Hasta aquí hemos discutido la composición de las poblaciones, el efecto de la herencia y el grado de inestabilidad de los tipos humanos. Debemos ahora considerar la significación de los tipos fundamentalmente diferentes.
Todo el problema de la relación entre las razas se halla involucrado en la cuestión de si formas similares están siempre genéticamente emparentadas, o si un desarrollo paralelo puede haber ocurrido aquí y allá sin parentesco genético. Hemos tratado de demostrar que el hombre es una forma doméstica. Los cambios corporales producidos por la domesticación han sido observados en toda clase de animales. Son determinados fisiológicamente por la influencia de la domesticación sobre el organismo, y todas las diferentes especies reaccionan de manera similar. Por lo tanto, es preciso suponer que aquellos rasgos del cuerpo humano determinados por la domesticación pueden haberse desarrollado independientemente en diversas partes del mundo, y que tanto la pérdida de pigmentación (albinismo) como el aumento de pigmentación (melanosis), el cabello ondulado o rizado, la estatura alta o baja, y la pequeñez del rostro, cuando ocurren en regiones apartadas unas de otras, no evidencian, necesariamente, comunidad de origen. Éste es el punto de vista que también sostiene Eugen Fischer [2].
De la distribución de las formas domésticas actuales podemos deducir que los antepasados del hombre deben haber sido de cutis amarillento, quizá de cabello levemente ondulado, de cabezas moderadamente largas, caras no tan largas y tal vez un poco más anchas que las de los europeos, con una nariz más baja, de menor estatura y cerebro grande.
Las reacciones análogas a causas ambientales son muy frecuentes en el mundo orgánico. En las plantas, el crecimiento peculiar de la vegetación del desierto no se limita a una sola especie. La familia del cactus de América y la del Euphoriaceae de África son similares en su apariencia exterior.
En el siguiente párrafo Arthur W. Willey cita algunos casos de paralelismo en los animales. «El ejemplo más notable de los tres principios de divergencia, convergencia y paralelismo, a un tiempo, es, por supuesto, el que ofrece la serie paralela que presentan los mamíferos marsupiales o Metatheria, por una parte y los mamíferos placentarios comunes a Eutheria, por la otra… Paralelismos similares se descubren al comparar las series de insectívoros y roedores, la armadura espinosa de los erizos y la de los puercoespines, las costumbres de las musarañas de los árboles (Typaiidae) con las de las ardillas (Sciuridae), la forma terrestre, nocturna y semidomesticada de las musarañas de tierra, con la de los ratones y ratas, mientras la forma acuática y de vuelo en paracaídas también se encuentran en ambos órdenes. La musaraña almizclera, Crocidura murina, es muy semejante a la rata en su aspecto general, aunque sus ojos son pequeños y su dentición es la de los insectívoros».
«La evolución paralela acompañada de convergencia es la expresión de formaciones análogas en dos o más animales pertenecientes a subdivisiones diferentes, que pueden haber adquirido una diferenciación similar de apariencia exterior u organización interna independientemente, a través de distintos linajes, no ofreciendo los puntos en que se asemejan entre sí indicación alguna de afinidad genética o siquiera de asociación bionómica».
Al considerar las formas raciales desde un punto de vista puramente morfológico, importa subrayar el hecho de que esos rasgos en que el hombre se diferencia más marcadamente de los animales no ocurren con preferencia en una única raza, sino que cada raza es eminentemente humana desde un punto de vista diferente. En todos estos rasgos la distancia que separa al hombre del animal es considerable, y las variaciones entre las razas son insignificantes si se las compara con aquélla. Así encontramos que, en relación al cráneo, la cara del negro es más grande que la del indio americano, cuyo rostro es, a su vez, más grande que el del blanco. La porción inferior de la cara del negro tiene dimensiones mayores. El prognatismo del arco alveolar hace que su aspecto recuerde a los grandes antropoides. No se puede negar que este rasgo es una característica más constante de las razas negras y que representa un tipo algo más próximo al animal que el tipo europeo. Otro tanto puede decirse de las narices anchas y aplastadas de los negros y en parte de los mongoles.
