Con el cambio climático menguaron las lluvias. Vastas regiones del planeta hasta entonces cubiertas de prados y arboledas se transformaron en desiertos (el Sáhara y el Líbico en África; el Arábigo y el Sirio en Oriente Medio; el de Gobi en Asia…).
A medida que avanzaban los desiertos, los cazadores-recolectores que habitaban aquellas regiones se replegaron hacia las orillas de cinco ríos caudalosos que aún fluían por medio del desierto porque nacían a miles de kilómetros, en cordilleras nevadas o en regiones lluviosas: el Nilo, que mana desde el lago Victoria, en la remota Uganda; el Tigris y el Éufrates, que toman sus aguas en el Kurdistán;[27] el Indo, que desciende del Himalaya, y el río Amarillo de China, que procede de la meseta del Tíbet.[28]
La población de aquellas riberas llegó a ser tan densa que sus sobreexplotados recursos naturales escasearon.
Hace unos doce mil años, aguzando el ingenio (nuevamente la necesidad como madre del progreso), los habitantes de aquellos ríos se plantearon un cambio en el modelo productivo: ¿por qué no capturar animales y domesticarlos en cautividad? ¿Por qué no arrancar la vegetación improductiva y sustituirla por las semillas de los cereales más útiles? Eso hicieron: domesticaron los vegetales y animales más útiles y se garantizaron un suministro constante de alimento.[29]
Se habían inventado la agricultura y la ganadería. Es lo que llamamos «revolución neolítica».
Revolución porque alteró profundamente la vida de los humanos.[30]
La domesticación no resultó tarea fácil. Pensemos que el pacífico cerdo es pariente del jabalí y que el adorable perro procede del lobo. Con las plantas, lo mismo. Las silvestres eran bravías; las berenjenas, las berzas, las patatas y hasta la dulce sandía proceden de plantas amargas. Algunas eran incluso venenosas.[31]
La región más afortunada en la domesticación de especies vegetales y animales fue la Media Luna Fértil (como llamamos a una imaginaria media luna que enlaza Mesopotamia y el valle del Nilo).[32]
Los «cultivos fundadores» procedentes de esta zona han colonizado el mundo.[33] De allí (o de sus vecindades) proceden el trigo y la cebada, la oveja y el cerdo, «un paquete biológico poderoso y equilibrado para la producción intensiva de alimentos».[34] Cuando se sumaron la vaca y el buey (hacia el –6000), se obtuvo, además, un poderoso auxiliar de tiro para transporte y arado.
El cultivo de la tierra y la cría de animales resultaron la mar de provechosos: en el territorio donde antes subsistían con estrecheces cien cazadores-recolectores, los nuevos sembrados alimentaban a diez mil agricultores y, si la cosecha era buena, todavía quedaban excedentes para simiente y trueque.
La población crecía al ritmo de los alimentos. De un modo paulatino, en un proceso que duró miles de años,[35] la humanidad se reconvirtió de cazadora-recolectora en agricultora-ganadera.[36]
Los agricultores desplazaron a los cazadores-recolectores debido a su mayor potencia demográfica.[37]
El agricultor tiene que arrancar las malas hierbas, arar el campo, sembrarlo, quizá regarlo. Llegado el momento, debe cosechar y guardar el grano reservando la simiente necesaria para la siembra del año siguiente y algunos excedentes en previsión de malas cosechas…
El agricultor desarrolla el sentido de la propiedad de la tierra que labra y trabaja. Asentado en un lugar fijo, preferentemente alto, desde el que se puedan vigilar los cultivos, y cercano a un río o a un manantial, el antiguo nómada se convierte en sedentario. De la agrupación de agricultores para la mutua ayuda y defensa nacen poblados permanentes con sus zonas comunales, sus zonas residenciales y sus cementerios. La vida en comunidad acelera la evolución técnica y social.
Un cuadro feliz, sin duda. Se acabaron las hambrunas estacionales y el ir de un lado a otro como feriantes, aquellas forzadas trashumancias de los cazadores-recolectores.
Un gran avance.
Sí, un gran avance, pero al menos la horda de cazadores-recolectores estaba socialmente nivelada por la propia precariedad de su existencia. Al convertirse en agricultora y ganadera, la sociedad produce excedentes que permiten alimentar a individuos no directamente productivos, pero necesarios (burócratas y guardias protectores).
Lo malo es que la producción de excedentes también favorece la especulación (acaparar recursos, negociar con ellos) y pronto surgen las diferencias sociales entre pobres y ricos, explotadores y explotados.
No es la única complicación del nuevo sistema. El agricultor vive en un sobresalto constante. Ahora tiene que trabajar de sol a sol, siempre pendiente de si llueve o no, y a la postre todo su esfuerzo puede malograrse en un momento si los nómadas (los cazadores-recolectores que aún no se han convertido a la agricultura) le saquean el granero o le roban el rebaño. El agricultor necesita protección y ésta se convierte pronto en objeto de trueque. El agricultor se ve obligado a acatar la autoridad de un protector (que a la larga pudiera convertirse en una lacra mayor que la que vino a remediar). Así nace la institución clientelar, todavía vigente en muchas sociedades actuales. El débil se somete a la tutela del fuerte a cambio de obedecerlo y pagarle en trabajo o en productos (o en votos). Por la ley de la mera fuerza bruta, el matón de la horda se promociona a jefe del poblado (régulo, cacique, caudillo, padrino o capo).[38] Los matones se erigen en gobernantes y administran el granero comunal (o dicho en términos económicos, los excedentes de riqueza, las plusvalías), lo que les permite adquirir los bienes de prestigio propios de su estatus privilegiado (en la antigüedad, vestidos, armas, objetos de metal, cerámica de importación, y más recientemente, yates, chalets, coches deportivos, ligues de lujo, etc.).
Del régulo que comenzó de matón procede, en última instancia, una institución tan venerable como la monarquía hereditaria. Detrás de cada noble, remontando su estirpe, encontraremos a un noble bruto, en ocasiones brutísimo. El antepasado de los Grimaldi de Mónaco, por poner un ejemplo, fue un pirata que disfrazó de frailes franciscanos a su banda de facinerosos y así tomó la plaza.
¿Han visto cómo se enriquece el que detenta el poder? No me refiero sólo a los tiranuelos tipo Gadafi que expolian a su país y acumulan millonadas en paraísos fiscales. Ésos son los más notorios, que no se andan con disimulos. Hablo también de aparentemente respetables monarcas que llevan una existencia regalada, rodeados de lujo, por derecho divino, sin dar palo al agua. Hablo de esos políticos profesionales (en realidad, partitócratas) que se enriquecen y acumulan grandes patrimonios traficando con influencias y encubiertas marrullerías mientras predican justicia social.[39]