En el siglo XV Europa conoció una época de bonanza y prosperidad que incrementó la demanda de productos de lujo: oro, plata, especias de la India, sedas, esclavos…
La seda se fabricaba ya en Europa. Bastaba plantar más moreras (el alimento del gusano productor de la seda) para intensificar la producción; el oro del Sudán y los esclavos negros llegaban puntualmente a los puertos del norte de África y mercaderes genoveses los distribuían por toda Europa.
Lo único que escaseaba eran las especias. La tradicional ruta de la seda padecía arterioesclerosis desde que los turcos habían ocupado el Imperio bizantino y los tártaros del norte se habían islamizado. Las especias se habían encarecido considerablemente y alcanzaban precios prohibitivos.
—¿Y no se pueden arreglar sin especias?
—¡Qué dice, hombre de Dios! Ninguna familia europea que haya alcanzado un mediano pasar puede prescindir de las especias.[327]
El signo exterior de riqueza, lo que demuestra que uno es algo en la vida en el siglo XV, radica en los trajes lujosos, recamados de oros y perlas, y en el consumo de especias.
Sí. Las especias de la India eran insustituibles. Habían sido siempre productos caros, pero la drástica disminución de los suministros los puso por las nubes.[328] Los mercaderes genoveses, venecianos e incluso catalanes dedicados al comercio de Oriente estaban desesperados. ¿Qué hacer?
El nuevo interés por la geografía (propio del humanismo imperante) y los avances de la cartografía y de la navegación (la brújula, los nuevos aparejos de velas, las naves mejor diseñadas) ayudaron a encontrar soluciones. Europa, que llevaba un milenio ensimismada en su lago particular, el Mediterráneo, comenzó a contemplar la alternativa del Atlántico.
Mercaderes de especias.