Hemos visto que los ensayos para reconstruir la historia de la cultura mediante la aplicación del principio de que lo simple precede a lo complejo, y a través del análisis lógico o psicológico de los datos de la cultura conducen a error en lo que respecta a fenómenos culturales particulares. No obstante, las crecientes conquistas intelectuales que se expresan en pensamientos, en invenciones, en recursos para ofrecer mayor seguridad a la existencia y aliviar la necesidad siempre apremiante de obtener alimento y vivienda, producen diferenciaciones en las actividades de la comunidad que dan a la vida un tono más variado y rico. En este sentido podemos aceptar el término «adelanto de la cultura». Corresponde a los usos diarios comunes.
Podría parecer que con esta definición hemos hallado también la de lo primitivo. Primitivos son aquellos pueblos cuyas actividades están poco diversificadas, cuyas formas de vida son simples y uniformes, y cuya cultura en su contenido y en sus formas es pobre, e intelectualmente inconsecuente. Sus invenciones, orden social, vida intelectual y emocional deberían ser asimismo escasamente desarrollados. Así sería sí existiera una estrecha relación recíproca entre todos estos aspectos de la vida étnica; pero estas relaciones son variadas. Hay pueblos, como los australianos, cuya cultura material es harto pobre, pero poseen una organización social altamente compleja. Otros, como los indios de California, producen excelente trabajo técnico y artístico, pero no revelan la correspondiente complejidad en otros aspectos de su vida. Además, esta medida adquiere un sentido diferente cuando una población extensa se halla dividida en estratos sociales. Así la diferencia entre el status cultural de la población rural pobre de muchas partes de Europa y América, y sobre todo de los estratos más bajos del proletariado por una parte y las mentalidades activas representantes de la cultura moderna por la otra, es enorme. Difícilmente podría hallarse en parte alguna una mayor ausencia de valores culturales que la que refleja la vida interior de algunos estratos de nuestra propia población moderna. Sin embargo, estos estratos no son unidades independientes como las tribus que carecen de una multiplicidad de invenciones, porque utilizan las realizaciones culturales logradas por el pueblo en conjunto. Este contraste aparente entre la independencia cultural de las tribus primitivas y la dependencia efe los estratos sociales respecto del complejo total de la cultura, es tan sólo la forma extrema de la dependencia mutua de las unidades sociales.
Al ocuparnos de la difusión de los valores culturales hemos demostrado que no hay ningún pueblo que esté enteramente libre de influencias foráneas, sino que cada uno de ellos ha copiado de sus vecinos y asimilado inventos e ideas. Hay también casos en que las realizaciones de los vecinos no son asimiladas sino incorporadas sin alteración. En todos estos casos se produce una dependencia económica y social de la tribu. Ejemplos de esta índole pueden encontrarse particularmente en la India. Los cazadores veddah de Ceilán constituyen por cierto una tribu. Sin embargo sus ocupaciones dependen de las herramientas de acero que obtienen de sus hábiles vecinos, y su lenguaje y gran parte de su religión son prestados en conjunto. La dependencia económica de los toda es aún más notable. Se dedican exclusivamente al cuidado de sus rebaños de búfalos y obtienen de sus vecinos todos los otros artículos necesarios para vivir, a cambio de productos lácteos. En otra forma encontramos esta dependencia, al menos temporalmente, en los estados belicosos que viven del robo, sojuzgan a sus vecinos y se apropian del producto de su trabajo. En realidad, dondequiera ocurre un activo intercambio de productos de diferentes países existe una mayor o menor interdependencia económica y cultural.
Antes de calificar de primitiva a la cultura de un pueblo en el sentido de pobreza de realizaciones culturales, es preciso responder a tres preguntas: primero, cómo se manifiesta la pobreza en diversos aspectos de la cultura; segundo, si el pueblo en masa puede ser considerado romo una unidad respecto a sus posesiones culturales; tercero, cuál es la relación de los diversos aspectos de la cultura, si obligatoriamente su desarrollo debe ser deficiente en todos por igual, o pueden ser algunos avanzados y otros no.
Es muy fácil responder a estas preguntas con respecto a la pericia técnica, pues toda invención técnica es un agregado a logros anteriores. Los casos en que un nuevo invento adoptado y desarrollado por un pueblo suprime una valiosa técnica anterior —como la técnica metalúrgica suplantó a la de piedra— son poco frecuentes. Consisten, en general, en la substitución de una técnica poco conveniente para determinado propósito por otra más adecuada. Así, pues, no sería difícil clasificar las culturas respecto a su riqueza de invenciones si hubiera alguna regularidad en el orden de su aparición. Hemos visto que no es éste el caso. ¿Hemos de juzgar a un pueblo pastoril más rico en invenciones que una tribu agrícola? ¿Son las tribus pobres del Mar de Okhotsk menos primitivas que los americanos artistas del noroeste porque poseen alfarería? ¿Es el antiguo mejicano más primitivo que una pobre tribu negra porque ésta casualmente conoce el arte de fundir el hierro? Una valuación tan rígida y absoluta de las culturas conforme a la serie de invenciones que cada cual posee no está de acuerdo con nuestro juicio. Ya hemos visto que estos inventos no representan una secuencia en el tiempo.
Evidentemente las invenciones solas no determinan nuestro juicio. Asignamos un valor tanto más alto a una cultura cuanto menor es el esfuerzo requerido para obtener lo más indispensable para la vida y mayores los logros técnicos que no sirven a las necesidades diarias.
Los objetos culturales servidos por el nuevo invento también han de influir en nuestros juicios. A pesar de la excepcional pericia técnica e ingenio del esquimal no valoramos muy alto su cultura, porque toda su habilidad y energía se emplean en la diaria persecución de la caza y en procurar protección contra el rigor del clima. Poca ocasión le queda para valerse de la técnica con otros propósitos. Las condiciones entre los bosquimanos, australianos y veddahs son similares a las de los esquimales. Asignamos un valor algo más alto a las culturas de los indios californianos porque gozan de ocios bastante amplios, que emplean para perfeccionar la técnica de objetos que no son absolutamente indispensables. Cuanto más variado es el empleo de las técnicas que proporcionan amenidades a la vida tanto más alta estimamos una cultura. Dondequiera aparecen el hilado, el tejido, la fabricación de cestas, tallado en madera o hueso, trabajos artísticos en piedra o metal, arquitectura o alfarería, no dudamos que se ha realizado un progreso sobre las simples condiciones primitivas. No influirá en nuestro juicio la elección del alimento de que vive el pueblo, ya sean animales terrestres, peces o productos vegetales.
