CAPÍTULO 71

Surgen las naciones

El crecimiento de la desigualdad dentro de las ciudades (ya dijimos: ricos patricios y pobres comunes) acarreó revueltas sociales. Los parias de la tierra se sublevaban en demanda de mejores salarios; en el campo, contra los abusos del feudalismo.[318]

La más famosa rebelión, que para eso es francesa, fue la Grande Jacquerie de 1358.[319] Oigamos al cronista Froissart: «Muchos aldeanos se reunieron y declararon que todos los nobles del reino eran traidores merecedores de la muerte. Con palos y cuchillos iban a la propiedad del caballero más cercano y lo asesinaban junto a su mujer y sus hijos y destruían la casa. Esta chusma miserable, unos seis mil serían, saqueaban e incendiaban, asesinaban a los nobles y violaban a las damas y a las doncellas…»

Iban teniendo los pueblos de Europa cierta conciencia nacional, reforzada a veces por el idioma y por las instituciones. Cada cual empezó a sentirse superior a los otros, el más guapo y el más listo. Cada cual valoró lo propio (lengua, sociedad, folclore, hábitos alimenticios, forma de vida) y despreció lo ajeno.[320] En eso estamos todavía, a pesar de tanta Unión Europea.

A finales de la Edad Media, esos pueblos con conciencia de sí mismos como nación, Francia, Inglaterra, Portugal, Castilla, Aragón y Nápoles, formaron poderosas monarquías hereditarias y absolutas. En ellas el rey era dueño de la nación y la administraba a su antojo. Si no quería patronearla personalmente se buscaba un valido que ejerciera la gerencia en su nombre. El valido designaba los altos cargos del gobierno entre la dócil nobleza cortesana, y el funcionariado de origen burgués resolvía los problemas del reino y le procuraba diversiones al rey (amantes, caza, corridas de toros, juegos…). Cuando el valido caía en desgracia, generalmente porque se excedía en el latrocinio de los recursos públicos, o, simplemente, porque se hacía antipático, el rey lo sustituía por otro.[321] El rey hacía lo que le diera la real gana. Sólo respondía de sus actos ante Dios.[322]

Aquí conviene introducir un concepto útil para explicar la historia: el Antiguo Régimen. Esta forma de gobierno común a casi toda Europa hasta la Revolución francesa (1789) divide a la población en una clase privilegiada (la nobleza y el clero) y otra no privilegiada (la burguesía y el pueblo).[323] Un ejemplo práctico: en la España de los Austrias, si uno era hidalgo o clérigo (o sea, perteneciente al estamento privilegiado) tenía prioridad para adquirir carne en las carnicerías reales, libre de impuestos, pero si pertenecía al pueblo (o sea, al estamento no privilegiado) compraba la carne sobrante, de peor calidad, y encima pagaba un impuesto por ella.[324]

La nobleza perdió muchos privilegios tras la Revolución francesa, pero la Iglesia sigue sin pagar impuestos (al menos en España), otra pervivencia del Antiguo Régimen.

Ya que hablamos de España añadamos que el privilegiado (o sea, el noble) consideraba que el trabajo manual deshonraba («trabajar no es trato de nobles»). Recordemos al hidalgo empobrecido del Lazarillo de Tormes (que refleja una realidad de su tiempo), al cual la negra honrilla lo condenaba al hambre y a aparentar que había comido.[325] Aceptaba cualquier sacrificio antes que perder su dignidad rebajándose a trabajar (como tantos liberados sindicalistas de nuestro tiempo).

Por el contrario, en los países del norte de Europa se desarrolló la típica moral calvinista: el trabajo dignifica al hombre y el comercio es una ocupación honrosa. Por eso esos países prosperaron y se enriquecieron mientras los nuestros se empobrecían y menguaban.

¿Y el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico que supuestamente debía reinar sobre los reyes de la cristiandad? El cargo decayó al hacerse electivo entre los siete príncipes electores (tres eclesiásticos y cuatro laicos, como dijimos). El que aspiraba al trono imperial tenía que sobornar a los electores y, una vez en el puesto, ejercía un dominio más teórico que efectivo y limitado al ámbito de los países germánicos. El imperio languideció hasta que Napoleón lo suprimió en 1807.[326]

Las insignias imperiales.