3

—Medio vampiro —anunció Blair cuando regresó al salón—. Múltiples cicatrices de mordeduras. La multitud le ha molido a palos —añadió—. Después de la paliza que ha recibido, un ser humano estaría muerto. Aunque no se siente muy bien.

—Podemos tratarle después de que haya hablado con él —dijo Moira—. Cian necesita ser atendido primero.

Blair miró por encima del hombro de Moira hacia donde Glenna estaba vendando el costado herido de Cian.

—¿Cómo está?

—Está enfadado y poco cooperativo, de modo que yo diría que bastante bien.

—Todos podemos estar agradecidos a sus reflejos. Tú has sabido manejar muy bien la situación —añadió Blair mirando a Moira—. No has perdido la calma, has mantenido el control. Un primer día de trabajo muy duro; casi te asesinan incluso, pero lo has hecho francamente bien.

—No lo bastante como para haber anticipado que se produciría un ataque a plena luz del día; como para recordar que no todos los perros de Lilith necesitan una invitación para entrar dentro de estas murallas. —Pensó en cómo se había derramado la sangre de Cian sobre su mano, caliente y roja—. No volveré a cometer ese error.

—Ninguno de nosotros lo hará. Ahora lo que necesitamos es obtener información de este bastardo enviado por Lilith. Aunque hay un problema. El tío no habla o no quiere hablar inglés. O gaélico.

—¿Es mudo?

—No, no. Puede hablar, pero ninguno de nosotros es capaz de entender lo que dice. Suena a algún idioma del Este de Europa. Checo, quizá.

—Entiendo.

Moira miró a Cian. Estaba desnudo hasta la cintura, el torso cubierto sólo con el vendaje. Su rostro estaba ensombrecido, más por el disgusto que por el dolor, mientras bebía de una copa que ella supuso que contenía sangre. Aunque no parecía tener uno de sus mejores días, Moira estaba a punto de pedirle un nuevo favor.

—Permíteme un momento —le dijo a Blair. Luego se acercó a Cian, ordenándose a sí misma no encogerse ante su mirada azul y airada—. ¿Hay alguna otra cosa que podamos hacer por ti, para que te sientas más cómodo?

—Paz, silencio, intimidad.

Aunque cada una de las palabras tuvo en ella el efecto de un latigazo, Moira mantuvo un tono tranquilo y agradable.

—Lo siento, pero esos artículos escasean en este momento.

Ordenaré que te los suban a la habitación tan pronto como esté en mi mano hacerlo.

—Listilla —musitó él.

—Efectivamente. El hombre cuya flecha has interceptado con tu cuerpo habla un idioma extraño. En una ocasión, tu hermano me dijo que hablabas varias lenguas.

Cian bebió un largo trago con los ojos deliberadamente fijos en los de ella.

—¿No ha sido suficiente que interceptara la flecha? ¿Ahora pretendes que interrogue a tu asesino?

—Me sentiría muy agradecida si lo intentases o, al menos, si actuases como intérprete. Aunque es probable que haya algunas cosas en el mundo que tú ignores, de modo que tal vez no me seas de ninguna ayuda.

La diversión aleteó fugazmente en sus ojos azules.

—Ahora estás siendo desagradable.

—Vaya lo uno por lo otro.

—Está bien, está bien. Glenna, querida, deja ya de revolotear.

—Has perdido mucha sangre —comenzó a decir ella, pero Cian se limitó a levantar la copa.

—La estoy recuperando mientras hablamos. —Con una leve sonrisa, se levantó de la cama—. Necesito una jodida camisa.

—Blair —dijo Moira en un tono apacible—, ¿quieres buscar una jodida camisa para Cian?

—Eso está hecho.

—Has convertido en costumbre eso de salvarme la vida —le dijo Moira a Cian.

—Eso parece. Estoy pensando en dejarlo.

—No podría culparte si lo haces.

—Aquí tienes, campeón. —Blair le dio a Cian una camisa blanca limpia—. Creo que ese tío es checo o, posiblemente, búlgaro. ¿Puedes arreglártelas con alguno de esos idiomas?

