El descalabro de Afganistán acarreó consecuencias en el seno de la URSS. Desde el final de la guerra mundial, el país soviético había rivalizado en gasto militar con Estados Unidos (mucho más rico que él, pero sobre todo mejor administrado). Como en las familias de medio pelo que pretenden competir en rumbo con las solventes, eso sólo puede hacerse a costa de malcomer y malvivir sin calefacción ni vacaciones.
Después de cuarenta años de guerra fría y privaciones, la población rusa, privada o racionada en los más elementales bienes de consumo, comenzaba a estar harta. Fue entonces cuando los americanos comprendieron que si doblaban la apuesta arruinarían a su contrincante, que regresaba del avispero de Afganistán bastante maltrecho y flojo de moral.
El golpe de gracia lo dio el vaquero Reagan con su «guerra de las galaxias», un proyecto carísimo que aplicaría avanzadas tecnologías (láser de rayos gamma y misiles interceptadores) a la formación de un escudo capaz de destruir cualquier misil que amenazara Estados Unidos.
La URSS, exhausta, no estaba en condiciones de emprender nada parecido. Tuvo que tirar la toalla e iniciar su Perestroika, un desmayado intento de liberalizar la economía. Demasiado tarde acudía el aparato del partido al auxilio de su pueblo empobrecido. El imperio soviético comenzó a agrietarse con la emancipación de los países satélites, y[555] la caída del Muro de Berlín (1989). Se desmoronó definitivamente con la disolución de la URSS (1991) y su fragmentación en quince estados independientes de Rusia, hito histórico que acarreó el descrédito del comunismo (ya suficientemente desacreditado en otros experimentos comunistas como Corea y Cuba).[556] Incluso la astuta China, viendo pelar las barbas del vecino, abandonó la economía comunista para abrazar de hecho el más feroz capitalismo.
Los rusos abjuraron del comunismo y se entregaron al consumismo occidental. Largas colas de hasta cuatro horas se formaron delante del primer establecimiento McDonald’s abierto en Moscú, mientras la sagrada momia de Lenin lloraba su soledad en su mausoleo-ermita de la plaza Roja. ¡Vivir para ver!
Cola de moscovitas ante el McDonald’s.