CAPÍTULO 23

Los señores del hierro

Si remontamos Mesopotamia llegamos a Anatolia, una apaisada península montañosa mayor que España que se asoma al Mediterráneo.[90] En esta zona florecieron docenas de ciudades-estado que hacia –1680 se agruparon bajo el dominio del poderoso pueblo hitita. El temprano dominio de la metalurgia del hierro y de la construcción de carros de guerra sólidos y ligeros permitió a los hititas extender su imperio por las tierras del sur en dura competición con los egipcios y forjar un gran imperio que, hacia –1300, abarcaba casi toda Anatolia, Chipre y extensas zonas de Siria y Mesopotamia.

Sorprendentemente, la decadencia de los hititas fue casi tan súbita como su ascensión: desaparecen bruscamente por el escotillón de la historia hacia –1200. Quizá no sobrevivieron al ataque de los misteriosos Pueblos del Mar que también causaron tremendos quebrantos por todas las costas del Mediterráneo oriental y muy especialmente a micenos y egipcios. ¿Quiénes eran y de dónde venían estos sujetos genéricamente llamados «Pueblos del Mar»? Todavía es un misterio sujeto a múltiples y enconadas discusiones. Es posible que fueran de origen misceláneo y producto de uno de esos cataclismos demográficos que ocasionan corrimientos de pueblos a lo largo de la historia: los pobres y hambrientos de la desolada estepa asiática presionan sobre los pueblos germánicos vecinos y éstos, a su vez, sobre los mediterráneos del caldeado sur (¿chipriotas, itálicos, libios…?), que, arruinados, no tienen otra salida que dedicarse a la piratería y al bandidaje.

Hace años visité la capital de los hititas, Hattusas, en la actual provincia turca de Çorum. La verdad es que decepciona un poco encontrar un cerro pedregoso coronado de ruinas tan arrasadas que apenas transmiten su pasada grandeza, cuando allí bullía una ciudad de unos cincuenta mil habitantes, rodeada de bosques y feraces pastizales. En el interior de la ciudadela, que aún guarda, en su muda grandeza, esquemáticas esculturas de leones y esfinges, se levantaban templos y edificios administrativos en los que se archivaban tablillas con textos históricos, diplomáticos y comerciales. Naturales de la región reciben al turista con una sonrisa y lo acompañan en su incómodo deambular por las ruinas sin dejar de importunarlo, porfiados como moscas cojoneras, con una sobada ristra de postales y un cubo de refrescos calentitos.

Puerta de los Leones en Hattusas.