Los dones de la naturaleza no se obtienen siempre en cantidades suficientes y con tanta facilidad como para que exista la oportunidad del juego. Por perfectas que sean sus armas el cazador no cobra sin mucha fatiga la provisión de alimento necesaria para su propia subsistencia y la de su familia, y donde las exigencias de la vida, por causa del rigor del clima o la escasez de caza demandan su atención indivisa no queda tiempo para el desarrollo recreativo de la técnica. Sólo en regiones en que el alimento abunda y se logra con poco esfuerzo encontramos un fértil desenvolvimiento de la técnica para la obtención de objetos no indispensables. Regiones así favorecidas son zonas de los trópicos con su riqueza de productos vegetales y aquellos ríos y partes del mar que rebosan de peces. En estas regiones el arte de conservar los alimentos libera al hombre y le deja bastante tiempo para sus actividades recreativas. En otras regiones sólo se consigue abundante provisión de alimento cuando el hombre aumenta artificialmente la provisión natural por medio de la ganadería o de la agricultura. Es por eso que dichas invenciones están íntimamente asociadas con el adelanto general de la cultura.
Es preciso considerar otro punto. Cabe suponer que todos los más antiguos progresos técnicos del hombre no fueron el resultado de invenciones planeadas sino que pequeños descubrimientos accidentales enriquecieron su acervo técnico. Sólo posteriormente se reconoció la utilidad de estos descubrimientos. Aunque la invención planeada representaba un papel poco importante en tiempos antiguos, los descubrimientos fueron realizados por individuos. Por lo tanto es probable que las adiciones a los primeros inventos ocurrieran con tanta mayor rapidez cuanto más individuos participaran de una ocupación particular. Nos inclinamos a ver en esto una de las causas principales del acelerado cambio cultural observable en grupos de población que comparten las mismas ocupaciones.
Por efecto de las limitaciones impuestas por una naturaleza avara, el crecimiento numérico de una tribu de cazadores se mantiene dentro de límites bien definidos. Sólo donde siempre se dispone de una copiosa provisión de alimento, la población puede crecer rápidamente. Una pesca abundante puede ofrecer tal oportunidad; la ganadería aumentará la cantidad de alimento; pero una gran población, que ocupe un área continua y cuya subsistencia provenga de la misma clase de ocupación sólo es posible merced a la agricultura. Por esta razón la agricultura es la base de toda cultura técnica más avanzada (Carr Saunders).
De estas consideraciones pueden extraerse dos consecuencias más:
Evidentemente los requerimientos del trabajo intelectual son muy similares a aquellos que rigen para los inventos técnicos. No hay, oportunidad para el trabajo intelectual mientras las necesidades del momento absorben todo el tiempo. Asignaremos así también un valor tanto más alto a la cultura cuanto más plenamente el pueblo goce de tiempo y más enérgicamente se aplique a empeños intelectuales. La actividad intelectual se expresa en parte en los progresos de la técnica, pero más aún en el juego retrospectivo con las experiencias interiores y exteriores de la vida. Podemos establecer una medida objetiva del progreso de la cultura en este respecto también, porque reconocemos que la continuada elaboración reflexiva del tesoro de la experiencia humana, de acuerdo con formas racionales, redundará en un aumento del conocimiento. En esto el progreso será también tanto más rápido cuanto más tiempo se le dedique. El trabajo intelectual necesario conduce en parte a la eliminación del error y en parte a la sistematización de la experiencia. Ambas, nuevas aproximaciones a la verdad y el desarrollo sistemático del conocimiento representan un logro. La extensión y carácter del conocimiento pueden interpretarse en este sentido como un medio de progreso cultural.
Otro elemento de cultura está estrechamente vinculado al adelanto de la técnica recreativa. La habilidad técnica es una exigencia fundamental para el desarrollo del arte. No existe arte decorativo cuando el pueblo carece del pleno dominio de su técnica y de tiempo para valerse de ella. Podemos inferir de lo dicho que las mismas condiciones que son importantes para el desarrollo de la técnica gobiernan el del arte, y que con la variedad de habilidades técnicas aumentará la vaciedad de formas de arte.
Antes de volver nuestra atención hacia otros aspectos de la actividad mental podemos resumir los resultados de nuestra investigación expresando que en técnica, en empeños intelectuales y arte decorativo existe un criterio objetivo para la valoración de las culturas y que los adelantos en estos campos están estrechamente relacionados entre sí porque dependen del progreso general de la habilidad técnica y del discernimiento.
La segunda cuestión que nos proponíamos investigar se refiere a la medida en que las conquistas culturales de un pueblo son compartidas por todos sus miembros. En las culturas más pobres en que se requiere la energía íntegra de cada individuo para satisfacer las necesidades elementales de la vida, a tal punto que la consecución del alimento y la vivienda forma el contenido principal de toda actividad, el pensamiento y emoción de la vida diaria, y en que no se ha desarrollado ninguna división del trabajo, la uniformidad de los hábitos de vida será tanto mayor cuanto más unilaterales sean los medios de procurarse el alimento. El esquimal tiene que cazar mamíferos marinos en invierno, animales terrestres en verano y los pensamientos de todos giran alrededor de esta ocupación. Esta uniformidad no es una consecuencia necesaria del medio geográfico del esquimal, pues aun en estas condiciones tan simples puede existir una división del trabajo. Así por ejemplo los chukchee que viven en condiciones climáticas similares están divididos en dos grupos económicos que dependen en cierto modo el uno del otro, uno dedicado a la cría del reno, otro a la caza de los mamíferos marinos. Así también en los pueblos de cazadores una persona se dedica preferiblemente a la persecución de un tipo de animales, otra a la de otro distinto. El modo de vida de los cazadores no es favorable a la formación de grupos individualizados; pero una división existe aquí también como en otras partes, la de hombre y mujer; el hombre es cazador o pescador; la mujer recoge plantas y animales que no huyen. Se ocupa de las tareas domésticas y atiende a los niños. Todo el curso de la vida lo llenan estas ocupaciones mientras no haya tiempo para la técnica recreativa. Así que cuando ésta tiene oportunidad de desarrollarse, ocurren diferenciaciones de tareas de acuerdo con el gusto y habilidad de cada uno. Encontramos talladores de madera, fabricantes de cestos, tejedores y alfareros. Pueden no dedicarse exclusivamente a una u otra ocupación, pero se inclinarán en mayor o menor grado en uno u otro sentido. También encontramos pensadores y poetas pues el juego de las ideas y las palabras ejerce su atracción desde muy temprana época, probablemente, en un período en que todavía no hay oportunidad para una técnica recreativa; porque aunque la caza y las tareas domésticas no dejan tiempo para la labor manual, el cazador que ambula o espera y la madre mientras procura los alimentos y cuida de sus hijos tienen oportunidad y ocio para ejercitar la imaginación y el pensamiento.
