Si la historia fuera cíclica, como mantienen ciertos filósofos, cabría preguntarse: suponiendo que Occidente esté en decadencia, ¿qué barbarie (en la acepción noble y clásica del término) se vislumbra que pueda renovar a la vieja Europa a medio plazo?
La necesidad de mano de obra barata (y cierta mala conciencia por un pasado de explotación colonial) ha favorecido la entrada en Europa de veinticinco millones de musulmanes de baja cualificación, muchos de ellos analfabetos.[628]
Algunos partidos europeos, por fortuna minoritarios, se complacen en sembrar la alarma, como la Casandra troyana, al señalar que estos emigrantes no se integran[629] y que constituyen un caldo de cultivo favorable al fundamentalismo islámico.[630] No tienen en cuenta que la tolerancia, la convivencia pacífica y el respeto a las culturas diferentes (la multiculturalidad) son esenciales en el sistema de valores de Occidente.[631] Los antiguos colonialistas y negreros hemos evolucionado y ahora nos hemos vuelto tan bondadosos que toleramos incluso a quienes no respetan nuestras normas y leyes.
Estos partidos alarmistas quieren persuadirnos de que los emigrantes musulmanes son el caballo de Troya que ingresa en Europa para destruirla. «Vienen huyendo de una forma de vida que los condena a la miseria, pero la traen consigo y pretenden imponérnosla», nos dicen, y citan profusamente a Montalambert: «Cuando soy débil os reclamo la libertad en nombre de vuestros principios; cuando soy fuerte os la niego en nombre de los nuestros.»
Esos partidos, afortunadamente minoritarios, no advierten que lo que puede parecer fanatismo religioso, intolerancia o discriminación de la mujer son idiosincrasias culturales que deben encuadrarse en su propio contexto y valorarse por sus propios principios.
Es cierto que, confrontados con los valores de la democracia occidental y su sistema de libertades, los musulmanes experimentan un visceral rechazo. Pero ¿acaso no constituyen la esencia misma de nuestra cultura la tolerancia y el contraste de pareceres? ¿No caben sus costumbres bajo el amable paraguas de la multiculturalidad que ya va siendo amplia como la carpa de un circo? ¿No aportan los que llegan soluciones a nuestra angustia existencial?[632]
La gente sencilla e impresionable se alarma, pero ¿por qué hemos de ver la botella medio vacía y no medio llena? ¿Por qué no pensar que el islam ha desembarcado en la vieja y decrépita Europa, tercamente aferrada a sus democracias liberales y a sus derechos humanos, para renovarla con la savia joven de su sangre y con las exquisitas formas de vida ancestral que su cultura aporta? Considerémoslo en su verdadera dimensión: una inyección de vigor en esta sociedad occidental abotargada y exhausta que ha perdido el pulso y el rumbo, un estilo de vida renovado y fresco que floreció en lejanos desiertos y que nos permitirá recuperar superados atavismos.[633]
Por otra parte, ¿qué objeto tiene resistirse a lo inevitable? Debido a las altas tasas de natalidad de los emigrantes, que contrastan con las bajas tasas de los europeos, la población musulmana aumenta sin cesar.[634] Nosotros quizá no lo veamos, pero nuestros nietos asistirán a la instauración de la civilización islámica en Europa. Es posible que esos nietos gasten barba y usen turbante o velo. Lo único discutible es la fecha en que la entidad política Europa dejará de serlo para transformarse en Eurabia. Si mantenemos al mismo ritmo la tasa de nacimientos, el feliz acontecimiento ocurrirá hacia el año 2050.[635] Entonces más de la mitad de los europeos serán musulmanes y estarán en condiciones de imponer la sharia democráticamente.[636]
Los romanos se dieron a la buena vida y permitieron que los esclavos hicieran su trabajo. Después otorgaron la ciudadanía romana a los pueblos sometidos y abrieron las fronteras a los bárbaros. No es necesario esforzarse mucho para establecer un paralelo entre la Roma antigua y el hedonista mundo occidental que importa mano de obra barata del Tercer Mundo para que le haga el trabajo sucio.[637]
¿Recuerdan a Amiano Marcelino, al que encontramos páginas atrás, el que criticaba a los jóvenes de su tiempo que, además de no dar palo al agua, pasaban las noches en las plazas molestando a los vecinos, se dejaban el cabello largo como los bárbaros (crines maiores) y vestían extravagantemente con una especie de chalecos de piel (indumenta pellium)? ¿No nos recuerda algo a los jóvenes europeos actuales?
Continuando con el paralelismo entre Roma y la Europa actual apuntemos que otra virtud fundamental romana, la honestidad (pudicitia) estaba en entredicho en tiempos de Amiano Marcelino después de que cada generación relajara un poco más las costumbres sexuales de la anterior…
A ello se unía el drástico descenso de la natalidad, especialmente la de las clases dirigentes. Unos siglos antes de Amiano Marcelino, en pleno auge del Imperio romano, César Augusto abroncaba a los patricios de Roma porque se habían entregado de tal manera a la molicie y a la comodidad que ni siquiera querían tener hijos, por evitar la obligación de criarlos. Augusto afeaba a los romanos que perdieran sus valores morales y se entregaran al lujo y al sexo desenfrenado (lo que incluía la prostitución, la homosexualidad y el adulterio). «¡Roma no son las columnas ni las estatuas —clamaba el emperador en vista del descenso de la natalidad—: son los romanos, sus hijos!»
Para redondear la similitud entre el tiempo viejo supuestamente virtuoso y el tiempo nuevo claramente depravado, añadamos que, en tiempos de Amiano Marcelino, el ejército romano, que una vez fue invencible y extendió el dominio de Roma por casi todo el orbe conocido, estaba prácticamente integrado por mercenarios procedentes de los pueblos sometidos, que llegaron para hacer el trabajo sucio y terminaron quedándose con el negocio y expulsando a sus amos (las invasiones bárbaras). Hoy los ejércitos de Occidente, y no digamos el español, alistan cada vez más soldados profesionales reclutados en el Tercer Mundo.[638]
¿Qué nos depara el futuro? Eso nadie lo sabe. Que Europa se precipita a su decadencia es cosa segura: pensemos que sólo somos el 7 por ciento de la población mundial, una peninsulita en el extremo occidental del continente euroasiático, una pilila encogida, de viejo prostático, que vive su decrepitud adormecida en el sueño de sus pasados esplendores, los de su dorada mocedad, cuando ordenaba, y ordeñaba, el mundo. Dos devastadoras guerras mundiales y enconadas rencillas familiares nos han conducido a esta postración de la que ni siquiera la pertenencia al disciplinado Cuarto Reich alemán, capital Eleuro, parece que baste para salvarnos. El futuro, mejor o peor, parece que será de los emergentes, de los que pronto alcanzarán a Estados Unidos (e incluso los superarán), o sea China, la India, Brasil y hasta puede que Rusia.
Dios dirá.
No se me depriman. A pesar de todo, la vida es bella.
La Declaración de los Derechos del Hombre.