7

Cian hizo mutis por el foro y dejó a Glenna en compañía Moira. Según su experiencia, las mujeres saben desenvolverse mejor con las lágrimas de otras mujeres. Su propia reacción ante lo que habían visto en la bola de cristal no había sido miedo o alivio, sino simple y pura frustración.

Había sido relegado al papel de espectador mientras otros luchaban. Instalado cómodamente en el jodido salón con mujeres y tazas de té, como si fuese el venerable abuelo de alguien.

Aunque las sesiones de entrenamiento le suponían cierto nivel de entretenimiento, él no había podido disfrutar de una buena pelea desde que abandonaran Irlanda. Y no había tenido una mujer desde mucho antes de eso. Dos maneras muy satisfactorias de liberar tensión y energía le habían sido negadas… o él se las estaba negando a sí mismo.

No le sorprendía que así fuese, pensó, cuando estaba atado con unos nudos detestables a un par de serenos ojos grises.

Podía seducir a una de las criadas, pero eso supondría un montón de complicaciones, y probablemente no mereciera ni el tiempo ni el esfuerzo. Tampoco podía luchar contra ninguno de los humanos que tenía a su alrededor, lo que era jodidamente malo.

Si salía de cacería, era probable que pudiese asustar al menos a un par de soldados de Lilith. Pero no podía arriesgarse a salir bajo la lluvia con la esperanza de conseguir una presa.

Al menos en su época, en su mundo, tenía un trabajo que lo mantenía ocupado. Por supuesto, también mujeres, si es que le apetecía estar con una, pero el trabajo lo ayudaba a pasar el tiempo. El infinito tiempo.

Al no tener nada de eso a su alcance, se encerró en su habitación, comió y se durmió. Y soñó como no lo había hecho en décadas y más décadas de cazar humanos. El olor fuerte y salobre de éstos saturaba el aire, cada vez más intensamente, hasta el punto de que hasta sus débiles y desenfrenados instintos le advertían que se trataba de una presa. Era un perfume primitivo y seductor que estimulaba la necesidad que sentía en el estómago y en la sangre.

Se trataba de una prostituta que recorría los sórdidos callejones de Londres. Joven, sin embargo, y bella a pesar de su oficio, lo que le hizo pensar que probablemente no llevase mucho tiempo haciendo la calle. Supo que la muchacha había tenido algunos clientes esa noche, porque olía a sexo.

Podía oír el sonido de una música estridente y la risa ebria y áspera que salía de algún pub, así como el trote del caballo de un carruaje que se alejaba. Todo distante, demasiado distante como para que los oídos humanos de la joven pudiesen percibirlo. Y demasiado distante como para que sus piernas humanas pudiesen alcanzarlo corriendo, si lo intentaba.

La muchacha se apresuraba a través de la niebla espesa y amarillenta, apurando el paso con nerviosas miradas por encima del hombro mientras él permitía deliberadamente que resonasen sus pisadas a sus espaldas.

El olor de su miedo le resultaba embriagador… tan fresco, tan vivo.

Fue muy fácil cogerla, cubrir el chillido de su boca con la mano… los latidos de animalillo asustado de su corazón con la otra.

Fue muy divertido ver cómo sus ojos recorrían su rostro, joven y atractivo —la ropa cara y elegante— y su expresión se volvía tímida, cohibida, mientras él retiraba la mano de su boca.

—Señor, habéis asustado a una pobre chica. Pensé que erais un ladrón.

—Nada de eso. —El cultivado acento que utilizó contrastaba vivamente con el acento vulgar de los bajos fondos de Londres de la muchacha—. Simplemente busco un poco de placer y estoy dispuesto a pagar el precio que pidas.

Con una risita tonta y un batir de pestañas, ella dijo una cifra que él sabía que debía de ser el doble de su tarifa habitual.

—Por ese dinero, creo que deberías darme mucho placer.

—Lamento pedirle dinero a un caballero tan fino y atractivo, pero debo ganarme la vida. Tengo una habitación cerca de aquí.

—No la necesitaremos.