Dondequiera que una cierta parte de un pueblo conquista el dominio de una técnica advertimos que son artistas creadores. Donde el hombre adquiere gran habilidad en una técnica que él sola practica él es el artista creador. Así, la pintura y la talla en madera en la costa noroccidental de América son artes masculinas; mientras la hermosa alfarería de los pueblos y la confección de cestas tejidas en California son artes femeninas, La técnica domina la vida artística a tal punto que en las costas noroccidentales la mujer parece estar desprovista de imaginación y vigor. En su tejido y bordado ella sólo sabe imitar el arte de los hombres. Por otra parte el hombre, entre los pueblos y los califonianos, parece pobremente dotado desde el punto de vista artístico. Cuando hombres y mujeres han llevado cada cual sus propias técnicas a un alto grado de perfección, puede ocurrir que se desarrollen dos estilos separados, como entre los tlingit de Alaska, entre quienes las mujeres hacen cestos técnicamente perfectos con diseños complejos de líneas rectas, mientras el arte de los hombres ha logrado figuras animales altamente estilizadas.
Es suficiente señalar en este punto, que la diferenciación progresiva de las actividades implica el enriquecimiento cultural de éstas.
La diferenciación puede empero producir también tal unilateralidad en las ocupaciones de algunas partes de la población que, consideradas por sí solas, las clases separadas sean mucho más pobres en cultura que un pueblo que posea actividades menos diferenciadas. Esto ocurre especialmente cuando en el curso del desenvolvimiento económico grandes partes de la población quedan reducidas a la situación de tener que emplear toda su energía para obtener lo más indispensable o cuando su participación en la vida productiva se toma imposible, como en nuestra civilización moderna. En tal caso aunque la productividad cultural del pueblo íntegro pueda ser de alto mérito, la valoración psicológica debe tomar en cuenta la pobreza de cultura de las grandes masas.
En los varios aspectos de la cultura considerados hasta aquí se destaca con bastante claridad un logro mayor o menor y por lo tanto una medida objetiva de valoración, pero hay oíros en que no se puede responder con tanta facilidad a la pregunta de qué es pobreza de cultura. Memos señalado antes, que el conocimiento por sí solo no constituye riqueza de cultura, pero que la coordinación del conocimiento determina nuestro juicio. Sin embargo, la valoración de la coordinación intelectual de la experiencia, de conceptos éticos, forma artística y sentimiento religioso es de carácter tan subjetivo, que no es tarea sencilla definir un incremento de valores culturales, Cualquier valoración de la cultura significa que se ha escogido un punto hacia el cual se mueven los cambios, y este punto es el tipo de nuestra civilización moderna. Con el aumento de experiencia y de conocimientos sistematizados, ocurren cambios que llamamos progreso, aunque las ideas fundaméntales puedan no haber sufrido cambio alguno, El código de ética humana para el cerrado grupo social a que pertenece una persona es el mismo en todas partes: el asesinato, el robo, la mentira y la violación son condenados. La diferencia reside más bien en la extensión del grupo social hacia el cual se sienten obligaciones y un discernimiento más claro del dolor humano; esto es, en un aumento del conocimiento.
Es aún más difícil definir el progreso en lo que concierne a organización social, El individualista extremo considera que su ideal es la anarquía, mientras otros creen en la sujeción voluntaria. El gobierno del individuo por la sociedad o el sometimiento a la dirección de un jefe, la libertad individual o la conquista del poder por el grupo como conjunto pueden ser cada uno de ellos juzgados como el ideal. El progreso sólo puede ser definido en relación al ideal especial que tengamos en cuenta. No existe progreso absoluto. Durante el desenvolvimiento de la civilización moderna la rigidez del status en que nace un individuo, o en que entra voluntariamente o por fuerza, ha perdido mucho de su valor, aunque se observa una recrudescencia en la Alemania actual donde el status del judío es determinado no por sus cualidades personales sino por su nacimiento. O en Rusia, Italia y Alemania donde el estatus de una persona depende de su afiliación al partido. En otros países sobrevive en el status del ciudadano y en el status matrimonial. En un estudio objetivo de la cultura el concepto de progreso debe ser usado con gran cautela (Boas 1).
Si procuramos reconstruir las formas de pensamiento del hombre primitivo debemos tratar de seguir la historia de las ideas hasta el período más antiguo posible. Comparando las formas más tempranas descubribles con las formas del pensamiento moderno podemos llegar a comprender las características del pensamiento primitivo. Debemos ante todo aclarar la extensión del período durante el cual puede haber existido una vida mental similar a la nuestra. Hay dos vías de aproximación a este problema: la prehistoria y el lenguaje. En Egipto y Asia occidental existían culturas altamente desarrolladas hace más de 7 000 años. Datos prehistóricos prueban que un largo período de desarrollo debe haber precedido a su surgimiento. Corroboran esta conclusión diversos hallazgos realizados en otras partes del mundo. La agricultura en Europa es muy antigua y las condiciones culturales que la acompañan son enteramente análogas a las de las tribus modernas que tienen patrones culturales muy complejos. Aún más antiguamente, al final del período glacial, la cultura que representan los vestigios hallados en la Madeleine, Francia, poseía una industria y arte altamente desarrollados que pueden compararse con los de tribus modernas de realizaciones similares. Parece admisible suponer que el nivel cultural de tribus tan semejantes en su cultura técnica puede haber sido semejante también en otros respectos. Es pues justificada nuestra suposición de que 15.000 o 20.000 años atrás las actividades culturales generales del hombre no eran diferentes de las de la actualidad.
La multiplicidad de formas lingüísticas y la lentitud con que se desarrollan cambios radicales en la estructura del lenguaje también llevan a la conclusión de que la vida mental del hombre tal como se expresa por medio del lenguaje debe ser de gran antigüedad.
