Capítulo II

Análisis histórico

El problema de las relaciones entre raza y cultura atrajo la atención de muchos investigadores. Muy pocos lo abordaron de manera imparcial y crítica. Su criterio estuvo demasiado a menudo influido por prejuicios raciales, nacionales o de clase.

Durante mucho tiempo se sostuvo la teoría de que el origen racial determina el carácter o capacidad de un pueblo o de una clase social. Linneo, en su descripción de los tipos raciales, atribuye a cada uno sus características mentales. Toda la teoría de la aristocracia privilegiada se basa en la suposición de una estrecha correlación entre la excelencia individual y la descendencia de una estirpe noble. Hasta fines del siglo XVIII la organización de la sociedad europea favoreció la suposición de una íntima correlación entre origen y cultura. Cuando en 1727 Boulainvilliers estudió la historia política de Francia, llegó a la conclusión de que la vieja aristocracia descendía de los francos y el grueso de la población de los celtas, e infería de ello que los francos deben haber poseído dotes mentales superiores. Entre autores más recientes, John Beddoe se refiere a las características mentales de los diversos tipos de Escocia e Inglaterra, y A. Ploetz atribuye características mentales a las distintas razas.

Gobineau desarrolló estas ideas dando mayor énfasis a la permanencia de la forma física y funciones mentales de todas las razas. Sus puntos de vista esenciales aparecen en las siguientes aseveraciones: «1) Las tribus salvajes actuales siempre han estado en esta condición, no importa cuáles fueran las formas culturales en cuyo contacto puedan haber entrado, y siempre permanecerán en esta condición; 2) Las tribus salvajes pueden continuar existiendo en un estado de vida civilizada únicamente si el pueblo que creó este modo de vida es una rama más noble de la misma raza; 3) Las mismas condiciones son necesarias cuando dos civilizaciones ejercen fuerte influencia una sobre la otra, se copian recíprocamente y crean una nueva civilización compuesta con los elementos de cada una; dos civilizaciones nunca pueden mezclarse; 4) Las civilizaciones originadas en razas completamente extrañas las unas a las otras solamente pueden establecer contactos superficiales, nunca pueden interpenetrarse y siempre serán mutuamente excluyentes.» Sobre la base de la identificación de los datos históricos y raciales, Gobineau desarrolla su idea de la excelencia superior del europeo noroccidental. Su obra puede ser considerada como el primer desarrollo sistemático de este pensamiento. Ha ejercido una influencia extraordinariamente poderosa.

La división de Klemm (1843) de la humanidad en una mitad activa o «masculina» y una pasiva o «femenina» está basada en consideraciones culturales. Describe las actividades de los europeos como las de la mitad activa y ase gura[2] que sus características mentales son fuerza de voluntad, firme deseo de dominio, independencia y libertad; actividad, inquietud, ansias de expansión y de viajes; progreso en toda dirección, una inclinación instintiva a la investigación y al experimento, resistencia obstinada y duda. Los persas, árabes, griegos, romanos, los pueblos germánicos y también los turcos, tártaros, cherqueses, los incas del Perú y los polinesios[3], pertenecen a este grupo. Su descripción de la forma corporal de la mitad pasiva del género humano se basa muy principalmente en impresiones generales derivadas del aspecto físico de los mongólicos[4]. Reconoce que existen diferencias entre mongoles, negros, papúes, malayos e indios americanos, pero subraya como caracteres uniformes la pigmentación oscura, la forma del cráneo, y lo más importante de todo «la pasividad de la mente». De acuerdo con su teoría la mitad pasiva de la humanidad se habría extendido por todo el globo en tiempos remotos y está representada por la parte conservadora de las poblaciones de Europa. La raza activa se desarrolló en los Himalayas y se diseminó gradualmente por el mundo entero convirtiéndose en la raza dominante dondequiera que iba. Klemm supone que muchos de los inventos más valiosos fueron logrados por la raza pasiva, pero que no progresaron más allá de cierto límite. Ve como impulso motor en la vida del hombre el esfuerzo por lograr una unión entre las razas activa y pasiva, que ha de representar a la humanidad íntegramente y cuya nieta es la civilización. Las opiniones de Klemm fueron aceptadas por Wuttke.