Si aceptamos las teorías generales de Klaatsch, Straz y Schoetensack, que consideran al australiano como el tipo de hombre más antiguo y generalizado, podríamos también llamar la atención sobre la delgadez de las vértebras, la poco desarrollada curvatura de la columna vertebral, que Cunnigham fue el primero en observar, y las características del pie, que recuerdan las necesidades de un animal que vive en los árboles, y cuyos pies deben servir al propósito de trepar de rama en rama.
Al interpretar estas observaciones, es necesario recalcar con insistencia el hecho de que las razas que estamos acostumbrados a denominar razas superiores no están de ningún modo más apartadas del animal en todos los respectos. El europeo y el mongol tienen los cerebros más grandes; el europeo tiene cara pequeña y nariz pronunciada —características todas más alejadas del probable antepasado animal del hombre que los rasgos correspondientes de otras razas—. Por otro lado, el europeo comparte características inferiores con el australiano, puesto que ambos conservan en mayor grado el pelaje del antepasado animal, mientras que el desarrollo específicamente humano del labio rojo es más marcado en el negro. Las proporciones de las extremidades del negro son también más distintas de las proporciones correspondientes en los antropoides superiores que las de los europeos.
Al interpretar estos datos a la luz de los conceptos biológicos modernos, podemos decir que las características específicamente humanas aparecen con intensidad variable en diversas razas, y que la divergencia del antepasado animal sé ha desarrollado en distintas direcciones. De diferencias estructurales como éstas a que nos hemos referido se deduce comúnmente que las razas que exhiben características inferiores deben ser mentalmente inferiores. Esta inferencia es análoga a aquella que atribuye rasgos morfológicos inferiores a los criminales y otras clases socialmente inadaptadas. En este último caso no logramos encontrar ninguna comparación cuidadosa con los hermanos y hermanas no criminales o socialmente adaptados de estos grupos, el único medio por el que se podría verificar la teoría de la inferioridad morfológica.
Desde el punto de vista estrictamente científico, todas estas deducciones parecen expuestas a muy serias dudas. Se han efectuado algunas investigaciones en relación con estos problemas, pero sus resultados fueron totalmente negativos. De todas ellas la más significativa es el esmerado esfuerzo que realizara Karl Pearson por investigar la relación de la inteligencia con el tamaño y forma de la cabeza. Sus conclusiones son de tanta significación que creo necesario repetirlas aquí: «La responsabilidad de probar que otras medidas y observaciones psicológicas más sutiles conducirían a resultados más definidos puede quedar ahora, a mi juicio, para aquellos que a priori consideran probable tal asociación. A mí personalmente, el resultado de la presente investigación me ha convencido de que hay poca relación entre el físico exterior y el carácter psíquico del hombre». Creo que todas las investigaciones efectuadas hasta el momento actual nos obligan a suponer que las características del sistema óseo, muscular, visceral o circulatorio, no tienen prácticamente relación directa alguna con la capacidad mental del hombre (Manouvrier 1).
Estudiaremos ahora el importante asunto del tamaño del cerebro, que parece ser el rasgo anatómico que se relaciona más directamente con el tema en cuestión. Parece plausible que cuanto más grande sea el sistema nervioso central, tanto más elevadas sean las facultades de la raza, y mayor su aptitud para los logros mentales. Repasemos hechos conocidos. Hay dos métodos en uso para averiguar el tamaño del sistema nervioso central: la determinación del peso del cerebro y la de la capacidad de la cavidad craneana. El primero de estos métodos es el que promete resultados más exactos. Naturalmente, el número de europeos cuyo peso cerebral se ha verificado es mucho mayor que el de individuos de otras razas. Dispónese, sin embargo, de datos suficientes para establecer fuera de toda duda el hecho de que el peso del cerebro de los blancos es mayor que el de la mayoría de las otras razas, especialmente mayor que el de los negros. Las investigaciones acerca de la capacidad craneana están en completo acuerdo con estos resultados. Según Topinard, la capacidad del cráneo de los varones del período neolítico en Europa es alrededor de 1560 cm3 (44 casos); la de los europeos modernos es la misma (347 casos); la de la raza mongólica 1510 cm3 (68 casos); la de los negros africanos[18], 1405 cm3 (83 casos); la de los negros del océano Pacífico, 1400 cm3 (46 casos). Aquí encontramos, pues, una decidida diferencia a favor de la raza blanca.