—¡Oh! —Ella se echó a reír cuando él le levantó la falda—. ¿Aquí? Con la mano libre, él le bajó el corpiño y le cubrió el pecho. Necesitaba sentir su corazón, latiendo, latiendo, latiendo. Entró en ella embistiendo con fuerza, de modo que sus nalgas desnudas golpeaban contra la pared de piedra húmeda del callejón. Y vio la sorpresa y la conmoción en sus ojos al descubrir que él podía darle placer.

El latido debajo de su mano se aceleró y la respiración de la muchacha se agitó, brotando de sus labios entre gemidos y jadeos.

Él dejó que alcanzase el clímax —un pequeño gesto— y permitió también que sus ojos soñolientos y aturdidos se encontrasen con los suyos antes de exhibir los colmillos.

La muchacha gritó, un sonido breve y agudo que él interrumpió cuando hundió los dientes en su cuello. El cuerpo de ella se agitó violentamente, provocándole un orgasmo muy satisfactorio mientras se alimentaba de su sangre. Mientras mataba. Los latidos bajo su mano se fueron volviendo más lentos, más silenciosos, hasta que cesaron.

Saciado y satisfecho, la dejó en el callejón con las ratas, y el dinero que ella le había pedido arrojado con indiferencia junto a su cuerpo inmóvil. Luego se alejó hasta ser engullido por la niebla densa y amarillenta.

Se despertó en el momento presente lanzando una maldición. El sueño le había despertado apetitos y pasiones largamente reprimidos. Casi había podido saborear la sangre de la muchacha en la boca, casi había podido oler su rica fragancia. En la oscuridad, su cuerpo tembló ligeramente, un adicto con síndrome de abstinencia; de modo que se obligó a levantarse de la cama y beber aquello que se permitía a sí mismo en lugar de la sangre humana.

Eso nunca te satisfará. Nunca te llenará. ¿Por qué sigues luchando contra lo que eres?

—Lilith —pronunció el nombre débilmente. Reconoció la voz en su cabeza y comprendió quién y qué había creado ese sueño en su mente. ¿Era siquiera uno de sus recuerdos? Ahora que estaba más tranquilo le parecía falso, como si fuese una obra de teatro con la que hubiese tropezado accidentalmente. Sin embargo, él había matado su ración de prostitutas en los callejones. Había matado a tantas, ¿quién podía recordar los detalles?

Lilith brilló en la oscuridad. Los diamantes refulgían en su cuello, en las orejas, en las muñecas, incluso en su frondosa cabellera. Llevaba un vestido azul adornado con marta cibelina, y un escote pronunciado que destacaba las generosas turgencias de sus pechos.

Se había tomado algo de trabajo con su vestido y apariencia, pensó Cian, para aquella visita ilusoria.

—Aquí está mi guapo muchacho —musitó ella—. Pero pareces tenso y cansado. No me sorprende, teniendo en cuenta lo que has estado haciendo. —Agitó el dedo con gesto burlón—. Chico travieso. Pero es mi culpa. No pude estar a tu lado durante los años de tu formación y te doblaste como una rama.

—Tú me abandonaste —señaló él. Aunque no las necesitaba, encendió algunas velas. Luego se sirvió un vaso de whisky—. Me mataste, me transformaste en uno de los tuyos, me lanzaste contra mi propio hermano y luego me dejaste malherido al pie de los acantilados.

—Donde permitiste que tu hermano te arrojara. Pero eras joven e imprudente. ¿Qué podía hacer yo? —Se bajó aún más el escote para que él pudiese ver la cicatriz en forma de pentáculo que tenía en el pecho—. Él me quemó. Me marcó. Yo no era buena para ti.

—¿Y después? ¿Los días y meses y años después de aquello?

—Era extraño, pensó, extraño darse cuenta de que albergaba ese resentimiento, incluso esa herida, enterrada dentro de él. Como un niño despreciado por su madre—. Tú me hiciste, Lilith, me pariste, y luego me dejaste con menos sentimiento con el que un gato de albañal abandona a un gatito deforme.

—Tienes razón, tienes razón. No puedo discutírtelo. —Comenzó a pasear por la habitación con un andar majestuoso e indolente que hizo que sus faldas rozasen la mesa—. Fui descuidada contigo, mi querido muchacho. Y descargué sobre ti la ira que sentía hacia tu hermano. ¡Me avergüenzo de ello!

Sus bellos ojos azules pestañearon con alegría y la curva de sus labios era encantadoramente femenina.