Carl Gustav Carus (1849) reconoce que la división de Klemm es esencialmente cultural. Sus propios puntos de vista, que expresara por vez primera en su Sistema de Fisiología (1838) se basan en la especulación. Piensa que las condiciones de nuestro planeta deben reflejarse en todas las formas vivientes.

El planeta tiene día y noche, amanecer y crepúsculo y así hay animales activos y plantas que florecen a la luz del día, otros de noche y otros todavía al amanecer o al crepúsculo. Así debe acontecer con el hombre, y por esta razón sólo pueden existir cuatro razas: una raza diurna, una raza nocturna, una raza del amanecer y otra del crepúsculo, las que están representadas respectivamente por los europeos y asiáticos occidentales, los negros, los mongoles y los indios americanos. Después de haber fundado estos grupos sostiene, siguiendo a Morton, que el tamaño del cerebro de la raza diurna es grande, el de la nocturna pequeño, y los de las razas del amanecer y el crepúsculo intermedios. También considera la forma facial del negro, como similar a la de los animales El argumento restante deriva de lo que en su época parecían ser las condiciones culturales de las razas humanas. Entre las diversas razas otorga primacía a la indostánica, creadora de la verdad, a la egipcia, creadora de la belleza y a la judía, creadora del amor humano. El deber de la humanidad es desarrollar al máximo en cada raza sus características innatas.

Entre los primeros escritores americanos, Samuel G. Morton fundó sus conclusiones en una investigación cuidadosa de los tipos raciales. Sus opiniones generales estaban influidas en gran medida por el interés en la cuestión de la poligénesis o el monogenismo, que dominaba los espíritus cu aquella época. Llegaba a la conclusión de que las razas humanas debieron tener un origen múltiple y sostenía que las características distintivas de las razas estaban íntimamente asociadas con su estructura física. Dice así «[La raza caucasiana] se distingue por la facilidad con que logra el más alto desarrollo intelectual… En sus características intelectuales, los mongoles son ingeniosos, imitativos y altamente susceptibles de cultura… El malayo es activo e ingenioso y posee todos los hábitos de un pueblo migratorio, rapaz y marítimo… Mentalmente los americanos se caracterizan por ser contrarios a la cultura, lentos, crueles, turbulentos, vengativos y afectos a la guerra y enteramente desprovistos de gusto por las aventuras marítimas… El negro es de natural alegre, flexible e indolente y los numerosos grupos que constituyen esta raza poseen una singular diversidad de carácter del que su último extremo es el eslabón más bajo del linaje humano».

Al referirse a grupos particulares dice: «Las facultades mentales del esquimal desde su niñez hasta la ancianidad, presentan una infancia continua; llegan a cierto límite y no evolucionan más»; y de los australianos: «No es probable que este pueblo, como masa, sea capaz de otra cosa que el leve grado de civilización que posee». Su punto de vista aparece claramente en la nota al pie que agrega a esta observación. «Esta conmovedora imagen se deriva de la gran mayoría de observadores de la vida australiana. El lector puede consultar en la Australia de Dawson, algunos puntos de vista diferentes que, no obstante, parecen influidos por un genuino y activo espíritu de benevolencia». En el apéndice a la obra de Morton, George Combe, el frenólogo, discute la relación entre la forma de la cabeza y el carácter, y destaca particularmente el hecho de que el cerebro del europeo es el más grande y el del negro el más pequeño, deduciendo de esto una condición intelectual correspondiente. Es indiscutible la contradicción que existe entre esta afirmación y los datos ofrecidos en la obra de Morton, según los cuales las gentes civilizadas de América tienen cabezas más chicas que las llamadas tribus bárbaras.

