Capítulo X

Interpretaciones de la Cultura

Desde que el estudio de las culturas humanas fue reconocido como problema, se han hecho ensayos para interpretarlo como un fenómeno único, aun antes de que se hubiera recogido el suficiente material. Se consideró a la sociedad como un organismo y sus diversas funciones se explicaron del mismo modo que los órganos del cuerpo. Bajo la influencia del darwinismo sus cambiantes formas fueron interpretadas como la evolución de un organismo, siendo el pensamiento racional la fuerza motriz de su desarrollo. Las actividades mentales del hombre primitivo han sido comparadas a las de los niños y viceversa, de manera que se vio en el desarrollo de la mente del niño una recapitulación del desarrollo de la mente de la humanidad. Así pues, se cree que la mentalidad del niño, puede explicamos la mentalidad primitiva. En tiempos recientes se comparó la mente primitiva con la de los dementes, como si las actividades mentales de personas perfectamente normales de culturas foráneas pudieran ser explicadas por los enfermos mentales de nuestra propia cultura.

Son más bien modernos los esfuerzos por entender la cultura primitiva como un fenómeno que requiere concienzudo análisis antes de aceptar una teoría generalmente válida.

Sólo algunos de los puntos de vista a que nos acabamos de referir son pertinentes a nuestro problema. La sugerida analogía con un organismo no nos ayudará a aclarar la conducta del hombre primitivo. La analogía con la vida mental del niño es difícil de aplicar porque la cultura de la vida infantil en Europa y la vida del adulto en la sociedad primitiva no son comparables. Deberíamos al menos comparar al adulto primitivo con el niño de su propia cultura. Los niños de todas las razas ofrecen indudablemente analogías de desarrollo dependientes del desarrollo del cuerpo, y diferencias concordantes con las demandas exigidas por su gradual iniciación en la cultura en que viven. La única cuestión que debemos resolver sería si una cultura tiende a desarrollar cualidades que otra descuida.

La comparación entre formas de psicosis y vida primitiva parece aún menos afortunada. La manifestación de las perturbaciones mentales depende necesariamente de la cultura en que vive la gente y debe ser de gran valor para el psiquiatra estudiar la expresión de formas de psicosis en diferentes culturas, pero el intento de parangonar formas de vida primitiva sana con las de perturbaciones en nuestra civilización no se basa en ninguna analogía tangible. La lactancia y comportamiento megalomaníacos de los indios de la costa noreste no los lleva a conducirse como un megalomaníaco, sino que su cultura probablemente da una forma particular a ese tipo de insania. Especialmente la comparación que establece Freud [2] entre cultura primitiva y las interpretaciones psicoanalíticas de la conducta europea, parecen carecer de fundamento científico. Son, a mi entender, fantasías en que ni el aspecto de la vida primitiva ni el de la vida civilizada están sustentados por pruebas tangibles. El intento de concebir todo estado mental o acción como determinado por causas capaces de ser descubiertas, confunde los conceptos de causalidad y de posibilidad de predicción. Desde luego, cada suceso tiene una causa, pero las causas no tienen cohesión tal que representan un único hilo. Intervienen innumerables causas accidentales que no pueden predecirse y que tampoco pueden ser reconstruidas como determinantes del curso del pasado.

Debemos prestar una atención más minuciosa a los intentos que procuran seguir el desarrollo de la vida cultural desde formas primitivas a la civilización moderna, sea como una línea evolutiva única, o bien en un pequeño número de líneas separadas. Cabe preguntarse si absteniéndose de referirse a la raza, el tiempo y el espacio, sería posible reconocer una serie de etapas de cultura que representan para toda la humanidad una secuencia histórica, de modo que pudiera identificarse a algunas de ellas como tipos pertenecientes a un período antiguo y otras a períodos recientes.

Las investigaciones de Tylor, Bachofen, Morgan y Spencer filaron la atención sobre los datos antropológicos como ilustrativos del gradual desarrollo y avance de la civilización. El progreso de este aspecto de la antropología fue estimado por la labor de Darwin y sus sucesores, y las ideas fundamentales pueden entenderse solamente como una aplicación de la teoría de la evolución biológica a los fenómenos mentales. El concepto de que las manifestaciones de la vida étnica representan una serie cronológica, que de comienzos simples progresó en una única línea hasta el complejo tipo de civilización actual fue el pensamiento básico de este aspecto de la ciencia antropológica.

Los argumentos en favor de esta teoría se fundan en las semejanzas de tipos de cultura observados en distintas razas del mundo entero, y en la frecuencia de costumbres peculiares en nuestra propia civilización que sólo pueden explicarse como supervivencias de otras antiguas que tenían un significado más profundo en un período lejano, y que aún se encuentran en pleno vigor entre los pueblos primitivos[29].

