CAPÍTULO 77

La venganza de Moctezuma: el sifilazo

Adivino la pregunta: ¿qué pasa, es que los americanos no disponían de agentes patógenos que recíprocamente exterminaran a los invasores, perdón, evangelizadores europeos? Pues no. En América no se habían desarrollado enfermedades porque los animales domésticos eran escasos y no convivían hacinados con las personas como en Europa (ya dijimos que estas plagas son la adaptación de parásitos animales al hombre). La única excepción, aunque notabilísima por su carácter, fue la sífilis.[356]

Ya vemos que el balance global cuando los dos pueblos intercambiaron sus respectivos virus resultó muy favorable a los europeos. ¿Por qué? Porque en Europa se había producido desde fecha temprana una alta densidad de población humana que favorecía las enfermedades. Los europeos llevaban más tiempo de rodaje y, por lo tanto, sus enfermedades eran más virulentas y ellos estaban mejor provistos de anticuerpos para resistirlas.[357] El mismo hacinamiento, sin embargo, los hacía más vulnerables cuando una enfermedad contagiosa se trasladaba a Europa y adquiría caracteres de pandemia (recordemos la peste negra, o la «gripe española» de 1917).[358]

Lo único que frenó, por un tiempo, la conquista por los europeos de determinadas regiones del planeta fueron tres enfermedades tropicales: la malaria de los trópicos (las fiebres tercianas, como las llamaban), el cólera del sureste de Asia y la fiebre amarilla del África tropical. Por eso los europeos no conquistaron África al mismo tiempo que América.[359] A África le llegaría el turno en el siglo XIX, como se verá en su momento.

Se ha exaltado mucho, en textos patrióticos, el hecho de que los españoles conquistaran los imperios azteca e inca con un puñado de soldados que se enfrentaban a muchedumbres de guerreros. Pensemos que Pizarro conquistó Perú ¡con sólo 168 hombres y 37 caballos! El lector escéptico hará bien en creer que la explicación es más compleja: además de la oportuna viruela hay que tener en cuenta que los españoles llevaban consigo un número apreciable de esclavos negros y miles de auxiliares indios alistados en el Caribe o entre los pueblos limítrofes. Los jefecillos indios, divididos por sus odios ancestrales, se aliaban con el hombre blanco para exterminar a la tribu rival. Gustosamente perdían un ojo con tal de que el enemigo quedara tuerto de los dos. Conocedores de esta inclinación, los españoles la aprovechaban y fomentaban la enemistad entre tribus indígenas («divide y vencerás»). Aparte de esto, como ya venían aprendidos de la táctica con el moro, amansaban a los indios con alguna crueldad disuasoria como quemar o aperrear (arrojar a los perros alanos) a algún cacique rebelde.[360]

Los españoles no eran soldados profesionales sino paisanos codiciosos que voluntariamente se sumaban a los emprendedores que organizaban la expedición. Aunque no estuvieran especialmente entrenados para la guerra, sabían manejar la espada y el caballo (al fin y al cabo procedían de una tradición guerrera, la España medieval, lo que los hacía militarmente superiores al indio).

Los caudillos españoles, a menudo financiados por accionistas particulares, contaban con el permiso real y la promesa de algún cargo en las tierras nuevas puestas «bajo el señorío» de España. La corona raramente financiaba, pero se cobraba el preceptivo «quinto» del botín conseguido, así como la titularidad de las tierras ganadas. Además, se facultaba para nombrar funcionarios que administraran y cobraran impuestos (en producto o trabajo) a los nuevos «súbditos y vasallos» sujetos a la soberanía española.

Contemplada bajo este prisma, la empresa de la conquista de América resulta menos heroica. Los conquistadores no eran soldados enviados por la corona, sino aventureros que buscaban riqueza y medro en unas tierras donde «hay más oro y plata que hierro en Vizcaya y más ovejas que en Soria».[361] A menudo los reinos y provincias nominalmente agregados a la corona a veces sólo existían sobre el papel («los despoblados», los llamaban).[362] Tribus indias independientes y nada sujetas a los españoles perduraron hasta bien entrado el siglo XIX, cuando las nuevas naciones independientes terminaron por sojuzgar o exterminar a sus indios para, entonces sí, extender su soberanía a todo el territorio.[363]

Arcabuz.