—Da la casualidad de que sí.

Todos fueron al gran salón donde estaba el asesino, herido, sangrando, encadenado y fuertemente vigilado. La guardia incluía a Hoyt y Larkin. Cuando entró Cian, Hoyt se apartó de su puesto.

—¿Estás bien? —le preguntó a Cian.

—Lo estaré. Y me reconforta considerablemente que él se encuentre jodidamente peor que yo. Aparta a los guardias —le dijo a Moira—. No irá a ninguna parte.

—Podéis retiraros. Sir Cian se hará cargo ahora.

—Sir Cian y una mierda.

Pero sólo fue un susurro mientras se acercaba al prisionero.

Cian caminó alrededor de él, midiendo el terreno. El hombre era de complexión delgada y llenaba las ropas bastas de un campesino o un pastor. Tenía un ojo completamente cerrado debido a los golpes recibidos en el rostro, y el otro ya estaba adquiriendo una tonalidad negra y azul. Había perdido un par de dientes.

Cian le dio una orden en checo. El hombre dio un respingo y su único ojo sano se abrió con un gesto de sorpresa.

Pero no abrió la boca.

—Has entendido perfectamente lo que he dicho —continuó Cian en el mismo idioma—. Te he preguntado si hay otros contigo. No volveré a preguntarlo.

Cuando el prisionero se mantuvo en silencio, Cian lo golpeó con fuerza suficiente como para enviarlo contra la pared, junto con la silla a la que estaba encadenado.

—Por cada treinta segundos de silencio, te causaré dolor.

—No le temo al dolor.

—Oh, lo harás. —Cian alzó al hombre junto con la silla y mantuvo su rostro a escasos centímetros del suyo—. ¿Sabes lo que soy?

—Sé lo que eres. —El hombre hizo un gesto despectivo con la boca ensangrentada—. Un traidor.

—Ése es un punto de vista. Pero lo verdaderamente importante que debes recordar es que puedo infligirte un dolor más intenso que el que alguien como tú es capaz de soportar. Puedo mantenerte vivo durante días o semanas, ya puestos. Y en constante agonía. —Bajó el tono de voz hasta convertirlo en un siseo—. Me gustaría. De modo que empecemos otra vez.

Cian no se molestó en repetir la pregunta, ya que le había advertido que no lo haría.

—Podría usar una cuchara —comentó con tono casi indiferente—. Ese ojo izquierdo parece estar en muy mal estado. Si tuviese una cuchara a mano, podría arrancártelo de su cuenca por ti.

También podría, por supuesto, usar mis dedos —continuó cuando el ojo comenzó a girar de forma enloquecida—. Pero entonces me dejaría las manos hechas un asco, ¿no crees?

—Haz lo que quieras —escupió el hombre, pero había comenzado a temblar ligeramente—. Nunca traicionaré a mi reina.

—Tonterías. —Los temblores y el sudor le indicaron a Cian que se quebraría rápida y fácilmente—. Antes de que haya acabado contigo no sólo habrás traicionado a tu reina, sino que lo harás al son de una gaita si yo te lo ordeno. Pero seamos rápidos y directos, porque tenemos mejores cosas que hacer.

Cuando Cian se movió, el hombre echó la cabeza hacia atrás. Pero en lugar de ir a por su rostro, como su presa anticipaba, Cian bajó la mano y le cogió el pene con fuerza. Comenzó a apretar hasta que el salón se llenó de gritos.

—¡No hay nadie más! ¡Estoy solo, estoy solo!

—Será mejor que sea verdad. —Cian aumentó la presión—. Si mientes, lo descubriré. Y entonces comenzaré a cortarte esto, centímetro a centímetro.

—Ella me envió sólo a mí. —Ahora el hombre sollozaba, las lágrimas y los mocos le resbalaban por la cara—. Sólo a mí.

Cian aflojó ligeramente la presión.

—¿Por qué?

La única respuesta fueron unos jadeos ahogados, y Cian volvió a cerrar la prensa de sus dedos.

—¿Por qué?

—Uno solo podía deslizarse con mayor facilidad dentro del castillo, sin ser detectado. In… inadvertido.