Un excelente ejemplo de la teoría general de la evolución de la civilización se halla en la teoría de desarrollo de la agricultura y de la domesticación de animales, tal como la reseña Otis T. Mason, W. J. McGee y Edward Hahn (1, 2). Estos autores señalan cómo en los comienzos de la vida social, animales, plantas y hombre vivían juntos en un medio ambiente común y cómo las condiciones de vida provocaron que ciertas plantas se multiplicasen en la vecindad del campamento humanó con exclusión de otras, y que ciertos animales fueron tolerados como acompañantes del campamento. A raíz de esta condición de tolerancia mutua y promoción de intereses mutuos, si se me permite usar este término, se desarrolló una asociación más estrecha entre plantas, animales y hombres, que finalmente condujo a los principios de la agricultura y a la actual domesticación de los animales.

La evolución del arte ha sido reconstruida mediante métodos similares. Toda vez que los primeros vestigios de arte representan animales y otros objetos, y a ellos siguen formas geométricas, se ha inferido que todos los motivos geométricos se desarrollaron de diseños representativos.

De manera análoga se dedujo que la religión es el resultado de la especulación respecto de la naturaleza:

El método esencial consistió en ordenar los fenómenos observados conforme a principios admitidos e interpretar esto como un orden cronológico.

Debemos tratar de entender más claramente lo que explica la teoría de un desarrollo cultural unilineal. Significa que diferentes grupos de hombres partieron en tiempos muy remotos de una condición general de carencia de cultura; y, debido a la unidad de la mente humana y a la consecuente respuesta similar a estímulos externos e internos, evolucionaron en todas partes aproximadamente de la misma manera, realizando inventos similares y desarrollando costumbres y creencias parecidas. También involucra una correlación entre el desarrollo industrial y el social, y por lo tanto una definida secuencia de invenciones así como de formas de organización y creencia.

A falta de datos históricos respecto a los primeros pasos del hombre primitivo en el mundo, tenemos sólo tres fuentes de evidencia histórica para esta suposición; los testimonios contenidos en la historia más antigua de los pueblos civilizados del Viejo Mundo, las supervivencias en la civilización moderna y la arqueología. La última de las mencionadas es la única vía por la cual podemos abordar el problema respecto a los pueblos que no tienen historia.

Si bien es indudablemente cierto que pueden descubrirse semejanzas entre los tipos de cultura representados por pueblos primitivos y las condiciones reinantes entre los antepasados de los pueblos actualmente civilizados en los comienzos de la historia, que estas analogías cobren mayor fuerza ante las pruebas aportadas por las supervivencias, los testimonios arqueológicos no justifican una completa generalización. Para que la teoría del desarrollo paralelo tuviera importancia, sería preciso que en todas las ramas de la humanidad los pasos de la invención hubieran seguido, al menos aproximadamente, el mismo orden, y que no se hallaran brechas considerables. Los hechos, en la medida en que se conocen hasta el presente, contradicen totalmente esta hipótesis.

El ejemplo del desarrollo de la agricultura y la ganadería ilustrará algunas de las objeciones que pueden oponerse a la teoría general. En las simples condiciones de la vida primitiva la provisión de alimentos para la familia es proveída por ambos sexos. Las mujeres proveen plantas y animales que son estacionarios o que no pueden moverse rápidamente tales como las larvas y los gusanos. Esto se debe sin duda a los obstáculos que les crea la maternidad y la atención de los hijos pequeños. Los hombres obtienen la caza ligera, las aves y el pescado. Cazan y pescan. La tentativa de sintetizar las formas de vida de los pueblos primitivos nos induce a situar a los que recogen el alimento y cazan al comienzo de la escala. Luego vendrán otros que estarán más adelantados en los medios técnicos de procurarse el sustento, o que habrán alcanzado una relación más estrecha con el mundo vegetal desarrollando derechos de propiedad respecto a plantas que crecen cerca de su vivienda. Todas estas relaciones giran alrededor de la vida de las mujeres y su cuidado de las plantas, y así llegamos, sin ninguna brecha importante, a la condición de la agricultura primitiva. La razón psicológica de que se acepte esta explicación como dotada de valor cronológico reside en la convicción de la continuidad del progreso técnico y en otro hecho significativo al que estamos refiriéndonos todo el tiempo; a las actividades de una misma parte de la población, es decir las mujeres. La interpretación eronológica está confirmada por la observación de que los comienzos de la agricultura se basan generalmente en la recolección de plantas silvestres; que si bien puede ocurrir la recolección de plantas sin agricultura, la condición opuesta se desconoce.

Las actividades de los hombres se relacionaron originariamente con los animales. La transición de la caza a la formación de rebaños no puede demostrarse con tanta facilidad como la de la recolección de plantas a la agricultura. Sin embargo es verosímil al menos que la domesticación de animales —que son casi exclusivamente animales gregarios— esté basada en la relación del cazador con el rebaño salvaje. Tan pronto el cazador empezó a obtener su alimento del mismo rebaño e impidió que se dispersara matando los animales que lo perseguían, se desarrollaron condiciones similares a las que se encuentran entre los chukchee y koryak de Siberia. Como este caso se refería también a una misma parte de la población, es decir los hombres en la relación entre hombre y animal, es posible un desarrollo continuo.

