CAPÍTULO 75

La trata de carne negra

Los esclavos africanos se conocían en Europa desde los tiempos de Roma. En la Edad Media, se mantuvo el mercado, especialmente en los países musulmanes y en Bizancio. Los negreros árabes adquirían el ébano (o sea, los esclavos negros) en la isla de zanzíbar y los transportaban, por tierra o por mar, a Egipto, a las costas del Índico, y a Oriente Medio (remontando el mar Rojo).

En el siglo XV, los portugueses se incorporaron a la trata de esclavos desde sus colonias de Guinea. El castillo de Elmina (La mina, en la costa de Río de Oro), construido en 1482, como depósito de oro, se reconvirtió en centro de recepción de esclavos. Los proveedores eran los propios caudillos tribales del interior de África que capturaban el género en las tribus limítrofes.

Al principio, los esclavos negros se repartían entre las plantaciones de caña de azúcar de la isla de Santo Tomé y las casas nobles de Europa, pero, a partir de 1501, las posesiones españolas de las Antillas reclamaron esclavos africanos en vista de que los nativos taínos no aguantaban el trabajo y morían por docenas.[340]

El tráfico de esclavos africanos con destino a América no se interrumpió en los cuatro siglos siguientes.[341] Los que hoy componen un estimable porcentaje de la población de Brasil, de las islas del Caribe y de Estados Unidos (donde los llaman afroamericanos) son descendientes de esclavos capturados en África y vendidos en América como mano de obra para las plantaciones de caña de azúcar o algodón.[342] Los lectores de cierta edad que vieron la serie televisiva Raíces recuerdan las circunstancias.

Hubo incluso un comercio triangular de lo más lucrativo que involucró a sociedades mercantiles de Portugal, España, Francia, Inglaterra y Holanda entre los siglos XVI y XIX. Los barcos cargaban quincalla en Europa (telas baratas, cascabeles, espejitos, cuentas de pasta de vidrio, gorros de colores y otras fruslerías semejantes) y la intercambiaban por esclavos en los mercados de Guinea (costa entre los ríos Senegal y Congo). Los barcos negreros, en cuyas bodegas se hacinaban los desgraciados esclavos en condiciones espantosas (un alto porcentaje no sobrevivía a la travesía), cruzaban el Atlántico e iban recalando en puertos de las Antillas donde cambiaban su carga humana por productos americanos apreciados en Europa: azúcar, tabaco, cacao y metales preciosos, que transportaban de regreso a Europa.

En 1713, España le otorgó a Inglaterra el monopolio de suministro de esclavos africanos a sus colonias americanas (derecho de asiento) durante los siguientes treinta años. Los ingleses se comprometían a entregar hasta 144.000 negros («piezas de Indias, de ambos sexos, de todas las edades, no siendo viejos ni con defectos»).

Barrios enteros de elegantes casas dieciochescas de Liverpool, Bristol y Londres se construyeron con los pingües beneficios que rendía este comercio triangular. Es una especie de compensación histórica que estos barrios habitados por gente adinerada y elegante hasta hace medio siglo se encuentren ahora mayoritariamente en manos de emigrantes de raza negra o mulata procedentes de Jamaica o de las antiguas colonias africanas, especialmente de Nigeria, que instalan tendederos en las elegantes fachadas paladianas y aparcan la destartalada furgoneta frente a la puerta.[343]

Almacenamiento de esclavos en un barco negrero.