6

Después de quitarse de encima varios kilos de barro, Moira se reunió con el resto del grupo para una sesión de estrategia. Entró en el salón en ese punto a medias entre la discusión y el razonamiento.

—No estoy diciendo que tú no puedas manejarlo. —El tono de Larkin mientras se dirigía a Blair había adquirido un áspero matiz de impaciencia—. Estoy diciendo que Hoyt y yo podemos encargarnos de ello.

—Y yo estoy diciendo que tres podrían hacerlo más de prisa que dos.

—¿Y qué sería eso? —preguntó Moira.

La respuesta le llegó desde varias fuentes y con voces altisonantes.

—No logro entender mucho de lo que decís. —Alzó una mano pidiendo tranquilidad mientras ocupaba su lugar en la mesa—. ¿Estáis diciendo que vamos a enviar a un grupo para que establezca una base cercana al campo de batalla y que exploren el terreno a medida que avanzan?

—Con las primeras tropas marchando detrás de ellos por la mañana —dijo Hoyt—. Hemos marcado algunos puntos donde se puede encontrar refugio. Aquí —prosiguió, señalando en el mapa que habían extendido encima de la mesa—. Un día de marcha hacia el este. Luego otro, a un día de marcha del primero.

—El hecho es que Lilith está atrincherada aquí. —Blair apoyó el puño sobre el mapa—. Ella ha aprovechado las mejores posiciones e instalaciones. Nosotros podemos entrecruzar nuestras bases, establecer una especie de línea del frente dentada, pero es necesario que empecemos a mover las tropas, y debemos asegurar bases para ellas antes de enviarlas. No sólo a lo largo del camino, sino en los puntos más adecuados cerca del valle.

—En efecto. —Moira estudió el mapa. Pudo ver de qué manera debía funcionar el plan, con saltos de una posición a otra durante el día—. Larkin puede cubrir esa distancia más rápidamente que nadie, ¿estamos de acuerdo en eso?

—Así es. Pero si recluíamos a otros dragones…

—Blair, ya te he dicho que eso es imposible.

—¿Dragones? —Moira alzó nuevamente la mano para silenciar la interrupción de Larkin—. ¿A qué te refieres?

—Cuando Larkin cambia de forma puede comunicarse, al menos a un nivel rudimentario, con aquello en lo que se ha convertido —comenzó a decir Blair.

—Sí. ¿Y?

—De modo que si él llama a otros dragones cuando ha asumido esa forma, ¿por qué no podría convencer a algunos de ellos para que lo siguiesen… con jinetes?

—Los dragones son criaturas amables y pacíficas —la interrumpió Larkin—. No deberíamos mezclarlos en algo así, donde podrían salir lastimados.

—Espera, espera. —Con la idea dando vueltas en su cabeza, Moira se apoyó en el respaldo de su silla—. ¿Podría hacerse? He visto que algunas personas tienen un dragón como mascota de vez en cuando, pero nunca he oído de nadie que monte en un dragón adulto, excepto en los cuentos. Si pudiera hacerse, nos permitiría viajar más de prisa e incluso de noche. Y en la batalla… —Moira se interrumpió al ver la expresión de Larkin—. Lo siento, Larkin, de verdad. Pero no podemos ponernos sentimentales en esta cuestión. El dragón es un símbolo de Geall, y Geall necesita sus símbolos. Le hemos pedido a nuestro pueblo, a nuestras mujeres, a los jóvenes y a los mayores, que luchen y se sacrifiquen. Si eso puede hacerse, debemos hacerlo.

—No sé si puede hacerse.

Moira sabía muy bien cuándo Larkin estaba siendo terco como una muía.

—Pues tendrás que intentarlo. Nosotros amamos también a nuestros caballos, Larkin —le recordó Moira—. Sin embargo, lo llevaremos con nosotros a la guerra. Ahora, Hoyt, quiero que me lo digas sin rodeos, ¿es mejor que Larkin y tú vayáis solos, o que lo hagáis los tres?

Hoyt parecía apenado.

—Bueno, me has puesto entre la espada y la pared, ¿no crees? A Larkin le preocupa que Blair no esté totalmente recuperada del ataque.

—Estoy bien para ir a esa misión —insistió ella, y luego golpeó, no muy suavemente, a Larkin en el hombro—. ¿Quieres pelear conmigo, vaquero, y averiguarlo?

—Las costillas todavía le duelen al acabar el día y el hombre herido aún lo tiene débil.

—Yo te enseñaré lo que es estar débil.