Al interpretar estos hechos, debemos preguntamos: ¿Demuestra el aumento del tamaño del cerebro un aumento de la aptitud? Esto parecería sumamente probable y podrían aducirse hechos que hablan en favor de esta suposición. El primero de ellos es el tamaño relativamente grande del cerebro entre los animales superiores y el tamaño aún más grande en el hombre. Manouvrier [2] ha medido la capacidad craneana de treinta y cinco hombres eminentes. Descubrió que su promedio era de 1665 cm contra 1560 de promedio general, derivado de la medición de 110 individuos. Por otra parte encontró que la capacidad craneana de cuarenta y cinco criminales era de 1580 cm, también superior al término medio general. El mismo resultado se obtuvo con el peso de los cerebros de hombres eminentes. Los cerebros de treinta y cuatro de ellos demostraron un aumento medio de 93 gramos sobre el promedio de peso del cerebro, de 1357 gramos. Otro hecho que puede aducirse en favor de la teoría de que los cerebros más grandes van acompañados de mayor aptitud es que las cabezas de los mejores estudiantes ingleses son más grandes que las de los alumnos corrientes (Galeón 2). No debe exagerarse empero la fuerza de los argumentos proporcionados por estas observaciones.
Ante todo, no todos los cerebros de los hombres eminentes son excepcionalmente grandes. Por el contrario, se han encontrado en la serie algunos excepcionalmente pequeños. Además, la mayoría de los pesos de cerebros que constituyen la serie general se obtienen en institutos anatómicos; y los individuos que van a parar allí están pobremente desarrollados como consecuencia de una nutrición deficiente y de condiciones de vida desfavorables, mientras que los hombres eminentes representan una clase mucho mejor nutrida. Así como la mala alimentación reduce el peso y el tamaño de todo el cuerpo, reducirá también el tamaño y el peso del cerebro. No es seguro, por lo tanto, que la diferencia observada se deba enteramente a la aptitud superior de los hombres eminentes. Esto puede explicar también el mayor tamaño de los cerebros de las clases profesionales respecto a los de los trabajadores incultos (Ferraira).
A pesar de estas restricciones, el aumento del tamaño del cerebro en los animales superiores y la falta de desarrollo en los individuos microcefálicos, son hechos fundamentales que hacen más que probable que el aumento de tamaño del cerebro acompañe a un aumento de la aptitud, aunque la relación no es tan inmediata como a menudo se supone.
El porqué de la falta de correlación estrecha entre el peso del cerebro y las facultades mentales no es difícil de explicar. El funcionamiento del cerebro depende de células y fibras nerviosas que no constituyen, en modo alguno, toda la masa del cerebro. Un cerebro con muchas células y complejas conexiones entre las células puede contener menos tejido conjuntivo que otro de estructura nerviosa más simple. En otras palabras, si hay una estrecha relación entre forma y capacidad, debe buscarse más bien en los rasgos morfológicos del cerebro que en su tamaño. Existe una correlación entre el tamaño del cerebro y el número de células y fibras, pero tal correlación es débil (Donaldson; Pearl 2). Un resumen del estado actual de nuestros conocimientos presentado por G. Levin (1937) concuerda por completo con las anteriores afirmaciones demostrando que «los signos de inferioridad no tienen justificación en ser considerados como tales». Ocurren en los cerebros de todas las razas y tanto en los cerebros de hombres eminentes como en los de personas de inteligencia común. Más aún, el funcionamiento del mismo cerebro depende de su irrigación sanguínea. Si ella no es adecuada, el cerebro no funciona correctamente.
A pesar de los numerosos esfuerzos realizados para hallar diferencias estructurales entre los cerebros de distintas razas humanas, que pudieran ser directamente interpretadas en términos psicológicos, no se ha llegado a resultado concluyente alguno. El status de nuestro conocimiento ha sido bien expuesto por Franklin P. Mall, quien sostiene que debido a la gran variabilidad de los individuos que constituyen cada raza, las diferencias raciales son sumamente difíciles de descubrir, y que hasta el presente no se ha encontrado ninguna que resista a una crítica seria.