—La lógica de lo que dices ha impedido, al menos por el momento, que te conviertas en un eunuco. —Cian buscó una silla. Después de colocarla delante del prisionero, se sentó a horcajadas en ella. Y comenzó a hablar en un tono informal mientras el hombre no dejaba de gemir de dolor—. Bien, así está mejor, ¿verdad? Más civilizado. Cuando hayamos acabado con esto, le echaremos un vistazo a esas heridas.

—Quiero agua.

—Estoy seguro de que sí. Iremos a buscar un poco… después. Pero ahora quiero que hablemos de Lilith.

Le llevó treinta minutos —-y otras dos sesiones de dolor— darse por satisfecho respecto a lo que el hombre podía contarle. Cian lo puso en pie.

Ahora el aspirante a asesino lloraba desconsoladamente. Quizá a causa del dolor, pensó Cian. Tal vez por creer que todo había terminado.

—¿Qué eras antes de que ella te convirtiera?

—Maestro.

—¿Tenías esposa, una familia?

—Ellos no servían más que como alimento. Yo era pobre y débil, pero la reina vio algo más en mí. Me dio fuerzas y un propósito. Y cuando ella te mate, y a estas… hormigas que están contigo, yo seré recompensado. Tendré una hermosa casa y todas las mujeres que desee, riqueza y poder.

—Ella te prometió que tendrías todo eso, ¿verdad?

—Eso y más. Has dicho que podía beber un poco de agua.

—Sí, lo he dicho. Deja que te explique una cosa acerca de Lilith.

—Se movió detrás del hombre, cuyo nombre jamás le había preguntado, y le habló en voz muy baja al oído—: Miente. Y yo también.

Le sujetó con fuerza la cabeza entre las manos y, con un movimiento rápido, le partió el cuello.

—¿Qué has hecho? —Moira, terriblemente impresionada, corrió hacia él—. ¿Qué has hecho?

—Lo que había que hacer. Ella ha enviado sólo a uno de sus esbirros… esta vez. Si esto afecta tu sensibilidad, quizá quieras decirles a tus guardias que se lo lleven de aquí antes de que analicemos la situación.

—No tenías derecho. Ningún derecho. —Su estómago quería rebelarse desde el mismo momento en que Cian había comenzado el tormento del interrogatorio—. Lo has asesinado. ¿En qué te diferencias de él después de haberle matado sin juicio ni sentencia?

—¿La diferencia? —Cian enarcó las cejas fríamente—. Él era humano en su mayor parte.

—¿Es tan poco para ti? ¿La vida? ¿Es tan poco?

—Al contrario.

—Moira, Cian tiene razón. —Blair se colocó entre ambos—. Ha hecho lo que había que hacer.

—¿Cómo puedes decir eso?

—Porque yo habría hecho exactamente lo mismo. Él era el perro de Lilith y, si hubiese conseguido escapar, lo habría intentado otra vez. Si no hubiera conseguido llegar hasta ti, habría matado a cualquiera.

—Un prisionero de guerra… —comenzó a decir Moira.

—Es esta guerra no hay prisioneros —la interrumpió Blair—. De ninguno de los dos bandos. Si lo hubieses encerrado, tendrías que haber apartado hombres del entrenamiento y de las patrullas para que le vigilasen. Era un asesino, un espía enviado detrás de las líneas enemigas en tiempos de guerra. Y humano en su mayor parte es una manera generosa de describirlo —añadió mirando a Cian—. Él nunca hubiese vuelto a ser humano. Si en esa silla hubiese estado sentado un vampiro, tú le habrías clavado una estaca en el corazón sin dudarlo un segundo. Esto no es diferente.

«Un vampiro no deja su cuerpo roto —pensó Moira—, encadenado aún a la silla».

Moira se volvió hacia uno de los guardias.

—Tynan, llévate el cuerpo del prisionero. Encárgate de que sea enterrado.

—Majestad.

Moira advirtió la rápida mirada que Tynan dirigió a Cian… en esa mirada reconoció una inconfundible aprobación.

—Regresaremos al comedor —continuó ella—. Nadie ha comido. Podemos hablar mientras desayunamos.

