Capítulo IX

Primeras manifestaciones culturales

Puede definirse la cultura como la totalidad de las reacciones y actividades mentales y físicas que caracterizan la conducta de los individuos componentes de un grupo social, colectiva e individualmente, en relación a su ambiente natural a otros grupos, a miembros del mismo grupo y de cada individuo hacia sí mismo. También incluye los productos de estas actividades y su función en la vida de los grupos. La simple enumeración de estos varios aspectos, de la vida no constituyen empero, la cultura. Es más que todo esto, pues sus elementos no son independientes, poseen una estructura.

Las actividades aquí enumeradas no son de ningún modo propiedad exclusiva del hombre, porque la vida de los animales también está regulada por sus relaciones con la naturaleza, con otros animales y por las relaciones recíprocas de los individuos componentes de la misma especie o grupo social.

Se acostumbra describir la cultura como cultura material, relaciones sociales, arte y religión. Las actitudes éticas y las actividades racionales fueron tratadas muy superficialmente, en general, y rara vez se incluyó el lenguaje en la descripción de la cultura. Bajo el primero de estos tónicos se describen la recolección, conservación y preparación de los alimentos, la vivienda y el vestido, procedimientos y productos de manufactura y medios de locomoción. El conocimiento racional se incluye casi siempre como parte de esta materia. Bajo el título de relaciones sociales se discuten las condiciones económicas generales, los derechos de propiedad, la actitud hacia las tribus foráneas en la guerra y en la paz, la posición del individuo en la tribu, la organización de la tribu, medios de comunicación, relaciones individuales de orden sexual y otras. El arte decorativo, pictórico y plástico, el canto, la narración y la danza forman la sustancia del arte; las actitudes y actividades que giran en torno a todo lo que se considera sagrado o fuera de la esfera de los actos humanos ordinarios, la de la religión. También aquí, por lo corriente, se incluye el comportamiento habitual, respecto a lo que se considera bueno, malo, propio o impropio y otros conceptos éticos fundamentales.

Muchos fenómenos de cultura material y relaciones sociales son comunes al hombre y a los animales (Alverdes). Cada especie animal tiene su propio método de procurarse alimento. La manera de cazar del lobo es diferente de la del león; el alimento de la ardilla y la forma de procurárselo difieren de los de la marmota. Ciertos animales como la hormiga-león y la araña construyen trampas para cazar su presa. Algunos devoran a otras criaturas y se apropian del alimento encontrado por ellas. Las gaviotas de Jaeger roban el pescado a otras gaviotas o pájaros pescadores. Los buitres viven de los despojos abandonados por otros animales de presa. Muchos roedores acostumbran almacenar provisiones para el invierno; los insectos, como las abejas, hasta preparan el alimento para la generación siguiente.

Las reacciones del clima son completamente distintas en diversos grupos. El oso pasa la estación invernal aletargado, algunos pájaros emigran a climas más templados, otros soportan los rigores del frío.

Muchas clases de animales forman sus propias viviendas para su protección y la de sus crías. Los antílopes hacen cuevas y los monos viven en nidos temporarios. Ni siquiera la conquista fundamental del hombre, la invención de objetos construidos artificialmente para servir un propósito, está enteramente ausente del mundo animal. Los nidos de ciertos animales están hechos con más arte que las casas de algunos hombres primitivos. Están entrelazados y embarrados con gran habilidad. Los insectos y las arañas fabrican complicadas estructuras para habitar en ellas. Una especie de hormiga hasta prepara suelo apropiado en sus hormigueros para cultivar hongos y mantiene las camas escrupulosamente limpias. Según los experimentos de W. Köhler [1] los monos usan herramientas. A veces cortan un palo adecuado para alcanzar un objeto deseado que se halla demasiado lejos para agarrarlo con la mano. También vio chimpancés uniendo palos huecos a fin de obtener una herramienta suficientemente larga. Empero, éstos son probablemente los únicos casos en que los animales preparan herramientas, no instintivamente, sino para servir un propósito específico.