—Pero tú conseguiste arreglártelas tan bien solo… al principio. Imagina cuál fue mi sorpresa cuando Lora me confirmó que los rumores que yo había oído eran ciertos y que habías dejado de cazar. Ah, por cierto, ella te envía sus saludos.

—¿De verdad? Imagino que en este momento, su cara debe de ser algo digno de contemplar.

La sonrisa de Lilith se desvaneció y en sus ojos apareció un atisbo de rojo.

—Cuida tu lengua, o cuando llegue el momento no será solamente a esa jodida cazadora de vampiros a quien le arranque la piel a tiras.

—¿Crees que puedes hacerlo? —Se acomodó en el sillón con el vaso de whisky en la mano—. Apostaría contigo, pero no estarías en condiciones de pagarme ya que, al final de esta historia, no serás más que un montón de cenizas.

—He visto el final de esta historia, en el humo. —Se acercó a él y se inclinó sobre el sillón… tan real que casi podía olería—. Este mundo arderá. No tendré ninguna necesidad de él. Cada humano de esta estúpida isla será masacrado, gritará y se ahogará en su propia sangre. Tu hermano y su círculo morirán de la forma más horrible. Lo he visto.

—Tu mago difícilmente podría mostrarte otra cosa —replicó Cian encogiéndose de hombros—. ¿Siempre fuiste tan crédula?

—¡El me muestra la verdad! —Lilith se alejó, y su falda describió un furioso arco—. ¿Por qué insistes en esta aventura que está condenada al fracaso? ¿Por qué te opones a quien te concedió el más preciado de los dones? He venido aquí a ofrecerte una tregua, un acuerdo privado y personal, sólo entre tú y yo. Aléjate de esto, querido, y tendrás no sólo mi perdón, sino un lugar a mi lado cuando llegue el día. Todo aquello que anhelas y te has negado a ti mismo, lo colocaré a tus pies… como muestra de arrepentimiento por haberte abandonado cuando más me necesitabas.

—¿O sea que regreso a mi tiempo, a mi mundo y todo está perdonado?

—Tienes mi palabra. Pero te daré más, mucho más, si vienes a mí. A mí. —Lilith ronroneó como una gata, al tiempo que amasaba sus pechos con las manos—. ¿Recuerdas lo que compartimos aquella noche? ¿La chispa, el calor?

Cian la miró mientras ella se acariciaba el cuerpo, blanco sobre rojo.

—Lo recuerdo muy bien.

—Podemos volver a tener eso, y más. Serás un príncipe en mi corte. Y un general, al mando de ejércitos en lugar de caminar por el fango con los humanos. Tendrás lo mejor de los mundos y todos sus placeres. Una eternidad de deseos satisfechos.

—Recuerdo que en una ocasión me prometiste algo parecido. Entonces estaba solo, destrozado y perdido, con la tierra de la tumba apenas retirada de mi cuerpo.

—Y ahora lo cumpliré. Ven conmigo. Aquí no hay lugar para ti, Cian. Tú debes estar con los de tu propia especie.

—Interesante. —Hizo tamborilear los dedos en el costado del vaso—. O sea que lo único que tengo que hacer es aceptar tu palabra de que me recompensarás en lugar de torturarme antes de acabar conmigo.

—¿Por qué habría de destruir mi propia creación? —contestó ella con tono razonable—. ¿Alguien que ha demostrado ser un valiente guerrero?

—Por despecho, por supuesto, y porque tu palabra es tan ilusoria como tu presencia aquí. Pero yo te daré mi palabra en una cuestión vital, Lilith, y mi palabra es tan dura y brillante como esos diamantes que llevas. Seré yo quien vaya a por ti. Seré yo quien lo haga.

Cogió un cuchillo y se hizo un corte en la palma de la mano.

—Te lo juro por mi sangre. Mi rostro será el último que verán tus ojos.

La furia tensó las facciones de Lilith.

—Te has condenado a ti mismo.

—No —musitó Cian cuando la imagen se desvaneció—. Tú me condenaste.

Era noche cerrada y ya no seguiría durmiendo. Al menos, a esa hora, podía vagar por donde le apeteciera sin toparse con criados, cortesanos o guardias. Ese día ya había tenido suficiente compañía, tanto de vampiros como de humanos. Aun así, necesitaba distracción, movimiento, algo que lo ayudase a eliminar los amargos restos del sueño y la visita que lo había seguido.

