Usted lleva años escuchando que los palestinos son inocentes víctimas de los perversos israelíes. Es el monotema de la prensa progre. No obstante, para juzgar con cierta ecuanimidad conviene escuchar a las dos partes. Conozcamos ahora la versión israelí.
Recordará el lector que, en tiempos de Cristo, Judea era una provincia del Imperio romano. Los levantiscos judíos se sublevaron en el año 70. Roma los aplastó, les destruyó Jerusalén y les arrasó el Segundo Templo (del que sólo quedó, para muestra, el Muro de las Lamentaciones). El quebranto fue tal que muchos optaron por emigrar y dispersarse por el Imperio romano. Por doquier formaron comunidades más cerradas que abiertas y siguieron tercamente apegados a su religión incluso cuando todo el imperio aceptó el cristianismo.
Esta fidelidad o contumacia, según se mire, les iba a costar cara a los judíos porque, a lo largo de la Edad Media y hasta nuestros días, las comunidades cristianas descargaron en ellos los malos humores, unas veces porque la Iglesia predicaba que habían sido los asesinos del Señor[575] y otras veces porque los culpaban de las epidemias (se ignoraba todavía la relación entre falta de higiene, contagio y microbios).
En el siglo XIX, cuando el romanticismo impulsó los movimientos nacionalistas, muchos judíos acariciaron la idea de regresar a la tierra de sus mayores y refundar el Estado de Judea, o sea, Israel.[576]
Esa idea germinó especialmente entre los judíos rusos, que seguían padeciendo periódicas persecuciones de sus vecinos cristianos (recuerden los jinetes que estropean la boda judía de El violinista en el tejado). Los judíos empezaron a emigrar a la actual Israel, que entonces pertenecía a la provincia turca de Siria meridional (o valiato de Jerusalén).[577]
La tierra que la Biblia describe como un vergel que mana leche y miel se había deteriorado bastante desde los tiempos en que reinaba el rey David. Las guerras y el asentamiento de poblaciones pastoriles son dos circunstancias propensas a la tala de árboles. A finales del siglo XIX los cerros estaban deforestados, la erosión había convertido los sembrados en pedregales y los pantanos favorecían un endémico paludismo que aquejaba a la escasa población formada por cristianos drusos, judíos y árabes (con neta predominancia de estos últimos).[578]
Los árabes llamaban a aquella tierra siria. Los cristianos la conocían por Tierra Santa. ¿De dónde ha salido el nombre de Palestina? Paradójicamente, de los propios judíos que, cuando empezaron a instalarse allí, se esforzaron por diferenciar la antigua tierra de Israel, que aspiraban a restaurar, del resto de la Siria otomana.[579]
Imagen idílica: desde un cerro, un mozalbete árabe que apacienta un rebaño de cabras contempla con curiosidad los afanes de los colonos judíos que se empeñan, con mil sudores, en cultivar las tierras bajas y pantanosas que le han adquirido al rentista turco dueño de la comarca.
Aquellos colonos vestidos de negro a pesar del sol abrasador resultaron, a la postre, ser menos lerdos de lo que parecían. Aclimataron un extraño árbol procedente de Australia, el eucalipto, que ayudaba a desecar los pantanos,[580] y lograron erradicar la malaria y hacer la tierra cultivable.
Mientras tanto no dejaban de llegar judíos, especialmente de Rusia y Polonia, que fundaban kibbuzim («granjas colectivas») y moshavim («cooperativas») en las que ponían en práctica sus ideas socialistas. No sólo estaban recuperando para los cultivos el antiguo reino de Israel, también estaban recuperando su idioma, el hebreo, la lengua de la Biblia, que ya en tiempos de Cristo estaba en desuso (Cristo y los apóstoles hablaban arameo).
Los árabes que veían prosperar a los extranjeros en el secarral comenzaron a preocuparse. Espoleados por el ejemplo de los judíos, también ellos reclamaron su propia nación independiente de los turcos, una gran nación que abarcara las tierras del antiguo califato de Bagdad o de Damasco, la época dorada del islam.
