Hacia el año –750, Roma era una veintena de chozas en la ladera del monte Palatino, a orillas del Tíber.[148] El lugar era insalubre, rodeado de pantanos palúdicos, pero estaba estratégicamente situado en el centro de la península Itálica, que era centro, a su vez, del mundo conocido.
Los romanos progresaron lenta e implacablemente. Dos siglos después eran los dueños de la comarca; pasados otros doscientos años se habían impuesto en toda la bota italiana. Prosiguiendo su imparable ascensión, derrotaron a la poderosa Cartago y dominaron las tierras ribereñas del Mediterráneo (el Mare Nostrum, «nuestro mar»). Finalmente extendieron su poder por la Europa atlántica y Oriente Medio hasta los confines de Persia.
En sus inicios, Roma fue una monarquía. Después de padecer a siete reyezuelos sucesivos, los romanos derrocaron al último y se proclamaron república (–509). Una asamblea popular, los Comicios, elegía anualmente a unos cargos de gobierno que ratificaba el Senado (la cámara de la aristocracia). Este doble poder político se expresaba por la conocida fórmula Senatus Populus Que Romanus, o SPQR (Senado y Pueblo Romano), que vemos en los estandartes romanos de la Semana Santa y en las películas.[149]
En Roma compartían el poder dos cónsules o presidentes del gobierno elegidos anualmente con poderes casi absolutos.[150] En tiempos de crisis se nombraba un dictador que permanecía en el cargo seis meses o hasta que pasara el nublado.
Los romanos eran, y en realidad nunca dejaron de serlo, campesinos y soldados. Gente vinculada a la tierra y dotada de un envidiable sentido común, pragmática, tenaz, realista. Destacaron mucho en las ciencias positivas, en organización, explotación y administración de sus conquistas. Por el contrario, descuidaron las especulativas, la lucubración filosófica y el arte en general, que prefirieron copiar de otros pueblos, particularmente del griego. No pretendían ser artistas, se conformaban con ser buenos artesanos. Eran, también, profundamente religiosos y estaban convencidos de que sus dioses tutelaban Roma, creencia que constituyó un poderoso acicate en las épocas de adversidad. Su gran creación, también cimiento de su grandeza, fue el derecho romano, un minucioso código legal que regulaba claramente los derechos y deberes de los ciudadanos.
Cuando los romanos dominaron la península italiana, pensaron en expandirse por el Mediterráneo, pero se toparon con los cartagineses, que dominaban el mar desde la actual Túnez. Fieles a las prácticas comerciales de sus abuelos fenicios, los cartagineses habían extendido sus colonias y factorías por las costas mediterráneas y en particular por Sicilia.