Los otros griegos famosos, los atenienses, evolucionaron de la oligarquía[117] a la democracia: un voto por hombre, sin mirar fortunas ni calidades (lo que a muchos espíritus elevados les pareció la perversión del sistema).[118]
La democracia ateniense era muy participativa. Los ciudadanos aprendían a hablar en público, a rebatir los argumentos del contrario, incluso aprendían a pensar. La oratoria se apreciaba como un arte excelso.
El más ilustre político ateniense fue Pericles (–495 a –429), hombre culto y sensato, honrado y virtuoso, al que permitieron dirigir la ciudad en solitario (aunque advertían que ello conducía a la detestada dictadura).
Pericles extendió el poder de Atenas mediante juiciosas alianzas y alumbró una etapa de prosperidad que se manifestó en numerosas obras públicas. En el sagrado monte de la diosa Atenea, la acrópolis, reconstruyó en mármol los templos de madera que habían incendiado los persas cuando arrasaron la ciudad, entre ellos el Partenón.
La rivalidad entre Atenas y Esparta condujo a la guerra del Peloponeso (–420), que duró veintisiete años y dejó a Grecia tan postrada que Filipo II, rey de Macedonia (la vecina del norte), la incorporó a su reino sin gran trabajo (–338).
Acrópolis de Atenas.