Morton fue seguido por una cantidad de escritores cuyas opiniones estaban coloreadas por el afán de defender a la esclavitud como institución. Para ellos, el problema de la poligénesis y del monogenísmo era importante particularmente, porque el origen distinto y la permanencia de tipo del negro parecían justificar su esclavitud. Los trabajos más importantes de este grupo son los de J. C. Nott y George R. Gliddon. Nott, en su introducción a Types of Mankínd dice: «El gran problema que más particularmente interesa a todos los lectores es el que implica el origen común de las razas; pues de esta última deducción dependen no sólo ciertos dogmas religiosos, sino la cuestión más práctica de la igualdad y perfectibilidad de las razas —decimos “cuestión más práctica” porque mientras el Todopoderoso por una parte, no es responsable ante el Hombre por el distinto origen de las razas humanas, éstas, en cambio, deben responder ante Él por la forma en que usan el poder delegado en ellas, unas hacia otras».

«Admítase o no una diversidad original de las razas, la permanencia de tipos físicos existentes no será discutida por ningún arqueólogo o naturalista de la actualidad. Ni tampoco podrán negar tales hábiles arbitradores la consecuente permanencia de las peculiaridades morales e intelectuales de los tipos. El hombre intelectual es inseparable del hombre físico, y el carácter de uno no puede ser alterado sin un cambio correspondiente en el otro». Más adelante dice «para quien ha vivido entre los indios americanos es inútil hablar de civilizarlos. Tanto valdría tratar de cambiar la naturaleza del búfalo».

Houston Stewart Chamberlain adoptó un plan de argumentación similar al de Gobineau. Su influencia parece deberse más al hecho de que presentó en forma atractiva conceptos corrientes, que a su exactitud científica y pensamiento penetrante. Dice así [2] «¿Por qué hemos de entrar en largas investigaciones científicas para determinar si existen diferentes razas y si el origen racial tiene valor, cómo es eso posible, etc?». Invirtiendo la cuestión decimos: es evidente que hay diferencias raciales; es un hecho de experiencia inmediata que la genealogía de una raza es de importancia decisiva; todo lo que hay que hacer es investigar cómo se produjeron esas diferencias y por qué están allí. No debemos negar los hechos para proteger nuestra ignorancia.

«… Quienquiera recorra la corta distancia de Calais a Dover siente como si hubiera llegado a un nuevo planeta, tal es la diferencia entre franceses e ingleses a pesar de los muchos lazos que los unen. Al mismo tiempo el observador puede ver en este ejemplo el valor de una crianza más pura, sin cruzamientos. Por su posición insular Inglaterra está prácticamente aislada y allí se ha forjado la raza que en este momento es innegablemente la más fuerte de Europa».

Formula sus principios de la siguiente manera: «Es una ley fundamental que el desarrollo de una gran civilización requiere antes que nada una estirpe excelente, luego crianza sin cruzamientos de razas, con adecuada selección y finalmente una antigua mezcla de linajes distintos pero estrechamente emparentados y de gran calidad, a lo que debe seguir no obstante un período de aislamiento». Extrajo estas conclusiones de la experiencia agrícola y transfirió luego sus reglas a las sociedades humanas. Procura apoyar este procedimiento por medio de ejemplos históricos, que, en su concepto, parecen sustentar sus opiniones. Atribuye la degeneración particularmente a la continua mezcla de elementos heterogéneos.

La falta de método científico de Chamberlain [1] se revela en su aseveración, en una carta a Cosima Wagner, que reconoce haberse valido de una treta diplomática [einen diplomatischen Schachzug] para probar su punto de vista (22 de mayo de 1899).

La influencia de Gobineau y Chamberlain y de los prejuicios raciales corrientes también se refleja en las obras de Madison Grant.