En 1916, durante la primera guerra mundial, los ingleses estimularon la rebelión de los árabes sometidos al Imperio turco por medio de agentes como el legendario Lawrence de Arabia.[581] De este modo los aliados lograron arrebatar a los turcos buena parte de su imperio asiático, incluida la Siria otomana. Al finalizar la guerra (1918), Francia e Inglaterra se repartieron aquellas tierras y trazaron las fronteras de Siria, Líbano e Iraq, de una manera bastante caprichosa que obedecía a sus necesidades del momento.
Durante la guerra, los británicos habían prometido a los árabes las tierras arrebatadas a los turcos. Lo malo es que también habían prometido a los judíos un «hogar nacional judío» en Palestina.[582]
Terminada la guerra, la Sociedad de Naciones asignó a los británicos las tierras que hoy ocupan Israel y Jordania con el estatus de «territorio bajo mandato». Inmediatamente crecieron los problemas entre las dos comunidades (un 80 por ciento de árabes y un 20 por ciento de judíos).
La llegada de los nazis al poder en Alemania fomentó la emigración judía, con el consiguiente descontento de los árabes, que veían fortalecerse a su potencial enemigo. Después de la segunda guerra mundial, el conflicto se enconó. Arreciaba la llegada de judíos supervivientes del Holocausto (recuerden la novela de León Uris que inspiró la película Éxodo). El Reino Unido, deseoso de abandonar aquel avispero, transfirió el problema a la recién creada ONU, que optó por una solución salomónica: repartió el territorio entre judíos y árabes (1947).
Los judíos aceptaron el plan de la ONU. Los árabes, por el contrario, lo rechazaron. Sus enardecidos líderes prometieron echar a los judíos al mar. «Hermanos —avisaron a sus correligionarios—, retiraos a este lado de la frontera. Ya regresaréis a vuestros hogares cuando hayamos aniquilado a los judíos.» Unos cientos de miles de palestinos los creyeron y se fueron; otros, por el contrario, permanecieron en sus aldeas.
Israel declaró su independencia. Aquel mismo día, los ejércitos regulares de los países limítrofes lo invadieron.[583] La guerra duró unos meses. Contra todo pronóstico, los judíos resistieron la embestida y devolvieron los golpes. Hasta ganaron terreno al enemigo.
Como resultado del conflicto, el Estado palestino previsto por la ONU quedó repartido entre Israel, Jordania y Egipto.[584] Se había logrado un armisticio (impuesto por las superpotencias), no la paz. Israel cerró sus fronteras a cal y canto.
Paradoja: Israel aceptó e integró a las comunidades judías procedentes de los países árabes (donde los musulmanes les hacían la vida imposible), pero los Estados árabes limítrofes no aceptaron ni integraron a sus hermanos palestinos (que se hacinaron en los famosos «campamentos palestinos», hoy verdaderas ciudades caóticamente urbanizadas que en nada se distinguen de las de cualquier ciudad árabe de la zona).
Los hijos y nietos de aquel exilio cultivan el victimismo que les permite vivir de las subvenciones de la agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos (UNRWA), de ONG internacionales y de las ayudas humanitarias de diversos países.[585]
Aleccionados por la propaganda, estos palestinos en el exilio reprochan su atraso y su desgracia a Occidente, en especial a Estados Unidos, lo que explica que inteligentemente se echaran a la calle, con grandes manifestaciones de júbilo, para celebrar los atentados contra las Torres Gemelas de Nueva York.
Sucesivas guerras entre Israel y sus vecinos árabes (1956,[586] 1967,[587] 1983)[588] enconaron el conflicto. Egipto y Jordania han reconocido el derecho de Israel a existir. Incluso han intercambiado embajadores. El resto de los países árabes insisten en la idea de aniquilar a Israel y echar a los judíos al mar.