Admiró la arquitectura del castillo con más interés del que hubiese sentido cuando estaba vivo. Parecía sacado de un libro de cuentos, fantástico por dentro y por fuera, pensó; con las luces cambiantes de las antorchas elevándose desde sus apliques de pared en forma de dragón, los tapices con imágenes de hadas y fie tas, el mármol pulido brillando como una joya.

No había sido construido como una fortaleza, por supuesto, sino más bien como un hogar espléndido y lujoso. Digno sin duda de una reina. Hasta la llegada de Lilith, Geall había existido en paz y, de ese modo, había podido concentrar sus energías y talentos en el arte y la cultura.

En medio del silencio y la oscuridad, Cian podía tomarse su tiempo para estudiar y admirar las manifestaciones de ese arte: las pinturas y los tapices, los murales y las tallas. Podía vagar por los corredores oscuros con el perfume de las flores de invernadero endulzando el aire o entrar en la biblioteca para examinar las altas estanterías.

Desde el momento de su creación, Geall había sido más un lugar para el arte, los libros y la música que para la guerra y las armas. Qué apropiado, qué escalofriante, que tanto dioses como demonios hubiesen elegido ese lugar para enfrentarse en una cruenta guerra.

La biblioteca, como Moira había señalado cuando se enamoró de la que él tenía en Irlanda, era una silenciosa catedral de libros.

Cian ya había pasado parte de su tiempo con algunos de ellos, y se había sentido interesado y a la vez sorprendido por el hecho de que las historias que había encontrado allí no fuesen tan diferentes de las que habían sido escritas en su propia época. ¿Sería capaz Geall, si sobrevivía, de producir sus propios Shakespeare, Yeats, Austen? ¿Atravesaría su arte períodos de renacimiento hasta ofrecer su versión de Monet y Degas?

Un pensamiento fascinante.

Pero por el momento, estaba demasiado inquieto, demasiado intranquilo como para sentarse con un libro entre las manos, de modo que continuó su recorrido. Había habitaciones que aún no había explorado y, por la noche, podía ir allí donde le apeteciera.

Mientras caminaba a través de las sombras, la lluvia seguía tamborileando fuera suavemente. Atravesó una estancia que supuso que había sido una especie de salón y ahora servía como depósito de armas. Levantó una espada, comprobando su peso, su equilibrio, su filo. Quizá los artesanos de Geall se habían dedicado antes a las artes, pero desde luego, sabían muy bien cómo forjar una espada. El tiempo se encargaría de decir si era suficiente. Sin un rumbo definido, se volvió y entró en lo que vio que era una sala de música.

En una esquina, reposaba con elegancia un arpa dorada. Un pariente más pequeño, con forma de un arpa tradicional irlandesa, ocupaba un caballete a su lado. También había un monocordio —un temprano antepasado del piano— cuya caja de resonancia estaba bellamente tallada. Pulsó una cuerda ociosamente y le gustó su sonido, claro y afinado.

Un poco más allá, descansaba una zanfona, y cuando hizo girar el mástil y deslizó el arco sobre las cuerdas, el instrumento cantó con la música lastimera de una gaita.

Había laúdes y gaitas, todos bellamente construidos. Los asientos eran cómodos y el hogar estaba hecho con el mármol local. Una hermosa sala, pensó, para los músicos y para todos los que apreciaran ese arte.

Entonces vio otro instrumento. Lo alzó. Su cuerpo era más grande que el del violín al que daría origen y tenía cinco cuerdas. Cuando esos instrumentos habían sido populares, él no había mostrado ningún interés por ellos. No, lo suyo había sido matar prostitutas en los callejones. Pero cuando un hombre tiene toda la eternidad por delante necesita pasatiempos y ocupaciones, y dispone de años para aprender.

Se sentó con el instrumento sobre el regazo y comenzó a tocar.

Todo volvió a él, las notas, los sonidos; y lo tranquilizaron, como se dice que la música puede hacerlo. Con la lluvia como acompañamiento, se dejó llevar por la música y flotó a la deriva con sus lamentos.