Entre las poblaciones del mundo encontramos tres tipos representados por los mayores números: el mongol, el europeo y el negro. Una breve consideración de la historia reciente demuestra, sin embargo, que estas condiciones son enteramente modernas. La gran densidad de población de Europa se desarrolló durante los últimos miles de años. Aún en tiempos de César, la población de la Europa septentrional debe haber estado muy dispersa. Se calcula que la población de Galia puede haber sido de 450, y la de Alemania de 250 habitantes por milla cuadrada (Hoops), y la población de Europa oriental quizá fuera menos densa aún. El gran aumento de población en la zona del Mediterráneo ocurrió en un período anterior, pero todo el proceso no puede haber durado más de algunos miles de años. Lo mismo puede decirse de la China y de la India. La gran densidad de población es un fenómeno reciente en todas partes. Está condicionada al aumento de sustancias alimenticias producido por la aplicación de la agricultura intensiva bajo condiciones climáticas y culturales favorables. Cuando estas condiciones se toman menos favorables, la densidad de la población puede decrecer nuevamente, como en el África del Norte y en Persia. Demostraremos más adelante que la agricultura es un desarrollo reciente en la historia humana, y que en tiempos primitivos el hombre vivía del alimento que podía recoger y de la caza. En tales condiciones la densidad de la población está necesariamente restringida por las dimensiones del hábitat de un pueblo y por su productividad. En general, en climas similares habrá el mismo número máximo que pueda vivir del producto de un área dada, y este número deberá ser siempre pequeño, al estar limitado por la provisión de alimentos disponibles en años desfavorables. Podemos concluir, pues, que en tiempos primitivos el número de individuos comprendido en cada raza era aproximadamente proporcional al área habitada por ella, con las debidas concesiones, empero, a la productividad excepcional o a la extraordinaria esterilidad de las regiones habitadas.
Las migraciones europeas a otros continentes no comenzaron hasta muy tarde. En el siglo XV la raza europea no había pisado aún América, Australia ni Sudáfrica. Estaba estrictamente confinada al Mediterráneo, esto es, a Europa, África del Norte y partes del Asia Occidental. En un período anterior se extendía hacia el este hasta el Turkestán. La gran expansión del pueblo de facciones mongólicas es también reciente en parte, por lo menos en lo que respecta a cantidades importantes. La extensión geográfica de la raza ocurrió particularmente en el Sudeste donde el malayo desarrolló el arte de la navegación y se estableció en las islas de los océanos índico y Pacífico. Existen asimismo pruebas de la invasión del Asia Meridional por pueblos mongólicos que venían del Asia Central.
Por otra parte los límites del área de la raza negra parecen haber sido traspasados por migraciones recientes. En la actualidad —dejando aparte el trasplante forzado del negro a América— encontramos negros prácticamente en toda África al sud del Sahara. También se encuentran pueblos negroides, sin embargo, en lugares aislados a lo largo del confín meridional del continente asiático. El conglomerado más numeroso vive en Nueva Guinea y en las cadenas de islas que se extienden desde Nueva Guinea hacia el este y el sudeste. Otros grupos menores se encuentran en las islas Filipinas, en el interior de la península Malaya y en las islas Andamán en el Golfo de Bengala. Como se sabe que las importantes migraciones de pueblos asiáticos de Asia Central y Occidental a estos territorios tuvieron lugar recientemente, parece verosímil que el territorio negro en el Asia Meridional haya sido mucho más extenso en tiempos pretéritos. Sólo podría ofrecernos pruebas de esta teoría la evidencia arqueológica, pero hasta ahora no disponemos de ella.
Estas consideraciones demuestran de modo concluyente que las cifras relativas de las razas deben haber cambiado enormemente en el transcurso del tiempo, y que razas que son en la actualidad totalmente insignificantes en cuanto a su número pueden haber constituido en tiempos antiguos una parte considerable de la especie humana.