Su libro es un elogio ditirámbico del blanco de ojos azules, rubio y de cabeza alargada y de sus realizaciones; profetiza todos los males que sobrevendrán a la humanidad por causa de la presencia de negros y de razas de ojos oscuros. Toda su argumentación se basa en la suposición dogmática de que dondequiera que un pueblo exhiba características culturales eminentes, éstas se deben ciertamente a una levadura de sangre nórdica. Como ejemplo puede citarse el siguiente: «No es difícil decir en qué medida penetró la raza nórdica en la sangre y civilización de Roma. Las tradiciones de la Ciudad Eterna, su organización de la justicia, su eficiencia militar así como los ideales romanos de vida familiar, lealtad y verdad, señalan claramente un origen nórdico antes que mediterráneo». En este pasaje, como a través de todos sus escritos, la tesis principal se da por probada y se utiliza luego para «explicar» fenómenos culturales, aparte de que ciertos hechos biológicos son escamoteados para satisfacer los caprichos del autor. Algunas veces acentúa el valor fundamental de la forma de la cabeza, otras lo juzga carente de significación. Concede a veces gran importancia a la estatura como rasgo hereditario dominante; más adelante sostiene que es ella la primera característica susceptible de desaparecer en casos de mezcla. A pesar de la escasa importancia atribuida a las influencias del medio ambiente, sostiene que la población nativa americana a mediados del siglo XIX se estaba convirtiendo rápidamente en un tipo a todas luces distinto y estaba a punto de desarrollar peculiaridades físicas propias.

Desgraciadamente, biólogos que en los dominios de sus ciencias gozan de bien ganada reputación, se dejan convencer por racistas entusiastas e inexpertos. Un eminente paleontólogo define su posición personal en el New York Times del 8 de abril de 1924.

«Las razas nórdicas, como bien saben los antropólogos, incluyen todos aquellos pueblos que originariamente ocupaban la meseta occidental del Asia y atravesaron la Europa septentrional, seguramente no menos de 12000 años antes de Jesucristo. En el territorio que ocupaban, las condiciones de vida eran duras, la lucha por la existencia ardua y ésa fue la causa de sus virtudes principales y también de sus defectos, de su capacidad de lucha y su afición a las bebidas fuertes. Al exceder, con su crecimiento, las posibilidades de su propio país para sostenerlos, invadieron los países del sud, no sólo como conquistadores, sino llevando su contribución de vigorosos elementos morales e intelectuales a civilizaciones más o menos decadentes. Por conducto de la corriente nórdica que afluyó a Italia llegaron los antepasados de Rafael, Leonardo de Vinci, Galileo, Tiziano… Colón, por sus retratos y bustos, auténticos o no, era claramente de ascendencia nórdica».

Lothrop Stoddard escribe: «Cada raza es el resultado de siglos de evolución que implican capacidades especializadas que hacen de la raza lo que es y la toman capaz de la realización creadora. Estas capacidades especializadas (que son particularmente notables en las razas superiores, de evolución relativamente reciente) son en alto grado inestables. Son lo que los biólogos denominan características “recesivas”. De ahí que cuando una estirpe altamente especializada se cruza con una estirpe diferente, las nuevas y menos estables características especializadas se desarrollan mientras que la variación, cualquiera sea la importancia de su valor potencial para el progreso humano, se pierde irreparablemente. Esto ocurre aún en el cruzamiento de dos estirpes superiores si éstas difieren mucho en carácter; las valiosas especializaciones de ambos linajes se anulan y la descendencia mixta tiene marcada tendencia a revertir a la mediocridad generalizada». Más adelante el autor dice que «la civilización es el cuerpo y la raza el alma» y que la civilización es «el resultado del impulso creador del protoplasma superior». Esto es jugar con términos biológicos y culturales, no es ciencia.

