentos de los tipos raciales es conveniente, en cuanto contribuye a debilitar la conciencia de clases.
Nuestra tendencia a valorar al individuo según la imagen que nos formamos de la clase a que lo asignamos, aunque el pueblo no sienta ningún vínculo interior con dicha clase, es una supervivencia de formas primitivas del pensamiento. Las características de los miembros de la clase son altamente variables y el tipo que construimos con las características más frecuentes que se suponen inherentes a la clase no es en ningún caso más que una abstracción que casi nunca se realiza en un solo individuo, a menudo no es siquiera fruto de la observación sino una tradición frecuentemente oída que determina nuestro criterio.
La libertad de juicio sólo se alcanzará cuando aprendamos a apreciar a un individuo conforme a su propia capacidad y carácter. Entonces encontraríamos, de tener que seleccionar lo mejor de la humanidad, que todas las razas y todas las nacionalidades estarían representadas. Por lo tanto hemos de atesorar y cultivar la variedad de formas que han asumido el pensamiento y la actividad humanos y abominar, porque conducen a un completo estancamiento, de todas las tentativas de imponer un molde de pensamiento a naciones íntegras o aún al mundo entero.