También encontramos en el mundo animal paralelos de los hábitos sociales del hombre. El rebaño o manada de animales gregarios forma una unidad compacta, hostil a los extraños aun cuando sean de la misma especie. Una jauría de perros no admite a un perro forastero en su seno; si lo acepta será sólo después de largas y continuas peleas. Los pingüinos de la misma bandada no permiten a otros desconocidos acercarse al sitio de sus nidales. Las hormigas de un hormiguero, incluyendo las especies foráneas, que viven en simbiosis, se mantienen unidas para atacar a todas las forasteras que tratan de trasponer los límites de su territorio.

En las sociedades de monos y de aves de corral hay un orden jerárquico bien definido, donde las «personalidades» más fuertes son reconocidas como superiores por las más débiles. Entre los insectos la asignación de obligaciones sociales está vinculada con la forma corporal, y cada clase tiene su propia característica anatómica. Las diferentes clases de obreras de las hormigas cortadoras de hojas son anatómicamente distintas. Entre los animales superiores, los deberes sociales de exploradores o vigías, corresponden al jefe del rebaño, macho o hembra. Algunos animales viven en monogamia más o menos permanente, como algunos pájaros, otros en manadas en que el jefe masculino tiene su harén, otros viven en uniones temporarias de corta duración. En algunos casos tanto el macho como la hembra cuidan de la cría, en otros sólo el macho o la hembra tienen que velar por ellos.

El sentimiento de propiedad se manifiesta particular, mente en el período de la reproducción. El espino aleja de la región en que ha hecho su nido a los peces y caracoles; muchos pájaros no permiten a ningún otro individuo de la misma especie visitar el distrito en que habitan. Los patos defienden su laguna particular contra los intrusos. Otros animales «poseen» territorios permanentes durante todo el año; los monos permanecen en un distrito definido al que otros no son admitidos. Otro tanto hacen las águilas y los halcones. Los animales que almacenan provisiones, como algunas especies de pájaros carpinteros, ardillas y marmotas, son dueños de sus depósitos de víveres y los defienden.

Los animales que viven en un grupo social también tienen sus amistades y enemistades, sus jefes enérgicos y débiles y sus relaciones sociales son de la misma clase, en general, que las corrientes en la sociedad humana.

La distribución de hábitos entre los anímales demuestra que éstos deben ser, comparativamente, adquisiciones recientes, pues se conocen muchos ejemplos de especies estrechamente relacionadas, cuyos modos de vida tienen importantes diferencias. Encontramos avispas solitarias y otras que viven en colonias organizadas con el mayor cuidado. Especies relacionadas de hormigas difieren de manera fundamental en sus hábitos. Algunos pájaros son gregarios y anidan en colonias, mientras otras especies, estrechamente relacionadas, son solitarias. Las migraciones de pájaros sobre rutas definidas sólo pueden entenderse como resultado de un largo proceso histórico, y no es posible explicarlas en modo alguno en razón de su estructura anatómica.

Los cambios de hábito parecen depender del modo de vida de incalculables generaciones. No es necesario analizar aquí la cuestión de cómo tales hábitos pueden haber llegado a fijarse por la herencia. Los hechos indican que, los hábitos pueden modificar la estructura —como en el caso de las abejas que desarrollan una reina por el adecuado tratamiento de un huevo o una larva, o el de aquellas hormigas que tienen formas corporales diferentes para individuos que ejecutan distintas funciones sociales—. La distribución de estos fenómenos entre formas relacionadas sugiere una inestabilidad de hábitos mucho mayor que la de la forma corporal. También puede indicar que cambios comparativamente leves en estructura pueden modificar el modo de vida. No hay, sin embargo, indicación alguna de que ciertos tipos de estructura determinen hábitos definidos. Su distribución parece completamente errática.

No designamos las actividades de los animales como cultura, ya sean ellas intencionales, u orgánicamente determinadas o aprendidas. Más bien hablamos de «modo de vida» o «hábitos» de los animales. Podría haber cierta justificación en emplear el término cultura para actividades que se adquieren por tradición, pero sería extender demasiado el significado del término si lo aplicáramos al canto del pájaro o a cualquier otra actividad animal adquirida. Si, como afirma Kohler [2] los chimpancés gustan de adornarse y llegan hasta a ejecutar intencionalmente ciertos movimientos rítmicos, una especie de «danza», el término puede parecer más aplicable. Es difícil trazar una línea bien clara entre «modo de vida» y «cultura».

