Después de la segunda guerra mundial parecía que la derrota de los fascismos instauraba una era de paz presidida por la democracia occidental que se basaba en valores éticos, de justicia y libertad.
Todo eso lo pervirtió el capitalismo liberal (el de los bancos y financieros) de Occidente y el capitalismo estatal de los países comunistas.
Fenecido el comunismo con la caída de la URSS, ha quedado, campando por sus respetos en el ancho mundo, el capitalismo liberal.
Lo malo es que el capitalismo liberal se pervirtió cuando el poder pasó de los políticos a los financieros y nacieron políticos a sueldo de financieros (periódicos, partidos subvencionados, grupos de presión, etc.).
La globalización es la consecuencia de la combinación de liberalismo económico y progreso en las comunicaciones que eliminan fronteras al comercio y el capital.[626] El mercado globalizado organiza la fabricación, circulación y consumo de bienes y servicios a escala mundial: un ciudadano del Tercer Mundo trabaja doce horas por un puñado de arroz fabricando un producto que se venderá en los mercados del Primer Mundo. Negociazo para los empleadores, para los intermediarios y para el consumidor final, que tendría que pagar diez veces más si el producto se hiciera en su país.
Paralelamente, la libre circulación de capitales estimula la creación de grandes centros financieros tan potentes que pueden imponer sus condiciones a naciones y a grupos de naciones. Los gobiernos democráticos, integrados por funcionarios que pueden cambiar cada pocos años y que, por lo tanto, deben asegurarse un futuro desahogado para ellos y para sus familias, tienden a secundar los intereses del capital.[627]
Ahora, los bancos salvados con nuestros impuestos pueden seguir explotándonos con sus hipotecas y sus préstamos, lo que les permite acumular copiosos beneficios sin restituir un céntimo. Las virtudes de la economía moderna, productividad, innovación y competitividad tienen su envés en el consumismo desenfrenado y en la explotación globalizada.