Complejo problema el de Israel y sus vecinos. Para los árabes no se trata tan sólo de defender los derechos de los palestinos (que, recordemos, jamás tuvieron un Estado propio) sino de eliminar lo que ellos consideran un bastión del imperialismo occidental. A las dictaduras islámicas de la región, ancladas en regímenes feudofascistas, les molesta la vecindad de un Estado moderno, libre y democrático, dotado de justicia independiente, derechos cívicos, libertad de prensa, igualdad de oportunidades, igualdad de la mujer, tolerancia religiosa y libertad de expresión (o sea todo lo que les falta a ellos) y se sirven de él como justificación de sus carencias sociales y su retraso.[589]
Paradójicamente, la población árabe que vive dentro de las fronteras de Israel goza de mayores derechos y de un nivel de vida más elevado que la de cualquier otro país árabe.[590]
En los decenios de 1970 y 1980, los palestinos liderados por Yassir Arafat,[591] fundador de la organización terrorista Al Fatah, perpetraron numerosos atentados en Israel y Occidente (secuestros de aviones, asesinatos…). Eso duró hasta que los países occidentales adoptaron el infalible método saudí de sobornar regularmente a Arafat (y hoy a sus sucesores) bajo la especie de ayudas humanitarias. Incluso lograron que los palestinos dejaran de entrenar a terroristas europeos (entre ellos a los de ETA).[592]
Es un hecho comprobado que los palestinos, en su noble afán por afirmar su identidad nacional, desestabilizan a los países que generosamente los hospedan. Expulsada de Jordania a causa de sus constantes abusos, la OLP se instaló en el vecino Líbano en 1970 e inmediatamente perturbó el equilibrio del apacible país que hasta entonces se había considerado «la Suiza de Oriente Medio». Expulsados los líderes de la OLP del Líbano (donde provocaron una cruenta guerra civil y la invasión israelí) se instalaron en Túnez. Allí dejaron de incordiar, demasiado lejos de Israel y de los campamentos de refugiados.[593]
En 1987 los líderes palestinos cambiaron de táctica e iniciaron la Primera Intifada: niños y adolescentes que apedreaban a los israelíes.[594] Simultáneamente el Consejo Nacional Palestino proclamó la creación del Estado palestino (1988). En 1993 los acuerdos de Oslo establecieron una administración autónoma palestina en Gaza y Cisjordania, embrión de un futuro Estado palestino.
Un débil rayo de esperanza iluminó la escena cuando Arafat y el primer ministro de Israel, Isaac Rabin, se estrecharon las manos ante el presidente Clinton. Fue un espejismo: a los Estados de la región no les interesa la paz con Israel. En el año 2000 se produjo la Segunda Intifada. A la oleada de ataques suicidas palestinos respondió Israel con bombardeos y asesinatos selectivos de líderes terroristas.[595]
Así siguen las cosas: al lanzamiento de cohetes sobre poblaciones israelíes, responde Israel puntualmente con bombardeos o asesinatos de líderes terroristas.
Israel impone su superioridad militar, pero los palestinos le han ganado la batalla de la propaganda. Para la maniquea progresía occidental, los palestinos son muy buenos y sufridos y los israelíes muy malos.[596] Se criminaliza a Israel cuando bombardea un campamento (siempre en respuesta por algún atentado) pero se disculpa a los palestinos que cotidianamente bombardean las localidades israelíes. Esto se debe a que el buenismo dominante incurre en una curiosa inversión moral: excusa al agresor cuando pertenece al grupo victimizado y culpa al agredido por pertenecer al grupo opresor. Eso explica, también, que la progresía tan presta a condenar los abusos de Israel desvíe la mirada y prefiera ignorar ciertas características de la llamada cultura palestina: la sistemática conculcación de los derechos humanos, los asesinatos familiares por honor, la esclavización de las mujeres, la predicación del odio en las escuelas, la corrupción gubernativa, el adiestramiento de niños como bombas humanas, el casamiento de niñas púberes con ancianos…
La prensa occidental participa de esa concepción maniquea. Jalea las condenas a Israel de las Naciones Unidas (cuando responde con violencia a las agresiones de sus vecinos), pero guarda silencio ante los genocidios que los países árabes cometen sobre sus minorías étnicas o ante la represión de sus disidentes.[597]