Si hubiéramos de definir la cultura observando solamente el comportamiento encontraríamos poco en los elementos fundamentales de la conducta humana que no tenga cierto paralelismo en el mundo animal.

Es característica del hombre la gran variabilidad de conducta en cuanto a sus relaciones con la naturaleza y con sus semejantes. Mientras en los animales el comportamiento de la especie íntegra es estereotipado, o como decimos nosotros, instintivo, no aprendido, y sólo en muy escasa medida variable y dependiente de la tradición local, la conducta humana no está estereotipada en el mismo sentido y no puede llamarse instintiva. Depende de la tradición local y es aprendida. Además, hasta donde alcanzamos a entender las acciones de los animales, no hay razonamiento retrospectivo respecto a sus actos. Son intencionados en la medida en que se adaptan a ciertos requerimientos, y en la medida en que muchos animales pueden aprovechar la experiencia, pero todo el problema de la causalidad y la cuestión de por qué ocurren ciertas cosas, son extraños a los animales y comunes a toda la humanidad. En otras palabras, la cultura humana se diferencia de la vida animal por la capacidad de razonar, y asociada a ella, el uso del lenguaje. Es también peculiar al hombre la valoración de las acciones desde puntos de vista éticos y estéticos.

Del examen de los más antiguos vestigios humanos surge la impresión de un paralelismo objetivo con el comportamiento animal. Dejando a un lado las dudosas herramientas neolíticas de fines del terciario —toda vez que no muestran ninguna forma definida sino que están simplemente provistas de bordes afilados aptos para cortar y dar tajos, que pudieron hacerse con el uso— encontramos herramientas definitivamente hechas sólo en el cuaternario. Son éstas frágiles piedras conformadas de modo rústico mediante el golpe de una piedra más pesada y resistente. Los estratos en que se encuentran estas piedras representan un período de varios miles de años. No ocurre cambio alguno en la forma de las herramientas desde principios hasta fines de este período. Generación tras generación desarrollaba las mismas actividades. No sabemos sí algunas de sus actividades que no dejaron rastros pudieron haberse modificado durante ese tiempo. No sabemos si el hombre de ese período poseía el lenguaje y el concepto de las relaciones causales. Si solamente consideramos el material de que en realidad disponemos, las actividades del hombre durante ese período pueden haber sido tan permanentes como las de los animales. La forma corporal también era aún prehumana y difería de la de todas las razas humanas actuales. Sería posible afirmar de acuerdo con los hechos observados, que el hombre de ese período había desarrollado una tendencia orgánica a secundar el uso de manos y dientes mediante el empleo de objetos a los que confería una forma más o menos útil, y que la forma usada era aprendida por imitación.

Oswald Menghin demuestra que en ese lejano período las industrias de la humanidad no se ajustaban a los mismos moldes en todas partes, pero es imposible determinar si tal diferenciación tenía algo que ver con la distribución de las razas.

En una época posterior ya podemos estudiar no sólo los fragmentarios restos arqueológicos, únicos indicios de la vida cultural de pasadas edades, sino conocer también las lenguas, costumbres y pensamientos de la gente.

En adelante encontramos no sólo emoción, intelecto y voluntad humana igual en todas partes, sino también semejanzas de pensamiento y acción entre los más diversos pueblos. Estas semejanzas son tan detalladas y de tan vasto alcance, tan absolutamente independientes de la raza y el idioma, que indujeron a Bastian a hablar de la espantosa monotonía de las ideas fundamentales de la humanidad en el mundo entero.

El arte de producir fuego por fricción, de cocer los alimentos, el uso de herramientas como el cuchillo, el raspador y el taladro ilustran la universalidad de ciertos intentos.

