21

Aunque la batalla se había ganado, aún quedaba trabajo por hacer.

Moira ayudó a Glenna en la atención de los heridos. Blair y Larkin habían salido con un grupo para cazar a los vampiros que pudieran haberse refugiado del sol, mientras Hoyt ayudaba a transportar de regreso a una de las bases a los hombres cuyas heridas no eran tan graves.

Después de limpiarse una vez más la sangre de las manos, Moira enderezó la espalda y, al ver que Ceara vagaba por el lugar como aturdida, corrió hacia ella.

—Ven, ven, estás herida. —Moira apretó una mano sobre la herida que Ceara tenía en el hombro—. Deja que te vende esa herida.

—Mi esposo. —Su mirada fue de un jergón a otro, mientras se apoyaba pesadamente sobre Moira—. Eogan. No puedo encontrar a mi esposo. El…

—Aquí. Eogan está aquí. Te llevaré con él. Ha estado preguntando por ti.

—¿Está herido? —Ceara se tambaleó—. Él…

—No es una herida mortal, te lo prometo. Y, cuando te vea, la herida curará más rápido. Allí está, ¿lo ves? Él…

Moira se interrumpió mientras Ceara lanzaba un grito y corría hasta caer de rodillas junto al jergón donde estaba su esposo.

—Es bueno ver eso, es bueno para el corazón.

Moira se volvió y sonrió a su tío. Riddock, con el brazo y la pierna vendados, estaba sentado sobre un canasto de suministros.

—Me gustaría que todos los amantes pudieran volver a reunirse como ellos. Pero… hemos perdido a tantos… Más de trescientos muertos, y el recuento no ha acabado.

—¿Y cuántos viven, Moira? —Riddock vio las heridas que su sobrina tenía en el cuerpo, y en sus ojos vio las heridas que tenía en el corazón—. Hay que honrar a los muertos, pero alegrarse por los vivos.

—Lo haré. Lo haré. —Ella siguió recorriendo con la mirada a los heridos y a quienes les atendían, y temía sólo por uno—. ¿Te sientes con fuerzas como para viajar de regreso a casa?

—Me marcharé con los últimos. Yo llevaré a nuestros muertos de regreso a casa, Moira. Déjame a mí esa tarea.

Ella asintió y, después de abrazar a Riddock, volvió a su ocupación. Estaba ayudando a un soldado a beber un poco de agua cuando Ceara volvió a buscarla.

—Su pierna. La pierna de Eogan… Glenna dice que no la perderá, pero…

—Entonces no la perderá. Glenna no os mentiría a ninguno de los dos.

Ceara asintió con la respiración más relajada.

—Puedo ayudar. Quiero ayudar. —Ceara se tocó el hombro vendado—. Glenna me ha hecho una cura y dijo que pronto estaré bien. También he visto a Dervil. Ella ha salido bastante bien librada. Cortes y magulladuras en su mayor parte.

—Lo sé.

—He visto a vuestro primo Oran, y me ha dicho que Phelan, el esposo de Sinann, ya se encuentra de camino al castillo. Pero aún no he podido encontrar a Isleen. ¿La habéis visto?

Moira bajó la cabeza del soldado y luego se levantó.

—Ella no lo consiguió.

—No, mi señora, ella tiene que haberlo conseguido. Vos no la habéis visto. —Ceara volvió a inspeccionar los jergones que se extendían sobre el vasto terreno—. Hay tantos heridos…

—La he visto. Isleen cayó en el campo de batalla.

—No. Oh, no. —Ceara se cubrió el rostro con las manos—. Voy a decírselo a Dervil. —Las lágrimas caían por sus mejillas cuando bajó las manos—. Está tratando de encontrar a Isleen. Se lo diré y nosotras… No puedo entenderlo, mi señora. No puedo.

—¡Moira! —Glenna la llamó a través del campo—. Te necesito aquí.

—Se lo diré a Dervil —repitió Ceara, y se alejó corriendo.

Moira trabajó hasta que el sol comenzó a ocultarse otra vez, luego, exhausta y enferma de preocupación, voló a lomos de Larkin hasta la granja donde pasaría la última noche.

Él estaría allí, se dijo. Allí sería donde estaría. Protegido de la luz del sol y ayudando a organizar los suministros, el transporte y a los heridos. Por supuesto, él estaría allí.

—Ya casi es de noche —dijo Larkin cuando se hubo transformado—. Y no habrá nada que salga a cazar en Geall esta noche salvo aquello que ha hecho la naturaleza.

—¿No has encontrado a nadie, ningún superviviente enemigo?

—Cenizas, sólo cenizas. Incluso en las cuevas y en la profundidad del bosque sólo había cenizas. Como si el sol que hemos traído lo hubiese quemado todo, y ninguno de ellos hubiese podido sobrevivir, no importa dónde se hubiese ocultado.

El rostro de Moira, ya pálido, se volvió gris, y Larkin la cogió del brazo.

—Es diferente para él, tú lo sabes. Cian se habrá puesto la capa. La ha debido de conseguir a tiempo. No puedes creer que la magia que hemos creado pudiera hacerle daño a uno de los nuestros.

—No, por supuesto. Por supuesto, tienes razón. Estoy cansada, eso es todo.

—Ahora meterás algo en tu estómago y luego te acostarás.

Larkin la acompañó hasta la casa.

Allí estaba Hoyt en compañía de Blair y Glenna. La expresión de sus rostros hizo que a Moira se le doblasen las rodillas.