En una consideración biológica de las razas el número total de individuos está fuera de lugar. La única cuestión, de momento, es la del grado de diferenciación morfológica. Los mongólicos y los negros representan las dos formas más vivamente contrastadas de la especie humana: su pigmentación, la forma del cabello, del rostro y la nariz, las proporciones del cuerpo, son todas característicamente distintas. La piel del negro es oscura, la del mongol clara, el cabello del primero es rizado, y su sección achatada, el del segundo lacio, y su sección redondeada; la nariz del primero es aplastada, la del segundo mucho más alta; los dientes del negro salidos, los del mongol verticales. Aun en este caso no sería justo afirmar que no hay individuos que respecto a algunas de estas características difieren tanto de su propio grupo que en todos los rasgos son absolutamente distintos uno del otro, pero en sus formas pronunciadas los dos grupos presentan un contraste violento y decidido. Es interesante observar que la distribución geográfica de estos dos tipos raciales representan dos áreas bien definidas. El tipo mongólico, tal como lo hemos definido, se halla en Asia oriental y en ambas Américas; el tipo negroide ocupa África y puntos aislados de la costa norte y noreste del océano índico. Si consideramos el Asía Oriental y América como territorios fronterizos del Océano Pacífico y el África limítrofe con el Océano índico y suponemos que los negros ocupaban en una época la totalidad del Asia meridional, podemos decir que estos dos grandes grupos raciales poblaban en cierto momento la mayor parte de las tierras habitables, y que se puede definir a una como la raza del Océano Indico y a la otra como la del océano Pacífico.
Existen, sin embargo, algunos tipos principales que no caben fácilmente dentro de este esquema único. Son éstos los europeos, los australianos, incluso presumiblemente los antiguos habitantes de la India, y los tipos de negros pigmeos. En pigmentación los europeos ofrecen un contraste aún más violento con los negros que los mongoles, pero en otros rasgos ocupan una posición más o menos intermedia; la forma del cabello, las proporciones del cuerpo, la forma de los ojos y las mejillas no difieren tanto de las del negro como las que se encuentran habitualmente entre los mongólicos. Los australianos, por otra parte, presentan un número de características más bien primitivas que los destacan vigorosamente de otras razas, y nos inclinan a creer que presentan un tipo, diferenciado en un período primitivo, que puede haber sido desplazado por las raías más afortunadas hacia remotos confines del mundo.
Los tipos negros pigmeos están representados en su forma extrema por los bosquimanos de África del Sud, pueblo de estatura diminuta, de piel amarillenta clara, de nariz y rostro muy aplastados y cabellos exageradamente rizados. No caben dudas de que sus formas generales son las del negro. Deben pertenecer a esta raza, de la que forman, sin embargo, una división aparte. La distribución actual de las tribus de pigmeos en África es bastante irregular. Se encontraban en gran número hasta tiempos recientes en Sudáfrica. Tribus esporádicas cuyas características son, no obstante, más negroides, aparecen en muchas partes de África; en la curva meridional del río Congo, en la región noroeste del Congo, no lejos de la costa occidental, y en los territorios que dan nacimiento al Nilo Blanco.
Pueblos de pigmeos se encuentran también en las islas Andamán, la Península Malaya, las Islas Filipinas y en Nueva Guinea. En lo que concierne a África existen pruebas bastante convincentes de que en épocas anteriores las tribus pigmeas tenían una distribución mucho más amplía. Se produjo un movimiento muy general hacia el sud de las tribus negras que ocupan el África Central en la actualidad, cuyo resultado puede haber sido la dispersión de la población más antigua. La respuesta definitiva a este problema nos la proporcionará la investigación arqueológica que quizá descubra restos del tipo sudafricano, fácilmente reconocible, en distritos ocupados ahora por negros altos. La cuestión no es tan clara respecto de las tribus pigmeas de Asia Sud-oriental cuya relación con el tipo negro alto es más confusa.
Los europeos, por lo que sabemos, estuvieron limitados siempre a un área relativamente exigua. Fuera de Europa septentrional, Asia noroccidental y pequeñas partes de África noroccidental, los tipos rubios y de ojos azules no han constituido nunca poblaciones íntegras o casi íntegras. Dado que nada indica que el tipo sea particularmente primitivo, sino que más bien muestra rasgos altamente especializados, su origen debe buscarse en Europa o cerca de ella.