E. von Eickstedt ha realizado una tentativa por establecer las bases de una psicología de las razas. A pesar de que pretende argumentar de acuerdo con una lógica estricta, su razonamiento parece fundado en la misma falacia que el de los demás. Se nota en él la influencia de la moderna psicología de la Gestalt —la forma— y considera que «vemos el hecho evidente de un elemento racial-psícológico», que en consecuencia éste debe tener una estructura y que la forma corporal y el comportamiento mental de las razas deben ser considerados como una unidad. Desde un punto de vista estético, pictórico, esto es bastante cierto, como en un paisaje la forma topográfica, la vida vegetal, la vida animal y la cultura humana pertenecen al cuadro, aunque la unidad estructural en el sentido de las relaciones causales no puedan darse. El suelo y el clima favorecen ciertas formas de vida, pero no determinan las plantas, animales y formas culturales que existen. Un estudio científico de la totalidad de los fenómenos nunca debe conducir a la omisión del estudio de la causalidad. La presencia de un cierto número de rasgos en un cuadro no se debe necesariamente a su relación causal. Las correlaciones pueden ser fortuitas, no causales. La prueba de la relación causal es indispensable. Debe probarse, no suponerse, que las diferencias de los rasgos mentales de las razas están determinadas biológicamente, y asimismo debe ser probada y no supuesta la existencia de las influencias externas. Sólo si puede presentarse la prueba exacta de que el comportamiento individual depende de la estructura corporal y que lo que puede ser cierto del individuo también es cierto del grupo racial, o si la importancia relativa de la herencia y del medio ambiente en el comportamiento individual y racial está determinada, es posible considerarlos como a un todo, excepto desde un punto de vista meramente estético y emocional. Von Eickstedt reconoce la «extraordinaria plasticidad de las disposiciones que da la herencia», pero ellas no caben en su planteamiento.

No intentaré seguir detalladamente la evolución histórica de las teorías modernas que sostienen que el origen racial determina las cualidades mentales y culturales del individuo. Empero interesa considerar las condiciones que favorecieron su desarrollo. En la actualidad, la creencia de que la raza determina el comportamiento mental y la cultura, descansa en fuertes valores emocionales. Se considera a la raza como un vínculo unificador entre los individuos y un llamamiento a la fidelidad racial. Un nuevo concepto de grupo reemplaza al de nacionalidad o se está agregando a él, de la misma manera que en otros tiempos el concepto de nacionalidad reemplazó al de la lealtad del grupo al señor feudal y al vínculo religioso que unía a toda la Cristiandad, lazo firme aún en el Islam. Su efecto sentimental es análogo a la conciencia de clase del comunista moderno, o al del noble que todavía cree en la superioridad física y mental de la nobleza. Agrupamientos de este tipo siempre han existido. El único problema reside en saber por qué el agrupamiento biológico ha llegado a adquirir tanta importancia en este momento, y si tiene alguna justificación[5].

Parece probable que el progreso moderno del comercio y de los viajes haya hecho conocer la existencia de razas extranjeras a círculos más extensos, que en tiempos pretéritos no tenían noticias directas de los diversos tipos de hombre. El poder superior que el europeo debe a sus inventos y que le permite sojuzgar y explotar a pueblos extranjeros, aun a pueblos de alta cultura, refuerza el sentimiento de superioridad europea. Cabe destacar que antes de la campaña oficialmente fomentada en Alemania contra los judíos y del tradicional prejuicio antisemita en Polonia y Rusia, el sentimiento fue más intenso que en parte alguna entre los ingleses que primero entraron en estrecho contacto con razas foráneas, y que se desarrolló en tempranas épocas en América, donde la presencia de una gran población negra mantenía constantemente viva la conciencia de las diferencias raciales. Sin embargo, otras causas deben haber contribuido a este sentimiento tan popular porque la misma actitud no se manifiesta con tanta intensidad entre los españoles, portugueses y franceses aunque no están enteramente exentos de ella. La moderna posición francesa de igualdad de todas las razas está dictada posiblemente más bien por razones políticas, como la necesidad de soldados por ejemplo, que por una verdadera ausencia de todo sentimiento de diferencia de razas. La actitud del parisiense es fundamentalmente distinta a la de la administración colonial.

El hecho de que todo nuestro pensamiento esté penetrado de puntos de vista biológicos, es probablemente un elemento mucho mas importante en la formación del concepto de que la cultura es determinada por el origen racial.