—Vamos, vamos, niños. —Glenna se las ingenió para sonar frívola y sarcástica—. Yo creo que Blair está en condiciones de hacerlo. Lo siento, cariño —le dijo a Larkin— pero no podemos permitirnos mantenerla en la lista de inválidos.

—Sería mejor que ella viniese con nosotros. —Hoyt miró a Larkin compasivamente—. Con tres, no sería necesario estar fuera más de un día. Las primeras tropas podrían salir al amanecer y avanzar hasta el primer puesto.

—Eso nos deja a tres de nosotros aquí para seguir trabajando, entrenando y preparándonos. —Moira asintió—. Eso sería lo mejor. Larkin, ¿crees que Tynan debería dirigir esas primeras tropas?

—¿Lo preguntas como un bálsamo para mi orgullo herido o porque realmente quieres saber mi opinión?

—Ambas cosas.

Moira consiguió arrancarle una sonrisa reacia.

—Entonces, sí, Tynan sería el hombre indicado para ese trabajo.

—Deberíamos ponernos en marcha. —Blair paseó la mirada alrededor de la mesa—. Con la velocidad que Larkin puede alcanzar por aire, podemos haber instalado la primera base, quizá las dos primeras, antes de que caiga la noche.

—Llevad todo lo que necesitéis —les dijo Moira—. Yo hablaré con Tynan y le diré que salga al mando de las primeras tropas al amanecer.

—Ella os estará esperando. —Cian habló por primera vez desde que Moira había entrado en el salón—. Si Lilith no ha pensado en ese movimiento, uno de sus consejeros lo habrá hecho. Tendrá soldados apostados para interceptaros y tenderos una trampa.

Blair asintió.

—Es lo que había supuesto. Por eso es mejor que seamos tres y lleguemos desde el aire. Ellos no nos cogerán por sorpresa, pero quizá nosotros a ellos sí.

—Tendréis más posibilidades de conseguirlo si lo hacéis así. —Cian se levantó para acercarse al mapa y mostrar lo que decía—. Dando un rodeo y llegando a la primera posición desde el este o el norte. Llevará más tiempo, por supuesto, pero lo más probable es que estén vigilando en dirección al castillo.

—Buen punto —reconoció Blair, y luego frunció el cejo mirando a Larkin—. Hoyt y yo podemos bajar a tierra fuera de la vista de esos monstruos y enviar a nuestro chico a inspeccionar la madriguera. Quizá como un pájaro o algún otro animal del que no sospechen al verlo por esa zona. Habrá que llevar provisiones extras —añadió— teniendo en cuenta la cantidad de combustible que quema cada vez que cambia de forma, pero es mejor estar seguros.

—Que sea algo pequeño —le advirtió Cian a Larkin—. Si apareces como un venado o cualquier clase de animal de caza, podrían matarte por diversión o para conseguir comida extra. Imagino que ya deben de estar bastante aburridos. Si allí hace el mismo tiempo que está haciendo aquí, lo más probable es que estén dentro o resguardados en alguna parte. No nos gusta estar empapados más que a los humanos.

—Muy bien, ya lo resolveremos. —Blair se levantó—. Si tienes algún truco que llevar en la manga —le dijo a Hoyt—, no te olvides de incluirlo.

—Ten cuidado.

Glenna acomodó la capa de Hoyt mientras se despedía de él a las puertas del castillo.

—No debes preocuparte.

—Viene con el cargo. —Glenna le apoyó ambas manos en el pecho mientras lo miraba a los ojos—. Tú y yo hemos estado juntos desde que comenzó todo esto. Me gustaría ir contigo.

—Aquí te necesitan. —Hoyt tocó la cruz que Glenna llevaba al cuello y luego repitió el gesto con la suya—. Sabrás dónde estoy y cómo estoy. Serán dos días como máximo. Regresaré a ti.

—Asegúrate de que así sea. —Lo atrajo hacia sí y lo besó larga e intensamente mientras su corazón se estremecía—. Te amo. Cuídate.

—Te amo. Debes ser fuerte. Ahora vete dentro, a resguardo de la lluvia.

Pero Glenna esperó mientras Larkin se transformaba en un dragón y luego Hoyt y Blair cargaban las armas y los morrales. Esperó a que ambos montasen en el lomo del dragón y se elevasen, volando a través de la cortina de agua gris.

—Es duro ser la que espera —dijo Moira a su espalda.