—Un pistolero solitario —dijo Cian y deseó casi con añoranza una taza de café.

—Eso tiene sentido —convino Blair mientras se servía huevos y una gruesa tajada de jamón frito.

—¿Por qué? Moira le dirigió la pregunta a Blair.

Pues verás, ellos tienen a algunos medio vampiros entrenados para el combate. —Hizo una seña hacia Larkin—. Como los que Larkin y yo enfrentamos aquel día en las cuevas, pero eso implica tiempo y esfuerzo. Y exige mucho trabajo y voluntad mantenerlos en estado de servidumbre.

—¿Y si esa servidumbre se rompe?

—Demencia —contestó Blair brevemente—. Un colapso mental total. He oído historias de medio vampiros que se han comido sus propias manos para liberarse y regresar a su hacedor.

—Él estaba condenado antes de que lo enviasen aquí —murmuró Moira.

Desde el momento en que Lilith le puso las manos encima. Mi opinión es que se suponía que debía ser un golpe relámpago, una misión suicida. ¿Para qué desperdiciar a más de uno? Si las cosas salen bien, con uno es suficiente.

—Sí, un hombre, una flecha. —Moira pensó en ello—. Si es lo bastante hábil y afortunado, el círculo queda roto, y Geall se queda sin gobernante durante un tiempo. Hubiera sido un golpe certero y eficaz.

—Exacto.

—Pero ¿por qué esperó hasta que regresamos al castillo? ¿Por qué no intentar matarme cuando estaba en la piedra?

—No llegó a tiempo —dijo Cian simplemente—. Calculó mal la distancia que debía recorrer y llegó después de que la ceremonia hubiese concluido. Cuando regresaste al castillo, estabas rodea da por la multitud y él no podía hacer un disparo limpio. De modo que decidió unirse al desfile, por decirlo de alguna manera, y esperar su oportunidad.

—Come algo. —Hoyt sirvió un poco de comida en el plato de Moira—. O sea que Lilith sabía que Moira iría hoy a la piedra.

—Ella tiene espías en todas partes —confirmó Cian—. No sabemos si ya había planeado enviar a alguien para intentar interrumpir el ritual y el resultado del mismo antes de que Blair se enfrentase con Lora, pero lo que es seguro es que, después de eso, Lilith estaba furiosa —dijo—. Fuera de sí, según nuestro difunto y no llorado arquero. Como ya os he dicho alguna vez, la relación que Lilith mantiene con Lora es extraña y complicada, pero muy profunda, muy sincera. Eligió a un arquero para esta misión mientras aún estaba medio loca de rabia. Lo envió a caballo para que llegase más rápido… y ellos disponen de un número muy limitado de caballos.

—¿Y cómo está su pequeño pastelillo francés? —preguntó Blair.

—Cuando el hombre se marchó, herida y gritando de dolor, y atendida personalmente por Lilith.

—Lo que es más importante ahora —interrumpió Hoyt— es ¿dónde está Lora y dónde está el resto de ellos?

—Nuestro informador, aunque diestro en el manejo del arco, no era un hombre particularmente observador o astuto. Lo máximo que he podido obtener de él ha sido que la base principal de Lilith se encuentra a pocos kilómetros del campo de batalla. Ha descrito lo que aparentemente sería un pequeño asentamiento, dominado por una granja de gran tamaño con numerosas cabañas y una gran mansión de piedra, donde yo diría que vivían los dueños de las tierras. Lilith está instalada en la mansión.

—Ballycloon. —Larkin miró a Moira y vio que tenía el rostro muy pálido y los ojos muy oscuros—. Tiene que ser Ballycloon y las tierras de O’Neill. La familia a la que ayudamos el día que Blair y yo estábamos comprobando las trampas, cuando Lora le tendió una emboscada, venía de la zona de Drombeg, y eso queda al oeste de Ballycloon. Habríamos continuado más hacia el este para comprobar la última trampa, pero…

—Yo estaba herida —concluyó Blair la frase—. Llegamos tan lejos como nos fue posible. Y fuimos afortunados. Si Lilith ya hubiera establecido su base cuando nosotros llegamos a esa zona, nos habrían superado ampliamente en número.

