CAPÍTULO 64

Bizancio a trancas y barrancas

¿Qué ocurrió con Bizancio?

El esplendor de Justiniano duró poco. La lucha contra la Persia sasánida (a la que prácticamente aniquiló) dejó el imperio tan exhausto que no pudo resistir la oleada islámica, los nuevos bárbaros que se abatían sobre el mundo civilizado. Bizancio perdió la mitad de sus posesiones: Egipto, el norte de África y Siria (y con ella la ruta de la seda, el gran negocio).

Como las desgracias raramente se presentan solas, al propio tiempo los búlgaros y los eslavos ocuparon los Balcanes y los lombardos, Italia. Bizancio quedó como el gallo de Morón: sin plumas y cacareando. Sic transit gloria mundi.[281]

A ello hay que sumar las luchas internas entre iconoclastas (partidarios de la prohibición de las imágenes religiosas) e iconodulos (partidarios de las imágenes). Desde nuestra perspectiva nos parece absurdo y ridículo que dos personas o dos partidos puedan basar sus diferencias en algo tan tangencial, pero ellos se lo tomaban muy en serio (otra discusión bizantina) y a menudo llegaban a las manos por ese motivo.

Con lo que se les venía encima…

¿Es que los bizantinos eran tontos o es que estaban faltos de palos?, se preguntará algún lector. En el fondo subyacían los desajustes entre el poder temporal y el religioso (la Iglesia siempre alterando la paz y la armonía de los pueblos con tal de prevalecer). El mismo motivo fútil sirvió para escindir la cristiandad en dos iglesias, la romana y la oriental (u ortodoxa) en 1054. El pretexto fue un desacuerdo sobre el texto del Credo que, en su versión latina, introducía la palabra filioque («y el Hijo») porque el papa de Roma sostenía que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo. Esta bobada le resultaba inaceptable al patriarca de Constantinopla: «Eso ¿cómo va a ser? —bramaba—, si el Espíritu Santo sólo procede del Padre.»

Mientras se paraban a discutir si son galgos o podencos (como los conejos de Iriarte), el moro les arrebataba la hacienda.

Al final no se pusieron de acuerdo y rompieron la baraja. Y hasta hoy: la Iglesia de Roma domina Occidente y la ortodoxa, u oriental, Oriente, con su mayor feligresía entre los pueblos eslavos que Bizancio evangelizó.[282] De vez en cuando hacen juntas de teólogos para ver si se reconcilian. Discuten de honduras teológicas que ya sólo les interesan a ellos, se hartan de mariscos del Trastévere o en el Cintemani de Estambul y regresan a sus palacios hasta la siguiente convocatoria conciliar.[283]

Bizancio conoció épocas de cierto esplendor, aunque al final, como ocurrió con Roma, era el ejército el que quitaba y ponía emperadores, a veces impulsado por complejas intrigas cortesanas que no excluían los magnicidios. Alguna vez cegaron o castraron al emperador depuesto o a su heredero y lo confinaron en un monasterio para el resto de sus días.[284]

¡Decadencia de Bizancio! El negocio fue a menos, la tierra menguó y con ella el comercio que le daba la fuerza. Inevitablemente algunos generales fronterizos (o στρατηγός, strategos) se independizaron de la metrópoli y fundaron sus propias dinastías.

Ya vemos que se repetía lo que unos siglos antes había ocurrido en la mitad latina del imperio. Como en la Roma decadente de los últimos césares, el imperio tuvo que recurrir a tropas mercenarias que constituían en sí una amenaza (algunas de estas tropas fueron los almogávares españoles, en el siglo XIV).

A los árabes que atacaban por mar los contuvieron gracias al esfuerzo de buenos marinos y a su arma secreta: el fuego griego.[285] A los búlgaros que atacaban por tierra los contuvieron con pagas y tributos,[286] pero a los turcos selyúcidas que acometieron por oriente, mediado el siglo XI, no hubo manera de frenarlos. El emperador y el patriarca tuvieron que tragarse su orgullo y solicitar ayuda militar a los primos de Europa. Fatalmente ocurrió lo que suele ocurrir en estos casos: los que te ayudan a recuperar el territorio se lo apropian (lo mismo que sucedería con los moros en Al-Andalus cuando solicitaron refuerzos de sus correligionarios de Marruecos).