Debido a la permanencia de las formas fundamentales de los idiomas, que se conservan durante largos períodos, su estudio nos conduce hasta los remotos orígenes del pensamiento humano. Por este motivo será útil una breve descripción de algunos de los rasgos esenciales del lenguaje humano.
En todo idioma hablado es posible reconocer un número regularmente numeroso pero definido de articulaciones que al agruparse forman la expresión lingüística. Un número limitado de articulaciones y grupos de articulaciones es indispensable para hablar rápido. Cada articulación corresponde a un sonido, y un número limitado de sonidos es necesario para el entendimiento acústico. Si el número de articulaciones de un idioma fuera ilimitado la seguridad de movimientos indispensables para el lenguaje rápido y el pronto reconocimiento de sonidos complejos no se desarrollaría jamás, probablemente; gracias a la limitación del número de movimientos de articulación y su repetición constante estos ajustes exactos se hacen automáticos, y se desarrolla una firme asociación entre la articulación y el sonido correspondiente.
Es una característica fundamental y común del lenguaje articulado que los grupos de sonidos que se emiten sirven para expresar ideas y cada grupo de sonidos tiene un significado fijo. Los idiomas difieren no sólo en el carácter de sus elementos fonéticos constitutivos y grupos de sonidos sino también en los grupos de ideas que hallan expresión en grupos fonéticos fijos.
El número total de combinaciones posibles de elementos fonéticos es ilimitado, pero sólo un número limitado está realmente en uso. Esto significa que el número total de ideas que son expresadas por grupos fonéticos distintos es limitado. Llamaremos a estos grupos fonéticos «raíces de palabras». Dado que la esfera total de experiencia personal que el idioma sirve para expresar es infinitamente variada y su alcance íntegro debe ser expresado por un número limitado de raíces, una extensa clasificación de experiencias debe necesariamente sustentar a todo lenguaje articulado.
Esto coincide con un rasgo fundamental del pensamiento humano. En nuestra experiencia real no hay dos impresiones sensoriales o estados emocionales idénticos. Nosotros las clasificamos, de acuerdo con sus semejanzas, en grupos más o menos amplios cuyos límites pueden estar determinados por una variedad de puntos de vista. A pesar de sus diferencias individuales, reconocemos en nuestras experiencias elementos comunes, y las consideramos relacionadas o idénticas a veces, siempre que posean un número suficiente de rasgos característicos en común. Así pues la limitación del número de grupos fonéticos que son vehículo de ideas distintas, es expresión del hecho psicológico de que muchas experiencias individuales diferentes nos parecen representativas de la misma categoría de pensamiento.
Este rasgo del pensamiento y el lenguaje humano puede compararse a la limitación de la serie total de movimientos articulados posibles por la selección de un número limitado de movimientos habituales. Si la masa íntegra de conceptos, con todas sus variantes, fuera expresada en el lenguaje por grupos de sonidos y de raíces de palabras enteramente heterogéneos y no relacionados, ocurriría que ideas estrechamente vinculadas no mostrarían su relación por la correspondiente relación de sus símbolos sonoros y se necesitaría un número infinitamente grande de raíces distintas para expresarse. En ese caso la asociación entre una idea y su voz representativa no se haría suficientemente estable como para ser reproducida automáticamente, sin reflexión, en un momento dado. Del mismo modo que el uso rápido y automático de articulaciones hizo que sólo un número limitado de articulaciones, cada una con variabilidad limitada, y un número limitado de grupos de sonidos, hayan sido elegidos entre la cantidad infinitamente grande de articulaciones y grupos de articulaciones posibles, así el número infinitamente grande de ideas ha sido reducido por clasificación a un número menor, que por su uso constante ha establecido firmes asociaciones y que puede usarse automáticamente.
La conducta del hombre primitivo y de los desprovistos de educación demuestra que tales clasificaciones lingüísticas nunca llegan a ser conscientes y que, en consecuencia, su origen debe buscarse, no en procesos mentales racionales, sino automáticos.
En diversas culturas estas clasificaciones pueden estar basadas en principios fundamentalmente distintos. El conocimiento de las categorías en que se clasifica la experiencia en distintas culturas ayudaría, por lo tanto, a entender los procesos psicológicos antiguos.
Encuéntranse diferencias de principios de clasificación en el dominio de las sensaciones. Por ejemplo: se ha observado que los colores son clasificados en grupos por completo distintos según sus semejanzas, sin que acompañe a ello diferencia alguna en la capacidad para distinguir matices de color. Lo que llamamos verde y azul a menudo se combina en un término como «color de hiel» o amarillo y verde se combinan en un concepto que podrá denominarse «color de hojas nuevas». En el curso del tiempo hemos agregado nombres para los tonos adicionales que en épocas más antiguas y en parte también ahora en la vida diaria, no se distinguen. Es difícil exagerar la importancia del hecho de que en idioma y pensamiento la palabra evoque un cuadro diferente, de acuerdo con la clasifición verde y amarillo o verde o azul como un grupo.
En el dominio de otros sentidos ocurren diferencias de agrupamiento. Así salado y dulce, o bien salado y amargo son concebidos a veces como una sola clase; o el gusto del aceite rancio y el azúcar componen juntos una misma clase.
Otro ejemplo que ilustra las diferencias de principios de clasificación lo ofrece la terminología de consanguinidad y afinidad. Estas son tan diferentes que es casi imposible traducir el contenido conceptual de un término de un sistema a otro. Así un término puede ser usado para la madre y todas sus hermanas, o aún para la madre y todas sus primas de todos los grados siempre que desciendan en la línea femenina del mismo antepasado femenino; o nuestro vocablo «hermano» puede ser dividido, en otro sistema, en los grupos de hermano mayor y menor. También en este caso las clases no pueden haberse formado de intento, sino que deben haber surgido de costumbres que combinan o diferencian a los individuos, o bien quizá hayan contribuido a cristalizar la relación social entre los miembros de grupos consanguíneos o afines.
Los grupos de ideas expresados por raíces específicas acusan diferencias muy sustanciales en diferentes idiomas, y no se conforman en modo alguno a los mismos principios de clasificación. Tomemos por ejemplo el caso de «agua». En esquimal «agua» es sólo agua fresca para beber; el agua de mar es un término y un concepto diferente.
Como ejemplo de la misma clase podemos citar las palabras que designan a la «nieve» en esquimal. Encontramos aquí una palabra que expresa «nieve sobre la tierra»; otra «nieve que cae»; una tercera «montón de nieve»; una cuarta «una ventisca».
