CAPÍTULO 120

África, un puñado de desgracias

Antes de la llegada de los blancos, África era un conglomerado de tribus y etnias en el que coexistían, y a veces convivían, hasta diez mil comunidades. No había fronteras precisas.

El reparto colonial europeo de 1885, previo al formidable trasvase de riquezas de África a Europa, dividió el continente en unos treinta retales separados por fronteras arbitrarias.

Tras la descolonización, lo sensato hubiera sido redibujar el mapa de los nuevos Estados sobre límites geográficos o étnicos razonables. No hubo tal. La nueva Organización para la Unidad Africana (OUA) se limitó a elevar las colonias a la categoría de Estados soberanos sin tener en cuenta para nada la arbitrariedad de sus fronteras. Tampoco hubiera sobrado el sentido común necesario para comprender que una sociedad tribal no puede convertirse de la noche a la mañana en una sociedad democrática respetuosa de los derechos humanos.

El resultado de aquella chapuza ha sido un continente repartido entre tiranos sanguinarios y corruptos como Idi Amin, Bokassa o Macías (aunque, eso sí, autóctonos), y una endémica guerra civil que causa millones de muertos.

África nunca se ha librado del colonialismo, aunque el que ahora padece sea encubierto. Desalojados los colonialistas europeos, se la disputaron las dos superpotencias, Estados Unidos y la URSS.[598]

Algunos líderes de las naciones emergentes se inclinaban al mundo capitalista; otros pretendían implantar un socialismo a la africana.[599] A esa primera hornada de líderes africanos aparentemente bienintencionados y deseosos de emular a los Estados modernos fueron sucediendo, con la eficaz ayuda de agentes desestabilizadores a sueldo de compañías o naciones, gobiernos títeres de autócratas encumbrados por golpes de Estado (más de cien desde 1960).[600]

Los países del Primer Mundo, antiguos colonialistas, practican hoy la explotación indirecta de las riquezas del Tercer Mundo (y las del segundo, qué caramba). Las antiguas colonias, hoy países independientes, suelen soportar gobernantes fantoches, aficionados a las charreteras y medallas (Idi Amin, el tirano de Uganda, fue un ejemplo extremo). No les faltan un himno nacional, una selección nacional de fútbol, un funcionariado corrupto, un ejército de analfabetos dotado de modernas armas cuyo manejo ignoran, moneda propia, bandera e incluso asiento en la ONU. Parecen Estados, pero en realidad son dictaduras corruptas al servicio de compañías extranjeras que saquean los recursos del país y se lo llevan crudo. Y si el gobernante fantoche se insubordina o exige más de la cuenta, nada más fácil que organizar y armar un movimiento independentista que lo derroque y coloque a otro fantoche más manejable en su lugar.

Nuevamente los americanos propiciando golpes de Estado con guante de terciopelo y los soviéticos interviniendo menos sutilmente (a veces tras la oportuna pantalla de consejeros militares cubanos).

Esa imagen idílica del negro africano, un poco infantil, servicial, noble, transmitida por la propaganda misionera no refleja exactamente la realidad. Librado a su suerte, sin el yugo colonial, el salvajismo del africano alcanza cotas difícilmente imaginables: exterminio de tribus rivales,[601] mutilaciones de pueblos enteros y secuestros masivos de niños (a ellos los convierten en soldados; a ellas, en prostitutas).[602] Detrás de ese horror perdura una nueva y más sinuosa forma de explotación colonial: los traficantes de armas hacen un negocio fabuloso y las codiciosas multinacionales cambian y derrocan gobiernos a capricho con la mirada puesta en las reservas de diamantes, cobalto, petróleo, coltán[603] y otros productos estratégicos abundantes en la desventurada África.

República Centroafricana, Burundi, Biafra, Congo, Sudán, Chad, Nigeria, Níger… todos asolados por la plaga de los odios tribales y sectarios, por las milicias de los señores de la guerra. Detrás de cada nombre, detrás de cada conflicto, si se rasca un poco, aflora la codicia de las materias primas.

Para colmo de desgracias, a las motivaciones raciales y económicas se suman, como una nueva calamidad, las religiosas. La extensión del islam en el África subsahariana da lugar a sectas fundamentalistas (Shabab en Somalia, Boko Haram en Nigeria) cuyo mantra es «la educación occidental es pecado».[604]

«Hay que romper muchos huevos africanos para hacer una tortilla occidental.»