En las páginas precedentes hemos descrito las características anatómicas de las razas. Consideraremos ahora sus funciones fisiológicas y psicológicas según las determina la forma corporal.
La función depende de la estructura y de la constitución química del cuerpo y sus órganos, pero no de modo tal que esté rígidamente determinada por ellas. Por el contrario, el mismo cuerpo funciona de manera diferente en diferentes momentos. Nuestro pulso y respiración, la acción de los órganos digestivos, nervios y músculos no es igual en todos los momentos. Los músculos son capaces de desarrollar más trabajo cuando están descansados que cuando están fatigados, y aún después de un mismo período de descanso, no responderán todas las veces exactamente de igual modo. El latido del corazón cambia de acuerdo con las condiciones. La reacción a impresiones visuales o de otra índole no es siempre igualmente rápida. Lo mismo ocurre con todos los órganos. Mientras las características anatómicas del cuerpo son regularmente estables por espacios de tiempo bastante prolongados, sus funciones son variables.
Algunos elementos anatómicos del cuerpo y su composición química comparten esta variabilidad, pero los rasgos morfológicos más groseros pueden considerarse estables en comparación con las funciones.
Lo que es cierto de la actividad fisiológica del cuerpo es aún más cierto de las funciones mentales. Parecería que cuanto más complejas sean éstas tanto más variables serán. El comportamiento sentimental, las actividades intelectuales, la energía de la voluntad están todas ellas sujetas a constantes fluctuaciones. Algunas veces podemos cumplir tareas que en otros momentos, sin razón aparente, resultan superiores a nuestras fuerzas. En un momento dado estamos expuestos a impresiones emocionales que en otras ocasiones no nos conmueven. En ciertos momentos la acción se ejecuta fácilmente, en otros con dificultad.
Mientras la variabilidad de la forma anatómica de una raza proviene solamente de dos fuentes, la de los linajes familiares y la de las fraternidades, encontramos aquí un elemento adicional: la variabilidad del individuo. Por esta razón la variabilidad de funciones en un grupo racial es mayor que la variabilidad de la forma anatómica, y el análisis de la variabilidad de una población requiere la distinción de tres elementos: variabilidad individual, fraternal y de linaje.
Sin embargo hay ciertos fenómenos fisiológicos que no acusan variabilidad individual porque ocurren una sola vez en la vida. Todos ellos son expresiones de ciertos acontecimientos en la historia fisiológica del individuo, tales como el nacimiento, la irrupción de los dientes, la menarquía y la muerte. Para éstos pueden determinarse la variabilidad fraternal y la de los linajes.
La variabilidad de la edad en que ocurren estos sucesos aumenta rápidamente a medida que el individuo tiene más años. Al comenzar la vida los individuos de la misma edad están más o menos en la misma etapa de desarrollo fisiológico. Con el transcurso del tiempo el retardo de algunos y la aceleración de otros se hacen considerables. Usando el método para expresar la variabilidad antes descrito, encontramos que el índice de variabilidad del período de gestación oscila en sólo unos días; el de la irrupción de los primeros dientes en dos meses, el de los dientes permanentes en más de un año. La época de la madurez sexual varía más o menos año y medio y la muerte por vejez más de una década.
La tabla siguiente ofrece un análisis de estos datos:
Edad y variabilidad (años) |
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Varones |
Ambos sexos |
Mujeres |
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Años |
Años |
Años |
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Embarazo |
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0,0 ± 0,04 |
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Primer diente |
0,6 ± 0,21 |
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Primer molar |
1,6 ± 0,31 |
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Tres o más primeros molares aparecidos |
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7,0 ± 0,9 |
7,7 |
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Canino permanente, |
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9,5 ± 1,0 |
9,8 ± 1,1 |
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Aparición del segundo molar |
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11,5 ± 1,1 |
11,8 ± 1,1 |
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Tres o más segundos molares aparecidos |
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12,7 ± 1,4 |
12,9 ± 1,3 |
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Osificación completa de la mano |
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13,8 ± 0,8 |
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Aparición del vello pubiano |
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13,4 ± 1,5 |
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Desarrollo completo del vello pubiano |
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14,6 ± 1,7 |
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Desarrollo completo del vello pubiano |
|||
14,5 ± 1,5 |
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Pubertad |
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13,3 ± 1,6 |
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Menopausia |
44,5 ± 5,3 |
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Muerte debida a enfermedades arteriales |
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62 ± 13,2 |
Sería un error suponer que el ritmo de desarrollo del cuerpo procede como una unidad. Las condiciones que determinan la irrupción de los dientes, el período de la adolescencia, los cambios en el esqueleto y en el sistema vascular no son iguales.
Es particularmente notable que la irrupción de los dientes responde a leyes completamente distintas de las que controlan el largo de los huesos. Respecto a esto último, las niñas son siempre fisiológicamente más maduras que los varones. Con relación a los dientes los varones son por el contrario más adelantados que las niñas. Sin embargo, existe cierta medida de correlación. Así los niños de un grupo regularmente uniforme desde el punto de vista social, cuyos dientes permanentes aparecen temprano son también altos[19], mientras que los que tienen un desarrollo tardío de dientes permanentes son bajos; los niños que maduran temprano son más altos y pesados que los que quedan retrasados.
La rapidez del desarrollo fisiológico está determinada por la organización biológica del cuerpo, pues los niños que a temprana edad son adelantados en su desarrollo fisiológico recorren todo el período de desarrollo rápidamente. No se sabe aún si el ritmo general del ciclo de vida fisiológica continúa a través de la vida entera, pero parece probable, porque aquellos que muestran signos prematuros de senilidad mueren habitualmente más temprano de enfermedades inherentes a la vejez que aquellos en quienes los signos de degeneraciones seniles aparecen a edad más avanzada (Bernstein).
Más aún, el ritmo del ciclo vital está evidentemente determinado por la herencia, toda vez que hermanos y hermanas tienen un tiempo similar. Esto ha quedado demostrado por el estudio de hermanos y hermanas alojados en un asilo de huérfanos bajo las mismas condiciones, de modo que no puede deberse a la influencia de un tipo de ambiente distinto para cada familia (Boas 17). También concuerda esto con la observación de que los miembros de algunas familias mueren a edad extraordinariamente temprana mientras los de muchas otras viven hasta edad bien avanzada (Bell, Pearl 1).