—Horrible. —Glenna se volvió y cogió con fuerza la mano de Moira—. De modo que tienes que mantenerme ocupada. Iremos dentro y daremos nuestra primera clase. —Ambas se alejaron de las puertas—. ¿Recuerdas cuándo fue la primera vez que supiste que tenías poder?

—No. No fue nada definido, como lo de Larkin. Ocurría que, a veces, yo sabía cosas. Dónde encontrar algo que se había perdido. O dónde se había escondido alguien si estábamos jugando. Pero siempre parecía que podía deberse tanto a la buena suerte, o al sentido común, como a cualquier otra cosa.

—¿Tu madre también tenía un don?

—Sí. Pero más suave, ya me entiendes. Una especie de empatía podría decirse. Un don para cultivar cosas. —Apartó la trenza y se la echó hacia la espalda—. Los jardines que rodean el castillo son todos obra de ella. Si ayudaba en un parto o a un enfermo, les daba consuelo y alivio. Siempre he pensado en lo que ella tenía y lo que yo tengo, como una especie de magia femenina. Empatía, intuición, sanación.

Atravesaron la galería cubierta en dirección a la escalera.

—Pero desde que comencé a trabajar contigo y con Hoyt, lo he sentido con mayor intensidad. Como una conmoción. Me parecía que era una especie de eco o un reflejo del poder más fuerte que tenéis vosotros. Luego tomé posesión de la espada.

—Un talismán o un conducto —especuló Glenna—. O, más sencillamente, una llave que abría una puerta que ya estaba en ti.

Glenna entró primero en la habitación donde trabajaban ella y Hoyt. No era muy diferente a la habitación de la torre que tenían en la casa de Irlanda. Más grande, pensó Moira, y con una puerta en forma de arco que llevaba a uno de los numerosos balcones del castillo.

Pero los olores eran los mismos, hierbas y ceniza, y algo que era una mezcla entre floral y metálico. Había varios de los cristales de Glenna colocados en mesas y arcones. Moira supuso que era tanto una cuestión estética como con fines mágicos.

Había también cuencos, frascos y libros.

Y cruces —plata, madera, piedra, cobre— colgadas en cada abertura al exterior.

—Esto está frío y húmedo —comentó Glenna—. ¿Por qué no enciendes el fuego?

—Oh, sí, por supuesto.

Pero cuando Moira se dirigía hacia el amplio hogar de piedra, Glenna se echó a reír y le cogió la mano.

—No, así no. Fuego. Es algo elemental, una de las habilidades básicas. Para practicar la magia utilizamos los elementos, la naturaleza. Los respetamos. Enciende el fuego desde aquí, conmigo.

—No sabría cómo empezar.

Contigo misma. Mente, corazón, estómago, hueso y sangre.

Visualiza el fuego, sus colores y formas. Siente su calor, huele el humo y la turba ardiente. Luego saca eso de tu mente, de tu interior, y ponlo en el hogar.

Moira hizo lo que Glenna le decía, y le pareció que algo la recorría bajo la piel, aunque la turba permaneció inmóvil y fría.

—Lo siento.

No. Se necesita tiempo, energía y concentración. Y fe. ¿Recuerdas cuando diste tus primeros pasos, levantándote del suelo cogida a las faldas de tu madre o a las patas de una mesa, o cuántas veces te caíste antes de ser capaz de mantenerte en pie? Da tu primer paso, Moira. Extiende la mano derecha. Imagina que el fuego se enciende dentro de ti, caliente, brillante. Fluye hacia afuera, desde tu estómago, a través de tu corazón, recorriéndote el brazo hasta las puntas de los dedos. Visualízalo, siéntelo. Envíalo a donde desees.

Era casi un estado hipnótico, la voz tranquila de Glenna y el aumento de calor en su interior. En esos momentos la sensación era más intensa, debajo de la piel, encima de ella. Y una débil lengua de fuego brotó en un trozo de turba.

—¡Oh! Ha sido como un resplandor dentro de mi cabeza. Pero tú has hecho la mayor parte.

—Sólo un poco —la corrigió Glenna—. Sólo un pequeño empujón.

Moira dejó escapar el aire.

—Me siento como si hubiese escalado una montaña.

—Luego te resultará más fácil.

Moira asintió mientras observaba cómo el fuego cobraba fuerza.

—Enséñame.

Al cabo de dos horas, Moira no sólo se sentía como si hubiera escalado una montaña, sino como si se hubiese despeñado por una… de cabeza. Pero había aprendido a llamar y, de alguna manera, controlar dos de los cuatro elementos. Glenna le había dado una lista de pequeños conjuros y hechizos para que los practicase a solas. «Tareas escolares», así las había llamado Glenna, y la estudiosa que había en Moira estaba ansiosa por aplicarse a ellas.