En otras circunstancias, jamás habría podido acercarse a Cian sin que él lo advirtiese. Mientras llevaba a cabo sus propios vagabundeos por el castillo, había oído el sosegado sollozo de la música. Y la había seguido como un niño sigue a un flautista; cuando lo vio se quedó en el vano de la puerta, asombrada y encantada. «O sea que éste es su aspecto cuando está realmente sereno y no está fingiendo estarlo», pensó Moira. Así debió de haber sido antes de que Lilith se lo llevase, un poco soñador, un poco triste, un poco perdido.

Todo lo que se había agitado y despertado por él en su interior pareció unirse dentro de su corazón cuando lo vio sin su máscara. Sentado solo, buscando el consuelo de la música. En ese momento, deseó tener la habilidad de Glenna con las pinturas o la tiza para poder dibujarlo tal como lo veía. Como muy pocos, estaba segura, lo habían visto.

Tenía los ojos cerrados, su expresión parecía atrapada en un brumoso intermedio entre la melancolía y la satisfacción. Cualesquiera que fuesen sus pensamientos, sus dedos, largos y finos, eran hábiles sobre las cuerdas, extrayendo del instrumento una música nostálgica.

Entonces, la música cesó tan abruptamente que Moira dejó escapar una leve protesta al tiempo que avanzaba con su candil.

—Oh, continúa tocando, por favor, ¿quieres? Era una melodía preciosa.

Cian habría preferido que ella se acercase con un puñal en la mano en lugar de con aquella sonrisa inocente y ansiosa. Sólo llevaba puesta la bata de noche, tan blanca y pura, con el pelo suelto, cayéndole como lluvia sobre los hombros. La luz de la vela oscilaba ante su rostro, envolviéndola en misterio y fantasía.

—Los suelos están fríos para caminar descalza —fue lo único que dijo él, y se levantó para dejar el instrumento donde estaba.

La expresión soñadora había desaparecido de sus ojos, de modo que su mirada volvía a ser fría. Moira, frustrada, dejó el candil.

—Son mis pies al fin y al cabo. Nunca has dicho que supieras tocar un instrumento.

—Hay muchas cosas que nunca he dicho.

—Yo no tengo ninguna aptitud para eso, para desesperación de mi madre y de todos los profesores que contrató para que me enseñasen música. Cualquier instrumento que caía en mis manos acababa sonando como un gato al que le pisaran la cola.

Moira se acercó al que él había estado tocando y deslizó los dedos por encima de las cuerdas.

—En tus manos parecía magia.

—He tenido más años de los que tú tienes para aprender todo aquello que me interesaba. Muchas veces más años.

Ella alzó la vista para mirarlo a los ojos.

—Es verdad, pero el tiempo no reduce la capacidad artística, ¿verdad? Tú tienes un don, así que, ¿por qué no aceptar un cumplido con un poco de elegancia?

—Majestad —se inclinó profundamente haciendo una reverencia—, honráis mis pobres esfuerzos.

—Oh, y una mierda —replicó ella, y provocó una risa ahogada en Cian—. No sé por qué siempre buscas algún modo de insultarme.

—Un hombre debe tener alguna diversión. Y ahora, buenas noches.

—¿Por qué? Este es tu tiempo, ¿verdad?, y no vas a irte a la cama. Y yo no puedo dormir. Algo frío… —se abrazó los codos y se estremeció—, algo frío que había en el aire me ha despertado. —Pudo ver un leve cambio en sus ojos porque lo estaba mirando—. ¿Qué? ¿Qué es lo que sabes? ¿Ha ocurrido algo? ¿Larkin?

—No tiene nada que ver con eso. Que yo sepa, tanto Larkin como los demás están bien.

—¿Y qué es entonces?

Cian reflexionó un momento. Su deseo personal de alejarse de ella no podía importar más que lo que debía saber.

—Aquí hace demasiado frío para las confesiones nocturnas.

—Entonces encenderé el fuego. —Se dirigió hacia el hogar y cogió el yesquero—. En aquel armario siempre hay whisky. Yo también beberé un poco.

No tuvo necesidad de mirarlo para saber que Cian había enarcado una ceja, un claro gesto de sarcasmo, antes de cruzar la habitación hacia el armario.