Los rasgos elementales de la estructura gramatical son comunes a todos los idiomas. Las distinciones entre el que habla, la persona a quien uno se dirige y la persona de quien se habla; y los conceptos de espacio, tiempo y forma son universales. También lo es la creencia en lo sobrenatural. Los animales y las formas activas de la naturaleza son vistos en forma antropomórfica y dotados de poderes sobrehumanos. A otros objetos se les atribuye cualidades benéficas o maléficas. El poder mágico siempre está presente.

Es muy general la creencia en una multiplicidad de mundos, uno o más de uno que se extiende por sobre el nuestro, otros por debajo del nuestro, y el central, el mundo del hombre.

La idea de un alma humana bajo formas diversas es muy universal, y un país de las almas muertas al que se llega después de arriesgado viaje está, por lo común, situado, hacia el oeste.

Tylor, Spencer, Frazer, Bastian, Andree [1], Post y muchos otros han reunido numerosos ejemplos de tales semejanzas y en relación a temas diversos, de modo que es innecesario abundar en detalles.

Analogías especialmente curiosas ocurren en regiones muy apartadas. Ejemplo de ello son la predicción del futuro por los crujidos de los omóplatos de un animal (Andree 2, Speck); la aparición de la leyenda de Faetón en Grecia y en el noroeste de América (Boas 12); la sangría de los animales por medio de un pequeño arco y flecha (Heger); el uso de una correa para arrojar lanzas en la antigua Roma (el pilum) y en las islas del Almirantazgo; el desarrollo de una elaborada astrología en el Viejo Mundo y en el Nuevo; la utilización del cero en Yucatán y en la India; la de la cerbatana en América y Malasia; la semejanza en la técnica y dibujo de la fabricación de cestas en África y América (Dixon 1); la balanza en el Perú pre-español (Nordenskiold 1, Joyce) y en el Vieja Mundo; el uso de juguetes ruidosos para asustar y alejar a los profanos de las ceremonias sagradas en Australia y Sudamérica.

Puede también observarse cierto paralelismo en la forma lingüística. Corresponde mencionar aquí el empleo de sonidos por aspiración del aire en África Occidental y en California (Dixon 2, Uldall); el uso del tono musical para diferenciar el sentido de las palabras en África, Asia Oriental y en muchas partes de América; la distribución de masculino, femenino y neutro en los idiomas indo-europeos y en el río Columbia de Norte América; el uso de la duplicación o reduplicación para expresar repetición y otros conceptos en algunos lenguajes de América y en Polinesia; la marcada distinción del movimiento hacia el que habla y apartándose del que habla.

La causa común de estas semejanzas en la conducta del hombre puede explicarse por dos teorías. Fenómenos similares pueden ocurrir ya sea porque están históricamente relacionados o surgir independientemente a causa de la identidad de la estructura mental del hombre. La frecuencia con que formas análogas se desarrollan independientemente en plantas y animales (véanse págs. 110 y sigts.) indica que no es nada improbable el origen independiente de ideas similares entre los más diversos grupos humanos.

Las relaciones históricas pueden ser de dos clases. Pueden ser invenciones e ideas más antiguas que representan primitivas conquistas culturales pertenecientes a un periodo previo a la dispersión general de la humanidad o pueden ser debidas a acontecimientos posteriores.

La distribución universal de las realizaciones culturales sugiere la posibilidad de una gran antigüedad. Esta teoría debería aplicarse sólo a rasgos que aparecen en el mundo entero y cuya gran antigüedad puede ser demostrada por testimonios arqueológicos u otras pruebas más indirectas. Cierto número de características etnológicas llena estas condiciones. El uso del fuego, taladrar, cortar, pulir y trabajar la piedra pertenecen a este período antiguo, y han sido la herencia con la cual cada pueblo elaboró su propio tipo individual de cultura (Weule, Katzel 2). La aparición del perro como animal doméstico prácticamente en todas partes del mundo, puede ser de igual antigüedad. Parece verosímil que la vida en común del hombre y el perro se desarrollara en el período más antiguo de la historia humana antes de que las razas de Asia septentrional y América se separaran de las del sudeste de Asia. La introducción del dingo (perro nativo) en Australia parece explicarse más fácilmente si se supone que acompañó al hombre a aquel lejano continente.