En el mismo idioma la foca en diferentes condiciones se designa con una variedad de términos. Una palabra es el término general para «foca»; otra significa la «foca descansando al sol»; una tercera una «foca flotando sobre un trozo de hielo» para no mencionar los numerosos nombres que designan a las focas de diferentes edades, el macho y la hembra.
Como ejemplo de la manera en que términos que nosotros expresamos por palabras independientes son agrupados en un solo concepto, podemos elegir el idioma dakota. Los términos «patear, atar en manojos, morder, estar cerca de, encerrar», son todos derivados del elemento común que significa «estar agarrado», que los abarca a todos, mientras nosotros usamos palabras distintas para expresar las diversas ideas.
Parece casi evidente que la selección de términos tan simples debe depender en cierta medida de los intereses principales de un pueblo: y donde es necesario distinguir cierto fenómeno en muchos aspectos, desempeñando cada aspecto en la vida del pueblo un papel enteramente independiente, pueden formarse muchas palabras independientes, mientras en otros casos las modificaciones de un único término pueden bastar.
Las diferencias en principios de clasificación que hemos ilustrado por medio de algunos sustantivos y verbos pueden ser reforzadas por observaciones que no están tan estrechamente relacionadas con los fenómenos lingüísticos. Asi ciertos conceptos que nosotros consideramos como atributos son interpretados a veces como objetos independientes. El caso mejor conocido de esta índole es el de la enfermedad. Para nosotros la enfermedad es una condición del cuerpo. Muchos pueblos primitivos y aun miembros de nuestra propia sociedad consideran a cualquier enfermedad como un objeto que penetra en el cuerpo y que puede ser extraído de él. Así lo indican los muchos casos en que se procura quitarla por succión o manipulación y la creencia de que puede ser introducida en el cuerpo de un enemigo o aprisionada en un árbol, impidiendo de este modo su retorno. Otras condiciones son tratadas a veces en la misma forma: la vida, la fatiga, el hambre y otros estados del cuerpo son tomados como objetos que están en el cuerpo o pueden actuar sobre él desde afuera. Así también se considera a la luz del sol como algo que se puede poner o apartar.
Las formas lingüísticas solamente no probarían de manera estricta esta conceptualización de atributos, porque nosotros también podemos decir que la vida abandona el cuerpo, o que una persona tiene dolor de cabeza. Aunque en nuestro caso es meramente una manera de decir, sabemos que la expresión lingüística está viva entre los primitivos y encuentra expresión en muchas formas en sus creencias y acciones.
La interpretación antropomórfica de la naturaleza, predominante entre los pueblos primitivos, también puede ser concebida como un tipo de clasificación de experiencia. Es probable que la analogía entre la capacidad de moverse de hombres y animales lo mismo que de algunos objetos inanimados, y sus conflictos con las actividades de los hombres que podrían ser interpretados como una expresión de su voluntad sea la causa de que todos estos fenómenos se combinaran dentro de una sola categoría. Creo que el origen de las ideas religiosas que se basan en este concepto está tan poco fundado en el razonamiento como el de las categorías lingüísticas. Sin embargo, mientras el uso del lenguaje es automático, de modo que antes del desarrollo de una ciencia del lenguaje las ideas fundamentales no llegan nunca a la conciencia, esto ocurre con frecuencia en el dominio de la religión, donde el comienzo subconsciente y su desarrollo especulativo están siempre entrelazados.
En virtud de las diferencias en los principios de clasificación todo idioma, desde el punto de vista de otra lengua, puede ser arbitrario en sus clasificaciones, pues lo que parece una sola idea simple en un idioma puede caracterizarse por una serie de raíces distintas en otro.
Hemos visto ya que en todos los idiomas debe hallarse algún tipo de clasificación de expresión. Esta clasificación de ideas y grupos, de los cuales cada uno se expresa por una raíz independiente, hace necesario que conceptos que no son vertidos fácilmente por una raíz única se expresen por combinaciones o por modificaciones de las raíces elementales de acuerdo con las ideas esenciales a que se reduce la idea particular.
Esta clasificación, y la necesidad de expresar ciertas experiencias por medio de otras relacionadas —que al limitarse mutuamente, definen la idea especial a ser expresada— implica la presencia de ciertos elementos formales que determinan las relaciones de las raíces simples. Si cada idea pudiera ser expresada por una sola raíz, serían posibles los idiomas sin forma. Empero, desde que las ideas individuales deben expresarse reduciéndolas a un número de conceptos más amplios, los recursos para expresar relaciones se convierten en elementos importantes en el lenguaje articulado; y se sigue que todos los idiomas deben contener elementos formales, cuyo número debe ser tanto mayor, cuanto menor sea el número de raíces elementales que definen ideas especiales. En un idioma que posee un vocabulario muy vasto y fijo, el número de elementos formales puede ser sumamente pequeño.
Estos elementos no se limitan estrictamente a aquellos que expresan las relaciones lógicas o psicológicas entre las palabras. En casi todos los idiomas incluyen ciertas categorías que deben ser expresadas. Así por ejemplo en los idiomas europeos no podemos formular ninguna oración sin definir su relación de tiempo. Un hombre está, estuvo o estará enfermo. Un enunciado de este tipo, sin definición de tiempo, no puede expresarse en idioma inglés. Sólo cuando extendemos el significado del presente a todo el tiempo, como en la afirmación «el hierro es duro» incluimos todos los aspectos del tiempo en una forma. Por el contrario, tenemos muchos idiomas en que no se confiere ninguna importancia a la diferencia entre pasado y presente, en que esta distinción no es obligatoria. Otros aún sustituyen la idea de tiempo por la de sitio y exigen que se exprese dónde tiene lugar una acción, cerca de mí, cerca de ti, o cerca de él, de modo que es imposible conforme a su estructura gramatical hacer una manifestación indefinida respecto al sitio. Otros en cambio pueden exigir la declaración de la fuente de conocimiento, ya sea que el conocimiento esté basado en una experiencia propia, en pruebas o en rumores. Conceptos gramaticales tales como el de pluralidad, lo definido o indefinido (en el artículo) pueden estar presentes o ausentes. Por ejemplo: la oración inglesa «el hombre mató un reno» contiene como categorías obligatorias «el» determinante, «hombre» singular, «mató» pasado, «un» indefinido singular. Un indio kwakiutl tendría que decir «el» determinante, «hombre» ubicación singular dada, por ejemplo, cerca de mí visible, «mató» tiempo indefinido, definido u objeto indefinido, ubicación dada, por ejemplo, ausente invisible, «reno» singular o plural ubicación dada, por ejemplo, ausente invisible. También debe agregar la fuente de su información, si proviene de su propia experiencia o de haberlo oído y una indicación acerca de si el hombre, el reno y la matanza han sido tema anterior de conversación o pensamiento.