A fin de entender la posición del tipo, volvamos nuestra atención a variaciones especiales que ocurren en las razas mongólicas. Aunque el mongol típico tiene el cabello negro y lacio, ojos oscuros, cara gruesa, nariz moderadamente ancha y no muy alta, suelen ocurrir variaciones: Es frecuente encontrar en muchas regiones individuos de piel muy clara. Generalmente los nativos están atezados, pero hay casos en que la blancura de la piel protegida compite con la del europeo. Yo he visto entre los haida de la Columbia Británica mujeres sin rastros de mezcla europea, antes bien con facciones característicamente indias, aunque piel blanca, cabellos castaño rojizo y ojos pardos claros. Es difícil ofrecer una prueba absoluta de la ausencia de mezcla europea, pero el alto valor que los indios asignan tradicionalmente a un cutis claro y cabellos castaños demuestra que éstos deben serles familiares desde hace mucho tiempo. La piel clara predomina también entre las tribus indias del Misisipi superior. Por otra parte también se dan casos de aumento de pigmentación, como entre los indios yuma del sud de California, que son tan oscuros, que en muchos individuos el color de la piel puede compararse al de los negros más claros. Si consideramos todas las variedades locales que aparecen podríamos decir que la pigmentación europea representa una variante extrema de la relativa falta de pigmentación que es característica de los tipos mongólicos.
Condiciones similares prevalecen respecto ni color y forma del cabello. Si bien no conozco ningún caso de cabello rubio entre tipos mongólicos, el castaño rojizo es ciertamente común. Aun entre los adultos el cabello castaño no es localmente raro. El cabello ondulado también aparece localmente. Existe una decidida tendencia en muchos grupos a desarrollar narices grandes y muy altas. La nariz angosta y de gracioso corte esquimal, la fuerte nariz aguileña del indio de las llanuras, puede ser contrastada con la nariz baja y chata del indio de Puget Sound. Las narices elevadas son también no poco frecuentes entre las tribus del sur de Siberia. En este sentido la nariz europea está completamente en línea con las variantes que se encuentran en la raza mongólica. Otro tanto puede decirse respecto al ancho de la cara. Mientras en el tipo mongólico más característico es muy acentuado, hay muchos casos en que los pómulos se inclinan hacia atrás y producen la impresión de una cara angosta. Junto con esto y con el aumento de elevación de la nariz se atenúan otras características mongólicas, aunque la forma peculiar de los ojos puede observarse en casi todo joven chino y en la mayoría de los japoneses. La angostura del rostro no es en ninguna parte tan notable como entre algunos tipos europeos modernos del noroeste, y la angostura y elevación de la nariz son más pronunciadas entre los armenios, pero estos tipos son simplemente casos exagerados de una tendencia que puede observarse esporádicamente en muchas regiones.
La tendencia de la raza mongólica a variar en la dirección de tipos representados por los europeos, se expresa también en las características de una cantidad de tipos locales anormales. Así se ha señalado la semejanza entre los europeos del este y los ainos del norte del Japón, y en virtud del parecido fisonómico se ha supuesto un parentesco entre los tipos indonesios y los europeos.
Es muy sugestivo que entre las variantes locales de los negros no encontremos tal aproximación a las formas europeas. La pigmentación, el cabello, la nariz y el rostro varían considerablemente, pero sería difícil encontrar un caso de población negra pura que represente una variante que se aproxime notablemente a las formas europeas. Donde se encuentra un aumento de elevación de la nariz, como en África Oriental, hay también fuerte sospecha de mezcla asiática occidental.
En virtud de estas consideraciones, el europeo nos parece muy probablemente una especialización reciente de la raza mongólica.
Es necesario volver aquí una vez más a algunas consideraciones geográficas generales. La masa de tierra del mundo se extiende en forma continua desde el ancho valle formado por los océanos Atlántico y Ártico en tomo a los océanos Pacifico e índico. Podríamos decir que en tiempos geológicos modernos toda la masa de tierra forma las márgenes de los océanos Pacífico e Indico de modo que el Viejo Mundo da la espalda al Nuevo Mundo a orillas del Océano Atlántico. Cualquier intercambio que haya existido debió ocurrir a lo largo de las orillas del Océano Pacífico, No había medio alguno de salvar la distancia que divide las costas atlánticas de Europa y África de las de América. Aun aceptando la teoría de Wegener de la separación de los continentes, no hay posibilidad de que ello haya sucedido en una época en que el hombre estuviera presente.
