Hacia el año 1000 las ciudades europeas, que habían decaído después del colapso del Imperio romano, empezaron a crecer de nuevo y se constituyeron en burgos, o sea, poblaciones amuralladas.
En el campo se había producido una revolución agrícola: mejor cultivado gracias a innovaciones técnicas,[301] producía otra vez excedentes que permitían comerciar con productos manufacturados. El campesino podía vender sus productos sobrantes y adquirir con el producto vestidos, zapatos, herramientas que le proporcionaban una vida más cómoda. ¿Dónde hallaba su mercado para este intercambio? En la ciudad, naturalmente, donde el comercio impulsaba nuevamente la artesanía y la industria, como en los felices tiempos de Roma.
Al tiempo que adelantaba la agricultura, crecía la industria con las primeras máquinas movidas por el viento o el agua[302] o el telar de pedales, que simplificaba la labor de los tejedores. A ello se sumaban los avances de la cartografía y la construcción naval (la carabela y su hermano mayor el galeón, variante de la nao armada), la incorporación de instrumentos náuticos como la brújula, la divulgación del estribo y de la pólvora (que revolucionan la guerra) y la del reloj y los mapas de marear.
Mejor alimentación y vida más cómoda (e higiénica) significa aumento de la población: más brazos para el campo y para las industrias de la ciudad.
¡Europa que despierta de su letargo, se pone en marcha y funda lo que hoy conocemos como Occidente!
Una nueva clase social se abría camino en el viejo orden social. Los burgueses (habitantes de los burgos) no eran caballeros ni clérigos ni campesinos, sino hombres libres y solventes que vivían de la producción industrial y del comercio.
El cambio se produjo primero en la franja comprendida entre el norte de Italia y Flandes: Brujas, Gante, Colonia, París, Londres, Milán, Génova, Venecia Florencia… En el resto de Europa tardó más, lo que acentuó unas diferencias de nivel de vida entre las distintas regiones, una asimetría que perdura hasta hoy.
En Germania y el norte de Italia surgieron poderosas ciudades-estado (¿recordamos las mesopotámicas, las griegas y las fenicias de la antigüedad?) que impusieron su dominio en el territorio del entorno y rivalizaron con los reinos, ducados y principados vecinos. Estas ciudades solían ser repúblicas de patricios (la nueva aristocracia urbana, basada en el dinero) y a menudo extendían su dominio sobre otras ciudades y hasta fundaban colonias comerciales en el extranjero. A veces una familia importante escalaba el poder y establecía una dinastía durante un tiempo (los Visconti en Milán, los Medici en Florencia…).
En el resto de Europa, el feudalismo declinaba. El orden antiguo (los señores vinculados a la tierra y a los privilegios de cuna) cedía paso al orden nuevo (los ciudadanos de los burgos, solamente vinculados al dinero).
Volvía a circular la moneda, como en tiempos de Roma. Mercaderes y particulares acudieron a banqueros conocedores del nuevo arte de endosar créditos, ordenar pagos, transmitir cartas de aviso y girar letras de cambio. (Primero fue el contrato de cambio y después su perfeccionamiento en la letra de cambio.)[303]
En las ciudades surgieron asociaciones empresariales, los gremios, que agrupaban a los practicantes de un oficio: caldereros, zapateros, albañiles, carpinteros, médicos, imagineros, tintoreros, escribanos, etc. El gremio tenía su propio tribunal para dirimir problemas internos; su cofradía, bajo la advocación de un santo, y su caja de ayudas para socorrer a viudas, huérfanos y enfermos. Cada oficio admitía tres grados: aprendiz, oficial y maestro. Para acceder a la maestría había que someter al juicio de los expertos una «obra maestra» que demostrara que el aspirante había alcanzado la pericia necesaria para ejercer su profesión de pleno derecho. A partir de entonces estaba facultado para independizarse, e instalar taller propio en el que transmitir las técnicas del oficio y sus secretos a otros aprendices y oficiales.
Una de las industrias más boyantes fue la pañera, radicada al principio en Flandes (Bélgica y aledaños) y más tarde extendida a otros lugares, especialmente a Inglaterra y Florencia.[304]
El comercio se desarrolló en forma de compañías societarias que nombraban cónsules en las principales ciudades consumidoras de sus productos. También se impulsaron las grandes ferias especializadas en determinados productos (Amberes, Lisboa, Ginebra, Frankfurt, Medina del Campo…).[305]
La Liga Hanseática (Hansa significa «gremio» en alemán) agrupó a agentes y comerciantes alemanes con almacenes y cónsules en el mar Báltico, los Países Bajos, Noruega, Suecia, Inglaterra, Polonia, Rusia, Finlandia y Dinamarca. La Liga comerciaba con madera, cera, ámbar, resinas, pieles, centeno y trigo, que transportaba en gabarras desde el interior del territorio a los puertos, en los que aguardaban panzudas naves (las cocas) que, fuertemente escoltadas para disuadir a los piratas, distribuían las mercaderías por toda Europa y el Mediterráneo. Los pujantes alemanes ampliaron su espacio vital hacia el este con la conquista de Prusia, Pomerania y las costas del Báltico.
Al principio los burgueses estaban bastante nivelados socialmente, pero con el tiempo algunos se enriquecieron y constituyeron el patriciado urbano mientras que los pobres formaban «el común». Es innecesario señalar que el gobierno de las ciudades quedó en manos del patriciado urbano.
Marchaba todo estupendamente cuando sobrevinieron dos desgracias: una guerra larga y una epidemia breve, las dos igualmente mortíferas.