En nuestro análisis de las formas anatómicas (pág, 79) encontramos que la variabilidad de los linajes familiares es menor que la variabilidad fraternal o, a lo sumo, igual a ella. Parecería que en los caracteres fisiológicos, en tanto que ocurren en un ambiente uniforme, el caso es el mismo. Por ejemplo, la variabilidad de la época de la menarquía es de ± 1,2 años en la ciudad de Nueva York. La variabilidad de las hermanas es ± 0,93, la de los linajes familiares es ± 0,76. La variabilidad de las hermanas es, por tanto, 1,2 veces la de los linajes familiares.
Las observaciones precedentes se aplican tan sólo a grupos que viven en idéntico ambiente. Como quiera que las condiciones exteriores influyen marcadamente sobre las funciones fisiológicas, los diferentes grupos raciales se comportan del mismo modo cuando están expuestos al mismo ambiente. Así, por ejemplo, la vida a grandes alturas requiere ciertos cambios típicos. Schneider los resume de la siguiente manera: «La falta de oxígeno puede causar trastornos en el organismo a los que muy pronto acompañan acciones compensatorias que finalmente, si continúa la residencia, conducen a la aclimatación… La capacidad de compensar las bajas presiones de oxígeno de las grandes alturas varía según los individuos, y la adaptación puede ser más rápida en un momento que en otro. La adaptación consiste en el aumento de la respiración, alteración química de la sangre y aumento de hemoglobina».
Las observaciones sobre la madurez de las niñas arrojan resultados semejantes. En la ciudad de Nueva York el término medio de la edad de la pubertad y su variabilidad es prácticamente idéntico para las niñas europeas del Norte, judías y negras (Boas 18) mientras que existen diferencias considerables entre la ciudad y el campo (Ploss). Las niñas de un asilo bien administrado de Nueva York no difieren de las que asisten a una escuela para hijas de familias pudientes.
La rapidez del desarrollo ha aumentado algo durante los últimos cuarenta años. Por término medio la aceleración en la ciudad de Nueva York para el comienzo de la pubertad asciende en los asilos de huérfanas a seis meses por década (Boas 18). Bolk ha observado una aceleración similar en Holanda.
Las diferencias en los grupos sociales también se manifiestan en el desarrollo de los dientes. Los incisivos permanentes de los niños pobres se desarrollan más tarde que los de los niños adinerados, mientras que sus premolares se desarrollan considerablemente más temprano (Hellman 1), quizá porque la prematura pérdida de los dientes de leche por caries, estimula el desarrollo de los dientes permanentes.
Las funciones fisiológicas, como el latido del corazón, la respiración, la presión sanguínea y el metabolismo, que ofrecen constantes cambios de acuerdo con la condición del sujeto, son comparables únicamente cuando se pone el mayor cuidado en lograr que las condiciones sean estables. Esto se hace generalmente determinando una medida básica, que se presume constante, cuando el sujeto está absolutamente descansado y permanece en reposo. La suposición de que este valor es estable, está difícilmente confirmada por los hechos, aunque las variaciones son mucho menores de lo que aparecen bajo otras condiciones parcialmente comprobadas (Lewis). Los datos que nos permitan distinguir entre variabilidad individual, fraternal y de linaje familiar son punto menos que inexistentes. Los datos psicológicos, excepción hecha de los fenómenos más simples de la psicología fisiológica, no pueden ser tratados desde el punto de vista del individuo, pues en todos ellos la variedad de ambiente cultural desempeña un papel importante. No puede descuidarse en asuntos tales como el desarrollo de los sentidos. Cuando se mantiene a un niño fajado y sujeto a la cuna por más de un año la experiencia de sus sentidos es limitada en muchas formas y no se desarrolla como otro que desde su primera infancia puede mover su cabeza y sus miembros libremente. Las criaturas alojadas en un asilo de huérfanos con la mejor atención médica pero viviendo todos los de una misma edad al cuidado de una nurse atareada, no oyen conversar y no aprenden a hablar hasta que se los pone en contacto con niños mayores.
Los tests de inteligencia, emotividad y personalidad, son a la vez, expresiones de características innatas y de experiencia basada en la vida social del grupo al que pertenece el sujeto. Así lo indican claramente los tests de Klineberg sobre la inteligencia de los niños negros, en muchas ciudades americanas. Los recién llegados de distritos rurales y que no estaban adaptados a la vida ciudadana dieron resultados muy pobres. Aquellos que hablan vivido en la ciudad durante algunos años demostraron que se habían aclimatado a las exigencias de la vida ciudadana y de los tests preparados para la ciudad. El test de inteligencia mostró un constante progreso. Cuanto más tiempo había transcurrido desde la inmigración a la ciudad tanto mejor era la actuación del grupo. El progreso no puede explicarse por un proceso selectivo que haya atraído un mejor elemento a la ciudad en años anteriores, pues el mismo fenómeno se produce en tests análogos realizados en diversas épocas. Los negros campesinos del sud, sometidos a tests durante la Guerra Mundial, eran comparables a los negros de la ciudad. Las observaciones de Brigham sobre italianos que habían vivido en los Estados Unidos durante cinco, diez, quince y más años y cuyos tests de inteligencia mostraban resultados tanto mejores cuanto mayor tiempo habían vivido allí, son también reducibles a una mejor adaptación. En este caso las dificultades lingüísticas de los recién llegados y la adquisición gradual del inglés deben haber sido una causa adicional del progreso observado, mucho más aún que entre los negros del sud cuyo dialecto y vocabulario limitado deben considerarse también como desventajas.
Otro de los tests efectuados por Klineberg es instructivo. Puso a prueba la habilidad de un grupo de niñas indias y blancas para reproducir los dibujos que efectúan las mujeres indias en sus bordados de cuentas. Los resultados evidenciaron una clara dependencia respecto de la familiaridad con el tema, no con su técnica, porque la industria había caído en desuso en el grupo. Las niñas indias lo hicieron mejor que las blancas.
De éstas y otras observaciones similares se deduce que las reacciones debidas a inteligencia innata —si admitimos este término que abarca una multitud de elementos— difieren enormemente según la experiencia social del grupo y demuestran, al menos en el caso de bs negros de la ciudad, que con una experiencia social similar los negros y los blancos se comportan de manera similar, que la raza está enteramente subordinada al marco cultural.
Otra observación efectuada por Klineberg es significativa. Los tests de inteligencia así como la vida ciudadana tienden a la velocidad, mientras que la vida rural permite un ritmo de acción más pausado. Las observaciones pusieron en evidencia rapidez e inexactitud en los grupos ciudadanos de blancos, negros e indios, menor velocidad y mayor precisión en los grupos rurales.
