CAPÍTULO 70

Los monjes se hacen frailes

El desarrollo de las ciudades y de la nueva clase social que nace en ellas, los ruanos o burgueses (mercaderes, artesanos o profesionales libres), basculó la economía del campo a la ciudad.

La Iglesia, siempre atenta a la atención espiritual de su rebaño (el pío subterfugio que justificaba su rentable esquileo), no permaneció indiferente a estos cambios. Los tradicionales monasterios, asentados en extensas y ricas zonas rurales como unidades autosuficientes, correspondían a una estructura feudal y agraria periclitada, de cuando las ciudades carecían de importancia. Había que adaptarlos a los nuevos tiempos: los nuevos monasterios fundados dentro de las ciudades se llamaron conventos.

Para llevar el apostolado a los burgueses y ruanos de las ciudades se crearon dos grandes órdenes mendicantes, los dominicos y los franciscanos, fundadas, respectivamente, por santo Domingo de Guzmán (1172-1221) y san Francisco de Asís (1182-1226). Al principio delimitaron el campo de su acción misional para evitar fricciones y competencias: los dominicos predicaban el dogma y los franciscanos, la moral.

Como todos los reformistas anteriores (y los que seguirán), los frailes mendicantes aspiraban a restaurar la pobreza y las virtuosas costumbres del cristianismo original. El bla, bla, bla de siempre. En principio no poseían propiedad alguna, aparte de la casa-convento en la que habitaban. Sin rentas ni ingresos fijos, pretendían vivir austeramente de las limosnas de los fieles, pero pronto olvidaron tan cristianos propósitos, cedieron a la codicia y compitieron en acumular propiedades procedentes no del trabajo honrado sino de donaciones de devotos pudientes.[313]

¿Cómo estimulaban la generosidad de la parroquia? Fácil: desde los púlpitos y desde los confesonarios se inculcaba a los fieles que las almas de los difuntos debían sufrir un periodo de purgatorio, entre atroces tormentos semejantes a los del infierno. ¿Cómo puede un creyente rico asegurarse, antes de morir, de que su paso por el incomodísimo purgatorio va a ser meramente simbólico y lo más breve posible? El confesor le ofrecía la solución más fácil: sufragando abundantes oraciones y misas, fundando capellanías, donando a la Iglesia (o sea, al convento) fincas, casas, joyas, propiedades…[314]

Al reclamo de la fácil ganancia proliferaron nuevas órdenes mendicantes (agustinos, trinitarios, mercedarios, carmelitas, etc.). Eran tantos que faltó pesebre, el panorama se enturbió y sucedió una feroz y escasamente cristiana competencia entre ellos.

A pesar de todo, las órdenes subsistieron, unas mejor que otras, claro. Las más espabiladas acumularon ingentes patrimonios: inmuebles (que alquilaban), molinos, pósitos, industrias, escuelas…

La riqueza atesorada por los mendicantes relajó inevitablemente la primitiva disciplina y despertó una sorprendente cantidad de vocaciones entre sujetos que aspiraban a vivir al amparo del convento sin dar golpe.

Los conventos y monasterios se convirtieron, como escribe el historiador Gibbon, en «refugios de hombres pusilánimes, holgazanes, derrochadores o cobardes que preferían no enfrentarse con la vida».[315]

Las clases media y alta confiaban a los frailes y a las monjas la educación de sus hijos desde la infancia, la tierna edad en que se inculca en las juveniles mentes el sometimiento a la Iglesia.[316] No obstante, también surgió una enseñanza más abierta y laica al amparo de las ciudades, representada por escuelas urbanas (París, Bolonia, Toledo), que pronto se desarrolló en universidades (Sorbona, Oxford, Bolonia, Palencia, Salamanca…), en las que se impartían Leyes, Artes y Medicina, sin olvidar, naturalmente, la Teología, una rama de la literatura fantástica que, alimentada por la Iglesia, alcanzó gran complejidad.

En las universidades se valoraba sobremanera a Aristóteles (el filósofo griego del siglo –IV), cuyo pensamiento adaptó el dominico santo Tomás de Aquino a la ortodoxia cristiana en un supuesto equilibrio entre fe y razón.[317] Afortunadamente, al final, se abrió camino el humanismo, que dio más importancia a la razón y propuso someter a examen a las autoridades y las verdades supuestamente reveladas que predicaba la Iglesia.

Frailes consagrados a la investigación enológica.