El lenguaje es también un rasgo común a toda la humanidad, y debe tener sus raíces en los tiempos más remotos, Las actividades de los antropoides superiores favorecen la suposición de que algunas artes puedan haber pertenecido al hombre antes de su dispersión. Su hábito de construir nidos, esto es, viviendas, y el uso de palos y piedras, así lo indican.

Todo esto hace admisible que ciertas realizaciones culturales daten del origen de la humanidad.

También poseemos claros testimonios de la difusión de elementos culturales de tribu en tribu, de pueblo en pueblo, de continente en continente. Puede probarse que ella existió siempre desde los primeros tiempos. Un ejemplo de la rapidez con que se transmiten las conquistas culturales lo ofrece la historia moderna de ciertas plantas cultivadas. El tabaco y el casabe fueron introducidos en África después del descubrimiento de América y transcurrió poco tiempo antes de que estas plantas se diseminaran por todo el continente de modo tal que actualmente están tan íntegramente arraigadas en la cultura del negro, que nadie sospecharía su origen extranjero[26]. Del mismo modo el cultivo del banano se hizo común en casi toda Sudamérica (Von den Steinen). La historia del maíz es otro ejemplo de la increíble rapidez con que una adquisición cultural puede difundirse por el mundo entero. Se lo menciona como conocido en Europa en 1539 y según Laufer había llegado a China a través del Tibet entre 1540 y 1570[27].

Fácil es demostrar que prevalecieron condiciones similares en tiempos más antiguos. Las investigaciones de Victor Hehn así como la evidencia arqueológica indican el aumento gradual y constante del número de animales domésticos y plantas cultivadas, a raíz, de su importación desde Asia. El mismo proceso ocurrió en tiempos prehistóricos. La dispersión del caballo asiático, que fue usado primero como animal de tiro, y más tarde para montar, la del ganado en África y Europa, el cultivo de granos europeos muchos de los cuales derivan de formas asiáticas silvestres, pueden servir de ilustración. El área por la que se extendieron estas adiciones al caudal de la cultura humana es vastísima. Vemos a la mayoría de las mismas viajar hacia el oeste hasta alcanzar la costa del Atlántico, y hacia el este hasta las orillas del Océano Pacífico. También penetraron en el continente africano. Quizás el uso de la leche se propagó en forma similar; pues cuando los pueblos del mundo entran en nuestro conocimiento histórico, encontramos que la leche es usada en toda Europa, África y la parte occidental de Asia.

Quizá la mejor prueba de la transmisión esté contenida en el folklore de las tribus de todo el mundo. Nada parece viajar tan rápido como los cuentos imaginativos. Sabemos de ciertos cuentos complejos que de ningún modo pudieron inventarse dos veces, que son relatados por los bereberes de Marruecos, por italianos, rusos, en las selvas de la India, en las alturas del Tibet, en las tundras siberianas, en las praderas de Norte América y en Groenlandia; de manera que las únicas partes del mundo quizá no alcanzadas por dichos cuentos son Sudamérica, Australia y Polinesia. Los ejemplos de tal transmisión son muy numerosos, y empezamos a comprender que la antigua relación entre las razas humanas fue casi mundial.