El desarrollo de la psicología fisiológica que trata necesariamente de determinantes orgánicos de las funciones mentales ha dejado su huella sobre la psicología moderna y condujo a una relativa falta de interés por la influencia de la experiencia de un individuo sobre su conducta. En años recientes las escuelas conductistas y freudianas se han alejado de esta actitud unilateral y también muchos psicólogos de otras escuelas sostienen un punto de vista más crítico. A pesar de ello, en muchos círculos todavía prevalece el concepto popular de que todos los tests psicológicos revelan una mentalidad orgánicamente determinada. Se cree pues que la inteligencia innata, el carácter emocional y la volición pueden ser determinados por tests psicológicos. Esto es de manera esencial, una psicología orientada biológicamente.

Los métodos corrientes de biología refuerzan estos conceptos. En la actualidad no hay tema que atraiga tanto la atención de los hombres de ciencia y del público en general como los fenómenos de la herencia. Se ha acumulado un vasto material que prueba cuán acabadamente la forma corporal del individuo está determinada por su ascendencia. Los éxitos de algunos criadores de animales y plantas en el cultivo de variedades que cumplen ciertas demandas exigidas, sugieren que por métodos similares, el físico y la mentalidad nacional podrían ser mejorados, que podrían, eliminarse características inferiores, acrecentando el número de las superiores. La importancia de la herencia ha sido expresada en la fórmula «Naturaleza, no crianza» (Nature not nurture) que significa que todo lo que el hombre es o hace depende de su herencia, no de su educación. A través de la influencia de Francis Galton [2, 3] y sus partidarios, la atención del hombre de ciencia y del público fue atraída hacia estas cuestiones. A esto se agregó el estudio del carácter hereditario de las condiciones patológicas y de la constitución general del cuerpo.

La influencia combinada de la psicología fisiológica y de la biología parecen haber fortalecido la opinión de que las funciones mentales y culturales de los individuos están determinadas por la herencia, y que las condiciones del medio ambiente no cuentan.

Se supone una determinación constitucional de la mentalidad en virtud de la cual una persona de cierto tipo se comportará de una manera correspondiente a su constitución mental y que, por lo tanto, la composición de una población determinará su comportamiento mental. A esto se agrega la suposición de que el carácter hereditario de los rasgos mentales ha sido probado o debe existir porque toda la herencia está gobernada por las leyes mendelianas[6]. Toda vez que éstas implican la permanencia de los rasgos existentes en la población, debemos esperar que los mismos rasgos mentales reaparecerán constantemente. Sólo sobre esta base puede afirmar Eugen Fischer [1] que considera probado por muchas observaciones que las razas humanas y sus cruzamientos son distintos en sus características mentales hereditarias. «Es, sin embargo, sólo una cuestión de una más plena o más restringida evolución, de un aumento o disminución cuantitativo en la intensidad de las cualidades mentales comunes a todos los grupos humanos (y distintas de las de los animales), cuya combinación resulta en formas variadas. La clara comprensión del origen de estas formas se hace aún más difícil por la influencia de la historia del pueblo (esto es, por las condiciones del medio ambiente) que, como en el individuo, pueden desarrollar las cualidades innatas de los modos más diversos».

Y agrega en otro lugar[7]. «En gran medida la forma de la vida mental tal cual la encontramos en varios grupos sociales, está determinada por el medio ambiente. Los acontecimientos históricos y las condiciones de la naturaleza ayudan o traban el desenvolvimiento de las características innatas. Sin embargo, podernos ciertamente afirmar que hay diferencias racialmente hereditarias. Ciertos rasgos mentales del mongol, del negro, del melanesio y de otras razas son distintos de los nuestros y difieren entre sí».

Los estudios más serios realizados en esta dirección se refieren más bien a la correlación entre la constitución individual y la vida mental, que a las características hereditarias de los rasgos mentales de las razas.

