CAPÍTULO 29

Una luz llamada Grecia

Hubo un tiempo en el que los mercaderes fenicios aspiraron al monopolio del comercio ultramarino, pero no tardaron en salirles unos competidores tan astutos y emprendedores como ellos: los griegos.

Los griegos también procedían de una tierra pobre, montuosa y superpoblada que los obligaba a echarse al mar para subsistir. Herederos culturales de los cretenses y de los micénicos, exploraron el Mediterráneo en busca tanto de mercados como de tierras fértiles a las que trasladar sus excedentes de población.[103]

Los griegos fundaron prósperas colonias en el mar Negro, Asia Menor (actual Turquía), el sur de Italia (que llamaron Magna Grecia), Sicilia y la costa mediterránea (Marsella y Ampurias).[104]

Griegos y fenicios. Dos historias paralelas, en apariencia. Sin embargo, los griegos tuvieron mucha más trascendencia que los fenicios. Los fenicios eran imitadores; los griegos, creadores.

La masa de la cultura griega, fermentada por la levadura semita, con el añadido de unas gotas de sangre germánica, ha producido este pan crujiente que nos alimenta, la cultura europea, o sea, la civilización cristiana occidental, la más avanzada de la humanidad.[105]

Los griegos hicieron al hombre centro del universo y medida de la creación. En esto, como en casi todo, se mostraron muy superiores a las otras culturas de su tiempo, que inventaban dioses crueles y exigentes.

En Grecia, bendita sea, nacieron la filosofía, el amor al conocimiento, la reflexión sobre el hombre y la naturaleza, la investigación científica basada en la razón, la observación y la experimentación, el sentido de la libertad, de la dignidad del hombre y de la justicia.

Los griegos cultivaron la belleza y el conocimiento en todas sus formas: bellas artes, oratoria, danza, deporte, medicina, ingeniería. Brillaron más en ciencias que en tecnología (lo contrario que sus herederos, los romanos). Nos dieron el teatro, la novela, la poesía, la música…

Los griegos apreciaban la mesura, la proporción, el dominio y el conocimiento de sí mismo, un conjunto de virtudes que hemos heredado a través de Roma (aunque no las practiquemos mucho).[106]

Parece mentira que tanta luz saliera de Grecia, una tierra tan pobre.

Los griegos raramente se daban por satisfechos. Lo cuestionaban todo, y por tanto estuvieron dispuestos a experimentarlo todo. Descontentos con la monarquía (inevitablemente despótica en aquel tiempo) probaron nuevas formas políticas: la oligarquía, la plutocracia,[107] la democracia.[108]

Del centenar largo de ciudades-estado griegas, las dos más conocidas hoy, quizá porque representaron formas de vida totalmente distintas y hasta opuestas, fueron Atenas y Esparta, el día y la noche, como quien dice.

Atenas era una democracia de comerciantes y marinos; Esparta, una oligarquía de rudos guerreros montañeses consagrados full time al entrenamiento militar. Entonces, ¿quién cultivaba los campos de Esparta y quién les pastoreaba el ganado?, se preguntará el lector. Los ilotas, los descendientes de los antiguos pobladores de la región, a los que los espartanos explotaban como fuerza de trabajo (alguien tiene que trabajar para mantener al guerrero, ¿no?). En Esparta las tierras eran propiedad del Estado y los ilotas que las cultivaban, también.