Las ciudades-estado griegas mantenían ciertas raíces comunes: la lengua (con sus variedades dialectales), la historia común (el pasado micénico), la religión (los dioses del Olimpo), la literatura (aquellos poemas, la Ilíada y la Odisea, cantados por los rapsodas en las fiestas) y un venerado santuario común, el oráculo de Delfos. Allí, en una caverna del monte Pyto, solía vivir una enorme y sabia serpiente, la Pitón, que Apolo mató para apoderarse de sus conocimientos. El sarcófago con las cenizas de la serpiente reposaba en el templo de Apolo, bajo una piedra sagrada, el ónfalos («ombligo») que marca el centro del mundo. Hoy el ónfalos está en el museo de Atenas, pero el resto del santuario está donde estaba, aunque en ruinas, como todo.[109]
El otro gran elemento de cohesión interhelena eran los juegos de Olimpia, en los que competían noblemente los atletas de las distintas ciudades.[110] A menudo las ciudades griegas se enzarzaban en guerras y rivalidades intestinas, pero en alguna ocasión supieron unirse contra un enemigo común. Los juegos olímpicos fueron la primera liga mundial (el mundo eran ellos, los griegos; el resto eran bárbaros que no contaban).
Estadio de Olimpia. Los espectadores se sentaban en la hierba.