Estas consideraciones tienen a su favor los testimonios arqueológicos. Si nuestra suposición es correcta, las plantas cultivadas deben tener su origen en las plantas silvestres con que el hombre estaba familiarizado. Esta transición fue demostrada para las plantas nativas europeas. De acuerdo con nuestra teoría deberíamos esperar frecuentes cruzamientos entre formas silvestres y domesticadas. Se ha visto que esto es verosímil respecto a las formas europeas antiguas. Entre los animales domésticos pueden observarse condiciones similares en el reno de Siberia y el perro del esquimal.

Llegamos con esto a una cuestión de fundamental importancia para la teoría de una evolución unilineal. ¿Cuál es la relación cronológica entre la agricultura y la ganadería? Cuando abordamos esta cuestión desde el punto de vista psicológico, surge la dificultad de que no tratamos con un solo tipo de actividad realizada por el mismo grupo sino que tenemos dos ocupaciones de distinta técnica y practicadas por grupos diferentes. Las actividades conducentes a la domesticación de animales no tienen nada en común con las que conducen al cultivo de las plantas. No hay lazo que haga admisible una conexión entre el desarrollo cronológico de estas dos ocupaciones. Falta ese lazo porque las personas implicadas no son las mismas y porque las ocupaciones son completamente distintas. Desde el punto de vista psicológico, no hay nada que nos ayude a establecer una secuencia de tiempo para la agricultura y la ganadería.

Creo, que este ejemplo ilustra una de las principales dudas que surgen contra la aplicación sistemática y omnímoda de una teoría de la evolución de la cultura. Los pasos del desarrollo deben estar relacionados con un aspecto de La cultura en que esté implicado el mismo grupo de gente y en que persista la misma clase de actividad. Una relación constante entre aspectos de la cultura vagamente relacionados o completamente inconexos es improbable cuando son grandes las diferencias entre las actividades y distintos grupos de individuos participan en las actividades involucradas. En todos estos casos los datos cronológicos deben basarse en otras fuentes.

La evidencia arqueológica es la única base de conclusiones fidedignas. Aparte de ella, ciertas condiciones observables entre primitivos pueden servir de guía. Si es posible demostrar que algunas industrias aparecen exclusivamente con relación a otras más simples y estas últimas solas, pero nunca las primeras sin las más simples, parecería probable que el tipo simple de trabajo sea el más antiguo. Si esto no ocurriera con absoluta regularidad, pero al menos con suficiente frecuencia, podríamos hablar de tendencias de evolución reconocibles.

La distribución geográfica puede servir también de ayuda, pues dondequiera existe una distribución continua de industria es posible, aunque no necesario, que la más vastamente extendida sea la más vieja. No es seguro que este argumento pueda aplicarse fuera del dominio de la técnica.

Cuanto más distintos son los fenómenos, tanto menor será su correlación, de modo que finalmente, a pesar de la tendencia al desarrollo histórico en fases únicas de cultura, no se encuentra un esquema armonioso para la totalidad de la cultura que sea válido por doquier (Thomas).

Así, no se puede asegurar que todo pueblo altamente civilizado deba haber pasado por todas las etapas de la evolución, lo que es posible deducir de la investigación de los diversos tipos de cultura que aparecen en el inundo.

Objeciones similares pueden hacerse a la validez general de la teoría del desarrollo de la familia. Se ha sostenido que la organización de la familia comenzó con relaciones irregulares y mudables entre los sexos, que más tarde la madre y los hijos formaron la unidad familiar que permaneció ligada a la de los padres, hermanos y hermanas de la madre, y que sólo mucho más adelante se desarrolló una forma en que el padre era el jefe de la familia, que quedaba adherida a sus padres, hermanos y hermanas. Si la evolución de la cultura hubiera procedido en una línea única las formas más simples de la familia estarían asociadas con los tipos más simples de cultura. Pero no ocurre siempre así, pues un estudio comparativo revela una distribución más irregular. Algunas tribus muy primitivas, como los esquimales y las tribus indígenas de las mesetas noroccidentales de Norte América, cuentan el parentesco bilateralmente por parte de padre o de madre; otras tribus de cultura altamente desarrollada, reconocen la línea materna solamente, mientras otras, cuya vida económica e industrial es de tipo más simple, reconocen la línea paterna (Swanton). Los datos son contradictorios y no nos permiten concluir que vida económica y organización familiar estén íntimamente relacionadas respecto a su forma interior.