Concluimos de estos estudios que en todas las observaciones psicológicas nos enfrentamos con influencias en parte orgánicas y en parte culturales. Si hemos de extraer deducciones respecto al elemento orgánico, la fase cultural debe ser excluida. La variabilidad con que un individuo responde puede ser sometida a tests observándolo en condiciones diversas, en reposo y excitación, en la alegría y la tristeza, después de una fuerte conmoción y en equilibrio mental, con buena salud y durante una enfermedad.
Para las razas o poblaciones, el estudio de sectores de un mismo pueblo que viven en condiciones diferentes y la comparación entre los padres y sus lujos criados en un medio nuevo, proporcionará material digno de confianza, pues todas estas observaciones están a nuestro alcance.
Los hábitos motores son unas de las manifestaciones más simples de vida susceptibles de estudio. No conocemos mucho acerca de los hábitos motores de distintos pueblos, pero se ha observado lo suficiente para indicar que existen decididas variaciones locales. Las posiciones de descanso son una indicación de tales hábitos. Los chinos, melanesios y algunos africanos duermen con el cuello apoyado en un angosto sostén, posición casi insoportable para nosotros; la mayoría de los pueblos primitivos se sientan en cuclillas; los esquimales y muchos indios se sientan sobre los talones. Las asas de las herramientas indican las múltiples formas en que se ejecutan los movimientos. El indio atrae el cuchillo hacia el cuerpo, el blanco americano corta en dirección opuesta a su cuerpo. Un estudio cuidadoso del lanzamiento de la flecha revela la cantidad de métodos diferentes difundidos en áreas continentales (Morse, Kroeber 1).
Ida Frischeisen-Kóhler ha procurado demostrar que cada persona tiene un ritmo estable que es más grato a sus oídos. Si bien esto puede ser cierto basta determinado punto, las investigaciones realizadas por el Dr. John Foley (hijo) demuestran que tanto el ritmo más aceptable como el modo más natural de palmear dependen en parte de circunstancias exteriores, tales como el ambiente ruidoso o tranquilo, y también en parte de la ocupación habitual. Los dactilógrafos tienen ritmos rápidos, otros que se han adaptado a movimientos pausados tienen ritmos más lentos. Él descubrió también que la velocidad del paso depende del ambiente social. La gente de campo camina lenta y deliberadamente; en las grandes ciudades el paso es rápido. El labriego mejicano que lleva una carga sobre sus espaldas trota, la mujer acostumbrada a transportar cántaros de agua sobre la cabeza camina muy erguida, con paso firme.
La posición en los grupos de inmigrantes no asimilados tiene color local. El italiano camina y se mantiene erguido con los hombros levantados y un poco echados hacia atrás. El judío se mantiene cabizbajo y agachado, con las rodillas levemente dobladas, los hombros caídos y la cabeza algo echada hacia adelante. Entre los descendientes americanizados de estos inmigrantes la posición cambia. Los que viven entre americanos adoptan su porte erguido. Posición y gesto han sido cuidadosamente examinados por David Efron y Stuyvesant Van Veen. El americano usa gestos enfáticos, didácticos y descriptivos mucho más de lo que generalmente se cree. Sus gestos difieren de los del inmigrante italiano y judío; ambos grupos están compuestos de gente pobre que tiene los hábitos de los grupos europeos de que provienen. El italiano tiene una elaborada colección de gestos simbólicos de significado definido: «comer» se indica tocando la boca con los dedos cerrados; hambre, golpeando horizontalmente con la mano derecha abierta el costado derecho del cuerpo. El pulgar y el índice apoyados contra los dientes y bajados con rapidez expresan ira. Los dedos índice y medio puestos uno al lado del otro significan «esposo y esposa» o «juntos»; los dedos de ambas manos ligeramente cerrados, ambas manos tocándose, luego separándose y volviéndose a tocar repetidas veces, «¿qué quieres?». El índice y el dedo meñique extendidos, los otros cerrados y la mano hacia abajo significa «mal de ojo»; sacudirse ]a corbata, «no soy ningún tonto».
El número de estos gestos simbólicos es muy considerable y muchos se remontan a la antigüedad. El judío tiene pocos gestos simbólicos. Los movimientos signen más bien sus líneas de pensamiento hacia adentro y hacia afuera, a derecha e izquierda. Acompaña los movimientos de las manos con otros de cabeza y hombros. Las formas de movimiento en los dos grupos son también diferentes. El italiano mueve los brazos desde los hombros con ademanes amplios, levantándolos por arriba de su cabeza y extendiéndolos en todas direcciones. Sus movimientos son uniformes, El judío mantiene los codos próximos a los costados, del cuerpo y gesticula con antebrazo y dedos. Sus movimientos son desparejos y responden a líneas mucho más complicadas que los de los italianos. Henri Neuville y L. F. Clauss sostienen que la posición y el movimiento pertenecen a los rasgos característicos de la raza. Las investigaciones del Dr. Efron desvirtúan esta teoría, pues los gestos cambian con mucha facilidad. Es una observación muy corriente que los americanos que han vivido algún tiempo en México emplean gestos mejicanos. El Dr. Efron observó un estudiante escocés que se había criado en un ambiente judío y efectuaba gestos judíos, y un inglés educado en Italia, casado con una judía y viviendo en un círculo de amigos judíos que había adoptado una mezcla de gestos judíos e italianos. El alcalde de Nueva York, La Guardia, al hablar en inglés a los americanos empleaba gestos americanos, al dirigirse a los italianos en italiano, gestos italianos.
Las observaciones en descendientes de inmigrantes no dejan lugar a dudas. El estudio de los grupos de italianos y judíos que viven entre americanos nativos demuestra que los hábitos de gesticulación que ellos o sus padres trajeron de Europa desaparecen, y finalmente se produce una asimilación completa de los hábitos americanos.
De esto inferimos que los hábitos motores de grupos de personas están determinados culturalmente y no debidos a la herencia.
También el arte aporta pruebas en apoyo de esta conclusión. Cada época tiene su posición favorita. Así, la posición de la pierna extendida fue durante un tiempo la postura heroica y luego la reemplazaron por otras.
Hemos seguido el proceso de asimilación por otros métodos. Cada país tiene su peculiar distribución de la criminalidad. Si bien la frecuencia del crimen entre inmigrantes no es la misma que la del país de origen, difiere acentuadamente de la de los americanos nativos. En todos los países europeos los atentados contra la propiedad son mucho menos frecuentes que entre la población del estado de Nueva York. Toda vez que los crímenes eran cometidos con variada frecuencia según la edad de los grupos, fue menester reducir todos los índices a una distribución de edad tipo. El estudio de este asunto con referencia a la población de la ciudad de Nueva York que dirigiera el Dr. Elliott Stofflet demuestra que en la segunda generación, esto es, entre los descendientes de inmigrantes, la proporción de crímenes se aproxima o excede a la de los americanos nativos. Desde hace mucho tiempo se sabe que la proporción de crímenes difiere notablemente de acuerdo con la ocupación, y el cambio de ocupación es sin duda una de las causas de este rápido cambio. La diferencia entre las generaciones fue comprobada para los italianos, alemanes e irlandeses.
