Hemos visto en el capítulo precedente que los más débiles del poblado buscaban el amparo de los poderosos. Con los poblados ocurría lo mismo: los más débiles se aliaban con los más poderosos y les pagaban tributos. Un buen día, uno de esos régulos sometía a los régulos de las comarcas vecinas y se proclamaba rey de un Estado. Así surgieron ciudades-estado con territorio propio en el que imponían leyes y cobraban impuestos a cambio de garantizar la paz y el orden.
¿Qué ha pasado? Los antiguos matones que auxiliaban al régulo se han convertido en generales que sirven al rey y entrenan a otros para la guerra.
Así surgen los Estados y los ejércitos.
El Estado requiere gente que lo defienda, pero también funcionarios que lo administren. Personas de juicio que recauden parte de los excedentes de los productores para mantenerse ellos mismos y para costear a los que detentan el mando. El Estado se vuelve cada vez más complejo y, con él, la sociedad que lo sustenta: hay poder político, hay contribuyentes y hay recaudadores, hay intereses supranacionales, hay rivalidades entre poblados…[44] Emerge la clase dirigente que, inevitablemente, se convertirá en parásito de la productora (así ha funcionado el mundo desde entonces).[45]
Cada ciudad o cada Estado somete un territorio y lo defiende de la codicia de sus vecinos. Cuanto más próspero sea, mejor debe armarse para disuadir a los posibles enemigos, es ley de vida.
¿La ley de la selva, más bien? Pues sí. Eso es lo que, en última instancia, ha regulado las relaciones entre los hombres a lo largo de la historia de la humanidad. En páginas sucesivas observaremos que impera la tiranía del más fuerte, como en el mundo animal: Estados fuertes explotan a Estados débiles (a cambio de la protección frente a otros Estados fuertes). Estados equilibrados en fuerza evitan llegar a las manos repartiéndose el terreno en disputa en zonas de influencia (y de ordeño). Hasta que uno de ellos se siente más fuerte que el otro y lo agrede para arrebatarle su parte del botín. De ahí salen los bloques, las alianzas, los ejes y las otras variadas formas de asociación y defensa (u ofensa) que el hombre ha ideado.
No quiero deprimir a nadie, sino antes bien componer un libro instructivo y divertido, pero si pretendo que, además, sea veraz, debo señalar que la historia de la humanidad es la historia de la explotación del hombre. El contrato social oculta una cleptocracia o gobierno de los ladrones en que las clases privilegiadas o dirigentes explotan a las sometidas o dirigidas; sea cual sea el régimen político (incluso en las democracias parlamentarias, que en realidad esconden partitocracias), el que recauda explota al contribuyente. Seguimos siendo aquellos monos agresivos que se bajaron de los árboles para conquistar el mundo.