Pero había otras cuestiones de las que debía ocuparse. Se puso un atuendo más formal, se colocó la corona de su cargo en la cabeza y fue a reunirse con su tío para hablar de finanzas.

Las guerras no eran baratas.

—Muchos han tenido que dejar las cosechas sin recoger —le dijo Riddock—. Los rebaños desatendidos. Algunos de ellos seguramente perderán sus hogares.

—Les ayudaremos a reconstruirlos. Durante dos años no habrá impuestos ni recaudaciones.

—Moira…

—El tesoro podrá soportarlo, tío. No puedo sentarme sobre oro y joyas, no importa cuál sea su historia, mientras nuestro pueblo se sacrifica. Primero fundiré la corona real de Geall. Cuando lo haya hecho, sembraré cincuenta hectáreas de grano. Y otras cincuenta para pastos. Y lo que se obtenga de ellas se devolverá a aquellos que lucharon, a las familias de cualquiera que haya muerto o a quien hayan herido de gravedad sirviendo a Geall.

Riddock se frotó la dolorida cabeza.

—¿Y cómo harás para saber quién ha servido a Geall y quién se ha escondido?

—Les creeremos. Vos pensáis que soy ingenua y compasiva. Tal vez lo sea. Algo de lo cual será necesario que sea una reina cuando todo esto haya terminado. Ahora, en cambio, no puedo ser ingenua ni compasiva, y debo presionar y estimular y pedirle a mi pueblo que siga entregándose. Y pido mucho de vos. Estáis aquí mientras unos desconocidos convierten vuestro hogar en unos barracones.

—No es nada.

—Es mucho, y no será lo último que os pida. Oran se marcha mañana.

—El ha hablado conmigo. —En la voz de Riddock había un tinte de inocultable orgullo, aunque en sus ojos se percibía la tristeza—. Mi hijo pequeño es ya un hombre, y debe ser un hombre.

—No cabía esperar menos siendo vuestro hijo. Y mientras las tropas comienzan a marchar, el trabajo aquí debe continuar. Hay que forjar armas y la gente debe ser alimentada y alojada. Entrenada. Tenéis mi autorización para gastar todo lo que sea necesario. Pero… —Moira sonrió brevemente— …si algún comerciante o artesano buscar obtener un beneficio excesivo de sus productos, tendrá una audiencia con la reina.

Riddock le devolvió la sonrisa.

—Muy bien. Tu madre estaría orgullosa de ti.

—Espero que sí. Pienso en ella todos los días. —Se levantó y ese gesto hizo que Riddock la imitase—. Debo ir a ver a mi tía. Ella ha sido muy buena al aceptar representar el papel de dueña y señora del castillo durante estas semanas.

—Lo disfruta.

—Me maravilla que pueda hacerlo. Las cocinas, el lavadero, la limpieza, las tareas de costura. Estaría completamente perdida sin ella.

—Estará encantada de oírlo. Pero me cuenta que vas a hablar con ella todos los días, a recorrer las cocinas y el lavadero. Del mismo modo que me cuentan que visitas a los herreros y a los jóvenes que están tallando las estacas. Y hoy has estado además entrenando con las otras mujeres.

—Nunca pensé que mi cargo fuese ocioso.

—No, pero necesitas descansar Moira. Tienes ojeras.

Se dijo a sí misma que debía pedirle a Glenna que le enseñara a hacer un conjuro.

—Ya habrá tiempo para descansar cuando todo esto haya terminado.

Pasó una hora en compañía de su tía, repasando las cuentas y las tareas domésticas, luego otra hablando con algunos de los que llevaban a cabo esas tareas.

Cuando se dirigía hacia el salón con la idea de tomar una comida ligera y un poco de té, oyó la risa de Cian.

Le alivió saber que estaba con Glenna, pero se preguntó si ella tenía la energía suficiente para verlo después de un día tan largo.

Se sorprendió alejándose del salón, y sintió un leve arrebato de cólera. ¿Acaso necesitaba beber varias copas de vino para poder estar en la misma habitación que él? ¿Qué clase de cobarde era? Irguiendo la espalda, entró en el salón, y encontró a Glenna y a Cian sentados junto al fuego, disfrutando de frutas y té.