—Y estaríais ampliamente muertos —añadió Cian—. Ellos llegaron la noche anterior a tu enfrentamiento con Lora.

—Allí aún debía de haber gente, o en el camino. —Larkin sintió un nudo en el estómago al pensar en ello—. Y los O’Neill. ¿Lograrían ponerse a salvo? ¿Cómo podemos saber cuántos de ellos…

—No podemos —lo cortó Blair categóricamente.

—Tú, Cian y tú —intervino Moira—, vosotros, pensasteis que debíamos sacar a todo el mundo de las aldeas y las granjas que rodean el campo de batalla, obligarlos a irse si era necesario. Quemar las casas y las cabañas vacías para que Lilith y su ejército no tuviesen donde encontrar refugio. Pensé que era cruel y frío de vuestra parte. Despiadado. Y ahora…» Pero eso ya no se puede cambiar. Y yo no habría ordenado, no podría haber ordenado —se corrigió Moira— que quemasen sus casas. Quizá hubiese sido más inteligente, y valiente, hacerlo. Pero las personas cuyos hogares hubiésemos destruido habrían perdido el ánimo que necesitan para luchar. De modo que no lo hicimos de ese modo.

Ella no sentía ningún apetito por la comida que tenía en el plato, pero cogió la taza de té para calentarse las manos. Prosiguió diciendo:

—Vosotros, Blair y Cian sabéis de estrategia, Hoyt y Glenna sabéis de magia, pero Larkin y yo conocemos Geall y a su gente. Les habríamos roto el corazón y el espíritu.

—Ellos quemarán lo que no quieran o necesiten —le recordó Cian.

—Sí, pero no habrán sido nuestras manos las que enciendan las antorchas. Eso es importante. Así pues, creemos saber dónde están. ¿Sabemos cuántos son?

—El asesino ha empezado diciendo que eran multitudes, pero estaba mintiendo. No lo sabía —informó Cian—. Aunque Lilith utilice a mortales, nunca los incluirá en su círculo íntimo, y tampoco les confiará ninguna información importante. Sólo son comida, sirvientes, entretenimiento.

—Podemos echar un vistazo. —Glenna habló por primera vez—. Hoyt y yo, ahora que disponemos de un área concreta, podemos realizar un conjuro de localización. Podríamos obtener datos más fiables. Alguna idea acerca de cuántos son. Por el viaje de Larkin a las cuevas y por la inspección que pudo hacer del arsenal sabemos que disponen de armas para más de un millar de soldados.

—Lo haremos. —Hoyt apoyó la mano sobre la de Glenna—. Pero lo que creo que Cian no nos está diciendo es que, cualquiera que sea el número de nuestros enemigos, y cualquiera que sea el número de nuestras fuerzas, al final ellos serán más. Y tendrán más armas. Lilith ha tenido décadas, quizá siglos, para planear este momento. Nosotros sólo hemos dispuesto de unos meses.

—Y aun así ganaremos.

Cian enarcó una ceja ante el comentario de Moira.

—¿Porque vosotros sois el bien y ellos representan el mal?

—No, las cosas no son tan sencillas. Tú mismo eres la prueba, porque no eres como ella pero tampoco como nosotros, sino algo completamente diferente. Nosotros triunfaremos porque seremos más inteligentes y más fuertes. Y porque Lilith no tiene a su lado a nadie como nosotros seis.

Se volvió hacia el hermano de Cian.

—Hoyt, tú eres el primero de nosotros. Tú nos uniste.

—Morrigan nos eligió.

—Ella, o el destino, nos seleccionó —convino Moira—. Pero fuiste tú quien comenzó el trabajo. Fuiste tú quien creyó en ello, quien tuvo el poder y la fuerza para crear este círculo. Eso es así.

Yo gobierno Geall, pero no dirijo esta compañía.

—Tampoco yo.

