CAPÍTULO 68

Cien años de guerra y algunos más

En 1066 el duque de Normandía, Guillermo, más conocido como Guillermo el Conquistador, conquistó Inglaterra y fundó allí una monarquía. Esto planteó un interesante dilema: como rey de Inglaterra, Guillermo podía tratar de igual a igual al rey de Francia, pero como duque de Normandía le debía sumisión feudal. El asunto se complicó cuando, en sucesivas generaciones, los reyes de Inglaterra ampliaron sus posesiones en Francia (los ricos ducados de Aquitania, Poitou, Bretaña y otros) y, sin dejar de ser vasallos del rey francés, resultó que eran más poderosos que su señor.

En 1328 murió el rey Carlos IV de Francia sin descendencia masculina.[306] Dos herederos se disputaban el trono: Eduardo III de Inglaterra, sobrino del difunto, y Felipe de Valois, su primo (conocido por el Impotente, como lo muestra el hecho de que sólo engendrara ocho hijos).

Los franceses querían un rey francés y descartaron a Eduardo de Inglaterra pretextando que descendía por línea femenina, pero él hizo valer sus derechos: si no me dais el trono por las buenas lo tomaré yo por las malas.

El resultado fue una larga guerra entre Francia e Inglaterra que duraría, con intermitencias, más de un siglo (1337-1453), aunque, por redondear, la conocemos como la guerra de los Cien Años.

El conflicto, que implicó a otras naciones, fue, en realidad, una guerra europea.

Las causas profundas del enfrentamiento fueron, como siempre, económicas: los mercaderes de Flandes (actual Bélgica) apoyaban a Inglaterra, que abastecía de lana su floreciente industria pañera, frente a la nobleza feudal flamenca, que estaba emparentada y apoyada por la francesa.

En el terreno militar, los nuevos tiempos acarrearon el ocaso de la caballería feudal frente a la infantería urbana: la aristocracia francesa se enfrentó en Crécy (1346), Poitiers (1356) y Agincourt (1415) con los arqueros ingleses armados con el temible arco largo galés. Un arquero entrenado (y todos lo eran porque se ejercitaban en sus pueblos los fines de semana en concursos estimulados por las autoridades) podía disparar diez flechas por minuto. En cuanto los caballeros franceses se pusieron a tiro, en apretadas filas, una nube de flechas acribilló a jinetes y monturas. La armadura de placas no bastaba para detener el proyectil. Se dio el caso de una flecha que cosió a un caballero a su caballo atravesando los muslos (enfundados en quijotes de chapa), la silla de montar y el cuerpo del animal.

La aniquilación de la caballería francesa por los arqueros ingleses fue el canto del cisne del feudalismo (que el perfeccionamiento de las armas de fuego terminaría por consumar).[307]

¿Por qué se prolongó tanto la guerra de los Cien Años? Los ingleses ganaban las batallas, pero carecían de recursos para decidir una guerra tan prolongada y costosa. A la postre la perdieron, después de sostenerla penosamente a lo largo de tres generaciones.

Entre los episodios de aquella contienda cabe mencionar que la flota de Castilla, aliada de Francia, asoló las costas inglesas (¿quién lo iba a decir?) y que una muchacha francesa sin conocimientos militares, Juana de Arco, derrotó a los ingleses donde militares expertos habían fracasado.

La historia de Juana de Arco (1412-1431) merece párrafo aparte. Una muchacha campesina, una doncella del pueblo, la pucelle,[308] que desenterrando cebollas en el huerto familiar oyó de pronto voces «de Dios» que la animaban a intervenir en la guerra.[309] Eran tiempos crédulos y desesperados. Los desanimados franceses se aferraron al milagro como a un clavo ardiendo y permitieron que la mocita interviniera en las operaciones. Total, de perdidos, al río, debieron de pensar. Para sorpresa de todos, Juana cosechó señaladas victorias pues su sola presencia enardecía a las antes desmoralizadas tropas, que la consideraban enviada de Dios y la seguían ciegamente. Finalmente cayó prisionera de los borgoñones (aliados de Inglaterra), que la entregaron a los ingleses. Sus captores alegaron que las voces que oía procedían del diablo, la acusaron de brujería y la quemaron (en Ruán, en 1431). Hoy es patrona de Francia, tras su canonización en 1920.[310]