Las consideraciones teóricas sugieren que las costumbres no se desarrollan necesariamente de una misma manera. La relación entre incesto y totemismo puede servimos de ejemplo. Los grupos de incesto varían de acuerdo con el sistema de parentesco que prevalece y de las ideas afines. Con frecuencia se cree que el grupo incestuoso está en relación íntima con algún animal, planta u otro objeto, su tótem. En otros casos no existe tal relación. En la teoría antropológica se ha descrito al totemismo como una antigua etapa de la sociedad de la que posteriormente se desarrollaron nuevas formas. El concepto de incesto es tan universal que debe haber pertenecido al hombre antes de su dispersión, o bien se habrá desarrollado independientemente en un período muy remoto. Dondequiera existe un grupo incestuoso es posible un desarrollo en dos direcciones: el grupo puede permanecer íntegro a pesar de su crecimiento numérico o dividirse en un número de grupos separados. Debe existir una unidad conceptual del grupo, de otro modo los subgrupos perderán la conciencia de su primitivo parentesco cuando se separen de otros subgrupos. La conceptualización puede producirse ya por denominación del grupo integro, ya por costumbres o funciones comunes reconocibles, o por medio de una nomenclatura de parentesco que diferenciará a lo s miembros de los no-miembros. Tal nomenclatura puede incluir un número muy considerable de individuos, porque mediante una referencia a algún intermediario conocido, hasta los miembros más distantes, pueden ser identificados. De esto se sigue que cuando no existe conceptualización de unidad, el totemismo de todo el grupo no puede desarrollarse. La única forma favorable al mismo es aquella en que un grupo se caracteriza por un nombre o por costumbres comunes.

Si, como lo ilustra este ejemplo, es posible que de una fuente única se desarrollen costumbres diferentes, no tenemos derecho de suponer que todo pueblo que ha alcanzado un alto grado de evolución tenga que haber pasado por todas las etapas que se encuentran entre tribus de cultura primitiva.

Un reparo más serio aún surge de otra observación. La validez de la igualdad general de la evolución de la humanidad se basa en la hipótesis de que los mismos rasgos culturales deben haberse desarrollado siempre de las mismas causas únicas, y que una secuencia de pasos lógica o psicológica represente también una secuencia cronológica[30]. Hemos señalado que en campos especiales, cuando grupos sociales idénticos desarrollan ininterrumpidamente ciertas actividades, quizá nos dé una razón para sostener esta teoría. No así cuando dichas condiciones no se cumplen. Así, pues, la deducción de que las instituciones maternas preceden a las paternas, a que me he referido antes se funda en la generalización de que puesto que en un número de casos las familias paternas se han desarrollado de las maternas, todas las familias paternas deben haberse desarrollado en la misma forma. No hay prueba demostrativa de que la historia de la organización familiar esté gobernada por una serie única de condiciones específicas, de que la familia del hombre o de la mujer o cualquier otro grupo ejerciera una influencia dominante, ni de que haya alguna razón esencial para que un tipo deba haber precedido al otro. Por lo tanto, podemos lo mismo concluir que las familias paternas han dado origen en algunos casos a instituciones maternales, y en otros casos a la inversa.

En la misma forma se supone que al derivar muchas concepciones de la vida futura de sueños y alucinaciones, todas las ideas de este carácter tuvieron el mismo origen. Esto es verdad sólo si se puede demostrar que ninguna otra causa pudo conducir a las mismas ideas.

Veamos otro ejemplo. Se ha sostenido que entre los indios de Arizona, la alfarería se desarrolló de la fabricación de cestos, y ahí se dedujo que toda la alfarería debe por lo tanto ser posterior en el desenvolvimiento cultural de la humanidad a la fabricación de cestos. Es obvio que esta conclusión no es defendible, pues la alfarería puede desarrollarse de otras maneras.

En realidad, es posible citar buen número de ejemplos en que una evolución convergente partiendo de distintos comienzos, condujo a los mismos resultados. Me he referido antes al caso del arte primitivo, y he mencionado la teoría de que las formas geométricas se desarrollan de representaciones realistas, que conducen a través de un convencionalismo simbólico a motivos puramente estéticos. Si esto fuera cierto, una gran diversidad de objetos podrían haber dado lugar, de este modo, a los mismos motivos decorativos; así pues, el motivo sobreviviente no habría tenido el mismo origen realista. Pero lo que es más importante, motivos geométricos del mismo tipo se han desarrollado de la tendencia del artista a dominar su técnica como el virtuoso domina su instrumento; así la experta tejedora de cestas, al variar la disposición de su tejido llegó al desarrollo de dibujos geométricos de igual modo que los que se desarrollaron en otros lugares de representaciones realistas. Podemos dar todavía un paso más adelante y reconocer que las formas geométricas desarrolladas de la técnica sugerían formas animales, y fueron modificadas de modo que asumieron formas realistas; así pues, en el caso del arte decorativo las mismas formas pueden estar situadas tanto al principio de una serie de evolución como al final (Boas 13).