—¿Acaso tu madre nunca te enseñó que se consideraría indecoroso que compartieras un whisky junto al fuego a solas con un hombre, mucho más con alguien que ni siquiera es un hombre, en plena noche?

—El decoro no es una preocupación inmediata para mí. —Se agachó un momento para asegurarse de que la turba había prendido. Luego se levantó para ir a sentarse en un sillón y extendió la mano para recibir el whisky—. Gracias. —Bebió un trago—. Algo ha ocurrido esta noche. Si concierne a Geall, necesito saberlo.

—Me concierne a mí.

—Era algo relacionado con Lilith. Pensé que se trataba sólo de mis temores, que me asaltaban mientras dormía, pero era más que eso. Una vez soñé con ella y era algo más que un sueño. Tú me despertaste de él. Y después había sido muy amable con ella, recordó. Distante, pero amable.

—Ha sido algo parecido —continuó diciendo Moira—, pero no estaba soñando. Sólo he sentido… —Se interrumpió y abrió mucho los ojos—. No, no sólo lo he sentido. Te he oído. He oído que hablabas. Tu voz ha resonado en mi cabeza y era fría. «Seré yo quien lo haga». Te he oído decir esas palabras con absoluta claridad. Cuando me he despertado, he pensado que me moriría si me hablases con esa frialdad.

Y se había sentido empujada a salir de la cama, pensó. Y había seguido el rastro de la música hasta él.

—¿Quién era?

Más tarde, decidió Cian, trataría de descubrir cómo podía Moira oírlo, o sentir algo respecto a él en sus sueños.

—Lilith.

—Sí. —Con los ojos fijos en el fuego, Moira se frotó los brazos con las manos—. Lo sabía. Había algo oscuro en ese frío. No eras tú.

—¿Cómo puedes estar segura?

—Tú tienes un matiz… diferente —explicó ella—. Lilith es negra. Densa como la brea. Tú, bueno, no eres brillante. Eres gris y azul. En ti hay penumbra.

—¿Qué es esto, un asunto del aura?

La tenue burla de su tono de voz hizo que a Moira le subiese por el cuello una oleada de calor.

—Se trata de la forma en que veo algunas veces. Glenna me dijo que persistiera en eso. Ella es rojo y dorado, como su pelo… si te interesa. ¿Era un sueño? ¿Lilith?

—No. Aunque me ha enviado un sueño que puede que sea un recuerdo. De una prostituta con quien follé y a la que maté entre la basura de un callejón de Londres. —La forma en que levantó su vaso y bebió un trago de whisky fue un calculado subrayado de sus palabras—. Y si no fue esa prostituta en particular, follé y asesiné a muchas otras, de modo que no tiene mucha importancia.

La mirada de Moira no se apartó en ningún momento de sus ojos.

—Piensas que eso me escandaliza. Al decirlo, y hacerlo de esa forma, intentas instalar crueldad entre nosotros.

—Hay mucha crueldad entre nosotros.

—Lo que hiciste antes de aquella noche en el claro del bosque en Irlanda, cuando me salvaste la vida por primera vez, no está entre nosotros. Está detrás de ti. ¿Crees que soy tan inmadura e ingenua que no sé qué has tenido toda clase de mujeres y que has matado a toda clase de ellas también? Al traerlas al presente, no haces más que insultarme a mí y a las mujeres con las que has estado.

—No te entiendo.

Y él habitualmente trataba de desentrañar aquello que no entendía. El conocimiento era otra clase de supervivencia.

—Seguramente no es mi culpa, ¿no crees? Yo siempre he sido clara en la mayoría de las cuestiones. Si Lilith te envió ese sueño, verdadero o no, fue para inquietarte.

—Inquietarme —repitió Cian y se acercó al fuego—. Eres la más extraña de las criaturas. El sueño me excitó. Y me desconcertó, a falta de un término mejor. Ése era el propósito de Lilith, y no cabe duda de que tuvo éxito.

—Y una vez conseguido su propósito, alcanzada una parte vulnerable de ti, se presentó como una aparición. Lo mismo que hizo Lora con Blair.

Cian se volvió, sosteniendo el vaso de whisky flojamente en la mano.

—He obtenido una disculpa, con varios siglos de retraso, por su abandono cuando sólo habían pasado unos días desde mi transformación y estuve a punto de morir a causa de que Hoyt me lanzó desde un acantilado.

