CAPÍTULO 14

Los asirios

Antes de proseguir remontemos un poco el río de la historia para hablar de los asirios mencionados anteriormente. En la planta baja del Museo Británico, ese magnífico almacén que acumula los tesoros arqueológicos de cien países expoliados,[62] hay una gran sala dedicada a los bajorrelieves asirios (un arte que heredaron de los hititas y de los caldeos). Son como un cómic minucioso que nos cuenta cómo se las gastaban los imperialistas asirios con los pueblos que se les resistían: ciudades asediadas por potentes máquinas, comandos de buceadores que se sirven de pellejos hinchados para atravesar los canales, enemigos torturados, prisioneros mutilados, reatas de reyes vencidos que aguardan maniatados la decapitación… Si creemos lo que dice la Biblia, palabra de Dios, tanta brutalidad era designio del Altísimo; por eso dice Isaías: «¡Ay de Asiria, la vara de mi ira! Pues en su mano está puesto el garrote de mi furor. La mandaré contra una nación impía, y la enviaré contra el pueblo que es objeto de mi indignación, a fin de que capture botín y tome despojos, a fin de que lo ponga para ser pisoteado como el lodo de las calles.» (No sé, al final va a resultar que eran crueles por inspiración de un dios que ni siquiera era el suyo.)

Los asirios se impusieron por el terror y por la propaganda del terror expresada en su arte refinado y elocuente cuyo mensaje está claro: el que se somete y tributa, goza de nuestra protección y de las ventajas que le brinda nuestro imperio mercantil (eran grandes comerciantes). El que se resiste, que se atenga a las consecuencias.

Los asirios legaron a la humanidad el empalamiento, la crucifixión y otros refinados métodos de tortura o ejecución. En su arte, concebido con intención propagandística, se recrean en la exhibición de la fuerza y el dolor. ¿Quién no se ha sobrecogido al contemplar el relieve de la leona que ha recibido un flechazo en la columna vertebral y, perdida la movilidad de sus cuartos traseros, se arrastra sobre los delanteros al tiempo que ruge de dolor y de ira?[63]

En otras representaciones, un impávido rey, la barba ordenada meticulosamente en tirabuzones, se enfrenta a un león cuerpo a cuerpo y le hunde una espada en el vientre. Uno no sabe qué musculatura admirar más, si la de la fiera o la del rey, de potentes bíceps y piernas como columnas.[64]

El caso es que, unas generaciones atrás, nadie hubiera sospechado el brillante destino que aguardaba a aquel pueblo de pastores y mercaderes. Los asirios comenzaron modestamente, sojuzgados por vecinos poderosos, los mitani primero y los hititas después. Pero cuando los Pueblos del Mar (–1200) perturbaron la escena política de Oriente Medio y arruinaron el Imperio hitita, los asirios se independizaron y decidieron ocupar su propio lugar en la historia con ayuda de dos poderosas innovaciones heredadas de los hititas: la metalurgia del hierro y el carro de guerra.

Cacería de leones en un relieve asirio.

Los asirios ampliaron sus fronteras sometiendo a los pueblos del entorno: urarteos, hititas, babilonios, lullubis… Cuando el pueblo vencido era muy numeroso, deportaban una parte de su población a alguna región lejana que precisaran repoblar (así hicieron con los judíos en la llamada cautividad de Nínive, –722).[65]

Hacia el –800, los asirios dominaban todo el mundo conocido. Su imperio abarcaba desde Persia hasta Egipto y desde Anatolia hasta Arabia. Férreo control y puntual recaudación de los impuestos otorgaron al Estado asirio una prosperidad sin precedentes. Tan sólo permitieron cierto grado de libertad a los fenicios, no porque les profesaran una especial simpatía sino, más bien, porque, siendo más bien torpes en las cosas de la mar, necesitaban un pueblo marinero que los surtiera de metales (por eso, el auge del comercio mediterráneo fenicio coincide con el auge del Imperio hitita).

Todo lo que asciende cae, y esa inflexible ley histórica se aplica por igual a los clubes de fútbol que a los imperios (y mucho me temo que también a las personas).

Los asirios se mantuvieron imbatidos y temidos durante un par de siglos. Después se relajaron, les sobrevino la decadencia y sucumbieron ante el empuje de dos pueblos emergentes: los medos y los babilonios, a los que se sumaron los escitas, unos bárbaros de las estepas asiáticas que amenazaban las fronteras del norte. Cuando los babilonios se independizaron y los medos destruyeron Nínive, la gran capital asiria, el anónimo redactor de la Biblia exclamó: «¡Asolada está Nínive! ¿Quién tendrá piedad de ella?» (Na., 3, 7). Ciertamente nadie tuvo piedad: con la misma brutalidad con que habían sido sometidos, los pueblos emergentes sometieron al asirio. En el año –609 cayó Harrán, su último enclave. Después, el silencio bajo el sedimento de la historia. A la postre lo único perdurable fueron estos relieves propagandísticos en los que exhiben su fuerza, su bravura y su crueldad, pero también, en su propia perfección artística, su gusto por la belleza y la armonía.