CAPÍTULO 113

La guerra fría

Al término de la segunda guerra mundial, Alemania pagó los platos rotos (otra vez Vae Victis): los vencedores se repartieron su territorio, y el propio Berlín, en cuatro zonas de ocupación: americana, rusa, inglesa y francesa. Además, le expoliaron algunos territorios,[537] desmantelaron las pocas industrias estratégicas que habían escapado indemnes de los bombardeos y consumaron algunas salvajadas.[538]

Después se plantearon qué hacer con Alemania. «Henos aquí —se dijeron— ante una nación que, a poco que se lo proponga, nos supera a todos en industria, en investigación y desarrollo, y en esfuerzo, una nación que ha demostrado una capacidad de recuperación alarmante. Cortémosle las alas para que no vuelva a levantar cabeza porque de lo contrario ya mismo volverá a ser una amenaza para la paz mundial.» En consecuencia decidieron desmantelar el 50 por ciento de la industria alemana referida al nivel que alcanzó en 1930.[539] De este modo se aseguraban una Alemania débil y manejable que no provocaría una nueva guerra mundial.[540]

Estos planes de los aliados se vieron alterados casi inmediatamente, cuando la vieja querella entre capitalismo y comunismo enfrentó a Estados Unidos y a la URSS en la llamada «guerra fría».[541] Dos proyectos políticos contendían por el mundo que renacía de las cenizas bélicas: el capitalismo liberal, al estilo americano, y el comunismo estatalista (y estalinista), al estilo soviético, dos irreconciliables concepciones del mundo.

Los soviéticos habían arriesgado más sangre y esfuerzo que ningún otro pueblo en la derrota de Alemania (27 millones de muertos les había costado) y, a cambio, gracias a la astucia de Stalin, habían convertido en satélites de la URSS a todos los países de la Europa del Este que el ejército soviético liberó. ¿Cómo? Por el sencillo procedimiento de entregar el poder a los dóciles partidos comunistas de cada país.[542]

Con Europa en ruinas y la pobreza y el hambre llamando a cada puerta era de temer que el comunismo triunfara entre los desheredados de la tierra, que en aquellas circunstancias eran casi todos. (Es sabido que el caldo de cultivo del comunismo es la miseria: donde hay pobreza y hambre, la gente se echa en brazos del comunismo redentor.) En Francia y en Italia, los partidos comunistas ascendían como la espuma. En Grecia, los comunistas se habían echado al monte en un intento de hacerse con el gobierno del país…

Estados Unidos, que aspiraba al gobierno del mundo, no podía consentir que Europa occidental virara hacia el comunismo y cayera en la órbita de la URSS. Para atajar ese peligro concedió generosas ayudas y créditos a los países europeos.[543]

Las relaciones entre Estados Unidos y la URSS se deterioraban por momentos. El dominio soviético llegaba hasta Berlín y hasta Suiza, en el corazón de la Europa libre. Los americanos comprendieron la urgente necesidad de un Estado tapón fuerte que contuviera a los soviéticos, y consecuentemente permitieron que Alemania se industrializara de nuevo.[544]

Rehabilitemos a Alemania, decidieron. Digamos que las barbaridades de la guerra no las cometieron los alemanes sino los nazis. Así fue como, gracias a la amenaza comunista, Alemania pudo levantar de nuevo el vuelo y ya vemos hasta dónde ha llegado: sin necesidad de provocar otra guerra mundial (complicada por otra parte, dado que sus vecinos disponen de armamento atómico), se ha adueñado de la economía europea y dicta sus normas a través de Bruselas.

Los rusos, por su parte, instituyeron un Estado satélite, la República Democrática Alemana, en la parte controlada por ellos.[545]

Europa occidental había caído en la órbita de los americanos; la oriental, en la de los soviéticos. Entre las dos se levantó un impenetrable telón de acero (la expresión es de Churchill). El mundo se dividió en dos bloques: comunista y capitalista, que representaban también dos formas de entender la política, dictaduras de un solo partido y democracias parlamentarias; países comunistas, liderados por la URSS, y países libres, apadrinados por Estados Unidos. A la Alianza Atlántica de los países libres (1949) respondieron los comunistas con el Pacto de Varsovia (1955).

Los dos colosos iniciaron entonces una carrera de armamentos y se entregaron frenéticamente a la construcción de portaviones, submarinos, carros de combate, misiles… A la fabricación por la URSS de bombas atómicas de fisión (1949) respondió Estados Unidos con el desarrollo de la más potente bomba de hidrógeno (1952), pero la URSS le igualó la apuesta al año siguiente. El resultado fue el equilibrio del terror: dado que ninguna de las dos superpotencias podía atacar a la otra (porque ello equivaldría a la aniquilación mutua) se enfrentaron indirectamente en las guerras de terceros países[546] o favoreciendo revoluciones (los rusos) o golpes de Estado (los americanos).[547] También competían en atraerse a las naciones emergentes tras la descolonización (especialmente aquellas que suponían nuevos mercados o suculentas fuentes de materias primas).[548] Con algunas lo lograron, pero otras prefirieron mantenerse al margen de la disputa y crearon el Movimiento de Países No Alineados (1961).

Los americanos cercaron con un rosario de bases militares el inmenso territorio de la Unión Soviética. Los soviéticos, por su parte, buscaron alianzas en otros países comunistas como China[549] y se atrevieron a instalar sus misiles en la Cuba castrista, bajo las mismas narices del Tío Sam, lo que provocó la crisis de los misiles (octubre de 1962).[550] Los rusos comenzaron su carrera espacial con el satélite Sputnik (1957). Inmediatamente los americanos respondieron con su Explorer I (1958). Era una cuestión de prestigio. Cuando los rusos enviaron a su primer hombre al espacio (Yuri Gagarin en la nave Vostok 1, 1961), los americanos les mojaron la oreja enviando una nave tripulada a la Luna (Apolo XI, en 1969).

La crisis de los misiles vista con humor.

Marcial desfile de las amazonas del Ejército Rojo de Corea del Norte.