—Tal vez el retraso sea algo relativo, considerando la duración de tu existencia.

Ahora Cian se echó a reír a carcajadas sin poderse contener. Era una risa rápida y rica y llena de reconocimiento.

—Sí, la más extraña de las criaturas, con un agudo ingenio enterrado en alguna parte. Lilith me ha ofrecido un trato. ¿Te interesa conocer sus términos?

—Sí, me interesa y mucho.

—Sólo tengo que alejarme de todo esto. De ti y de los demás, y de lo que sucederá en Samhain. Si lo hago, Lilith dará por terminadas todas nuestras diferencias. Mejor aún, si me alejo de vosotros y me paso a su bando, seré generosamente recompensado. Todo lo que pueda desear y un lugar a su lado. Su cama también. Y todas las mujeres que pueda llevar a la mía.

Moira frunció los labios y luego bebió otro trago de whisky.

—Si crees eso, entonces eres más inmaduro de lo que tú me consideras a mí.

—Nunca he sido tan inmaduro como tú.

—¿No? Bueno, ¿quién de los dos lo fue lo bastante como para jugar con un vampiro y permitir que le clavase los colmillos?

—-Ja. Buen argumento. Pero tú nunca has sido un muchacho lujurioso.

—Porque las mujeres, por supuesto, no tenemos ningún interés por las cuestiones carnales. Nosotras preferimos sentarnos con nuestros bordados y nuestros rezos.

Cian torció el gesto antes de menear la cabeza.

—Otro buen argumento. En cualquier caso, no siendo ya un muchacho lujurioso y sin que me quede una sola hoja verde, soy totalmente consciente de que Lilith me encerraría y me torturaría.

Me conservaría con vida… para siempre. Y con un dolor indescriptible.

Cian consideró la situación, con los pensamientos estimulados por su breve discusión con Moira.

—O, más probablemente, ella mantendría su palabra, en cuanto al sexo y otras recompensas, durante todo el tiempo que le conviniera. Sabe que yo le resultaría útil, al menos hasta Samhain.

Moira asintió.

—Lilith se acostaría contigo, te colmaría de regalos, te daría posición y rango. Luego, cuando todo hubiese terminado, te encerraría y te sometería a toda clase de tormentos.

—Exacto. Pero no tengo intención de permitir que me torturen por toda la eternidad, o de servir a sus propósitos. Lilith mató a un buen hombre por quien yo sentía afecto. Aunque sólo fuese por eso, se lo debo a King.

—Lilith seguramente no ha debido de sentirse complacida con tu negativa.

Cian la miró con expresión imperturbable.

—Esta noche eres la reina del entendimiento.

—Entonces permíteme que sea también la reina de la intuición y diga que tu respuesta a Lilith fue que tu misión sería destruirla.

—Lo juré por mi propia sangre. Dramático —dijo, mirando la herida casi curada en la palma de su mano—. Pero me sentía histriónico.

—Tú no te lo tomas en serio, pero yo lo encuentro revelador. Necesitas matarla con tus propias manos más de lo que eres capaz de reconocer. Ella no lo entiende, y tú tampoco. Necesitas su muerte no sólo como justo castigo sino para cerrar una puerta.

—Cuando él no respondió, Moira alzó la cabeza—. ¿Crees que es extraño que yo pueda entenderte mejor que ella? ¿Conocerte mejor de lo que Lilith puede hacerlo?

—Creo que tu mente siempre está trabajando —contestó él—. Casi puedo oír girar los engranajes. No me sorprende que no puedas conciliar el sueño en estos días, con todo ese jodido ruido que debe de haber dentro de tu cabeza.

—Tengo miedo. —Los ojos de Cian se estrecharon al mirarla, pero ella desvió la mirada—. Miedo de morir antes de haber vivido realmente. Miedo de fallarle a mi pueblo, a mi familia, a ti y a los demás. Cuando siento ese frío y esa oscuridad, como me ha sucedido esta noche, sé lo que será Geall si Lilith triunfa en esta guerra. Un enorme espacio, quemado, desentrañado, vacío y negro. Y el solo hecho de pensarlo me aterra hasta impedirme conciliar el sueño.