—No, ninguno de nosotros lo hace —convino Moira—. Tenemos que ser uno, a pesar de todas nuestras diferencias. De modo que cada uno debe buscar en los demás lo que le falta. Yo estoy muy lejos de ser el guerrero más fuerte aquí, y mi magia no es sino una sombra. No poseo las habilidades de Larkin y tampoco la solidez mental para matar a sangre fría. Pero dispongo de conocimiento y autoridad, o sea que eso es lo que ofrezco.

—Tú tienes más que eso —comentó Glenna—. Mucho más.

—Tendré más antes de que todo esto haya acabado. Hay algunas cosas que debo hacer. —Se levantó—. Volveré al trabajo tan pronto como pueda.

—Bastante regia —comentó Blair después de que Moira abandonase la habitación.

—Es un cargo que supone un peso muy grande. —Glenna se volvió hacia Hoyt—. ¿Orden del día?

—Será mejor que veamos todo lo que podamos del enemigo. Luego estoy pensando en fuego. Sigue siendo una de nuestras armas más formidables, de modo que deberíamos encantar más espadas.

—Es bastante arriesgado poner espadas en algunas de las manos que estamos entrenando —intervino Blair—. Y mucho más si se trata de espadas flamígeras.

—Tienes razón. —Hoyt consideró la cuestión durante un momento y asintió—. Entonces dependerá de nosotros a quién se le da esa clase de arma. Los mejores combatientes deberían ocupar las posiciones que se encuentren lo más próximas posible a la base de Lilith. Y necesitarán un refugio seguro para después de que se haya puesto el sol.

—¿Te refieres a barracones? Hay chozas y cabañas, por supuesto. —Larkin entrecerró los ojos mientras pensaba—. Si es necesario, podemos construir otros refugios durante el día. Entre su base y la siguiente aldea hay también una posada.

—¿Por qué no echamos un vistazo? —Blair apartó el plato—. Glenna y tú podéis mirar con vuestros medios, y Larkin y yo podemos efectuar un reconocimiento aéreo. ¿Estás preparado para convertirte en dragón?

—Lo estoy. —Larkin le sonrió—. Especialmente cuando te llevo montada en mi lomo.

—Sexo, sexo, sexo. Este tío es una máquina.

—Con ese último comentario —dijo Cian secamente— me voy a la cama.

Glenna apretó brevemente la mano de Hoyt y éste dijo:

—Un momento. —Y luego siguió a su hermano.

—Tengo que hablar contigo.

Cian lo miró.

—Ya he tenido mi cupo de palabras por esta mañana.

—Pues tendrás que tragarte unas cuantas más. Mi habitación está más cerca, me gustaría que esto fuese privado.

—Considerando que me perseguirías hasta la mía y me fastidiarías hasta que me diesen ganas de arrancarte la lengua, tu habitación está bien.

Los criados se afanaban entre el salón y los aposentos privados. preparativos para el banquete, pensó Cian, y se preguntó si había sido el hecho de que Hoyt hablase del fuego lo que había traído a su mente a Nerón y su lira.

Hoyt entró en su cuarto e inmediatamente extendió el brazo para impedir la entrada de Cian.

—El sol —fue todo lo que dijo, y luego se movió rápidamente para cubrir las ventanas con las cortinas.

La habitación quedó en penumbra. Sin transición, Hoyt señaló un grupo de candelabros. Las velas se encendieron al instante.

—Es un recurso muy eficaz —comentó Cian—. Yo he perdido la práctica de encender yesqueros.

—Es una habilidad básica, que tú también poseerías si alguna vez hubieses dedicado tiempo y concentración a perfeccionar tu poder.

—Demasiado aburrido. ¿Es whisky lo que tienes allí? —Cian fue directamente a un gran frasco lleno de líquido y se sirvió un vaso—. Oh, cuánta sobriedad y desaprobación. —Vio claramente la expresión de su hermano mientras bebía el primer trago caliente—. Te recuerdo que es el final de mi día… bastante más tarde del final de mi día, a decir verdad.

Cian echó un vistazo alrededor y comenzó a vagar por la estancia.

—Huele a mujer. Las mujeres como Glenna siempre dejan detrás algo de sí mismas para que un hombre no las olvide. —Luego se dejó caer en un sillón y estiró las piernas—. Bien, ¿qué es eso con lo que estás decidido a aburrirme?

