CAPÍTULO 44

Yo, Clau… Claudio

Pacificada Roma, Augusto se ocupó de las fronteras: sometió a los inquietos galos e hispanos, guerreó contra los belicosos partos, extendió los límites imperiales hasta el Danubio y el Elba. No todo fueron triunfos: los germanos le aniquilaron tres legiones y lo obligaron a replegar sus tropas hasta el Rin, donde se estableció la frontera definitiva.[168]

La vida de Tiberio (–14-37), el sucesor de Augusto, es como una novela (y seguramente lo que sigue les sonará familiar a los lectores de la estupenda novela de Robert Graves Yo, Claudio o a los espectadores de la no menos memorable serie de televisión en ella basada). Su madre, la bella Livia, tenía trece años cuando lo dio a luz. Todavía era niño cuando Augusto, enamorado de Livia, la obligó a divorciarse de su marido para casarse con él.[169]

Tiberio recibiría la esmerada educación en el seno de la familia imperial. A los veintidós años destacó en varias campañas militares y ganó un triunfo (desfile militar por la Vía Sacra del foro romano, un gran honor). Augusto lo obligó a repudiar a su mujer, Vipsania, de la que estaba enamorado, para casarlo con su hija Julia. Tiberio nunca pudo olvidar a su mujer, a la que Augusto casó con un senador.

Julia era bella, alegre, casquivana y adúltera reincidente: mala pareja para el taciturno Tiberio. Profundamente deprimido, Tiberio renunció a sus cargos y honores, dejó en Roma a la alegre Julia y se retiró a la isla de Capri.

En el retiro de Capri pasó Tiberio diez oscuros años, hasta que Livia obtuvo pruebas irrefutables de los adulterios de Julia y la denunció ante Augusto. El emperador desterró a la culpable a la diminuta isla Pandataria.

Tiberio recuperó el favor de Augusto, que lo llamó a Roma y lo adoptó como hijo y sucesor, pero ya las miserias pasadas le habían agriado el carácter. Cuando heredó el imperio, a los cincuenta y seis años, era un hombre amargado. Al principio gobernó sabiamente y fue un gran administrador, pero después se entregó a los excesos y a las perversiones sexuales (si creemos al chismoso Tácito).

A Tiberio lo sucedió su sobrino e hijo adoptivo Calígula (1241),[170] un maníaco homicida y exhibicionista con aficiones impropias de la alta dignidad que ocupaba: gladiador, auriga, cantante, bailarín…[171] Un producto degenerado de los casamientos consanguíneos dentro de la dinastía julio-claudia (lo que pasaría en España primero con los Austrias y después con los Borbones).

Calígula despilfarró el tesoro imperial reunido por Augusto y acrecentado por el avaro Tiberio, creó nuevos impuestos, esquilmó las provincias y confiscó las fortunas de ciudadanos acaudalados. Influido por tradiciones egipcias y orientales que defendían la encarnación de los dioses en simples mortales (el cristianismo sin ir más lejos), se empeñó en que el Senado lo proclamara dios aún en vida e hizo consagrar diosa a su fallecida hermana Drusila, con la que, notoriamente, había mantenido una relación incestuosa.

Lo asesinó el prefecto de su guardia pretoriana, Casio Querea, al que solía humillar imponiéndole expresiones obscenas o ridículas como santo y seña del día.

Muerto Calígula, los pretorianos que registraban el palacio imperial encontraron a Claudio, su tío carnal, oculto y tembloroso detrás de unas cortinas. Lo sacaron al patio y lo aclamaron como nuevo emperador.

Claudio (41-54) se había pasado la vida fingiendo ser más tonto de lo que en realidad era, a lo que quizá debió su supervivencia física en el ambiente de conjuras y asesinatos que caracterizó los principados de Tiberio y Calígula.

La actuación de Claudio como emperador fue, en general, beneficiosa: retornó a la tradición administrativa de Augusto, reformó el sistema judicial, otorgó la ciudadanía romana a algunas provincias, fundó ciudades…

Incluso amplió el imperio con la anexión de dos nuevas provincias africanas (las Mauritanias) y otra en Asia Menor (Licia). En lo personal tuvo poca suerte con sus cuatro sucesivas esposas: Urgalanilla, Aelia Pactina, Valeria Mesalina (famosa por su lubricidad)[172] y Agripina la Joven. Esta última, su sobrina carnal, lo envenenó para acelerar la sucesión al trono de su hijo Nerón. (La señora tenía cierta práctica en el parricidio. También había eliminado a su anterior marido.)

Nerón (54-68), educado por Séneca, el famoso filósofo cordobés, gobernó sabiamente al principio (abolió la pena de muerte y prohibió los juegos sangrientos en el circo, redujo los impuestos y humanizó las condiciones de vida de los esclavos), pero de pronto se torció, asesinó a su posesiva madre, a su esposa, a su preceptor y a todo el que lo contrariaba. Peor aún fue que se empeñara en triunfar como artista y cómico.

El gobernador de las Galias, Julio Vindex, un romano de los antiguos, de una pieza, no soportó tanta chabacanería y se sublevó contra Nerón: «Lo he visto actuar sobre un escenario haciendo papeles de mujer preñada y de esclavo al que van a ejecutar.» En aquello había quedado la severa continencia de los antiguos romanos. Abandonado de todos, el emperador se hizo matar por un liberto.

Nerón, sistemáticamente difamado por la Iglesia, ha merecido un juicio histórico demasiado severo. Es falso que incendiase Roma para contemplar una ciudad en llamas (en realidad dirigió abnegadamente los trabajos de extinción y socorrió a los damnificados). Tampoco es cierto que acusara a los cristianos y desencadenara contra ellos una sangrienta persecución.[173]

Con Nerón pereció la dinastía julio-claudia, que tan gloriosamente fundara Augusto un siglo antes.

Siguió un periodo de turbulencias y disputas entre los militares. En menos de un año, cuatro generales se sucedieron en el trono imperial y cada uno de ellos suprimió al anterior: Galba, Otón, Vitelio y Vespasiano. Esto sucedía porque había tres ejércitos y cada cual elegía por emperador a su general.

Más afortunado que sus antecesores, Vespasiano se mantuvo en el poder durante diez años (69-79) y fundó la breve dinastía de los Flavios. Era un militar chapado a la antigua que administró austeramente el imperio, favoreció a las provincias, extendió la ciudadanía latina (Ius latii) a Hispania y nombró senadores a muchos miembros de la nobleza municipal, plebeya, de las ciudades italianas. Él inició la construcción del Coliseo o anfiteatro Flavio, el monumento más característico de Roma. Su principado distó de ser pacífico. Lo sucedió su hijo Tito, otro brillante y sensato general (el que aplastó la rebelión judía y destruyó el Templo de Jerusalén). En su reinado ocurrió la famosa erupción del Vesubio (año 79) que destruyó Pompeya y Herculano. A Tito lo heredó su hermano Domiciano, un sujeto absolutista y despótico que fue asesinado, a los quince años de reinado, por una conjura palaciega.

Moldes de pompeyanos atrapados bajo las cenizas del Vesubio.