Curioso lo de Rusia: tuvo su renacimiento, su ilustración y su revolución industrial como el resto de Europa (a la que, a pesar de todo, pertenece, dicho sea con las debidas reservas), pero la masa campesina seguía anclada en la Edad Media, lo que, unido a las penosas condiciones en que vivía el proletariado y al descontento por la participación en la primera guerra mundial, desencadenó una revolución tan sonada como la francesa. En marzo de 1917, el zar Nicolás II abdicó y cedió el poder a un gobierno provisional que, a su vez, fue derrocado por una segunda revolución, la de octubre de 1917. Aquí empezó a correr la sangre con una cruenta guerra civil entre los rojos (bolcheviques acaudillados por Lenin, un abogado que reclamaba una revolución socialista) y los blancos, la nobleza y parte del ejército que propugnaban el regreso del zar. Ganaron los rojos, fusilaron al zar y a su familia, la aristocracia huyó a París y a Londres, unos con sus joyas y otros con lo puesto (éstos tuvieron que emplearse como chóferes y mayordomos de familias adineradas), y un nuevo y prometedor amanecer alboreó el futuro del pueblo ruso.[467] Hemos roto las cadenas de la opresión capitalista, se dijeron, ahora seremos libres y felices: construiremos un paraíso comunista que sea el faro que ilumine la libertad de los pueblos del mundo.
Cuando el benéfico Lenin le tomó el gusto al poder absoluto comprendió que eso de la democracia a la occidental era una bobada, e impuso el unipartidismo bolchevique, único garante de que Rusia no recaería en la explotación capitalista.
El autócrata rojo, hombre de ideas avanzadas, abordó un ambicioso plan de modernización de Rusia: economía centralizada, industrialización del país, centrales eléctricas por doquier y redención del campesinado.
El negocio marchaba tan viento en popa que muy pronto pudo admitir franquicias. En 1922 se creó la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas), que integró a una serie de países satélites o aliados de Rusia (Transcaucasia, Ucrania, Bielorrusia, etc.).
Lenin falleció en 1924 (y lo momificaron como santo y fundador de la nueva religión comunista). Tras algunos forcejeos, lo sucedió Iósif Stalin (apodo que significa acero), un antiguo seminarista georgiano que, tras anular a sus rivales,[468] gobernó tiránicamente durante veinte años, en los que los planes quinquenales (desde 1928) contribuyeron al desarrollo de una poderosa economía industrial que no tuvo su contrapartida en el desarrollo social. Para realizar todas esas reformas fue necesario crear un funcionariado fiel, la aristocracia del partido, políticos profesionales pendientes de ascenso en el aparato soviético.[469]
Las hambrunas (consecuencia en parte de la deficiente planificación económica) y los excesivos sacrificios exigidos a los trabajadores por el Estado mataron a unos cuantos millones de personas, y las ejecuciones y los gulags (campos de trabajos forzados para disidentes o supuestos disidentes) mataron a otros pocos millones.[470] Seguramente nunca se sabrá la cifra de kulaks (pequeños propietarios campesinos) deportados a Siberia, donde perecerían de agotamiento, por resistirse a las colectivizaciones o directamente ejecutados con el clásico tiro en la nuca. Existen opiniones encontradas sobre si Stalin desabasteció deliberadamente a la rebelde Ucrania, entre 1932 y 1933, cuando una hambruna provocó la muerte por inanición de unos cinco millones de personas. Se produjeron tantos casos de canibalismo que hubo que editar carteles desaconsejando el consumo de carne humana.
Lo curioso del caso es que, mientras las purgas de Stalin eliminaban a millones de personas en la URSS, los intelectuales occidentales (Sartre, Neruda, Alberti, Semprún y una larga lista) cerraban los ojos a la evidencia y continuaban cantando las maravillas del paraíso comunista.[471]
Los apóstoles comunistas Marx, Engels, Lenin y Stalin.