Una seria objeción al razonamiento de los que tratan de establecer líneas de evolución de culturas, reside en la frecuente falta de Comparabilidad de los datos a que nos venimos refiriendo. La atención se dirige fundamentalmente a la semejanza de los fenómenos étnicos, mientras se descuidan las variaciones individuales. En cuanto volvemos nuestra atención a éstas notamos que la igualdad de los fenómenos étnicos es más superficial que esencial, más aparente que verdadera. Las semejanzas inesperadas atrajeron nuestra atención al punto de no reparar en las diferencias. En el estudio de los rasgos físicos de distintos grupos sociales, se manifiesta una actitud mental inversa. Siendo evidente la semejanza de las principales facciones de la forma humana, nuestra atención se detiene en las menudas diferencias de estructura.

Es fácil hallar ejemplos de tal falta de Comparabilidad. Al señalar que la vida después de la muerte es una idea que se desarrolla en la sociedad humana como una necesidad psicológica, estamos refiriéndonos a un grupo de datos sumamente complejos. Un pueblo cree que el alma sigue existiendo en la forma que la persona tenía en el momento de morir, sin ninguna posibilidad de cambio; otro que se reencarnará más tarde en un hijo de la misma familia; un tercero que las almas se introducen en el cuerpo de animales; y otros aún que continúan nuestros humanos empeños, esperando volver a nuestro mundo en un lejano porvenir. Los elementos emocionales y racionalistas que integran tan diversos conceptos son totalmente distintos; y percibimos que las varias formas de la idea de una vida futura llegaron a existir por procesos psicológicos que de ninguna manera son comparables. En un caso, la semejanza entre niños y sus parientes desaparecidos, en otros el recuerdo del difunto como fue durante los últimos días de su vida, en otro más la honda nostalgia por el hijo o el padre querido, y así el mismo temor a la muerte pudo contribuir al desarrollo de la idea de la vida después de la muerte, unos en este mundo, otros en el más allá.

Otro ejemplo ha de corroborar este punto de vista. Nos hemos referido ya al «totemismo» —la forma de sociedad en que ciertos grupos sociales se consideran emparentados de algún modo con determinadas especies de animales o un tipo de objetos. Ésta es la definición del «totemismo» aceptada generalmente; pero yo estoy convencido de que en esta forma el fenómeno no es un problema único, sino que abarca los elementos psicológicos más diversos. En algunos casos el pueblo cree descender de animales cuya protección disfruta. En otros, un animal o algún otro objeto aparecióse a un antepasado del grupo social y prometió convertirse en su protector, y la amistad entre el animal y el antepasado fue luego transmitida a sus descendientes. En otros casos se cree que cierto grupo social de una tribu tiene el poder de asegurar por medios mágicos y con gran facilidad cierta clase de animales o de aumentar su número, y en esta forma se establece una relación sobrenatural. Se reconocerá que aquí también los fenómenos antropológicos que en su apariencia exterior son semejantes, psicológicamente hablando son distintos por completo, y que en consecuencia no pueden deducirse de ellos leyes psicológicas que los abarquen a todos (Goldenweiser).

Otro ejemplo no está de más aquí. En un examen general de las normas morales observamos que paralelamente con el aumento de la civilización ocurre un cambio gradual en la valoración de las acciones. En el hombre primitivo, la vida humana tiene poco valor, y es sacrificada a la menor provocación. El grupo social entre cuyos miembros las obligaciones altruistas son valederas es pequeño; y fuera del grupo, cualquier acción que pueda tener como resultado ventajas personales no sólo está permitida, sino aprobada. Desde este punto de partida, encontramos en adelante una valoración cada vez mayor de la vida humana y aumento del grupo entre cuyos miembros las obligaciones altruistas son valederas. Las relaciones entre las naciones modernas demuestran que esta evolución no ha alcanzado aún su etapa final. Parecería, por lo tanto, que un estudio de la conciencia social en relación a delitos cómo el homicidio podría ser de interés psicológico y conducir a importantes resultados, esclareciendo el origen de los valores éticos. Desde el punto de vista etnológico el homicidio no puede ser considerado un fenómeno individual. La unidad se establece introduciendo nuestro concepto jurídico del crimen. Como acto, debe considerarse el asesinato como el resultado de una situación en que el respeto habitual por la vida humana es reemplazado por motivos más poderosos. Puede considerársele una unidad sólo respecto de la reacción de la sociedad hacia el asesinato, la que se expresa en la venganza, el pago de una compensación o el castigo. La persona que asesina a un enemigo en venganza de agravios recibidos, el joven que mata a su padre antes de que se torne decrépito a fin de permitirle continuar una vida vigorosa en el mundo futuro, un padre que sacrifica a su hijo por el bien de su pueblo, todos ellos actúan movidos por motivos tan diferentes que psicológicamente no parece admisible una comparación de sus actos. Sería mucho más adecuado comparar el asesinato de un enemigo por venganza, con la destrucción de su propiedad con el mismo propósito, o comparar el sacrificio de un hijo en beneficio de la tribu con cualquier otra acción realizada a impulso de fuertes motivos altruistas, que basar nuestra comparación en el concepto común de homicidio (Westermack).