Ambos parecían tan cómodos en su mutua compañía, pensó Moira. ¿Glenna encontraba extraño o reconfortante que Cian se pareciera tanto a su hermano? Había pequeñas diferencias, por supuesto. Aquella hendidura en el mentón de Cian que su hermano no tenía. Y su rostro era más delgado que el de Hoyt, y llevaba el pelo más corto que él.

Y también estaban su postura y sus movimientos. Cian siempre parecía sentirse cómodo, y caminaba con una fluidez casi animal.

A ella le gustaba mirarlo cuando se movía, admitió Moira. Cian siempre le hacía pensar en algo exótico, bello a su manera, y asimismo letal.

El sabía que ella estaba allí, estaba segura. Aún no había visto que nada ni nadie se acercase a Cian sin que él lo supiera. Pero sin embargo siguió repantigado en el sofá mientras que la mayoría de los hombres se habría levantado porque una mujer —sobre todo una reina— entraba en la habitación.

Era como cuando se encogía de hombros, pensó. Una especie de indiferencia deliberada. Esperaba no encontrar atractivo también ese rasgo de su personalidad.

—¿Interrumpo algo? —preguntó mientras atravesaba la habitación.

—No. —Glenna se volvió para sonreírle—. He pedido suficiente comida para tres esperando que tuvieses algo de tiempo.

Cian me estaba entreteniendo contándome historias de las hazañas de Hoyt cuando era pequeño.

—Señoras, os dejo para que disfrutéis del té —dijo Cian.

—No, por favor. —Antes de que pudiese levantarse, Glenna lo cogió del brazo—. Te has esforzado mucho para ahuyentar mis preocupaciones.

—Si sabías que estaba haciendo eso, es que no me he esforzado lo suficiente.

—Me has dado un respiro, y quiero que sepas que lo aprecio. Ahora, si todo va según lo planeado, deberían estar ya en la base prevista. Necesito echar un vistazo. —Tenía el pulso firme cuando le sirvió el té a Moira—. Creo que sería mejor si todos echáramos un vistazo.

—¿Puedes ayudarles si…? —Moira dejó que la pregunta quedara en suspenso.

—Hoyt no es el único que tiene magia en la manga. Pero podré ver con mayor claridad y ayudar si es necesario si vosotros trabajáis conmigo. Sé que has tenido un día muy largo, Moira.

—Ellos también son mi familia.

Glenna asintió y se levantó.

—He traído lo que he pensado que necesitaríamos. —Sacó su bola de cristal, algunos cristales más pequeños y unas hierbas.

Luego lo dispuso todo sobre la mesa. A continuación, se quitó la cruz y rodeó la bola de cristal con la cadena.

—Muy bien —dijo con tono ligero y las manos sobre la bola de cristal—. Veamos qué están haciendo.

Llovía en todo Geall, lo que les había hecho bastante incómodo el viaje. Los tres habían descrito un amplio círculo hasta aterrizar aproximadamente a medio kilómetro al este de la granja que tenían intención de utilizar como base de operaciones. Su ubicación era excelente, casi a medio camino entre la tierra ocupada por Lilith y el campo de batalla. La suposición de Cian, de que estarían desplegados para tenderles una emboscada, resultó ser correcta.

Blair y Hoyt desmontaron del lomo del dragón y luego procedieron a descargar las armas y los suministros. Allí disponían de cierta protección, con el muro bajo de piedra que separaba los campos y el puñado de árboles dispersos que discurría junto a él. Nada se movía bajo la lluvia.

Convertido nuevamente en hombre, Larkin se pasó ambas manos por el pelo mojado.

—Un día de perros. ¿Habéis podido ver bien nuestro objetivo?

—Una cabaña de dos pisos —contestó Blair—. Tres construcciones anexas, dos dehesas. Ovejas. No hay humo ni señales de vida, tampoco caballos. Si están en la casa, seguramente han apostado guardias, probablemente un par de ellos en cada cabaña. Vigilan por turnos mientras los demás duermen. Necesitan comida, de modo que deben de tener prisioneros. O, si viajan ligeros de equipaje y armamento, seguramente llevan todo lo que necesitan en cantimploras… quiero decir en pellejos.

—Podría arriesgarme a echar un vistazo —dijo Hoyt—. Sin embargo, si Lilith ha enviado a alguien con poder, podría sentirlo, y también nuestra presencia.

—Sería más sencillo que yo me diese una vuelta por allí. —Larkin hizo una pausa para darle un mordisco a una manzana. El largo viaje le había abierto el apetito—. Seguramente no han levantado un escudo, como sí han hecho alrededor de la base principal. No si esperan atrapar a algunos de nosotros cuando nos acerquemos, si es que lo hacemos.