De esta observación se sigue que la cultura de cualquier tribu dada, por primitiva que sea, sólo puede explicarse cabalmente cuando tomamos en consideración su crecimiento interior así como los efectos de sus relaciones con las culturas de sus vecinos próximos y distantes. Pueden trazarse dos áreas enormemente grandes de extensa difusión. Nuestras breves consideraciones acerca de la distribución de las plantas cultivadas y los animales domésticos prueban la existencia de relaciones entre Europa, Asia y Norte América desde el Océano Atlántico hasta el Pacífico. Otros rasgos culturales corroboran esta conclusión. La difusión gradual del bronce desde el Asia central hacia el oeste y este, por toda Europa y China; el área en que se usa la rueda; donde se practica la agricultura con arado y con la ayuda de animales domésticos, muestran el mismo tipo de distribución (Ed. Hahn I). También podemos reconocer otros rasgos característicos en esta área. El juramento y la ordalía están altamente desarrollados en Europa, África y Asia, excepto en la parte noreste de Siberia, mientras en América son poco conocidos (Laasch). Otros rasgos comunes de los tipos culturales del Viejo Mundo aparecen también con claridad por contraste con las condiciones prevalecientes en América. Una de ellas es la importancia del procedimiento judicial forma] y la elaborada organización administrativa del Viejo Mundo, y su débil desarrollo entre aquellas tribus del Norte y Sudamérica, que por el desarrollo general de su cultura, bien pueden ser comparadas con los negros africanos. En el dominio del folklore la adivinanza, el proverbio y la fábula moralizadora son características de una gran parte del Viejo Mundo, mientras que están ausentes del noreste de Siberia y son raras en América. En todos estos aspectos, Europa, una gran parte de África y Asia, excepto su extremo noreste, y el Archipiélago Malayo, forman una unidad.

De igual modo podemos descubrir ciertos rasgos muy generales en una gran parte de la América aborigen. Entre los más convincentes citaremos el uso del maíz como base de la agricultura americana. Su origen fueron las altiplanicies de México, pero en fecha muy antigua su uso se extendió por sobre el puente continental liada Sudamérica hasta la Argentina y por el noreste casi hasta el limite en que las condiciones climáticas impiden su cultivo. Una impresión similar produce la distribución de la alfarería, que ocurre en todas partes del doble continente exceptuando las áreas marginales de sus extremos noreste y sur[28]; y también las formas peculiares del arte decorativo americano que florecieron en Sudamérica, América a Central, México y el sudoeste de los Estados Unidos. No obstante la individualidad de cada región, tienen ellas un grado de semejanza estilística suficientemente fuerte como para inducir a algunos estudiosos a buscar una relación directa entre las antiguas culturas de la Argentina y de Nueva México. Parecería que las regiones de culturas avanzadas en México, América Central y Perú desempeñaron un papel parecido al del Asia Central, en cuanto sobre una antigua base cultural americana común se desarrollaron nuevos rasgos que influyeron sobre todo el continente.

La interpretación de los fenómenos culturales que ocurren esporádicamente en regiones apartadas ofrece serias dificultades. Algunos autores se inclinan a considerarlos también supervivencias de un período muy antiguo en que los pueblos que tienen de común esos rasgos habitaban todavía un mismo territorio. O suponen que a raíz de sucesos históricos las costumbres se han perdido en las áreas intermedias. Sin más sólido fundamento que el ofrecido hasta ahora, estas teorías deben ser usadas con la mayor cautela, pues de admitir en nuestra discusión la pérdida de un rasgo aquí, otro allá, o la pérdida de complejos íntegros de rasgos, dejaríamos la puerta abierta a las conclusiones más arbitrarias. Si ciertos fenómenos de aparición esporádica se refieren a una gran antigüedad sería preciso ante todo probar que ellos sobreviven en varias culturas, inalterados a través de períodos extraordinariamente prolongados. Si han cambiado no cabe explicar su parecido exacto por una gran antigüedad. Puede oponerse esta objeción a la mayoría de los argumentos en favor de una antigua conexión histórica entre las costumbres e invenciones que esporádicamente aparecen en regiones tan apartadas una de otras como Sudamérica, Australia y Sudáfrica.

En muchos casos es completamente imposible dar argumentos incontrovertibles para probar que estas costumbres no se deben a un desarrollo paralelo e independiente antes que a una comunidad de origen: en algunos casos los resultados de la arqueología prehistórica ayudarán a encontrar la solución de este problema.

A menudo se supone que a causa de la complejidad de las culturas modernas y de la simplicidad de los grupos culturalmente pobres, la secuencia cronológica de toda la historia cultural fue de lo simple a lo complejo. Es obvio que la historia del desarrollo industrial es en casi todo su transcurso de una complejidad siempre creciente. Por el contrario, las actividades humanas que no dependen del razonamiento, no revelan análogo tipo de evolución.