Las enfermedades mentales también indican que un cambio en las condiciones sociales influye sobre su incidencia. El asunto es más difícil que otros porque, conforme a las leyes americanas de inmigración, los que padecen de enfermedades mentales no son admitidos en el país. Sin embargo, el número de los que son víctimas de enfermedades mentales es considerable. Una investigación efectuada por el Dr. Bruno Klopfer, que comprende a italianos, alemanes e irlandeses, demuestra que en conjunto la segunda generación tiene una incidencia más similar a la de los americanos nativos que los mismos inmigrantes. En este caso también la comparación debió obtenerse reduciendo la frecuencia a la de una población tipo.
El lenguaje ofrece un ejemplo algo complejo pero instructivo para demostrar que las diferencias anatómicas entre los individuos son niveladas en su funcionamiento debido a la presión de condiciones culturales uniformes. En cualquier comunidad dada, las formas anatómicas de los órganos de la articulación varían de manera acentuada. La boca puede ser pequeña o grande, los labios delgados o gruesos, el paladar alto o bajo, los dientes pueden variar de posición y tamaño, la lengua de forma. Sin embargo, la articulación del grueso de la población dependerá esencialmente de la forma tradicional del habla del distrito. En un distrito vecino ocurrirán las mismas variedades de forma anatómica, pero ha de encontrarse un modo diferente de articulación. Los individuos difieren en timbre de voz o en peculiaridades menores, las que pueden ser o no anatómicamente determinadas, pero estas variaciones no determinan el carácter esencial de la producción del sonido.
El hecho mismo de que el lenguaje no dependa de la raza y de que en la literatura de muchas naciones los maestros del estilo no fueran de cuna aristocrática —Dumas y Puschkin son buenos ejemplos de ello— prueba la independencia de estilo cultural y lenguaje.
Sería sumamente deseable completar estas observaciones con los resultados de investigaciones que demostrasen hasta qué punto influyen en la personalidad las condiciones sociales. Desgraciadamente, los métodos para estudiar la personalidad son muy insatisfactorios, en parte a causa de que las características a investigar carecen de claridad. Un estudio de Leopold Macan sobre inmigrantes italianos, todos naturales de una misma aldea, y sus descendientes en América, señala una amplia brecha entre las personalidades de las dos generaciones, que corrobora los resultados de nuestros estudios sobre la criminalidad y las enfermedades mentales. Otro estudio realizado por el Dr. Harriet Field sobre las personalidades de niños de diferentes tipos de escuelas, muestra también diferencias marcadas en las manifestaciones de la personalidad. Miss Weill estudió a niños de las mismas familias, tomando en cuenta la situación íntima de la familia. Su observación arroja los mismos resultados. La dificultad de la investigación reside en la necesidad de estudiar la personalidad en sus manifestaciones. Si pudiera demostrarse que en una población perfectamente homogénea desde el punto de vista social, los individuos de diferentes tipos reaccionan de modo diverso a las mismas circunstancias, el problema podría ser resuelto, pero es dudoso que estas condiciones puedan obtenerse jamás.
H. H. Newman estudió a mellizos idénticos criados separadamente en ambientes algo distintos. Observó qué la diferencia de ambiente tenía una decidida influencia sobre el comportamiento mental de tales parejas. A. N. Mirenova impartió enseñanza a uno de los mellizos idénticos de un cierto número de pares y al otro no. El resultado fue una diferencia marcada en sus reacciones a los tests correspondientes. Ella dice: «Las observaciones demuestran que ocurrieron alteraciones notables en todo el comportamiento y en el desarrollo general de los mellizos instruidos. Estos se hacían más activos, más independientes y más disciplinados. El nivel intelectual de los mellizos que recibieron educación también se elevó en comparación con los mellizos que servían de control. Algunos de los caracteres parecían desarrollarse merced a la influencia directa de la enseñanza, mientras otros probablemente evolucionaban a través de la organización de los procesos de enseñanza».
El material etnológico no refuerza la teoría de que tipos humanos diferentes tengan personalidades distintas, de otro modo no encontraríamos un cambio como el del indio belicoso de los tiempos antiguos y su degradado descendiente cuyo destino quedó sellado cuando desapareció su vida tribal. Igualmente convincentes son las diferencias de comportamiento cultural de grupos biológicamente muy semejantes, como el sedentario pueblo de Nuevo México y el navajo nómada, o el comportamiento de esos aldeanos indios mejicanos que están hispanizados por completo. La historia ofrece argumentos igualmente lógicos. Los escandinavos de la Edad de Bronce son sin duda alguna los antepasados de los modernos escandinavos; sin embargo son grandes las diferencias en su comportamiento cultural. Las antiguas obras de arte y actividades belicosas contrastadas con sus modernas conquistas intelectuales acusan una estructura cambiante de la personalidad. La tumultuosa alegría de vivir en la Inglaterra isabelina y la gazmoñería de la era victoriana; la transición del racionalismo de fines del siglo XVIII al romanticismo de principios del siglo XIX son otros ejemplos notables del cambio de la personalidad de un pueblo en un corto período, para no hablar del cambio acelerado que está ocurriendo ante nuestros propios ojos.
Nuestro juicio sobre la forma anatómica y las funciones del cuerpo, inclusive las actividades mentales y sociales, no proporcionan apoyo alguno a la opinión de que los hábitos de vida y las actividades culturales estén determinados, en forma considerable, por el origen racial. Algunas familias poseen características pronunciadas en parte debido a la herencia, en parte a la oportunidad cultural, pero una gran población, por uniforme que sea su tipo aparente, no reflejará una personalidad innata. La personalidad —hasta donde es posible hablar de la personalidad de una cultura— dependerá de condiciones exteriores que gobiernan la suerte de un pueblo: de su historia, de sus individuos poderosos que surgen de tiempo en tiempo, de influencias extrañas.