Estos pocos datos serán suficientes para demostrar que un mismo fenómeno étnico puede derivar de fuentes diferentes; y podernos inferir que cuanto más simple es el hecho observado, tanto más probable es que haya derivado aquí de una fuente, allá de otra.

Si fundamos nuestro estudio en estas observaciones resulta evidente que podrían hacerse serios reparos a suponer la aparición de una secuencia general de etapas culturales en todas las razas humanas; debemos más bien reconocerla tendencia de diversas costumbres y creencias a convergir hacia formas similares, y una evolución de costumbres en direcciones divergentes. Para interpretar correctamente estas semejanzas de forma, es necesario investigar su desarrollo histórico; sólo cuando éste es idéntico en áreas diferentes, será admisible considerar estos fenómenos como equivalentes. Considerados desde este punto de vista los hechos de contacto cultural asumen una nueva importancia (véanse págs. 174-175).

La cultura fue también interpretada en otras formas. Los geógrafos tratan de explicar las formas de cultura como un resultado necesario del medio geográfico.

No es difícil ilustrar la enorme influencia del medio geográfico. Toda la vida económica del hombre está limitada por los recursos del país en que habita. La ubicación de las aldeas y su tamaño depende de la provisión de alimentos disponibles; la comunicación, de las carreteras o vías fluviales disponibles. Las influencias del medio en los límites territoriales de tribus y pueblos son evidentes; los cambios en la provisión de alimentos durante las distintas estaciones pueden determinar migraciones correspondientes. La variedad de viviendas que usan las tribus de diferentes áreas demuestra también su influencia. La casa de nieve del esquimal, la choza de cortezas del indio, las habitaciones en forma de cueva de las tribus del desierto, ilustran cómo de acuerdo con los materiales obtenibles, se consigue protegerse de la intemperie. La escasez de alimento puede determinar una vida nómada y la necesidad de transportar los enseres domésticos al hombro favorece el uso de recipientes de cuero y de cestas como sustitutos de la alfarería. Las formas especiales de los utensilios pueden modificarse por las condiciones geográficas. Así el arco complejo del esquimal, que está relacionado con formas asiáticas, adopta una forma peculiar debido a la falta de material largo y elástico para su fabricación. Hasta en las formas más complejas de la vida mental puede descubrirse la influencia del medio: en los mitos acerca de la naturaleza que explican la actividad de los volcanes o la presencia de curiosas formas terrestres, o en las creencias y costumbres relacionadas con la caracterización local de las estaciones.

Sin embargo, las condiciones geográficas tienen tan sólo el poder de modificar la cultura. Por sí mismas no son creadoras. Esto es más perceptible dondequiera que la naturaleza del país restringe el desarrollo de la cultura. Una tribu que vive sin comercio exterior en un ambiente dado, está limitada a los recursos de su país natal. El esquimal no tiene casi alimentos vegetales; el polinesio que vive en un atolón no dispone de piedras ni cueros de grandes mamíferos; los pueblos del desierto no cuentan con ríos que les suministren pescado o les ofrezcan medios de comunicación. Estas evidentes limitaciones son a menudo de gran importancia.

Plantea otra cuestión saber si las condiciones exteriores son la causa inmediata de nuevos inventos. Podemos comprender que un suelo fértil induzca a un pueblo agrícola, cuyo número aumenta rápidamente, al mejorar la técnica de su agricultura, pero no que pueda ser la causa de la invención de la agricultura. Por rico en minerales que sea un país, ello no crea técnicas para la manipulación de los metales; y por rico que sea en animales susceptibles de domesticación no llegará al desarrollo de la ganadería si el pueblo no conoce el empleo de los animales domésticos.

Si sostuviéramos que el medio geográfico es la única determinante que obra sobre una mentalidad supuestamente idéntica en todas las razas de la humanidad, deberíamos llegar a la conclusión de que el mismo medio producirá los mismos resultados culturales en todas partes.

Sin embargo no es así, pues a menudo las formas de culturas de pueblos que viven en el mismo tipo de ambiente muestran marcadas diferencias. No necesito ilustrar esto comparando al poblador americano con el indio norteamericano, o las sucesivas razas de pueblos que vivieron en Inglaterra, y evolucionaron desde la Edad de Piedra hasta el inglés moderno. Quizá resultará útil, sin embargo, demostrar que entre las tribus primitivas el solo ambiente geográfico de ninguna manera determina el tipo de cultura. Prueba de ello la ofrecen el modo de vida del esquimal pescador y cazador y el chukchee criador de renos (Bogoras, Boas 3); los hotentotes africanos, pastores y los bosquimanos cazadores en su distribución más antigua y amplia (Schultze); el negrito y el malayo de Asia sud-oriental (Martin).