—Puedes ir, pero en la forma de animal pequeño —le recordó Blair—. Cian ha hecho una buena observación en ese sentido.

—Sí, está bien. —Se metió un trozo de pan en la boca—. Un ratón es lo bastante pequeño, y ya ha dado resultado antes. Tardaré un poco más que si se tratase de un lobo o de un ciervo.

—Se quitó la cruz que llevaba al cuello—. Tendrás que guardarme esto.

—Odio esta parte. —Blair cogió la cruz—. Odio que entres allí sin un escudo o una arma.

—Debes tener un poco de fe.

Larkin cogió la barbilla de Blair entre los dedos y la besó en los labios. Luego retrocedió unos pasos antes de convertirse en un pequeño ratón de campo.

—No puedo creer que haya besado eso —musitó Blair, y luego aferró con fuerza su cruz mientras el ratón se alejaba a través de la hierba—. Ahora debemos esperar.

—Será mejor que tomemos precauciones. Trazaré un círculo —dijo Hoyt.

Larkin estaba cerca de la primera construcción anexa cuando vio al lobo. Era un animal grande y negro, agazapado en un matorral de bayas. No le prestó atención mientras sus ojos rojos examinaban el campo y el camino que discurría hacia el oeste. Aun así, Larkin dio un amplio rodeo antes de deslizarse bajo la puerta.

Era un establo sencillo y había dos caballos en las cuadras. Y dos vampiros sentados en el suelo, jugando una partida de dados.

El ratón alzó la cabeza con cierta sorpresa. A Larkin nunca se le había ocurrido que los vampiros jugasen a nada. El lobo, dedujo, era su centinela. Una señal del animal y ambos entrarían en acción. Pero por el momento estaban demasiado concentrados en el juego de dados como para reparar en un pequeño ratón.

En el establo había espadas y dos aljabas llenas de flechas. En un rapto de inspiración, Larkin corrió hacia donde estaban los arcos, apoyados contra una de las cuadras, y comenzó a roer las cuerdas.

Cuando Larkin abandonó el establo, uno de los vampiros estaba maldiciendo la suerte de su compañero.

Encontró disposiciones similares en cada una de las construcciones, con el grueso principal de soldados en la cabaña. Aunque podía oler la sangre, no vio a ningún humano. En la cabaña, cuatro vampiros dormían en el henil mientras otros cinco montaban guardia.

Hizo todo lo que podía hacer un ratón para cometer sabotaje, y luego volvió a salir rápidamente.

Encontró a Blair y Hoyt donde los había dejado, sentados sobre una manta mojada, dentro de un círculo que brillaba tenuemente.

—He contado quince de ellos —les dijo—. Y un lobo. Habrá que hacer algo con ese animal si queremos tener alguna posibilidad de sorprender a los demás.

—Tenemos que avanzar en silencio entonces. —Blair cogió un arco—. Y contra el viento. Hoyt, si Larkin puede darme la posición exacta, ¿hay alguna posibilidad de que me ayudes a verlo?

—Puedo darte la posición exacta —intervino Larkin antes de que Hoyt pudiese contestarle— porque ahora iremos juntos. Has ganado el primer asalto viniendo a esta misión, pero no entrarás sola en ese nido de vampiros.

—No, no lo hará. De nosotros tres, tú eres la mejor con el arco, de modo que te encargarás de disparar —le dijo Hoyt a Blair—. Pero nosotros protegeremos tu flanco mientras lo haces. Yo haré lo que pueda para ayudarte a que tengas un tiro limpio.

—¿Tiene sentido discutir que uno se mueve más de prisa y más silenciosamente que tres? No lo creo —concluyó Blair, topándose con un silencio inflexible—. Pongámonos en marcha entonces.

Tuvieron que dar un amplio rodeo para mantenerse fuera de vista e impedir que el viento llevara su olor. Pero cuando aparecieron detrás del lobo, Blair meneó la cabeza.

—No creo que pueda darle en el corazón desde esta distancia.

Moira quizá pudiese, pero yo no soy tan buena como ella. Necesitaré más de un disparo.

Lo pensó un momento, tratando de ver cuál era la mejor manera de hacerlo.

—Tú harás el primer disparo —le susurró a Larkin—. Acércate tanto como puedas. Si retrocede o se vuelve puedo alcanzarle. Uno, dos —añadió usando los dedos—. Tiene que ser rápido, tiene que ser silencioso.