La tendencia emocional a ver la vida de un pueblo en su encuadre completo, incluyendo la naturaleza y la complexión corporal, sustentada por la insistencia moderna en reconocer una unidad estructural de los fenómenos concomitantes, ha conducido a un descuido total de la cuestión de la clase y el grado de su interrelación, y a la opinión, no probada de que no sólo en individuos y en linajes hereditarios, sino en poblaciones íntegras la forma corporal determina la personalidad cultural. La existencia de una unidad de complexión corporal, aún en la población más homogénea que se conozca puede ser refutada, y la existencia de una personalidad cultural que abarque a toda una «raza» es, cuando mucho, una ficción poética.
Durante la última década se han reunido cuidadosos estudios sobre la historia de la vida de individuos pertenecientes a razas y culturas diferentes. Éstos prueban que las generalizaciones con que acostumbraban complacerse los estudiosos especulativos no pueden ya sostenerse. Con todo, es preciso discutir algunas de las teorías más ampliamente difundidas referentes a la psicología de los pueblos primitivos, según las cuales existen diferencias notables entre los procesos mentales de las tribus culturalmente primitivas y el hombre civilizado. Podríamos sentimos tentados a interpretarlas como racialmente determinadas, porque en el momento actual, ninguna tribu primitiva pertenece a la raza blanca. Si, por el contrario, podemos probar que los procesos mentales entre primitivos y civilizados son esencialmente los mismos, no podrá sostenerse la opinión de que las actuales razas humanas están situadas en distintas etapas de la serie evolutiva y que el hombre civilizado ha alcanzado un plano más elevado en la organización mental que el hombre primitivo.
He de elegir algunas de las características mentales del hombre primitivo que ilustrarán nuestro punto de vista —inhibición de impulsos, poder de atención, pensamiento lógico y originalidad.
Primero analizaremos en qué medida el hombre primitivo es capaz de inhibir sus impulsos[20].
Es impresión general recogida por numerosos viajeros, y basada también en experiencias obtenidas en nuestro propio país, que el hombre primitivo de todas las razas, y el menos educado de nuestra propia raza, tienen en común la falta de dominio de sus emociones, que ceden más fácilmente a un impulso que el hombre civilizado y el de educación superior. Esta impresión proviene especialmente de que se olvida considerar las ocasiones en que formas varias de la sociedad exigen un fuerte dominio de los impulsos.
La mayoría de las pruebas de esta pretendida peculiaridad se fundan en la inconstancia e inestabilidad de disposición del hombre primitivo, y en la violencia de las pasiones que encienden en él causas aparentemente triviales. Demasiado a menudo el viajero o el estudioso miden la inconstancia por el valor que ellos mismos asignan a las acciones y propósitos en que el hombre primitivo no persevera, y juzgan el impulso hacia las explosiones de ira según su propio patrón de medida. Por ejemplo: Un viajero deseoso de llegar a la meta, contrata tan pronto como puede a un grupo de hombres para partir de viaje en un momento determinado. Para él el tiempo es sumamente valioso. Pero ¿qué es el tiempo para el hombre primitivo que no siente la obligación de completar una tarea definida en un tiempo definido? Mientras el viajero se encoleriza y exaspera ante la demora, sus hombres prosiguen sus alegres charlas y risas y no se les puede inducir a apurarse sino para complacer a su amo. ¿No tendrían ellos derecho de estigmatizar a más de un viajero por su impulsividad y falta de dominio cuando se irrita por algo tan insignificante como la pérdida de tiempo? En cambio, el viajero se queja de la inconstancia de los nativos, que pierden rápidamente el interés por los objetos que a él más le interesan.
El método correcto de comparar la inconstancia del hombre de la tribu y la del blanco es comparar su conducta en empresas que cada cual, desde su punto de vista, considera importantes. Hablando más generalmente, cuando queremos hacer un cálculo verdadero de la capacidad del hombre primitivo para dominar sus impulsos, no debemos comparar el dominio requerido en ciertas ocasiones entre nosotros con el que él ejerce en las mismas ocasiones. Si, por ejemplo, nuestra etiqueta social prohíbe la expresión de sentimientos de incomodidad personal y de ansiedad, debemos recordar que la etiqueta personal entre los primitivos puede no exigir tal inhibición. Más bien debemos buscar aquellas ocasiones en que las costumbres del hombre primitivo le exigen tal inhibición. Tales son, por ejemplo, los numerosos casos de tabú —esto es, de prohibiciones del uso de ciertos alimentos, o de la ejecución de determinadas clases de trabajos— que algunas veces demandan un grado considerable de dominio de sí mismo. Cuando una comunidad esquimal está al borde de la inanición y sus creencias religiosas les prohíben hacer uso de las focas que toman sol sobre el hielo, el grado de dominio de la gente que obedece a las demandas de la costumbre en lugar de satisfacer su hambre es ciertamente muy grande. Otros ejemplos sugestivos son la perseverancia del hombre primitivo en la manufactura de sus utensilios y armas; su disposición para soportar privaciones y penurias con la esperanza de ver cumplidos sus deseos —como por ejemplo la complacencia con que el joven indio ayuna en las montañas, esperando la aparición de su espíritu guardián; o el coraje y resistencia que demuestra a fin de ser admitido en las filas de los hombres de su tribu; del mismo modo que la tantas veces descrita capacidad de sufrimiento que evidencian los indios cautivos torturados a manos de sus enemigos.
También se ha dicho que el hombre primitivo manifiesta falta de dominio en sus arranques de ira causados por provocaciones triviales. En este caso también la diferencia de actitud del hombre civilizado y la del hombre primitivo desaparecen si asignamos el debido valor a las condiciones sociales en que vive el individuo. Tenemos amplia prueba de que domina tanto sus pasiones como nosotros, sólo que en direcciones diferentes. Las numerosas costumbres y restricciones que regulan las relaciones de los sexos pueden servir de ejemplo. La diferencia de impulsividad en una situación dada puede explicarse en forma cabal por el distinto peso de los motivos implicados. La perseverancia y la inhibición de los impulsos son exigidas al hombre primitivo tanto como al hombre civilizado, pero en distintas ocasiones. Si éstas no son tan frecuentes, la causa no debe buscarse en la incapacidad innata de producirlos, sino en la estructura social que no se los exige en la misma medida.