En el período terciario estas condiciones eran distintas, y si el hombre hubiera existido en Europa en aquel tiempo, podría haber emigrado a América a través del puente septentrional que unía a Europa con América por la vía de Islandia. Aunque no se han hallado restos humanos del terciario en Europa, se ha sostenido que ciertos objetos de piedra que muestran superficies hendidas en sus extremos prueban la existencia en Europa de un precursor del hombre, al menos, durante el período terciario. Como quiera que la raza americana y la raza mongólica de Asia son fundamentalmente parecidas, y como es en extremo improbable que el hombre se haya originado en América, estamos obligados a suponer que llegó a América, ya sea pasando por Asia, o en el período terciario, desde Europa. Es difícilmente concebible que el antepasado de la raza mongólica pueda haber vivido en Europa y llegado a América de esta manera, pero no hay prueba, a más de su posibilidad, que apoye tal hipótesis. Por el contrario, la semejanza, entre los mongólicos asiáticos y americanos es tan notable que debemos suponer una relación muy estrecha y reciente entre ambos. Es, por lo tanto, muy probable que el área de especialización en que se desarrolló la forma mongólica fuera algún lugar de Asia, y que la raza haya llegado a América a través del puente de tierra que unía a este continente con América. Si esto es verdad, América debe haber sido poblada en un período reciente. No tenemos pruebas que confirmen la opinión de que razas idénticas a las modernas vivieran antes del último período interglacial. El hombre, pues, debe haber llegado ni continente americano cuando las razas actuales estaban ya establecidas y era imposible la comunicación entre los dos continentes. Durante los períodos glaciales la parte noroccidental de nuestro continente estuvo cubierta de hielo. Por lo tanto hemos de suponer que el arribo del hombre a América ocurrió no más tarde de uno de los últimos períodos interglaciales.
Hay empero otra posibilidad. Se puede concebir que el hombre haya llegado a América en una época anterior, pero entonces deberíamos suponer que el desarrollo del tipo mongólico tuvo lugar en América y que la actual ocupación de Asia por dicha raza representa una corriente retrógrada. Desde el punto de vista paleontológico y geológico esto es perfectamente concebible, pero ninguno de estos puntos de vista puede al presente ser corroborado por hechos. El problema quedará resuelto cuando se conozcan mejor las formas primitivas del hombre en el Asia Septentrional y en América.
Así como el área de especializaron de la raza mongólica debe buscarse en alguna región alrededor del Océano Pacífico, se presume que el desarrollo del tipo negro debe hallarse en la proximidad del Océano índico, dado que todas las variantes de este tipo están localizadas en esa región, y exceptuando el esqueleto de Grimaldi, no hay indicación de caracteres negroides fuera de ella.
Si nuestras teorías son correctas, los europeos representarían una nueva forma especializada, derivada de la raza mongólica; el negro y el negro pigmeo, dos tipos, de los cuales el pigmeo de piel clara puede ser más antiguo que el negro alto.
El problema de la posición de la raza australiana es diferente. Si no fuera por el hecho de que la raza presenta muchas características aparentemente muy antiguas tanto en la forma del esqueleto como en la columna vertebral y las extremidades, podríamos considerarla en una relación algo semejante respecto al tipo negro, a la que guarda el europeo respecto del mongólico, pues hay muchos rasgos comunes a ambas razas. La pigmentación, forma de la nariz y tamaño de la caja encefálica presentan características que distinguen a ambos grupos definidamente de los grupos mongólicos. El cabello rizado del negro puede considerarse como una variante del ondulado del australiano. Las características especiales del australiano son, sin embargo, de tal índole, que deben haber pertenecido a un tipo de hombre muy antiguo, y por lo tanto el australiano representaría el tipo más viejo, el negro el más nuevo. Si tal fuera el caso esperaríamos encontrar formas australianas extensamente distribuidas en el sud de Asia. En ver dad existen puntos de semejanza entre la antigua población nativa de la India y los australianos, y nuestro problema se resolverá cuando obtengamos datos sobre los restos óseos de las razas prehistóricas de toda el área lindante con el Océano índico.