Larkin asintió, sacó una flecha de la aljaba y la aseguró en la cuerda de su arco. Para él era un tiro largo y el ángulo era escaso.

Pero apuntó, respiró profundamente y disparó la flecha. Alcanzó al lobo entre los omóplatos y su cuerpo dio un respingo. La flecha de Blair dio en el blanco exacto.

—Buen trabajo —dijo, mientras volaban cenizas y humo negro.

Hoyt fue a decir algo, y entonces la voz de Glenna resonó en su cabeza tan nítidamente como si hubiese estado de pie junto a él.

¡Detrás de vosotros!

Hoyt se dio la vuelta rápidamente. Un segundo lobo se abalanzó sobre ellos, su cuerpo chocando contra el de Hoyt y lanzándolo a tierra mientras caía encima de Larkin. Hombre y lobo lucharon cuerpo a cuerpo sólo durante un instante. Cuando Blair hubo sacado la espada y Hoyt la suya, el lobo estaba rodando bajo un oso.

Las garras del oso surcaron el aire y cortaron profundamente el cuello del lobo. Brotó un chorro de sangre. El oso se derrumbó sobre las cenizas negras antes de convertirse nuevamente en hombre.

Blair se dejó caer de rodillas y pasó las manos frenéticamente sobre el cuerpo de Larkin.

—¿Te ha mordido? ¿Te ha mordido?

—No. Sólo unos rasguños aquí y allá. Ninguna mordedura.

¡Oh, menudo hedor desprende ese animal! —Se apoyó sobre los codos jadeando y miró su camisa ensangrentada con una mueca de disgusto—. Me ha arruinado una buena túnica de caza. —Miró a Hoyt—. ¿Estás bien?

—Podría no estarlo. Ha sido Glenna. Debía de estar vigilando. He oído su voz en mi cabeza. —Hoyt le tendió la mano a Larkin para ayudarlo a levantarse—. Si llevas esa túnica nos olerán desde un kilómetro de distancia. Necesitarás… espera, espera. —Y su sonrisa se abrió paso, lenta y siniestra—. Tengo una idea.

El lobo negro se agazapó sobre una figura ensangrentada y, desde la parte trasera del establo, lanzó un aullido ronco. Un momento después, un vampiro armado con una hacha abrió la puerta.

—¿Qué es lo que tenemos aquí? —Miró por encima del hombro—. Uno de los lobos nos ha traído un regalo.

Tendido boca abajo, Hoyt dejó escapar un leve gemido.

—Aún está vivo. Llevémosle dentro. No hay necesidad de compartirlo con los demás, ¿verdad? Podríamos comer algo fresco, para variar.

Cuando el segundo vampiro salió del establo miró al lobo con una sonrisa.

—Sí, buen perro. Ahora tendremos…

Antes de acabar la frase, explotó convertido en una nube de ceniza cuando Blair le clavó la estaca en la espalda atravesándole el corazón. Su compañero no tuvo tiempo de levantar el hacha antes de que Hoyt saltase sobre él y le cortara el cuello con su espada.

—Sí, buen perro. —Blair imitó al vampiro, e hizo una rápida caricia sobre la espesa piel de Larkin—. Yo digo que sigamos con el caballo ganador y empleemos la misma táctica en la siguiente cabaña.

En su segunda incursión, tuvieron unos resultados casi idénticos, pero en la tercera cabaña sólo uno de los vampiros salió a ver qué ocurría. Por la forma en que miró subrepticiamente por encima del hombro hacia el interior de la construcción, resultaba evidente que su intención era quedarse para él solo esa comida llegada de forma fortuita. Cuando le dio la vuelta a Hoyt, la inesperada comida le atravesó el corazón con una estaca.

Blair, haciendo ahora señas con las manos, indicó que ella entraría primero con Hoyt cubriéndole las espaldas. «Rápida y silenciosa», pensó, mientras se deslizaba dentro de la cabaña. Vio que el otro guardia se había hecho un confortable nido con mantas y estaba disfrutando de una siesta vespertina en lo que supuso que era un palomar. De hecho, estaba roncando.

Tuvo que reprimir media docena de comentarios ingeniosos que hormigueaban en su lengua y, simplemente, acabó con él mientras dormía.

Luego dejó escapar aire despacio.

—No pretendo quejarme, pero esto es casi embarazoso y un tanto aburrido.

—¿Te decepciona que no debamos luchar por nuestras vidas? —preguntó Hoyt.