Spencer menciona como un caso particular de esta falta de dominio, la imprevisión del hombre primitivo. Sería más adecuado decir, en vez de imprevisión, optimismo. «¿Por qué no habría de ser tan afortunado mañana como lo fui hoy?», es el sentimiento dominante del hombre primitivo. Este sentimiento no es menos poderoso en el hombre civilizado. ¿Qué es lo que posibilita la actividad comercial sino la confianza en la estabilidad de las condiciones existentes? ¿Por qué no vacilan los pobres en crear familias sin asegurarse de antemano algunos ahorros? El hambre es un caso muy excepcional entre los pueblos más primitivos, como lo son las crisis financieras en la sociedad civilizada; para los tiempos difíciles, que ocurren con regularidad, siempre se tiene provisión preparada. El status social de la mayoría de los miembros de nuestra sociedad es más estable, en cuanto a la adquisición de las necesidades elementales de la vida se refiere, de modo que las condiciones excepcionales no ocurren a menudo; pero nadie podría afirmar que la mayoría de los hombres civilizados están siempre preparados para afrontar emergencias. La depresión económica de 1929 y los años siguientes demostraron qué mal preparada estaba una gran parte de nuestra población para soportar una emergencia de tal magnitud.
Podemos reconocer una diferencia en el grado de imprevisión causada por la diferencia de condición social, pero no una diferencia específica entre tipos más inferiores y más superiores de hombre.
Relacionada con la falta de poder de inhibición hay otra característica que se le atribuye al hombre primitivo de todas las razas —su incapacidad de concentrarse cuando se exige cierto esfuerzo a las facultades más complejas del intelecto—. Un ejemplo demostrará el error de este criterio. En su descripción de los nativos de la costa oeste de la isla de Vancouver, Sproat dice: «Por lo general, la mente del nativo parece al hombre educado, dormida… Cuando se despierta plenamente su atención, a menudo muestra mucha rapidez en la respuesta e ingenio en la discusión. Pero una corta conversación le fatiga, en particular si se le hacen preguntas que exigen esfuerzos de pensamiento o memoria. La mente del salvaje entonces parece oscilar de un lado a otro de pura debilidad». Spencer, que cita este pasaje, agrega otros ejemplos, corroborando esta opinión. Da la casualidad que conozco personalmente las tribus mencionadas por Sproat. Las preguntas que le hace el viajero parecen en general fútiles al indio, quien naturalmente se cansa pronto de una conversación sostenida en un idioma extranjero, y en la que nada encuentra que le interese. En realidad, el interés de estos nativos puede excitarse fácilmente al máximo, y a menudo fui yo quien se cansó antes. Tampoco prueba inercia mental en los asuntos que le interesan, el manejo de su intrincado sistema de permutas. Casi sin ayuda mnemotécnica alguna, planean la distribución sistemática de sus propiedades de manera de aumentar su fortuna y posición social. Estos planes requieren mucha perspicacia y una constante aplicación.
Recientemente se ha debatido mucho la cuestión de si los procesos de pensamiento lógico del hombre primitivo y del hombre civilizado son los mismos, Levy-Bruhl ha desarrollado la tesis de que, culturalmente, el hombre primitivo piensa pre-lógicamente, que es incapaz de aislar un fenómeno como tal, que hay más bien una «participación» en toda la masa de la experiencia subjetiva y objetiva que impide una distinción clara entre asuntos lógicamente no relacionados. Esta conclusión no es el fruto de un estudio de la conducta individual, sino de las creencias y costumbres tradicionales del pueblo primitivo. Créese que explica la identificación del hombre y del animal, los principios de la magia y las creencias en la eficacia de las ceremonias. Es probable que si no tomáramos en cuenta el pensamiento del individuo en nuestra sociedad y sólo prestáramos atención a las creencias corrientes, llegaríamos a la conclusión de que prevalecen entre nosotros las mismas actitudes características del hombre primitivo. La masa de material acumulado en las colecciones de supersticiones modernas[21] prueban este punto, y sería un error suponer que estas creencias son exclusivas de los ignorantes. El material recogido entre alumnos de colegios norteamericanos (Tozzer) demuestra que tal creencia puede persistir como una tradición cargada emocionalmente entre quienes gozan del mejor adiestramiento intelectual. Su existencia no separa los procesos mentales del hombre primitivo de los del hombre civilizado.
A menudo se aduce la falta de originalidad como la razón fundamental de por qué ciertas razas no pueden alcanzar altos niveles de cultura. Se dice que el conservatismo del hombre primitivo es tan fuerte, que el individuo nunca se desvía de las costumbres y creencias tradicionales (Spencer). Malinowski y otros han demostrado que en modo alguno se hallan ausentes los conflictos entre las normas de la tribu y la conducta individual. El incrédulo tiene su lugar en la vida real y en las leyendas populares.
Por otra parte la vida del pueblo primitivo en modo alguno carece de originalidad. Entre tribus recién convertidas, así como entre las paganas, aparecen profetas que introducen nuevos dogmas. Estos son con frecuencia reflejo de las ideas de tribus vecinas, pero modificadas por la individualidad de la persona, e injertadas en las creencias corrientes del pueblo. Es bien sabido que mitos y creencias se han difundido y experimentado cambios en el proceso de su difusión (Boas 8). La creciente complejidad de las doctrinas esotéricas confiadas al cuidado del clero sugiere que éste ha sido ejercido con frecuencia por el pensamiento independiente de individuos. Creo que uno de los mejores ejemplos de tal pensamiento independiente lo proporciona la historia de la danza del fantasma (Mooney) y las ceremonias del peyote (Wagner, Petrullo) en Norte América. Las doctrinas de los profetas de la danza del fantasma eran nuevas, pero basadas en las ideas de su propio pueblo, de sus vecinos y en las enseñanzas de los misioneros. La noción de la vida futura de una tribu india de la isla de Vancouver ha experimentado un cambio de esta índole, en cuanto ha surgido la idea del retomo de los muertos en los hijos de sus propias familias. La misma actitud independiente puede observarse en las respuestas de los indios nicaragüenses a las preguntas relativas a su religión que les formuló Bobadilla y refiere Oviedo.
La actitud mental de los individuos que así desarrollan las creencias de una tribu es exactamente análoga a la del filósofo civilizado. El estudioso de la historia de la filosofía comprende bien cuan poderosamente influye en la mente del más grande genio el pensamiento corriente de su época. Esto ha sido bien expresado por un escritor alemán (Lehmann), que dice: «El carácter de un sistema de filosofía es, tal como el de cualquier otra obra literaria, determinado antes que nada por la personalidad de su creador. Toda verdadera filosofía refleja la vida del filósofo, así como toda poesía verdadera la del poeta. En segundo término, lleva las marcas generales del período a que pertenece; y cuanto más poderosas las ideas que proclama, tanto más fuertemente estará compenetrada de las corrientes de pensamiento que fluctúan en la vida del período. En tercer término influye en ella la tendencia particular del pensamiento filosófico del período».