El ambiente siempre opera sobre una cultura preexistente, no sobre un grupo hipotético sin cultura. Por lo tanto es sólo importante en cuanto limita o favorece las actividades. Hasta puede demostrarse que antiguas costumbres, que pueden haber armonizado con cierto tipo de ambiente, tienden a sobrevivir en condiciones nuevas, donde representan más bien un obstáculo que una ventaja para un pueblo. Un ejemplo de este tipo, tomado de nuestra propia civilización, es nuestra incapacidad de utilizar tipos de alimentos para nosotros desconocidos que suelen hallarse en países recién colonizados. Otro ejemplo lo ofrece el chukchee criador de renos, que transporta en su vida de nómada una tienda de complicadísima estructura, del tipo de la antigua casa permanente de los pobladores costeros, y ofrece el más vivo contraste con la simplicidad y liviano peso de la tienda del esquimal[31]. Aún entre los esquimales, que han logrado adaptarse tan maravillosamente bien a su medio geográfico, costumbres como el tabú respecto al uso promiscuo del caribú y la foca, impiden el total aprovechamiento de las oportunidades que el país ofrece.

Así parecería que el ambiente tiene un efecto importante sobre las costumbres y creencias del hombre, pero sólo en cuanto ayuda a determinar las formas especiales de las costumbres y creencias. Empero éstas se basan primordialmente en condiciones culturales, que en sí mismas se deben a otras causas.

En este punto, los estudiantes de antropogeografía que intentan explicar todo el desarrollo cultural sobre la base de condiciones ambientales geográficas suelen proclamar que estas mismas causas se fundan en condiciones más antiguas cuyo origen se debe a la presión del ambiente. Esta teoría es inadmisible, porque la investigación de cada característica cultural demuestra que la influencia del ambiente produce cierto grado de adaptación entre éste y la vida social, pero que no es posible una explicación completa de las condiciones prevalecientes, basada tan sólo en la acción del ambiente. Debemos recordar que, por grande que sea la influencia que atribuimos al ambiente, ésta se hace activa sólo cuando se ejerce sobre la mentalidad; de modo que las características de la mente deben intervenir en las formas resultantes de actividad social. Se concibe tan poco que la vida mental pueda explicarse satisfactoriamente sólo por el medio, como que el medio pueda explicarse por la influencia del hombre sobre la naturaleza, que, como todos sabemos, provocó cambios en los cursos de aguas, destruyó bosques y modificó la fauna. En otras palabras, parece por completo arbitrario olvidar la parte que desempeñan los elementos psíquicos o sociales en la determinación de las formas de actividades y creencias que se presentan con gran frecuencia en todo el mundo.

La teoría del determinismo económico de la cultura no es más adecuada que la del determinismo geográfico. Es más atrayente porque la vida económica es una parte integral de la cultura y está íntimamente relacionada con todas sus fases, mientras que las condiciones geográficas constituyen siempre un elemento externo. Sin embargo, no hay razón para considerar las demás fases de la cultura como una superestructura levantada sobre una base económica, pues las condiciones económicas actúan siempre sobre una cultura preexistente y dependen de otros aspectos de la cultura. No es más justificable decir que la estructura social está determinada por las formas económicas que sostener la inversa, pues una estructura social preexistente ha de influir en las condiciones económicas y viceversa, y jamás se ha observado un pueblo que no posea estructura social y no esté sujeto a condiciones económicas. La teoría de que las fuerzas económicas precedieron a toda otra manifestación de vida cultural y ejercieron sus influencias sobre un grupo sin ninguna otra característica cultural es insostenible. La vida cultural está siempre económicamente condicionada, y la economía está siempre culturalmente condicionada.

La similitud de los elementos culturales, abstracción hecha de raza, ambiente y condiciones económicas, también puede explicarse como resultado de un desarrollo paralelo que se basa en la semejanza de la estructura psíquica del hombre en todo el mundo.

Bastian[32] reconoce la gran importancia del medio geográfico en la modificación, de los fenómenos étnicos análogos, pero no les atribuye poder creador. Según él, la identidad de las formas de pensamientos que se encuentran en regiones apartadas entre sí, sugiere la existencia de ciertos tipos de pensamientos definidos, cualquiera sea el medio en que viva el hombre y sus relaciones sociales. Estas formas fundamentales del pensamiento «que se desarrollan con necesidad inflexible dondequiera viva el hombre» fueron denominadas por él «ideas elementales». Niega que sea posible descubrir las fuentes últimas de inventos, ideas, costumbres y creencias, que son de frecuencia universal. Pueden haber surgido de una variedad de fuentes, ser indígenas o importadas, pero están ahí. La mente humana está formada de tal modo que las produce espontáneamente, o las acepta siempre que le son ofrecidas. El número de, ideas elementales es limitado. En el pensamiento primitivo lo mismo que en las especulaciones de los filósofos las mismas ideas aparecen una y otra vez en la forma especial que les da el ambiente que expresan como «ideas populares» (Völkergedanken).

