Hemos visto que las primeras civilizaciones de la humanidad fueron fluviales, comunidades de regantes en las riberas del Nilo, del Éufrates, del Tigris, del Indo y del río Amarillo.
Siendo gente fluvial, choca que todos ellos vivieran de espaldas al mar. Quizá sus cambiantes humores les infundían pavor. El caso es que limitaban su comercio a las vías fluviales y a las caravanas.
Volvamos ahora la mirada al Mediterráneo. Frente a las costas egipcias, a un día de navegación, se encuentra Creta, en cuyas tabernas te sirven unos estupendos caracoles con salsa picante. Creta es hoy una isla montañosa y deforestada, pero hace cinco mil años estaba tapizada de densos bosques que permitieron a sus pobladores desarrollar una construcción naval sin parangón.
Los cretenses habían inventado la galera, una nave abierta impulsada a remo o por una gran vela cuadrada si sopla el viento de popa. La galera perdurará en el Mediterráneo, con escasas variantes, hasta el siglo XVII.
Creta era una talasocracia,[91] o sea, una potencia basada en el dominio del mar (como lo sería Inglaterra en el siglo XIX y lo es Estados Unidos en nuestros días). Las ciudades de Creta carecían de murallas. ¿Para qué iban a construirlas, si ninguna potencia enemiga podría atacarlas? Parece mentira que en un lugar tan pequeño, apenas mayor que la provincia de Madrid, floreciera una gran civilización, la llamada minoica o cretense, entre el –2500 y el –1400.[92]
Los avezados marinos cretenses practicaban una navegación de cabotaje: saltaban de isla en isla (en el Egeo hay más de mil) o navegaban a lo largo de las costas.[93] Al caer la noche se arrimaban al abrigo de alguna ensenada, echaban el ancla (una losa ensogada) y descendían a tierra para descansar y hacer aguada. Muy importante lo de la aguada porque los remeros sudaban a caño abierto y tenían que hidratarse bebiendo grandes cantidades de agua.
Los cretenses habitaban casas de piedra y adobe con muros estucados y patios enlosados. Vivían bien gracias al comercio marítimo: cobre, vajilla, joyas, adornos, perfumes, armas, marfil, púrpura, esclavos… Egipto era un cliente preferente (lo sabemos porque objetos manufacturados en un país abundan en yacimientos arqueológicos del otro).
Fabricaban los cretenses bellas cerámicas decoradas con pulpos y otra fauna marina (un artículo muy exportable) y figuritas femeninas de cerámica vidriada con apretados corpiños que resaltan la opulencia de las caderas en contraste con sus cinturitas de avispa y sus pechos valentones. Estas damas suelen portar serpientes enredadas en las muñecas. ¿Son sacerdotisas oficiando algún rito ofídico o es ése el perturbador atuendo que las cretenses usaban a diario? No lo sabemos.
En los «palacios» cretenses (en realidad, edificios de múltiples funciones, no necesariamente residenciales) encontramos frescos de vivos colores que parecen representar una sociedad alegre y festera. Hay incluso hábiles «forcados» capaces de agarrar al toro por los cuernos y saltar ágilmente por encima de él, evitando la embestida.
O sea, parece que los laboriosos y alegres cretenses sabían ganar el dinero y sabían gastarlo.
Los cretenses se dejaron influir por la superior cultura de los egipcios y por sus creencias en el mundo de los muertos. Se ha sugerido que los «palacios» cretenses pudieran ser, en realidad, santuarios y panteones a imitación de las necrópolis egipcias: «Los palacios de Cnosos, Pesto, Hagia Triada, Malia y Kato Zakro […] no eran las alegres residencias de gobernantes pacíficos y aficionados al arte, como sir Arthur Evans y sus sucesores pretenden. En realidad eran complejas edificaciones levantadas para el culto y la sepultura de los difuntos […] un conjunto de construcciones cuyo objeto era la veneración ritual y la conservación de miles de cadáveres de la nobleza cretense.»[94]
Plano de Cnosos, 1915.