—Entonces la respuesta tiene que ser que Lilith no puede ganar.

—Sí. Ésa debe ser la respuesta. —Moira dejó el vaso de whisky—. Debes decirle a Glenna lo que me has explicado a mí. Creo que será más difícil hallar las respuestas que necesitamos si hay secretos entre nosotros.

—Si no se lo cuento yo, lo harás tú.

—Por supuesto. Pero debería oírlo de ti. Eres bienvenido a tocar cualquier instrumento que te apetezca cuando quieras hacerlo. O bien puedes llevártelo a tu habitación, si prefieres disfrutar de la música en privado.

—Gracias.

Moira sonrió ligeramente mientras se levantaba.

—Creo que ahora podría dormir unas horas. Buenas noches. Cian se quedó donde estaba mientras Moira recuperaba su candil y abandonaba la sala de música. Y así permaneció varias horas más, en la sala iluminada por la luz del fuego.

Al amanecer, lluvioso y desapacible, Moira estaba junto a Tynan mientras él y las tropas escogidas se preparaban para la marcha.

—Será una marcha pasada por agua.

Tynan le sonrió.

—La lluvia es buena para el alma.

—Entonces nuestras almas deben de estar muy saludables después de estos últimos días. Pueden moverse bajo la lluvia, Tynan.

—Apoyó los dedos levemente sobre la cruz que él llevaba pintada sobre el peto de su armadura—. Me pregunto si deberíamos esperar hasta que escampe antes de que comencéis este viaje.

Tynan meneó la cabeza y miró más allá de Moira, a sus soldados.

—Mi señora, los hombres están preparados. Preparados hasta el punto de que cualquier retraso afectará a su moral y les roerá los nervios. Necesitan acción, aunque sólo sea un largo día de marcha bajo la lluvia. Nos hemos entrenado para luchar —continuó antes de que ella pudiese responderle—. Si alguien viene a enfrentarse con nosotros, estaremos preparados.

—Confío en que lo estaréis. —Tenía que confiar en ello. Si no lo hacía con Tynan, a quien conocía de toda la vida, ¿con quién lo haría?—. Larkin y los demás os estarán esperando. Espero su regreso poco después de que se haya puesto el sol con la confirmación de que habéis llegado sin problemas y ocupado el puesto.

—Podéis contar con ello, y conmigo, mi señora. Tynan le cogió ambas manos. Porque eran amigos, y porque él era el primero a quien ella enviaba lejos del castillo, se alzó de puntillas para besarle. Cuento con ello. —Le apretó los dedos—. Mantén a mis primos alejados de los problemas.

—Eso, mi señora, puede escapar a mi capacidad. —Su mirada se apartó de su rostro—. Mi señor. Señora.

Con sus manos aún entre las de Tynan, Moira se volvió hacia Cian y Glenna.

—Un día lluvioso para viajar —comentó Cian—. Es probable que tengan apostados a algunos de sus soldados a lo largo del camino para que hagáis un poco de ejercicio.

—Eso es lo que esperan los hombres. —Tynan miró hacia donde esperaba cerca de un centenar de hombres despidiéndose de sus familiares y novias, luego se volvió para mirar a Cian—. ¿Estamos preparados?

—Sois adecuados.

Antes de que Moira pudiese responder al insulto, Tynan se echó a reír ruidosamente.

—Es un gran cumplido viniendo de vos —dijo, y estrechó la mano de Cian—. Gracias por las horas y las magulladuras.

—Haced un buen uso de ellas. Slán leat.

Slán agat. —Lanzó a Glenna una mirada arrogante mientras montaba—. Os devolveré a vuestro hombre, señora.

—No lo olvides. Bendito seas, Tynan.

—En vuestro nombre, majestad —le dijo a Moira, y luego hizo girar a su caballo—. ¡Alineaos!

Moira observó mientras los hombres formaban filas. Y miró cómo su primo Oran y otros dos oficiales se alejaban a caballo bajo la lluvia, al mando de sus soldados de infantería; el primer contingente que partía a la guerra.

—Ya comienza —susurró ella—. Que los dioses los protejan.

—Será mejor que sean ellos quienes se protejan a sí mismos —respondió Cian.

Y permaneció inmóvil junto a Moira hasta que el primer batallón del ejército de Geall se perdió de vista.