Había figuras en el fuego. Dragones y demonios y guerreros. Los niños las veían, igual que él. El anciano sabía que los muy jóvenes y los muy mayores a menudo eran capaces de ver cosas invisibles para los demás. O que éstos no querían ver.
El ya les había contado gran parte de la historia. Su narración había comenzado con el hechicero que fue llamado por la diosa Morrigan. Los dioses le dijeron a Hoyt de los Mac Cionaoith que debía viajar hacia otros mundos, hacia otros tiempos, y formar un ejército para enfrentarse a la reina de los vampiros. La gran batalla entre humanos y demonios se libraría en vísperas de Samhain, en el Valle del Silencio, en la tierra de Geall.
Les había hablado del hermano del hechicero Hoyt, asesinado y transformado en vampiro por la artera Lilith, la cual ya llevaba existiendo un millar de años antes de convertir a Cian en uno más de su especie. Habrían de pasar casi mil años más antes de que Cian pudiera unirse a su hermano Hoyt y a la bruja Glenna para iniciar el círculo de seis. Los siguientes miembros del mismo fueron dos gaellianos: el que adopta muchas formas y la erudita, que viajaron entre los mundos para reunirse con ellos en aquellos primeros días. Y la última en llegar al círculo fue la guerrera, una cazadora de vampiros de la sangre de los Mac Cionaoith.
Las historias que les había contado eran relatos de batallas y coraje, de muerte y amistad. Y también de amor. El amor que había florecido entre el hechicero y la bruja, y entre el que adopta muchas formas y la guerrera, había fortalecido el círculo igual que lo hace la verdadera magia.
Pero había mucho más que contar. Triunfos y derrotas, miedo y valor, amor y sacrificio… y todo ello acompañado de la luz y la oscuridad.
Mientras los niños esperaban la continuación de la historia, el anciano se preguntó cuál sería la mejor manera de comenzar a relatar el final de la misma.
—Ellos eran seis —dijo, sin apartar la vista del fuego, mientras los niños dejaban de susurrar y de moverse, anticipando lo que se avecinaba—. Y cada uno de ellos tenía la posibilidad de aceptar o rechazar la misión. Porque incluso cuando los mundos están en tus manos, puedes elegir entre enfrentarte a aquello que quiere destruirlos o escapar. Y según esa elección —continuó él— muchas otras elecciones deben ser hechas.
—Ellos eran valientes y leales —exclamó uno de los niños—. Eligieron luchar.
El anciano esbozó una sonrisa.
—Sí, eso hicieron. Pero aun así, cada día, cada noche del tiempo que les habían concedido, esa elección debía ser renovada, tenía que volver a hacerse. Uno de ellos, como recordaréis, ya no era un ser humano, sino un vampiro. Cada día, cada noche del tiempo que les habían concedido, él recordaba que ya no era humano. No era más que una sombra en los mundos que había elegido proteger.
—Y entonces —dijo el anciano— el vampiro soñó.