CAPÍTULO 39

Los osados cartagineses

El año –573 los asirios conquistaron Tiro, el próspero emporio fenicio que controlaba buena parte del comercio mediterráneo y en especial el de los metales.

Conmoción en el comercio del estaño, que los fenicios casi monopolizaban.

Ya queda dicho que el estaño constituía un material estratégico esencial. La industria del bronce de los países desarrollados (los de la Media Luna Fértil) dependía del estaño de Bretaña, Cornualles y las islas Británicas.[141]

Con el mercado desabastecido, los avispados griegos foceos disputaron la clientela a los cartagineses, los herederos naturales de Tiro.[142]

Los cartagineses, nacidos en las ásperas tierras líbicas, más agresivos y osados que sus primos de Tiro, se enfrentaron a los griegos con grave perjuicio de ambas partes. Después de una guerra costosa que no resolvió nada, se impuso la razón (comercial) y los contendientes acordaron dividirse las zonas de influencia: los griegos comerciarían con el norte de la península Ibérica y los cartagineses, con el levante y el sur.

Los cartagineses emprendieron la exploración de nuevos mercados y rutas, especialmente en las costas africanas. Con el fin de mantener alejados a los competidores divulgaban fantásticas leyendas sobre la existencia de monstruos marinos y de vertiginosos abismos más allá del estrecho de Gibraltar.[143]

Durante dos siglos, el Mediterráneo fue escenario de cruentas batallas navales. Cartagineses y etruscos (un pueblo itálico) se aliaban para disputar a los griegos foceos las rutas comerciales y las ricas islas de Córcega y Sicilia.[144]

El año –509 los cartagineses firmaron un tratado de amistad con Roma, una potencia emergente dentro del entorno etrusco. Los romanos aceptaban el monopolio marítimo cartaginés a cambio solamente de que Cartago no hostigara a sus aliados. La zona de influencia se establecía a partir del cabo Kalon Akroterion.[145]

Hacia el año –500, los cartagineses recuperaron sin contemplaciones los mercados de la península Ibérica e instalaron dos bases en sendos puntos estratégicos: la isla de Ibiza y el magnífico puerto natural de Cartagena, llamada, con redundancia, Cartago Nova, es decir «la nueva Cartago».[146]

Corrían tiempos revueltos. Todo el mundo quería medrar con los metales. Sin salir de nuestro entorno ibérico, las minas de Sierra Morena se fortificaban y a lo largo de las rutas de transporte del mineral, Guadalquivir abajo, se construían recintos fortificados y torres de vigilancia. Los arqueólogos se topan con muchas señales de guerra.[147]

Pasado un siglo, los griegos focenses y los etruscos habían perdido la partida. Las únicas superpotencias que se mantenían sobre el tablero mediterráneo eran Cartago y Roma. En el año –348 acordaron repartirse el territorio, pero el Mediterráneo no bastaba para contenerlos. Sucesivos tratados comerciales no mitigaron el creciente antagonismo que sólo terminó con la destrucción de Cartago, como veremos en el capítulo siguiente, cuando tratemos de Roma.