Si es éste el caso en las más grandes mentalidades de todos los tiempos, ¿cómo puede sorprendemos que el pensamiento del pensador en la sociedad primitiva esté fuertemente influido por el pensamiento corriente de su tiempo? La imitación consciente e inconsciente son factores que influyen en la sociedad civilizada, no menos que en la sociedad primitiva, como lo demostró G. Tarde, quien probó que el hombre primitivo, y también el hombre civilizado, no sólo imitan las acciones útiles y para cuya imitación se pueden encontrar causas lógicas, sino otras para cuya adopción o conservación no se puede asignar razón lógica alguna.
Creo que estas consideraciones ilustran acerca del hecho de que las diferencias entre hombre civilizado y hombre primitivo son en muchos casos más aparentes que reales; que las condiciones sociales, debido a sus características peculiares, dan fácilmente la impresión de que la mentalidad del hombre primitivo actúa en forma por completo distinta de la nuestra, mientras que en realidad los rasgos fundamentales de la mente son los mismos.
Esto no significa que las reacciones mentales de diversas poblaciones observadas en condiciones absolutamente iguales no puedan acusar diferencias. Toda vez que los individuos, según su constitución física reaccionan, en forma diferente, y dado que los miembros de un linaje familiar son constitucionalmente semejantes, parece probable que en individuos y en linajes familiares existan diferencias en las reacciones mentales.
Sin embargo, toda gran población está compuesta de un gran número de linajes familiares constitucionalmente diferentes. Por lo tanto, todas esas diferencias estarían muy atenuadas y sólo encontrarían expresión en una distinta distribución de frecuencia de cualidades. Además debemos tener en cuenta la extremada sensibilidad de las reacciones mentales a las condiciones culturales, de modo que se debe poner el mayor cuidado en tratar de eliminar diferencias de status social. El fracaso en la apreciación de tales diferencias en la población de color de Jamaica ha inducido a error a Davenport y Steggerda. Por el mismo motivo resultan de dudoso valor las observaciones de Porteus sobre japoneses, chinos, portugueses y portorriqueños, así como su comparación de australianos y africanos. Si se pusiera tanto cuidado para valorar la educación de los sujetos en estudio, su posición social, sus intereses y sus inhibiciones, como en la manipulación de tests artificiales, estaríamos dispuestos a aceptar los resultados con mayor confianza. Hasta el momento actual, no se puede afirmar que las investigaciones hayan probado diferencias considerables en los rasgos mentales fundamentales.
Después de haber encontrado así que las pretendidas diferencias específicas entre el hombre civilizado y el primitivo, en cuanto se las deduce de complejas respuestas psíquicas, pueden ser reducidas a las mismas formas psíquicas fundamentales, tenemos el derecho de rechazar como inútil la discusión de los rasgos mentales hereditarios de varias ramas de la raza blanca. Mucho se ha dicho de las características hereditarias de los judíos, de los gitanos, de los franceses e irlandeses. Dejando de lado la insuficiencia de tales descripciones en que la diversidad existente en cada grupo es estimada en relación al énfasis subjetivo que se asigna a varios aspectos de la vida cultural, no veo que las causas externas y sociales que han moldeado el carácter de miembros de estos pueblos hayan sido alguna vez eliminados satisfactoriamente, y más aún, no veo cómo esto pueda hacerse. Nos resulta muy fácil enumerar factores exteriores que influyen sobre el cuerpo y la mente, tales como clima, nutrición, ocupación; pero tan pronto como entramos en la consideración de los factores sociales y condiciones mentales, somos incapaces de determinar de un modo preciso cuál es la causa y cuál el efecto.
Un estudio en apariencia excelente sobre las influencias exteriores en el carácter de un pueblo es el que ofrece A. Wernich en su descripción del carácter de los japoneses. Encuentra que algunas de sus particularidades son causadas por falta de vigor en los sistemas muscular y de nutrición, los que a su vez se deben a una alimentación inadecuada, mientras reconoce como hereditarias otras características fisiológicas que ejercen influencia sobre la mente. Y sin embargo, qué débiles parecen sus conclusiones a la luz del moderno desarrollo económico, político y científico del Japón, que adoptó en toda su extensión los rasgos mejores y peores de la civilización occidental.
Los efectos de la desnutrición continuada a través de muchas generaciones pueden haber afectado la vida mental de los bosquimanos y los lapones (Virchow); y sin embargo, después de la experiencia que acabamos de citar, bien podemos titubear antes de formular una conclusión definitiva.
Queda aún por estudiar un aspecto adicional de nuestra investigación de la base orgánica de la actividad mental: y es la cuestión de si ha progresado con la civilización la base orgánica de las facultades del hombre, y especialmente si es susceptible de ser mejorada por este agente la de las razas primitivas. Debemos considerar tanto el aspecto anatómico como el psicológico de esta cuestión. Hemos visto que la civilización causa cambios anatómicos de la misma índole que los que acompañan la domesticación de los animales. Es probable que los cambios de carácter mental ocurran simultáneamente con ellos. Los cambios anatómicos observados se limitan, empero, a este grupo de fenómenos. No podemos probar que hayan tenido lugar cambios progresivos del organismo humano; y no se ha descubierto avance alguno en el tamaño, o complejidad de la estructura del sistema nervioso central, causado por los efectos acumulativos de la civilización.
La dificultad de probar un progreso en la aptitud mental es aún mayor. Demasiado se ha sobreestimado el efecto de la civilización sobre la mentalidad. Los cambios psíquicos que fueron la consecuencia inmediata de la domesticación en un principio, quizá hayan sido considerables. Es dudoso que fuera de éstos se hayan producido otros cambios progresivos, de los que se transmiten por herencia. El número de generaciones sometidas a la influencia de la civilización occidental parece en conjunto demasiado pequeño. Para grandes regiones de Europa no podemos suponer más de cuarenta o cincuenta; y aún este número es demasiado alto, puesto que en la Edad Media el grueso de la población vivía en un estado de civilización muy bajo.
Además, la tendencia reciente de la multiplicación humana es tal que las familias más cultas tienden a desaparecer, mientras otras que han estado menos sometidas a las influencias que regulan la vida de la clase más culta ocupan su lugar. Es mucho más probable que el progreso se transmita por medio de la educación y no que sea hereditario.