Las diferencias en la vida cultural también han sido abordadas desde un punto de vista totalmente diferente. No nos ocuparemos de las ideas de los racionalistas del siglo XVIII que, con Rousseau, creían en la existencia de una vida natural simple y feliz. Nos interesan más los conceptos de aquellos que vieron y comprendieron claramente la individualidad de cada tipo de vida cultural, pero que lo interpretaron no como expresión de cualidades mentales innatas sino como el resultado de condiciones exteriores varias, actuando sobre características humanas generales. La comprensión del carácter de las culturas extranjeras es mucho más precisa entre todos los miembros de este grupo. Herder, que estaba dotado de una maravillosa aptitud para penetrar en el espíritu de las formas de pensamiento foráneo y que vio claramente el valor de las múltiples maneras de pensar y sentir de los diversos pueblos del mundo, creía que el medio ambiente natural era la causa de la diferenciación biológica y cultural existente. El punto de vista geográfico fue acentuado por Karl Ritter que estudió la influencia del ambiente en la vida del hombre. Creía que hasta las áreas continentales podían imponer su carácter geográfico a sus habitantes.

El punto de vista fundamental de este grupo fue expresado por Theodor Waitz. Dice así: «Nosotros sostenemos, además, en oposición a la teoría corriente, que el grado de civilización de un pueblo, o de un individuo, es exclusivamente producto de su capacidad mental, que sus aptitudes, que señalan meramente la magnitud de sus conquistas, dependen del grado de cultura que haya alcanzado».

Desde esa época los etnólogos, en sus estudios de la cultura, han concentrado su atención en las diferencias de estado cultural haciendo caso omiso de los elementos raciales. La semejanza de las costumbres y creencias fundamentales en el mundo entero, prescindiendo de raza y medio ambiente, es tan general que la raza les pareció desprovista de importancia. Las obras de Herbert Spencer, E. B. Tylor, Adolf Bastian, Lewis Morgan, Sir James George Frazer, y entre las más recientes, las de Durkheim, Levy-Bruhl, para mencionar sólo algunas, no obstante sus diferencias materiales de punto de vista, reflejan esta actitud. No encontramos en sus trabajos mención alguna de diferencias raciales. Por el contrario, es sólo pertinente la diferencia entre hombre culturalmente primitivo y hombre civilizado. La base psicológica de los rasgos culturales es idéntica en todas las razas. En todas ellas se desarrollan formas similares. Las costumbres del negro sudafricano o del australiano son análogas y comparables a las del indio americano, y las costumbres de nuestros predecesores europeos encuentran su paralelo entre los pueblos más diversos. Todo el problema de la evolución de la cultura se reduce por lo tanto al estudio de las condiciones psicológicas y sociales que son comunes a la humanidad en general y a los efectos de los acontecimientos históricos y del medio ambiente natural y cultural. Esta despreocupación por las razas aparece también en el tratado general de Wundt: Folk Psychology y en Science of Society, de Sumner, así como en la mayoría de las discusiones sociológicas modernas. Para aquellos que procuran establecer una evolución de la cultura, paralela a la evolución orgánica, las distintas formas se alinean ordenadamente cualquiera sea la estructura corporal de los portadores de la cultura. El sociólogo que trata de establecer leyes válidas de evolución cultural supone que sus manifestaciones son las mismas en todo el mundo. El psicólogo encuentra la misma forma de pensar y sentir en todas las razas que se hallan en un nivel de cultura similar.

Podríamos admitir que el etnólogo no se interesa suficientemente en el problema de la relación entre la estructura corporal y la forma cultural, porque su atención está dirigida hacia las semejanzas de cultura en el mundo entero que justifican la suposición de una igualdad fundamental de la mente humana, independiente de la raza; pero esto no significa que no puedan existir diferencias más menudas que pasan inadvertidas a causa de las semejanzas generales.

Subsiste el problema de si hay una relación más o menos íntima entre la estructura corporal de los grupos raciales y su vida cultural.