Los cruzados europeos llegados en auxilio de Bizancio crearon sus propios Estados independientes en Antioquía, Edesa, Trípoli y Jerusalén, como veremos con mayor pormenor en el capítulo de las cruzadas.

Europa codiciaba las riquezas de Oriente. Las poderosas repúblicas italianas (Venecia y, en menor medida, Génova y Pisa, nidos de banqueros y mercaderes chupasangres) engordaban como garrapatas en los lomos de Bizancio, con derechos comerciales cada vez más abusivos.

La codicia de los occidentales se había manifestado abiertamente en la tercera cruzada. En la cuarta se consumó la conquista: los bizantinos entregaron doscientos mil marcos de plata para viático de los cruzados en su camino contra Egipto, su principal enemigo, pero los cruzados, alentados por Venecia, asaltaron Constantinopla (1204) y la saquearon concienzudamente durante tres días.

El imperio de Bizancio no se repuso ya de este descalabro. Fue perdiendo territorios hasta quedar reducido a poco más que Constantinopla y el territorio circundante. La capital decayó: todavía conservaba sus numerosas iglesias, sus barrios palaciegos, sus bien dotados monasterios y su hipódromo, vestigios de la pasada grandeza, pero su población, que en tiempos de Justiniano sobrepasaba el medio millón de habitantes, se redujo a unos cincuenta mil.

En 1453 los turcos sitiaron la ciudad con abundante artillería, entre la que se contaban algunos cañones monstruosos (la gran bombarda) para batir la muralla más potente jamás construida.[287] Después de una resistencia heroica, Constantinopla sucumbió y los turcos tomaron la ciudad.

La caída de Constantinopla causó verdadera consternación en Occidente, especialmente entre los banqueros y mercaderes italianos que perdían su gran negocio. Las consecuencias no se hicieron esperar: el comercio entre Europa y Asia se interrumpió. Dejaron de llegar productos tan esenciales (para las clases pudientes) como la seda china y las especias de la India, especialmente la pimienta, tan importante para condimentar y conservar los alimentos.

Las naciones cristianas tuvieron que buscar rutas alternativas hacia Oriente: los portugueses, bordeando África por mar (viaje de Vasco de Gama entre 1497 y 1498) y los españoles, atravesando el Atlántico, cuya orilla opuesta se pensaba que era China y Japón (lo que condujo al descubrimiento de América por Colón en 1492).

Portugal y Castilla, hasta entonces dos paisitos de poca importancia, demasiado ocupados en expulsar a los moros de sus respectivos territorios, se convirtieron, de pronto, gracias a las nuevas tierras descubiertas y conquistadas, en dos grandes potencias coloniales.

Otra consecuencia de la caída de Constantinopla fue la llegada a Italia de muchos sabios bizantinos que aportaron conocimientos y libros ignorados en Occidente.

La oleada de ilustres refugiados del mundo griego que desembarcó en las cortes italianas contribuyó al Renacimiento, el movimiento cultural que, al recuperar la cultura clásica, atemperó el teocentrismo medieval e impulsó el humanismo.

¿En qué consistió el humanismo? Fue más que un movimiento una actitud ante la vida: le restaba importancia a la vida eterna (la que predicaba la Iglesia) y le concedió más importancia a la mundanal existencia procurando hacer más cómodo el tránsito por este valle de lágrimas. Esta nueva mentalidad repercutió muy positivamente en las artes, en la política y en las ciencias.

Los turcos que habían conquistado Constantinopla la rebautizaron como Estambul y se consideraron herederos legítimos de los emperadores bizantinos. En los siglos siguientes avanzaron hasta las afueras de Viena (1529), aunque no consiguieron tomar la ciudad.[288]

Los turcos mantuvieron su imperio, que ocupaba casi toda la extensión del bizantino en sus mejores días, hasta principios del siglo XX.[289]

Uno de los caudillos que se opusieron a la penetración otomana por Europa, cuando ya Bizancio había caído, fue el conde Vlad III o Vlad Tepes (1431-1476), un aristócrata rumano que inspiró a Bram Stoker el personaje de Drácula, de tanta fortuna en el cine.[290] El Drácula histórico no chupaba la sangre pero se complacía en empalar a sus enemigos.[291]

Vlad Tepes, el empalador que inspiró el personaje de Drácula.