Las categorías obligatorias de expresión destacan singularmente unos idiomas de los otros.
Podemos mencionar algunas categorías que no nos son familiares en los idiomas europeos. La mayoría de los idiomas indoeuropeos clasifican a los objetos de acuerdo a su sexo y extienden estos principios a los objetos inanimados. Además de esto hay una clasificación de acuerdo a la forma, que no se expresa sin embargo por medios gramaticales. Una casa está ubicada, el agua corre, un insecto se posa, un país yace. En otros idiomas la clasificación de los objetos de acuerdo a su forma en largos, chatos, redondos, erguidos, movibles, es un principio de clasificación gramatical; o podemos encontrar otras clases tales como las de animados e inanimados, femeninos y no femeninos, miembros de una tribu y extranjero. A menudo están completamente ausentes.
Condiciones similares se hallan en el verbo. Muchos Idiomas designan las clases generales de movimiento y señalan la dirección mediante elementos adverbiales, como arriba, abajo, dentro, fuera de. En otros estos elementos no existen y frases como «entrar» o «salir» deben expresarse por raíces separadas. Ya hemos citado ejemplos en que el instrumento de la acepción se expresa por un vehículo gramatical. La forma de movimiento, como ser en línea recta, circular, en zigzag puede ser expresada por elementos subordinados, o bien las modificaciones del verbo contenidas en nuestras conjunciones pueden expresarse por modos formales.
Estas antiguas clasificaciones continúan existiendo en los idiomas modernos y debemos pensar en sus formas. Cabría preguntar por lo tanto si la forma del lenguaje puede obstaculizar la claridad del pensamiento. Sostiénese que la concisión y claridad del pensamiento de un pueblo dependen en gran medida de su idioma. En la naturalidad con que en nuestros idiomas europeos modernos expresamos amplias ideas abstractas con un único término, y la facilidad con que vastas generalizaciones hallan cabida en el marco de una oración simple se ha reconocido una de las condiciones fundamentales de la claridad de nuestros conceptos, la fuerza lógica de nuestro pensamiento y la precisión con que eliminamos los detalles insignificantes de nuestros pensamientos. Aparentemente esta opinión tiene mucho a su favor. Cuando compararnos el inglés moderno con alguno de los idiomas indios más concretos en su expresión formativa, el contraste es notable. Mientras nosotros decimos, «el ojo es el órgano de la vista», el indio no podrá quizá formar la expresión «el ojo», sino que tendrá que definir que se trata del ojo de una persona o de un animal. Tampoco podrá el indio generalizar fácilmente la idea abstracta de un ojo como representativo de toda la clase de objetos, sino que tendrá que especificar por medio de una expresión como «este ojo aquí»; no le será posible, tampoco, expresar con un término único la idea de un «órgano» sino que necesitará especificarlo por una expresión como «instrumentos de ver» de manera que la oración completa podría asumir una forma semejante a «el ojo de una persona indefinida es su medio de ver». Sin embargo ha de reconocerse que en esta forma más específica es posible expresar correctamente la idea general. Es asunto muy discutible hasta qué punto la restricción del uso de ciertas formas gramaticales puede ser considerada realmente un obstáculo para la formulación de ideas generalizadas. Parece mucho más probable que la ausencia de estas formas se deba a la falta de necesidad de las mismas. El hombre primitivo, cuando conversa con sus semejantes, no acostumbra discutir ideas abstractas. Sus intereses están centrados en las ocupaciones de su vida diaria; y cuando se tocan ciertos problemas filosóficos, éstos aparecen ya sea en relación a determinados individuos o en las formas más o menos antropomórficas de creencias religiosas. El discurrir acerca de cualidades sin conexión con el objeto al cual pertenecen, o de actividades o situaciones desvinculadas de la Idea del actor o del sujeto que se halla en determinada situación ocurre rara vez en la conversación primitiva. Así pues el Indio no hablará de la bondad como tal, aunque bien puede hablar de la bondad de una persona. No hablará de un estado de felicidad suprema aparte de la persona que se encuentra en tal estado. No se referirá a la capacidad de ver sin designar a un individuo que tiene tal poder. Así acontece que en idiomas en que la idea de posesión se expresa por elementos subordinados a sustantivos, todos los términos abstractos aparecen siempre con elementos posesivos. Es, empero, perfectamente concebible que un indio disciplinado en el pensamiento filosófico procedería a liberar las formas nominales fundamentales de los elementos posesivos, y así llegaría a formas abstractas en estricta correspondencia con las formas abstractas de nuestros idiomas modernos. He efectuado este experimentó con uno de los idiomas de la Isla de Vancouver en que no aparece ningún término abstracto sin sus elementos posesivos, Tras de alguna discusión, encontré sanamente fácil desarrollar la idea de término abstracto en la mente del indio, quien expresó que la palabra sin un pronombre posesivo tiene buen sentido, aunque no se usa idiomáticamente. Conseguí de esta manera, por ejemplo, aislar los términos correspondientes a «amor» y «compasión» que de ordinario aparecen en formas posesivas, como «su amor por él» o «mi compasión por ti». Que este modo de ver es correcto, también puede observarse en idiomas en que los elementos posesivos aparecen como formas independientes.
También hay pruebas de que es posible prescindir de otros elementos de especialización, tan característicos de muchos idiomas indios, cuando por una razón u otra, resulta deseable generalizar un término. Para usar un ejemplo de un idioma occidental[33] la idea de «estar sentado» se expresa casi siempre con un sufijo inseparable que indica el lugar en que una persona está sentada, como «sentada en el piso de la casa, en el suelo, en la playa, sobre un montón de cosas» o «sobre una cosa redonda», etcétera. Sin embargo, cuando por alguna razón, la idea de la condición de sentado ha de ser acentuada, puede usarse una forma que exprese simplemente «estar en posición de sentado[34]». En este caso, también la fórmula para la expresión generalizada existe; pero la oportunidad de aplicarla surge rara vez, o quizá nunca. Creo que lo que es cierto en otros casos es cierto también de la estructura de cada uno de los idiomas.
