CAPÍTULO 94

El enfermo de Europa

Los turcos habían levantado un imperio que abarcaba desde Marruecos hasta Iraq y desde el mar Caspio hasta el Sudán, demasiados pueblos y excesivas distancias (véase el mapa de la p. 218). A partir del siglo XVI, el Imperio otomano inició una lenta decadencia: sultanes viciosos entregados a la molicie y al harén abandonaban el gobierno en manos de visires y funcionarios corruptos. Anquilosado e incapaz de incorporar los avances técnicos que impulsaban a Europa, el Imperio otomano llegó tan debilitado al siglo XIX que el zar de Rusia lo llamó «el enfermo de Europa». Turquía no pudo evitar que buena parte de los pueblos europeos sometidos se independizaran, con ayuda de Rusia y Austria, para constituirse en nuevas naciones[425] ni ser víctima de los enredos políticos de las emergentes potencias colonialistas. Aun así subsistió gracias al apoyo de Gran Bretaña y Francia.

¿Por qué apoyaban al turco el Reino Unido y Francia? Más que por pura filantropía, por atajar los avances de Rusia. Desde Pedro el Grande y Catalina la Grande, los zares rusos ansiaban una salida de su flota a mares calientes, o sea, al Mediterráneo, lo que sólo podía hacerse, desde los puertos del mar Negro, a través de los estrechos del Bósforo y los Dardanelos, propiedad de los turcos. Pero el Reino Unido y Francia querían a toda costa atajar el peligro de que una flota rusa con libre acceso a ese mar pudiera amenazar el tráfico marítimo de los ingleses o el de los franceses con sus respectivas colonias.[426]

Francia se había proclamado defensora de los derechos de los súbditos católicos del Imperio otomano. Rusia, por no ser menos, se postulaba como defensora de los derechos de los ortodoxos. Cualquier mezquina rencilla entre frailes católicos y ortodoxos en la basílica del Santo Sepulcro de Jerusalén (en la provincia turca de Siria) podía provocar un conflicto diplomático de alcances insospechados entre Francia y Rusia.[427] A los rifirrafes religiosos entre católicos y ortodoxos sucedían las consiguientes presiones sobre el sultán, que se veía obligado a conceder nuevos privilegios para atemperar los ánimos.[428]

Derrotada por Rusia (1878), y con la economía casi intervenida por el capital extranjero, Turquía tuvo que conceder grandes privilegios al comercio ruso, británico, francés y alemán (lo que nos recuerda los abusos que estas potencias cometían en el otro gigante débil, China). Hasta los italianos, que no tenían fuerza alguna, se atrevieron en 1911 a cruzar el charco para arrebatarle sus últimas colonias africanas: Tripolitania y Cirenaica (Libia). El colmo fue que se dejara involucrar en la primera guerra mundial de la mano de los perdedores, lo que le supuso la liquidación de gran parte del imperio, que se repartieron Inglaterra y Francia.

El sultanato cayó en 1922, por un golpe de Estado, y el general Mustafá Kemal «Ataturk» (1881-1938) proclamó la república y se propuso desislamizar la nación, o lo que quedaba de ella, y occidentalizarla antes de que los europeos se la comieran por sopas (como había hecho Japón en la era Meiji).[429]

El disputado estrecho del Bósforo, en un cromo (siglo XIX).