Deberíamos tener un concepto claro respecto a la diferencia entre los fenómenos mismos de la cultura y los conceptos abstractos de cualidades de la mente humana que se deducen de datos culturales, pero que no tienen significado cultural si se los concibe como absolutos, como existiendo fuera de una cultura. La suposición de que en cierta época las cualidades mentales del hombre existieron in vacuo es insostenible, pues todo nuestro conocimiento del hombre deriva de su conducta en condiciones culturales dadas. Podemos decir que la condición nerviosa de un individuo tiende a hacerlo estable o inestable, lento para actuar o de decisiones rápidas, pero podemos deducir esto solamente a través de su reacción frente a condiciones culturales dadas. La forma en que se manifiestan estas características depende de la cultura en que viven los individuos.
La existencia de una mentalidad absolutamente independiente de las condiciones de vida es inconcebible. La psicología experimental fue estéril en sus primeras etapas porque operaba con la teoría de la existencia de una mente absoluta, no sujeta al cuadro ambiental en que vive.
La situación en la morfología es análoga. La definición estricta de un tipo morfológico exige un enunciado de la variedad de formas que puede asumir un organismo bajo condiciones variables, pues un tipo morfológico sin condiciones ambientales es inexistente e inconcebible. En los animales superiores lo proponemos porque las variaciones producidas por el ambiente son pequeñas comparadas con las características fundamentales estables. En contraste con esto, las características fisiológicas y psicológicas de los animales superiores y particularmente del hombre, son altamente variables y sólo pueden establecerse en relación con las condiciones ambientales, incluidas las condiciones físicas y culturales. Los rasgos de la personalidad pertenecen a esta clase y tienen sentido únicamente cuando se expresan como reacciones del individuo a los diversos tipos ambientales, de los cuales la cultura existente es el de mayor importancia.
Algunas de las abstracciones derivadas de la conducta del hombre en el mundo entero son básicas en todas las formas de la cultura. Dos son las esenciales: la inteligencia humana —esto es, la capacidad de extraer conclusiones de premisas y el deseo de averiguar las relaciones causa les— y la tendencia siempre presente a valorar el pensamiento y la acción conforme a las ideas de bueno y malo, hermoso y feo, libertad individual o subordinación social. Sería empresa difícil probar un aumento de la inteligencia, o de la habilidad para valorar las experiencias. Un estudio sincero de las intenciones, observaciones y valoraciones del hombre en las formas más diversas de la cultura no nos proporciona base alguna para sostener que ha habido algún desarrollo de estas cualidades. Sólo encontramos una expresión de la aplicación de estas facultades a culturas más o menos altamente individualizadas.
Para probar el efecto acumulativo de la civilización a través de la herencia, se asigna generalmente mucha importancia a la vuelta a condiciones primitivas de individuos educados, pertenecientes a razas primitivas. Dichos casos se interpretan como pruebas de la incapacidad del hijo de una raza inferior de adaptarse a nuestra alta civilización, aún si se le ofrecen las mejores oportunidades. Es verdad que se ha recogido cierto número de ejemplos de este tipo. Entre éstos se cuenta el del fueguino de Darwin, que vivió en Inglaterra algunos años y regresó a su país donde volvió a adoptar las costumbres de sus compatriotas primitivos; y la muchacha de Australia occidental que se casó con un hombre blanco, pero huyó súbitamente a la selva después de matar a su esposo, y reanudó la vida con los nativos. Ninguno de estos casos fue descrito con suficientes detalles. Las condiciones sociales y mentales del individuo nunca fueron sometidas a un análisis minucioso. A mi juicio, aún en los casos extremos, a pesar de su mejor educación, la posición social fue siempre de aislamiento, mientras que los vínculos de consanguinidad formaban un eslabón de enlace con sus hermanos incivilizados. El poder con que la sociedad nos retiene y nos impide traspasar sus límites no puede haber actuado con tanta fuerza sobre ellos como sobre nosotros.
La posición lograda por muchos negros en nuestra civilización tiene exactamente el mismo valor que los pocos casos de reincidencia que han sido recogidos con tanto empeño y cuidado. Yo colocaría al lado de ellos a esos hombres blancos que viven solos entre tribus nativas y que casi invariablemente se hunden en una posición semibárbara, y los miembros de familias acomodadas que prefieren la libertad ilimitada a las cadenas de la sociedad y huyen al desierto, donde llevan una vida en ningún sentido superior a la del hombre primitivo.
En el estudio del comportamiento de miembros de razas foráneas educados en la sociedad europea, también deberíamos tener presente la influencia de los hábitos de pensamiento, sentimiento y acción adquiridos en la primera infancia, y de los que no se conserva ningún recuerdo. Se debe en gran parte a Sigmund Freud [1] el que comprendamos la importancia de estos incidentes olvidados que continúan siendo una fuerza viva durante toda la vida, tanto más potente cuanto más completamente se han olvidado. Debido a sus influencias perdurables, muchos de los hábitos de pensamiento y rasgos de personalidad que todos nos apresuramos a interpretar como causados por la herencia, son adquiridos bajo la influencia del ambiente en que el niño pasa los primeros años de su vida. Todas las observaciones respecto a la fuerza del hábito y a la intensidad de la resistencia a cambios de costumbres están en favor de esta teoría.
Nuestra breve consideración de algunas de las actividades mentales del hombre en la sociedad civilizada y en la primitiva, nos ha llevado a la conclusión de que las funciones de la mente humana son comunes a toda la humanidad. Conforme a nuestro método actual de consideración de los fenómenos biológicos y psicológicos, debemos presumir que éstos se han desarrollado de condiciones previas inferiores, y que en una época debe haber habido razas y tribus en que las propiedades aquí descritas no estuvieron desarrolladas, o sólo en forma rudimentaria; pero también es cierto que entre las razas actuales del hombre por primitivas que sean en comparación con nosotros mismos, estas facultades están altamente desarrolladas.
La capacidad media de la raza blanca se encuentra, en el mismo grado, en gran proporción de individuos de todas las razas, y aunque es posible que algunas de estas razas puedan no producir tan elevada proporción de grandes hombres como nuestra raza, no hay razón para suponer que son incapaces de adquirir el nivel de civilización representado por el grueso de nuestra propia población.
Es probable que la distribución de los rasgos aquí descritos no sea la misma en todos los pueblos. Particularmente en los grupos pequeños de origen no mezclado, ciertos rasgos pueden ser bastante prominentes. Cabe admitir que en casos excepcionales, donde una población coincide casi con un linaje familiar, las diferencias innatas quizá lleguen a ser importantes —como en la aristocracia de los mejores tiempos de Atenas— pero la importancia abrumadora de las condiciones exteriores, culturales, es tan grande, como hemos visto, y en comparación las diferencias raciales cuantitativas entre grandes poblaciones son tan mezquinas, que ninguna de las teorías sobre diferencias sustanciales entre las razas parece ser científicamente sólida.