—Hubo un tiempo en que disfrutabas de mi compañía, incluso la buscabas.

Los hombros de Cian se movieron de un modo tan perezoso que ni siquiera podía decirse que los hubiese encogido.

—Supongo que eso significa que novecientos años de ausencia no hacen que el corazón se vuelva más cariñoso. Una expresión de pena se reflejó en el rostro de Hoyt antes de que se volviese para añadir un poco de turba al fuego que ardía en el hogar.

—¿Es que tenemos que volver a estar enfrentados?

—Dímelo tú.

—Quería hablar a solas contigo acerca de lo que le has hecho al prisionero.

—Más humanidad. Sí, sí, tendría que haberle dado unas palmaditas en la cabeza a ese asesino y dejar que se presentase a juicio, o ante el tribunal, o como sea el jodido nombre de la justicia en este lugar. Tendría que haber respetado la maldita Convención de Ginebra. Bueno, a la mierda con eso.

—No conozco esa convención, pero no estoy hablando de juicios ni tribunales. Eso es lo que estoy tratando de explicarte, grandísimo y maldito idiota. Has ejecutado a un asesino, como yo lo hubiese hecho… sólo que yo con más tacto y, bueno, discreción.

—Ah, de modo que tú te habrías deslizado hasta la jaula donde lo tuviesen encerrado y le habrías clavado un cuchillo entre las costillas. —Cian enarcó las cejas—. Eso está muy bien.

—No, no está bien. Nada de esto está bien. Es una maldita pesadilla, eso es lo que es, y todos nosotros la estamos teniendo. Lo que estoy diciendo es que has hecho lo que era necesario. Y porque trataba de matar a Moira, a la que quiero como quise a mis hermanas, y por haberte clavado una flecha a ti, yo también lo habría matado. Nunca he matado a un hombre, porque esas cosas que hemos destruido en estas últimas semanas no eran hombres sino demonios. Pero yo habría matado a este asesino si tú no te me hubieses adelantado. —Hoyt hizo una pausa y recuperó el aliento, aunque no la compostura—. Quería decirte estas cosas para que supieses cuáles eran mis sentimientos al respecto. Pero, al parecer, ambos hemos perdido el tiempo, ya que eso no te importa en absoluto.

Cian no se movió. Su único cambio fue desviar la vista del rostro furioso de su hermano hacia el vaso de whisky que sostenía en la mano.

—Da la casualidad de que me importa cuáles sean tus sentimientos. Has agitado dentro de mí muchas cosas que había conseguido calmar hace ya demasiado tiempo como para recordarlo. Has vuelto a hacer aparecer la familia ante mí, una familia que yo ya había enterrado.

Hoyt cruzó la habitación y se sentó en un sillón delante de su hermano.

—Tú eres mi familia.

Cuando Cian alzó la vista hacia su hermano, esa vez sus ojos estaban vacíos.

—Yo no soy familia de nadie.

—Tal vez no lo eras desde que moriste hasta que te encontré. Pero eso ya no es verdad. De modo que si te importa algo lo que digo, me siento orgulloso de lo que estás haciendo. Estoy diciendo que hacer esto es mucho más difícil para ti que para cualquiera de nosotros.

—Obviamente, como ha quedado demostrado, matar vampiros o humanos para mí no es difícil.

—¿Crees que no me doy cuenta de cómo desaparecen algunos de los criados cuando tú estás cerca? ¿Que no he visto a Sinann cuando ha corrido a coger a su hija como si fueses a partirle el cuello del mismo modo que lo has hecho con ese asesino? Esos insultos que recibes no pasan inadvertidos.

—A algunos se los teme sin necesidad de insultarles. No tiene importancia. No la tiene —insistió cuando Hoyt lo miró fijamente—. Esto, para mí, es apenas una fracción de tiempo. Menos que eso. Cuando todo haya acabado, a menos que una estaca afortunada me atraviese el corazón, seguiré mi camino.

—Espero que, de vez en cuando, tu camino te lleve a visitarnos a Glenna y a mí.