El hecho de que no se empleen formas generalizadas de expresión, no prueba incapacidad para formarlas, sino sencillamente que dado el estilo de vida del pueblo no se las necesita, pero que se desarrollarían tan pronto fueran requeridas.
Este punto de vista es corroborado también por un estudio de los sistemas numerales de las lenguas primitivas.
Como es bien sabido, existen idiomas en que los numerales no pasan de tres o cuatro. Se ha inferido de ello que las gentes que hablan estos idiomas no son capaces de formar el concepto de números mayores. Creo que esta interpretación de las condiciones existentes es absolutamente errónea. Pueblos como los indios sudamericanos (entre quienes se encuentran estos sistemas numerales defectivos), o el esquimal (cuyo antiguo sistema numérico probablemente no excediera de diez) no tienen quizás necesidad de expresiones más elevadas porque no son muchos los objetos a contar; por el contrario, tan pronto esta misma gente entra en contacto con la civilización, y adquiere tipos de valor que tienen que ser contados, adoptan con perfecta facilidad numerales más altos de otros idiomas, y desarrollan un sistema de contar más o menos perfecto. Esto no significa que cada uno de los individuos que no han hecho uso nunca de numerales más altos adquiera sistemas más complejos rápidamente; pero la tribu en conjunto parece siempre capaz de adaptarse a las necesidades de contar. Debe tenerse presente que no es necesario contar mientras no se consideren los objetos en forma tan generalizada que su individualidad se pierde por completo de vista. Por esta razón es posible que una persona, que posee un rebaño de animales domésticos pueda conocerlos por su nombre y sus características sin experimentar el deseo de contarlos. Los miembros de una expedición guerrera pueden ser conocidos por su nombre, y no ser contados. En resumen, no existe prueba de que la ausencia del uso de numerales se relacione en forma alguna con la incapacidad de formar los conceptos de cifras mayores cuando se los necesita.
Si queremos formamos un juicio correcto de la influencia que ejerce el lenguaje sobre el pensamiento, debemos tener presente que nuestros idiomas europeos, tal como se encuentran al presente, han sido moldeados en gran medida por el pensamiento abstracto de los filósofos. Términos como «esencia, sustancia, existencia, idea, realidad» de los cuales muchos se emplean ahora corrientemente, son por su origen, fórmulas artificiales para expresar los resultados del pensamiento abstracto. En este sentido se asemejarían a los términos abstractos artificiales y no idiomáticos que pueden formarse en los lenguajes primitivos. Parece así que los obstáculos inherentes a la forma de un idioma que se presentan al pensamiento generalizado son sólo de menor importancia, y que posiblemente el lenguaje de por sí no impediría a un pueblo avanzar hacía formas más generalizadas de pensamiento si el estado general de su cultura requiriera su expresión; en estas condiciones, el lenguaje sería moldeado por el estado cultural. No es, por lo tanto, probable que haya una relación directa entre la cultura de una tribu y el lenguaje que habla, excepto en la medida en que la forma del lenguaje esté moldeada por el estado de la cultura, pero no en cuanto cierto estado de cultura esté condicionado por rasgos morfológicos del lenguaje.
Toda vez que la base del pensamiento humano reside en llevar a la conciencia las categorías en que se clasifica nuestra experiencia, la diferencia principal entre los procesos mentales de los primitivos y los nuestros reside en el hecho de que nosotros hemos logrado desarrollar mediante el raciocinio, partiendo de las categorías imperfectas y automáticamente formadas, un sistema mejor del campo total del conocimiento, paso que los primitivos no han dado. La primera impresión que se recoge del estudio de las creencias del hombre primitivo es que, mientras las percepciones de sus sentidos son excelentes, su poder de interpretación lógica parece ser deficiente. Creo que es posible demostrar que la razón de este hecho no debe buscarse en ninguna peculiaridad fundamental de la mente del hombre primitivo, sino más bien en el carácter de las ideas tradicionales por medio de las cuales se interpreta cada nueva percepción; en otras palabras, en el carácter de las ideas tradicionales con que se asocia cada nueva percepción, determinando las conclusiones alcanzadas.
En nuestra propia comunidad se transmite al niño un cúmulo de observaciones y pensamientos. Estos pensamientos son el resultado de la cuidadosa observación y especulación de nuestra generación actual y de las anteriores; pero son transmitidos a la mayoría de los individuos como sustancia tradicional, casi lo mismo que el folklore. El niño combina sus propias percepciones con esta masa de material tradicional, e interpreta sus observaciones por medio de ellas. Es un error suponer que la interpretación realizada por cada individuo civilizado es un proceso lógico completo. Nosotros asociamos un fenómeno con un número de hechos conocidos, cuyas interpretaciones se dan por conocidas, y nos satisfacemos con la reducción de un hecho nuevo a estos hechos previamente conocidos. Por ejemplo, si el individuo medio se entera de la explosión de un producto químico previamente desconocido, se contenta con razonar que es sabido que ciertos materiales tienen la propiedad de explotar en condiciones adecuadas, y que por consiguiente, la sustancia desconocida posee la misma cualidad. En general, no argüirá más allá ni tratará realmente de dar una explicación completa de las causas de la explosión. En la misma forma, el público profano se inclina a buscar en toda nueva epidemia desconocida el microorganismo que la provoca, como antes se buscaba la causa en miasmas y venenos.
En la ciencia también la idea dominante determina el desarrollo de las teorías. Así, todo lo que existe, animado o inanimado, debía explicarse por la teoría de la supervivencia del más apto.
La diferencia en el modo de pensar del hombre primitivo y el hombre civilizado parece consistir más bien en la diferencia de carácter del material tradicional con que la nueva percepción se asocia. La instrucción que recibe el hijo del hombre primitivo no está basada en siglos de experiencias, sino que consiste en la imperfecta experiencia de generaciones. Cuando una experiencia nueva penetra en la mentalidad del hombre primitivo, el mismo proceso que observamos en el hombre civilizado provoca una serie de asociaciones enteramente distintas, y conduce, por lo tanto, a un tipo de explicación diferente. Una explosión repentina se asociará en su mente, quizás, con relatos que ha oído respecto a la historia mítica del mundo y en consecuencia será acompañada de un temor supersticioso. La nueva epidemia desconocida quizá sea explicada por la creencia en demonios que persiguen a la humanidad; y el mundo existente podrá explicarse como el resultado de transformaciones o por objetivación de los pensamientos de un creador.
