CAPÍTULO 93

Italia renace

Como Alemania, la península Itálica era, a principios del siglo XIX, un mosaico de ducados, ciudades y reinecillos bajo el alero, no siempre cobijador, de los Estados Pontificios. Con el auge de los nacionalismos, muchos italianos se preguntaban: ¿por qué si hablamos el mismo idioma (más o menos) no somos italianos en lugar de florentinos, genoveses, milaneses o napolitanos?

Sólo faltaba algún padre de la patria que construyera una nación de aquella amalgama de Estados. En el caso de Italia fueron dos los padres de la patria, más o menos concordados: Garibaldi, el hombre de acción, y Camilo Benso, conde de Cavour (1810-1861), el hombre de gabinete.

Cavour, ministro del rey de Piamonte-Cerdeña, Víctor Manuel II, y discípulo aventajado de Maquiavelo, logró lo que aún hoy sigue pareciendo casi un milagro: unificar Italia a pesar de la oposición tanto del Imperio austrohúngaro como del papa (al que desposeyó de sus extensos Estados Pontificios y dejó recluido en el Vaticano).

La jugada maestra de Cavour consistió en persuadir a Napoleón III de que si ayudaba a Italia a constituirse como nación la tendría a su lado incondicionalmente, lo que perjudicaría los intereses de su enemigo, el Imperio austrohúngaro (dueño a la sazón de Milán y Venecia).

Más peliagudo fue despojar a la Iglesia de sus Estados. Aunque su reino no es de este mundo, y dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, la Iglesia se había ido adueñando, tacita a tacita, del centro de Italia (el «Patrimonio de San Pedro», lo llamaba). Apoyado en su carisma divino, el papa, impermeable a las constituciones y a las libertades que se abrían camino en Europa, reinaba tiránicamente sobre sus Estados. En 1848 los romanos se le amotinaron y proclamaron la república. Pío IX tuvo que huir, pero regresó al poco apoyado por un ejército que había reclutado en los países católicos de Europa (España entre ellos). Sus súbditos se rebelaron nuevamente y proclamaron rey a Víctor Manuel II (el de Cavour), que se hizo cargo de los Estados Pontificios tras derrotar a las tropas papales en 1871.[424]

El papa Pío IX y sus colaboradores más cercanos.