—Es posible. Me gusta mirar a tu esposa. —La sonrisa de Cian se hizo más grande—. Y, quién sabe, quizá ella recupere finalmente el sentido común y descubra que eligió al hermano equivocado. Tiempo es lo único que tengo.

—Glenna está loca por mí. —Con un tono nuevamente distendido, Hoyt estiró la mano, cogió el vaso de whisky de Cian y bebió un trago.

—Loca debía de estar, desde luego, para compartir su destino contigo, pero las mujeres son criaturas extrañas. Eres afortunado de tener a Glenna, Hoyt, si no te lo había dicho antes.

—Ella es la magia ahora. —Le devolvió el vaso—. Sin ella no tengo nada que realmente importe. Mi mundo se transformó cuando Glenna entró en él. Ojalá tú…

—Eso no está escrito en mi libro del destino. El poeta puede decir que el amor es eterno, pero yo puedo decirte que la cosa varía completamente cuando tú eres eterno y la mujer no.

—¿Has amado a una mujer alguna vez?

Cian contempló nuevamente el vaso de whisky y pensó en los siglos pasados.

—No del modo en que tú piensas. No como os amáis Glenna y tú. Pero me he preocupado por alguna lo suficiente como para saber que no es una opción para mí.

—El amor es una opción?

—Todo lo es. —Cian bebió el resto de whisky que quedaba en el vaso y luego lo dejó sobre la mesa—. Ahora elijo irme a la cama.

—Esta mañana has elegido recibir esa flecha en lugar de Moira —dijo Hoyt cuando Cian ya se marchaba hacia la puerta. Su hermano se detuvo y, al volverse, sus ojos se veían cansados.

—Así es.

—Creo que ésa ha sido una clase de elección muy humana.

—¿Eso crees? —Y las palabras fueron acompañadas de un encogimiento de hombros—. Para mí ha sido simplemente un impulso, y muy doloroso por cierto.

Se marchó y se encaminó hacia su habitación, en la parte norte del castillo. Un impulso, pensó nuevamente, y, ahora podía admitirlo, un instante de miedo puro. Si él hubiese visto la flecha un segundo más tarde, o se hubiese movido a menos velocidad, en esos momentos, Moira estaría muerta. Y en esa fracción de segundo de impulso y miedo, Cian la había visto muerta. La flecha aún temblando clavada en su carne, la vida escapando de ella con la sangre que manaba sobre el vestido verde oscuro y las losas del suelo, duras y grises.

Él había temido eso: el final de Moira; ella lejos de él. Moira en un lugar donde él no podría verla ni tocarla. Con esa flecha, Lilith le habría arrebatado una última cosa, una que él jamás podría recuperar.

Porque Cian le había mentido a su hermano. Sí había amado a una mujer, a pesar de sus mejores —o peores— intenciones, él amaba a la recién coronada reina de Geall.

Algo que era ridículo e imposible, algo que conseguiría superar con el tiempo. Dentro de una o dos décadas ya ni siquiera sería capaz de recordar el tono exacto de sus grandes ojos grises. Aquel aroma apacible ya no excitaría sus sentidos. El habría olvidado el sonido de su voz, el aspecto de su sonrisa lenta y seria. Esas cosas se desvanecían, recordó. Sólo tenía que permitir que así fuera.

Entró en su habitación, cerró la puerta y corrió el cerrojo. Las ventanas estaban cubiertas y no había ninguna luz encendida. Moira, lo sabía, había dado órdenes muy específicas en cuanto a la forma en que había que tratar esa habitación. Del mismo modo en que la había elegido personalmente; a cierta distancia de las demás, encarada al norte. Menos luz solar, pensó. Una anfitriona realmente considerada.

Se desvistió en la oscuridad, pensó fugazmente en la música que le gustaría escuchar antes de dormir, o al despertar. Música, pensó, que llenase el silencio. Pero en ese lugar y en esa época no había reproductores de CD ni radio ni nada jodidamente parecido.

Se acostó desnudo en la cama. Y en la absoluta oscuridad, el absoluto silencio, se dispuso a dormir.