Cuando reconocemos que ni entre los hombres civilizados ni entre los primitivos el individuo corriente lleva hasta el fin el intento de explicación causal de los fenómenos, sino sólo hasta amalgamarlos con otros conocimientos previos, reconocemos que el resultado del proceso integro depende totalmente del carácter del material tradicional. De ahí la importancia inmensa del folklore en la determinación del modo de pensar. Ahí reside especialmente la enorme influencia de la opinión filosófica corriente sobre las masas populares, y la influencia de la teoría científica dominante sobre el carácter de la labor científica.
Sería inútil tratar de entender el desarrollo de la ciencia moderna sin una comprensión inteligente de la filosofía moderna; sería vano tratar de entender la historia de la ciencia medieval sin conocer la teología medieval; y del mismo modo es inútil tratar de entender la ciencia primitiva sin un conocimiento inteligente de la mitología primitiva. «Mitología», «teología» y «filosofía» son términos diferentes para las mismas influencias que modelan la corriente del pensamiento humano, y que determinan el carácter de los esfuerzos del hombre para explicar los fenómenos de la naturaleza. Para el hombre primitivo —a quien le enseñaron a considerar las esferas celestiales como seres animados; que ve en cada animal un ser más poderoso que el hombre; para quien las montañas, los árboles y las piedras están dotados de vida o de virtudes especiales— las explicaciones de los fenómenos son completamente distintas de aquellas a las que nosotros estamos acostumbrados, toda vez que seguimos basando nuestras conclusiones en la existencia de materia y fuerza como causante de los resultados observados. La confusión producida en la mentalidad popular por las modernas teorías de la relatividad, de la materia, de la causalidad, demuestran cuan profundamente estamos influidos por teorías mal entendidas.
En las investigaciones científicas no deberíamos dejar de tener bien presente el hecho de que siempre incluimos un número de hipótesis y teorías en nuestras explicaciones y que no llevamos el análisis de un fenómeno dado hasta el fin. Si hubiéramos de hacerlo así, el progreso sería apenas posible, porque cada fenómeno requeriría una cantidad de tiempo infinito para su completo tratamiento. Somos demasiado propensos, sin embargo, a olvidar por completo la base teórica general, y para la mayoría puramente tradicional, que es el fundamento de nuestro raciocinio, y a suponer que el resultado de nuestro razonamiento es la verdad absoluta. En esto cometemos el mismo error en que incurren e incurrieron siempre todos los monos educados, incluidos los miembros de las tribus primitivas, Se satisfacen más fácilmente que nosotros, pero también suponen verdadero el elemento tradicional que entra en sus explicaciones, y por lo tanto aceptan como verdad absoluta las conclusiones basadas en él. Es evidente que cuanto menor sea el número de elementos tradicionales que entren en el razonamiento y cuanto mayor sea la claridad de la parte hipotética de nuestro razonamiento, tanto más lógicas serán nuestras conclusiones. Existe una tendencia indudable en el progreso de la civilización a eliminar los elementos tradicionales, y a lograr una percepción cada vez más exacta de la base hipotética de nuestro raciocinio. No sorprende, por lo tanto, que en la historia de la civilización el razonamiento se tome cada vez más lógico, no porque cada individuo lleve su pensamiento hasta el fin de una manera más lógica, sino porque el material tradicional que se transmite a cada individuo ha sido meditado y elaborado más profunda y cuidadosamente. Mientras en la civilización primitiva el material tradicional en muy pocos individuos suscita dudas y exámenes, el número de pensadores que trata de liberarse de las cadenas de la tradición aumenta a medida que la civilización avanza.
Un ejemplo que ilustra este progreso y al propio tiempo la lentitud del mismo lo ofrecen las relaciones entre individuos pertenecientes a diferentes tribus. Entre cierto número de hordas primitivas todo extranjero que no pertenece a la horda es un enemigo, y se considera justo dañar a un enemigo cuanto la fuerza y la habilidad lo permitan y en lo posible matarlo. Tal conducta se funda principalmente en la solidaridad de la horda, en el sentimiento de que es deber de todo miembro de ésta destruir a cualquier enemigo posible. Por lo tanto toda persona que no es miembro de la horda debe ser considerada como perteneciente a una clase completamente distinta de los miembros de ésta y se la trata conforme a ello. Podemos seguir paso a paso, el aumento gradual del sentimiento de confraternidad a medida que avanza la civilización. El sentimiento de confraternidad en la horda se extiende al sentimiento de unidad de la tribu, a un reconocimiento de vínculos establecidos por la vecindad del hábitat, y más adelante al sentimiento de confraternidad entre miembros de naciones. Esto parece ser el límite del concepto ético de confraternidad humana alcanzado hasta el presente. Cuando analizamos el fuerte sentimiento de nacionalidad, tan poderoso en el momento actual y que ha reemplazado a los intereses locales de unidades menores, reconocemos que consiste principalmente en la idea de la preeminencia de aquella comunidad de la que somos miembros —en el valor preeminente de su contextura corporal, su lengua, sus costumbres y tradiciones, y en la creencia de aje todas las influencias exteriores que amenazan estos rasgos son hostiles y deben ser combatidas, no sólo con el justificable propósito de conservar sus peculiaridades sino hasta con el deseo de imponerlas al resto del mundo—. El sentimiento de nacionalidad según aquí se expresa, y el sentimiento de solidaridad de la horda, son de la misma naturaleza, aunque modificados por la expansión gradual de la idea de confraternidad; pero el punto de vista ético que hace justificable en la época actual el bienestar de una nación a costa de otra, la tendencia a juzgar más perfecta nuestra forma de civilización —no más cara a nuestros corazones— que la del resto de la humanidad, son las mismas que aquéllas que impulsan las acciones del hombre primitivo, que considera a todo extranjero como un enemigo, y que no está satisfecho hasta que el enemigo esté muerto. Nos resulta bastante difícil reconocer que el valor que atribuimos a nuestra civilización se debe al hecho de nuestra participación en ella, y que controló todas nuestras acciones desde el instante en que nacimos; pero es ciertamente concebible que pueda haber otras civilizaciones, basadas quizás en tradiciones diferentes y en un diferente equilibrio de emoción y razón, que no tengan menos valor que la nuestra, aunque quizá nos, sea imposible apreciar sus valores sin haber crecido bajo su influencia. La teoría general de la valoración de las actividades humanas, según surge de la investigación antropológica, nos enseña una mayor tolerancia de la que profesamos actualmente.