Las ideas elementales le parecen entidades metafísicas. Cree improbable que un pensamiento ulterior pueda elucidar su origen, porque nosotros mismos estamos obligados a pensar en la forma de estas mismas ideas elementales.

En muchos casos una enunciación clara de la idea elemental nos da la razón psicológica de su existencia. Por ejemplo: la mera declaración de que el hombre primitivo considera a los animales dotados de todas las cualidades del hombre muestra que la analogía entre muchas de las cualidades de los animales y las cualidades humanas llevó a la suposición de que todas las cualidades animales son humanas. El hecho de que tan a menudo se sitúa al país de las almas muertas al oeste sugiere su idealización en el lugar por donde desaparecen el sol y las estrellas. En otros casos las causas no son tan evidentes; por ejemplo, en las difundidas costumbres de las restricciones del matrimonio que fueron motivo de perplejidad para tantos investigadores. La prueba de la dificultad de este problema nos la da la multitud de hipótesis que se inventaron para explicarlo en todas sus variadas fases.

No hay razón para que aceptemos la afirmación de Bastian. Las fuerzas dinámicas que moldean la vida social son las mismas ahora que las que moldearon la vida hace miles de años. Podemos seguir los impulsos intelectuales y emocionales que mueven al hombre en la actualidad y que conforman sus acciones y pensamientos. La aplicación de estos principios aclarará muchos de nuestros problemas.

Nuestras consideraciones previas nos permiten también evaluar la teoría de que el carácter biológico de una raza determina su cultura. Admitamos por el momento que la estructura genética de un individuo determina su conducta. Las acciones de sus glándulas, su metabolismo basal, etc., son elementos que hallan expresión en su personalidad. La personalidad en este sentido, significa las características emocionales, volitivas e intelectuales biológicamente determinadas que gobiernan el modo de reaccionar de un individuo a la cultura en que vive. La constitución biológica no hace la cultura. Influye en las reacciones del individuo hacia la cultura. Así como el medio geográfico o las condiciones económicas no crean una cultura, tampoco el carácter biológico de una raza crea una cultura de un tipo definido. La experiencia ha demostrado que miembros de la mayoría de las razas colocados en una cierta cultura pueden participar de ella. En América, hombres como Juárez, Presidente de México, o los indios altamente educados de Norte y Sudamérica son ejemplos de esto. En Asia la historia moderna de Japón y China; en América los éxitos de negros cultos como hombres de ciencia, médicos, abogados, economistas son amplia prueba de que la posición racial de un individuo no obstaculiza su participación en la civilización moderna. La cultura es más bien el resultado de innumerables factores de acción recíproca, y no existe evidencia de que las diferencias entre las razas humanas, sin referimos particularmente a los miembros de la raza blanca, tenga una influencia directriz sobre el curso del desarrollo de la cultura. Tipos individuales encontraron siempre, desde el período glacial, una cultura existente frente a la cual reaccionaban. El grado de diferencias individuales que se presentan dentro de una raza nunca se investigó de manera satisfactoria. Hemos demostrado que la variabilidad de la forma corporal de los individuos componentes de cada raza es grande. No podemos ofrecer todavía datos exactos respecto a la variabilidad de los rasgos fisiológicos fundamentales y menos aún de las características más intangibles como la personalidad fisiológicamente determinada, pero hasta la observación cualitativa demuestra que la variabilidad en cada unidad racial es grande. La dificultad casi insalvable radica en el hecho de que los procesos fisiológicos y psicológicos, y especialmente la personalidad, no pueden ser reducidos a un tipo absoluto que esté libre de elementos ambientales. Es por lo tanto, injustificado sostener que una raza tiene una personalidad definida. Hemos visto que a consecuencia de la variabilidad de individuos que componen una raza, las diferencias entre grupos numerosos de tipos humanos ligeramente variables son mucho menores que las diferencias entre los individuos que componen cada grupo, de modo que toda influencia considerable de la distribución biológicamente determinada de las personalidades sobre la forma de cultura parece muy poco probable. No se ha ofrecido nunca la prueba de que una serie suficientemente grande de individuos normales de un medio social idéntico pero representativo de diferentes tipos europeos, un grupo por ejemplo compuesto por rubios, altos, de cabeza alargada y nariz grande; el otro más moreno, más bajo, de cabeza redonda y narices más pequeñas se comporten diferentemente. Lo opuesto, que pueblos del mismo tipo —como los alemanes de Bohemia y los checos— se comporten de manera harto distinta, se da mucho más fácilmente. El cambio de la personalidad del altivo indio de los tiempos preblancos a su degenerado descendiente es otro ejemplo notorio.