Resultaría quizá más claro demostrar esto mediante el ejemplo del lenguaje, que en muchos respectos es una de las pruebas más importantes de la historia del desarrollo humano. Muchas lenguas primitivas son complejas. Menudas diferencias de punto de vista son expresadas por medio de formas gramaticales; y las categorías gramaticales del latín, y más aún las del inglés moderno, parecen rudimentarias comparadas con la complejidad de las formas psicológicas o lógicas que reconocen las lenguas primitivas, pero que en nuestro lenguaje no son tenidas en cuenta. En conjunto, la evolución de los idiomas parece ser de tal índole que las distinciones más sutiles quedan eliminadas, empezando en formas complejas y terminando en formas simples, aunque debemos admitir que las tendencias opuestas no están de ningún modo ausentes (véanse ejemplos en Boas 10).

Observaciones similares surgen del arte del hombre primitivo. Tanto en música como en diseños decorativos encontramos una compleja estructura rítmica, sin igual en el arte popular de nuestros días. En música, particularmente, esta complejidad es tan grande, que hasta para el arte de un virtuoso consumado representa un esfuerzo imitarlo (Stumpf). En cambio, la extensión de los intervalos, la estructura melódica y armónica acusan una complejidad siempre creciente.

El sistema de obligaciones sociales determinado por el status de un individuo en el grupo de parientes consanguíneos o afines es con frecuencia extremadamente complejo. El comportamiento de hermanos y hermanas, tíos y sobrinos, suegros e hijos políticos está a menudo circunscripto por reglas minuciosas que no existen en la civilización moderna. Existe una pérdida general cu la variedad de obligaciones de los individuos para con la sociedad en la medida en que son regulados por el status.

El desarrollo de la religión tampoco va en modo alguno de formas simples a complejas. La falta de sistema en la conducta religiosa del hombre primitivo lo somete a una multitud de reglas y órdenes inconexas y aparentemente arbitrarias. El dogma y asimismo las actividades religiosas son múltiples y a menudo sin coherencia aparente. Cuando una idea clara y dominante controla la vida religiosa, el aspecto de la religión se torna más claro y sencillo y puede conducir a una religión sin dogma ni ritual. La tendencia opuesta, de una religión sistemática que asume complejas formas rituales, es también frecuente.

De igual manera la observación de que en las culturas modernas puede advertirse una mayor consistencia lógica o psicológica indujo a concluir que el grado de cohesión lógica o psicológica tiene un valor cronológico, de modo que la secuencia histórica puede reconstruirse a través del análisis lógico o psicológico de las ideas de las tribus primitivas. El desarrollo de la visión antropomórfica de la naturaleza y de la mitología ha sido reconstruido sobre esta base por Spencer y Tylor. En realidad, el curso de la historia puede haber sido muy diferente. Fácilmente se echa de ver que los complicados conceptos que representan términos tales como lo sobrenatural, alma, pecado, existieron mucho antes de que se desarrollara el correspondiente concepto claramente definido. Un análisis de su complejo contenido no podría ofrecernos la historia de la evolución de su significado. Si podemos determinar que lo sobrenatural incluye las ideas de cualidades maravillosas de los objetos, y las otras, de las facultades antropomórficas pero sobrehumanas, esto no demuestra que un aspecto sea necesariamente más antiguo que el otro. Más aún, las fuentes en que se desarrollan estos vagos conceptos son múltiples y no pueden explicarse como una conclusión lógica fundada en una serie única de experiencias. Una vez que se ha desarrollado la idea del animismo y el antropomorfismo, la transferencia de las experiencias sociales al mundo antropomórfico debe ocurrir y no puede tener otra forma que la de la sociedad con que el hombre está familiarizado. Cuando una condición, como la enfermedad o el hambre es concebida como un objeto qué puede estar presente o ausente y lleva una existencia independiente, mientras a otras se las concibe como atributos, han de desarrollarse confusas líneas de pensamiento en que uno de los grupos será afectado por las opiniones particulares sostenidas respecto a los objetos, el otro por las que se refieren a los atributos, pero ello no implica ninguna secuencia cronológica.