—Bueno, sí. Un poco.

—Anímate. —Larkin entró en el palomar y estudió el área—. Hay nueve en la cabaña grande, o sea que nos superan ampliamente en número.

—Ah, gracias, cariño. Siempre sabes qué decir para alegrarme. —Levantó el hacha que había recogido después de matar al primer vampiro—. Vayamos a patear algunos culos.

Arrastrándose por detrás de un abrevadero, Blair y Hoyt estudiaron la cabaña. La estratagema del lobo/hombre herido no funcionaría en ese caso, y la alternativa que acordaron era muy peligrosa.

—Larkin ya ha cambiado de forma varias veces —comentó Blair—. Comienza a pasarle factura.

—Ha comido cuatro pasteles de miel —dijo Hoyt.

Blair asintió, esperando que fuese energía suficiente, mientras el dragón se posaba suavemente sobre la techumbre de paja. Larkin recuperó su forma humana y luego desenvainó la espada y sacó la estaca. Les hizo una seña a Blair y Hoyt antes de descolgarse del techo para atisbar a través de una de las ventanas del segundo piso.

Al parecer, pensó Blair, no tenía que transformarse en un mono para trepar como uno de ellos. Larkin alzó cuatro dedos.

—Cuatro arriba, cinco abajo. —Blair se agazapó—. ¿Estás preparado?

Hoyt y ella se dirigieron rápidamente hacia ambos lados de la puerta de la cabaña manteniéndose agachados. Tal como habían convenido, Blair contó hasta diez. Luego pateó la puerta.

Con el hacha decapitó al vampiro que tenía a su derecha, luego utilizó el mango para bloquear el golpe de una espada. Con el rabillo del ojo, vio que una bola de fuego aparecía en la mano de Hoyt. Algo gritó.

Larkin y uno de los vampiros cayeron desde el henar y golpearon duramente contra el suelo. Blair trató de abrirse paso hacia ellos, pero recibió una fuerte patada en las doloridas costillas. El dolor y la violencia del golpe la lanzaron sobre una mesa, que se rompió bajo su peso.

Usó la pata astillada de la mesa para convertir en polvo al vampiro que la había atacado. Luego lanzó la improvisada estaca y alcanzó a otro monstruo que se lanzaba contra Hoyt por detrás. No le acertó en el corazón. Maldiciendo en voz baja, se levantó casi sin aliento.

Hoyt contraatacó con una patada lateral que hizo cantar de alegría a su corazón de guerrera. Cuando el vampiro cayó, Larkin acabó con él de un certero tajo en el cuello.

—¿Cuántos? —gritó Blair—. ¿Cuántos?

—Yo he acabado con dos —contestó Hoyt.

—Cuatro yo —dijo Larkin. Aunque sonreía, cogió a Blair del brazo—. ¿Estás mal?

—No muy bien. Me han golpeado en las costillas. Sólo he podido liquidar a dos de ellos. Aún queda uno.

—Ha escapado por una de las ventanas de arriba. Ven, siéntate, vamos, siéntate. También te sangra el brazo.

—Mierda. —Se miró y vio un corte que no había sentido antes—. Mierda. Y a ti te sangra la nariz y también la boca. ¿Hoyt?

—Unos cuantos cortes. —Se acercó cojeando hacia ellos—. No creo que debamos preocuparnos demasiado por el que ha conseguido escapar. Pero haré un conjuro para revocar cualquier invitación. Déjame ver qué puedo hacer por tu brazo.

—El conjuro primero. —Respirando a través de los dientes, Blair miró a Larkin—. Cuatro, ¿eh?

—Bueno, dos de ellos estaban apareándose y eso ha hecho que se distrajesen cuando he entrado por la ventana. De modo que he acabado con los dos de un solo golpe.

—Tal vez deberíamos contarlos como uno.

—Oh, no, de eso nada. —Larkin acabó de hacerle un vendaje de campaña en el brazo herido y él se limpió la sangre que tenía en la nariz—. Jesús, me muero de hambre.

El comentario hizo reír a Blair y, a pesar del dolor que sentía en las costillas, le dio un abrazo.

—Están bien. —Glenna dejó escapar un suspiro tembloroso—. Un poco golpeados, un poco ensangrentados, pero están bien. Y a salvo. Lo siento, lo siento. Pero observarlo de esta manera, sin ser capaz de ayudarles… Me parece que voy a sufrir un ligero ataque de nervios.

Tal como había anunciado, Glenna hundió la cara entre las manos y rompió a llorar.