CAPÍTULO 12

La Media Luna Fértil

Concentrémonos ahora en las pobladas riberas de tres de los cinco grandes ríos que mencionamos antes: el Nilo, el Tigris y el Éufrates. Si los examinamos sobre el mapa advertiremos que en sus tramos finales se inscriben dentro de la llamada «Media Luna Fértil».

Ya hemos dicho que esta región fue la cuna de nuestra civilización.[48] La agricultura y la ganadería de nuestro mundo, el europeo u occidental, nacieron allí. Como Europa ha colonizado, a su vez, buena parte del resto del mundo, se explica que las especies animales y vegetales más divulgadas en el planeta provengan precisamente de la Media Luna Fértil: el trigo,[49] la cebada, el olivo; el perro, la oveja, la cabra, el cerdo y el caballo.[50]

La facultad de producir excedentes de alimentos permite a la comunidad liberar a una parte de sus miembros para que se dediquen a tareas especializadas: administración, artesanía, obras públicas… La división del trabajo y la especialización por oficios facilita el progreso material. Al principio, como vimos, todos eran cazadores-recolectores (acaso los hombres cazaban y las mujeres recolectaban); después de la revolución neolítica, los agricultores y los pastores produjeron lo suficiente para alimentar a ceramistas, albañiles, fundidores, mercaderes, guardas, escribas, contables y sacerdotes.

La revolución neolítica, la que siguió a la implantación de la agricultura, no se produjo simultáneamente en todo el planeta. Cuando en la Media Luna Fértil surgen Estados poderosos, sociedades complejas, economías avanzadas, comercio, ciudades, civilizaciones,[51] en el resto del mundo siguen vagando los cazadores-recolectores en hordas de cien o doscientos individuos.

Va siendo hora de introducir el término «civilización».

Llamamos civilización al estadio cultural de una sociedad avanzada que ha alcanzado un nivel apreciable por su ciencia, tecnología, artes, ideas y costumbres.

Las primeras civilizaciones de la humanidad florecen en la Media Luna Fértil, en Mesopotamia, un amplio corredor fluvial casi del tamaño de España, recorrido longitudinalmente por dos caudalosos ríos, el Tigris y el Éufrates, y limitado (y defendido) en sus dos flancos por el desierto arábigo y por la cordillera de los montes Zagros (véase mapa en páginas de color).

En Mesopotamia se suceden, a lo largo de tres milenios, diversos pueblos que fundan Estados: sumerios (–2600), acadios, babilonios y asirios. Cada cual con sus leyes, sus instituciones, su lengua y sus costumbres.

La tierra de Mesopotamia es tan plana que «te subes en una guía de teléfonos y ya tienes un mirador». Los cerretes que de vez en cuando animan el relieve son, en realidad, enormes montones de escombros, los restos de una ciudad o de un zigurat.[52]

Estos derrubios cubiertos de yerbajos y habitados de lagartos fueron un día prósperas ciudades amuralladas, surcadas de amplias avenidas tiradas a cordel y jalonadas de templos, palacios y talleres artesanos.

¿Por qué no han dejado una ruina más noble, como los templos y edificios egipcios o griegos?

La respuesta está en el paisaje: en Mesopotamia escasea la piedra y abunda la arcilla; por lo tanto, sus pobladores construían con adobe, o sea, ladrillo sin cocer, que con el tiempo se desmorona.

Hace años, el que esto escribe visitó una de aquellas ciudades, Mari, en la Siria actual. No parece nada impresionante: ingentes montones de tierra entre los que apenas se distinguen restos de muros, pues todo se confunde en el mismo mantillo gris terroso, como si se hubiera disuelto bajo el inclemente sol. En la región llueve poco, pero si la excavación no se protege con cobertizos de chapa, en cuanto caen cuatro gotas los muros se ablandan, los edificios se disuelven y se convierten en barro. Lo único consistente son algunas estatuas de piedra (la piedra era un elemento precioso que había que transportar desde largas distancias). ¿Cómo sabemos, entonces, que esta ciudad fue importante? Porque en ella se encontró una biblioteca formada por unas veinticinco mil tablillas de barro cocido, durísimo, el material al que los mesopotámicos confiaban sus libros de contabilidad, sus documentos oficiales y sus poemas.

La escritura nace en Mesopotamia a partir de algún sistema contable que servía para asentar el número de ovejas y las cantidades de grano que los recaudadores extirpaban al contribuyente.[53]

La escritura mesopotámica se denomina cuneiforme (o sea, con trazos en forma de cuña, porque la imprimían con ayuda de un punzón de caña sobre blandas tortas de arcilla que después cocían).

La pobreza material de los árabes que hoy habitan aquellas regiones puede darnos una idea engañosa de lo que fueron las ciudades mesopotámicas. En realidad, sus antiguos pobladores fueron tan ricos y culturalmente avanzados como los egipcios: redactaron los primeros códigos legales, idearon la bóveda y la cúpula, crearon un sistema de numeración de base doce.[54]

Los restos de la civilización mesopotámica muestran una cultura que ejerció una poderosa influencia en otras civilizaciones del momento y, por ende, en el desarrollo de la cultura occidental. A Mesopotamia le debemos el inicio de las matemáticas, las cuatro reglas, las potencias, las raíces cuadradas, el teorema de Pitágoras (mil años antes de que lo enunciara el sabio griego) y la astronomía.[55]