CAPÍTULO 6

Ice Age 2: El deshielo

Durante la última glaciación, hace unos ochenta mil años, el nivel del mar descendió y todas las tierras del planeta formaron un único continente.[21] Sin mares que le estorbaran el paso, el Homo sapiens colonizó hasta los últimos confines de la Tierra.[22]

La Tierra se mantuvo helada durante decenas de miles de años. Afortunadamente, el Homo sapiens había «domesticado» el fuego. Nuestro remoto ancestro había aprendido a encender una candela primero frotando dos palos, después produciendo chispas al friccionar un pedernal con una pirita.[23]

El fuego es la primera palanca del progreso humano, el fundamento de toda tecnología, el mayor adelanto técnico de la humanidad (que en su momento traerá la alfarería y la metalurgia).

El dominio del fuego convirtió al débil mono humano en el animal más poderoso de la naturaleza.

El fuego sirve para cocinar la carne (que hasta entonces se comía cruda), para iluminar las largas noches, para defenderse de los depredadores y para socializar. En torno a la hoguera nocturna se reúne la horda, se conversa, se planea la caza del día siguiente (o la cosecha de la próxima primavera), se cuentan cuentos, se transmiten experiencias, se aguzan y endurecen las puntas de las lanzas…

Los descendientes del sapiens habitaban en abrigos naturales, es decir, en cuevas abiertas, y, donde no las había, en chozas construidas con los elementos del entorno (incluso con hielo, a falta de mejor material; recordemos los iglús de los esquimales).

Aquellos hombres primitivos eran buenos cazadores y hábiles fabricantes de instrumentos de sílex, madera, hueso y asta. En sus ajuares funerarios encontramos azagayas, puntas de flecha, arpones y agujas (lo que demuestra que cosían pieles, con las que se protegían de las bajas temperaturas). Decoraban cuevas y abrigos con pinturas que representaban escenas de caza, o simples animales (seguramente, a modo de ritos propiciatorios de la caza). Recuerden Altamira, en Cantabria (hacia –14000), o Lascaux, en Francia (hacia –20000). Algunas cuevas eran verdaderos santuarios de la fertilidad: por eso, no por vicio, pintaban en las paredes falos erectos, vulvas femeninas y escenas de apareamiento.[24]

El hombre progresó. Desarrolló normas para regirse en comunidad y creencias religiosas que mitigaran su angustia ante la muerte.

Hace unos trece mil años, la temperatura de la Tierra aumentó más de seis grados. Terminaba la glaciación y comenzaba el cálido interglaciar que todavía disfrutamos los siete mil millones de terrícolas que superpoblamos el planeta.[25]

No ocurrió de golpe, claro. Los hielos que cubrían buena parte de Europa y Asia tardaron en fundirse un par de milenios. Por todas partes afluían ríos y arroyos que vertían aguas al mar hasta provocar un ascenso de su nivel (más de 150 metros). Con la subida de las aguas, muchas penínsulas se transformaron en islas, América y Asia volvieron a separarse.[26] Se acabó aquel continente único que nos permitía recorrer la tierra a pie enjuto.

¿Recuerdan la película de dibujos Ice Age 2: El deshielo (2006)? El cambio climático acarreó una profunda alteración de la cubierta vegetal y de la fauna que vivía de ella. A medida que ascendía la temperatura se replegaban las masas de abedules y coníferas de la etapa fría para dar paso a los bosques de robles, encinas, nogales, tilos y castaños. Y a las praderas (así como a los desiertos).

La fauna mayor (mamuts, renos, focas, etc.) emigró hacia el norte, en busca de regiones más frías. ¡Mal asunto, se trasteaba la despensa del sapiens! Los cazadores concentraron sus atenciones en las pocas especies de animales mayores que no habían emigrado, particularmente en los bisontes, que escasearon muy pronto debido a la sobreexplotación. Entonces tuvieron que conformarse con lo que les ofrecía el nuevo ecosistema, propio de zonas templadas: especies más pequeñas y difíciles de cazar, jabalíes, ciervos, rebecos, cabras, conejos…

Nuestros remotos abuelos erraban en busca de presas que se dejaran cazar más fácilmente. ¡Quía, estaban resabiadas! ¡Habían pasado los felices tiempos de los sangrientos chuletones de mamut o de megaterio displicentemente arrojados sobre las brasas!

Acuciados por la gazuza, nuestros predecesores se resignaron a comer de todo. Ganar la proteína diaria se puso cada día más cuesta arriba. En las costas de Portugal y Galicia surgieron mariscadores que han dejado enormes depósitos de conchas (concheiros), testimonios de su afición al marisco. No respetaron caracoles, tortugas, lapas, ni siquiera babosas. ¡Cómo estaría de hambreado el primero que no le hizo ascos a un percebe!

Henos aquí: el hombre. Nos crecemos ante las dificultades. La necesidad, el primer motor del progreso humano.

Pareja en la Cueva de los Casares y Ötzy.