Repartidas las riquezas de Asia, los occidentales prestaron atención al suculento bocado de África. Páginas atrás vimos que el hombre blanco apenas la penetró antes del siglo XIX por respeto a las enfermedades endémicas para las que no estaba preparado (malaria, dengue, enfermedad del sueño, etc.). Pero en el siglo XIX la medicina occidental empezó a encontrar remedios y no hubo ya barreras que preservaran aquella tierra de la codicia del blanco.
No se sabía mucho de este continente rico y prácticamente virgen, pero lo que se conocía era más que suficiente. Que estaba preñada de oro, diamantes, marfil, maderas exóticas, minerales, cacao…[439] Lo único que quedaba por inventariar, la cuenca del río Congo, recibió la visita del explorador Henry Morton Stanley en la década de 1870.
Ya estaba África cartografiada. Era el momento de destazarla.
La Conferencia de Berlín reunió en 1885 a compromisarios de Francia, Reino Unido y Alemania. En un salón presidido por un enorme mapa del continente negro trazaron las porciones, como era previsible sin tener en cuenta factores étnicos, culturales, sociales o económicos. Sólo respetaron la autonomía de Etiopía, donde reinaba una dinastía de reyes cristianos, y la de Liberia, fundada por la Sociedad Americana de Colonización de Estados Unidos en 1821. Lo demás, como si no tuviera dueño.[440]
El reparto del pastel generó ciertas tensiones. El Reino Unido pretendía adjudicarse un rosario de colonias que atravesara África de norte a sur, lo que le permitiría trazar un ferrocarril desde El Cairo hasta el cabo de Buena Esperanza (esto reforzaría la ruta entre Inglaterra y la India). Francia, por su parte, aspiraba a otra sarta de colonias que cruzara África de oeste a este desde el Atlántico marroquí hasta el Sudán.
Era imposible satisfacer a las dos partes. Los dos trazos se cortaban en la zona del Congo.
Conociendo tanto el gobierno británico como el francés que no hay mejor argumento que el hecho consumado, cada uno de ellos se apresuró a enviar a toda prisa tropas con la intención de ocupar el Congo antes que el competidor.
Las dos milicias se encontraron, al sur del Sudán, cerca del villorrio de Fachoda (hoy Kodok), y a punto estuvieron de llegar a las manos (lo que registra la historia como «incidente de Fachoda»), pero afortunadamente no llegó la sangre al río (Congo, en este caso). Como les convenía aliarse frente a la creciente Alemania, acordaron fijar sus fronteras coloniales en el nacimiento de los ríos Nilo y Congo y pelillos a la mar.[441]
El Congo como tal (actual R. D. del Congo) le correspondió al rey Leopoldo II de Bélgica a título de finca personal (no a Bélgica).[442]
El rey belga se empeñó en la filantrópica tarea de civilizar y evangelizar a los nativos y de paso aligerarlos del caucho, el marfil y el cobre que sus tierras almacenaban. Los capataces nativos que no cubrían el cupo mensual asignado demostraban su celo amputando las manos a los trabajadores o a familiares de éstos y presentándolas a los oficiales de la compañía. Hay documentos fotográficos que muestran cestos enteros de manos amputadas a los negros por los civilizadores belgas.[443]
No es éste lugar para discutir las causas profundas del atraso secular de África, que permitió (y permite) el despojo de sus recursos por las naciones civilizadas con perfecto desprecio de la población nativa. Sánchez Dragó, buen conocedor del paño, apunta ciertas paradojas africanas: «¿Dónde se convierte el simio en ser humano? En África. ¿Cuál es el continente más rico en materias primas, en minerales, en bosques, en agua, en viento…? África. ¿Dónde, en vista de ello, tendría que estar Manhattan? En África, ¿no? ¿Y por qué no está en África?… África estaba en el Neolítico. Y ahí, en gran medida, sigue. [Hasta la llegada de los colonizadores] los africanos no habían inventado ni siquiera la rueda y no disponían de ningún idioma escrito, alfabetizado, con gramática y literatura. No hay un solo alfabeto en toda el África negra […]. La historia allí empieza cuando llegan los árabes y los blancos.»[444]
La serpiente con cabeza de rey Leopoldo devora a un congoleño.
Niños mutilados en el Congo de Leopoldo.