—Está muerto.

—No. —Hoyt se adelantó para cogerle las manos—. No, Cian ha sobrevivido.

Las lágrimas que Moira había estado conteniendo durante horas, brotaron de sus ojos y bañaron sus mejillas.

—¿Lo juras? ¿Cian no está muerto? ¿Lo has visto, has hablado con él?

—Lo juro.

—Moira, siéntate, estás agotada.

Pero ella sacudió la cabeza ante las palabras de Glenna y mantuvo la mirada fija en los ojos de Hoyt.

—¿Arriba? ¿Está arriba? —Un estremecimiento le sacudió todo el cuerpo al comprender lo que había visto en los ojos de Hoyt.

—No —contestó él lentamente—. No está arriba. Ni en la casa, ni en Geall. Cian se ha ido. Ha regresado.

«Él lo sentía…» ¡Maldición! Lo siento, Moira. Estaba decidido a marcharse inmediatamente. Yo le he dado mi llave y Cian se ha marchado al Baile de los Dioses volando en un dragón. Ha dicho… —Hoyt cogió un papel lacrado que había encima de la mesa—. Me ha pedido que te diese esto.

Moira miró el papel y, finalmente, asintió.

—Gracias.

Ninguno dijo nada cuando Moira cogió el papel y subió sola a su cuarto.

Se encerró en la habitación que había compartido con Cian y encendió las velas. Luego se sentó y sostuvo la carta contra su corazón hasta que tuvo el valor suficiente para romper el sello.

Y leyó.

Moira.

Esto es lo mejor. Esa parte razonable de ti lo entiende. Si me quedaba más tiempo no hubiese hecho más que prolongar el dolor, y ya ha habido suficiente dolor para una docena de vidas. Dejarte es un acto de amor. Espero que también entiendas eso.

Tengo tantas imágenes de ti en mi cabeza. De ti sentada en el suelo de mi biblioteca, rodeada de libros, absorta en su lectura. De ti riendo con King o Earkin como raramente te reías conmigo durante aquellas primeras semanas. Valiente en la batalla o perdida en tus pensamientos. Nunca supiste cuántas veces te miré, y te quise.

Te veré en la neblina del amanecer, extrayendo de la piedra una espada brillante, y volando en un dragón mientras las flechas salen cantando de tu arco.

Te veré a la luz de las velas, extendiendo los brazos hacia mí, llevándome hacia una luz que no había conocido antes y que no volveré a conocer.

Tú salvaste tu mundo y el mío y todos los otros que pudiera haber. Creo que tenías razón cuando dijiste que estábamos destinados a encontrarnos, a estar juntos para forjar la fuerza, el poder necesario para salvar esos mundos.

Ahora ha llegado el momento de dar un paso a un lado.

Te pido que seas feliz que reconstruyas tu mundo, tu vida, y que abraces ambos. Hacer menos que eso sería un deshonor para lo que hemos tenido tú y yo. Para lo que tú me diste.

De alguna manera contigo, volví a ser un hombre.

Ese hombre te amó más allá de toda medida. Lo que soy que no es un hombre también te amo, a pesar de todo. Siempre te he amado. Si tú me amaste, harás lo que te pido.

Vive por mí, Moira. Incluso separados por un mundo, yo sabré que lo haces y seré feliz.

Cian

Moira lloró. Un corazón humano necesitaba derramar ese profundo pozo de lágrimas. Acostada en la cama donde se habían amado por última vez, ella apretó la carta contra su corazón y lo dejó vacío.

Ciudad de Nueva York, ocho semanas más tarde.

Pasaba mucho tiempo en la oscuridad y mucho tiempo con el whisky. Cuando un hombre disponía de la eternidad, Cian suponía que podía tomarse una o dos décadas para rumiar amargamente. Quizá incluso todo un siglo, teniendo en cuenta que había renunciado al amor de su jodida y eterna vida.

Lo superaría, por supuesto. Por supuesto que lo haría. Volvería a encargarse de sus negocios. Viajaría durante un tiempo. Primero bebería un poco más. Uno o dos años de jodida borrachera nunca le habían hecho daño a un muerto viviente.

Él sabía que Moira estaba bien, ayudando a que su pueblo se recuperase de la terrible experiencia por la que habían pasado, planeando el monumento que levantarían en el valle la próxima primavera. Habían enterrado a sus muertos y ella había leído cada uno de los nombres —casi quinientos de ellos— durante la ceremonia.

Lo sabía porque los demás ya habían regresado también y habían insistido en darle detalles que él no les había pedido.

Al menos, Blair y Larkin estaban ahora en Chicago, y no estarían dándole la lata todo el día para hablar o reunirse. Cabía pensar que los humanos, después de haber pasado todo ese tiempo con él, sabrían que su estado de ánimo no era precisamente sociable.

Él iba a revolcarse en la depresión, joder. Y todos ellos, según sus cálculos, estarían muertos antes de que él saliese de ese pozo depresivo.

Se sirvió otra generosa cantidad de whisky. Se dijo que, al menos, aún conservaba algunos principios que impedían que bebiese directamente de la botella.

Y allí estaban Hoyt y Glenna, insistiendo para que pasara la Navidad con ellos. ¡Navidad, por el maldito Judas! ¿Qué podía importarle a él la Navidad? Ojala regresaran a Irlanda y a la casa que les había regalado y lo dejaran en paz.

¿Celebrarían la Navidad en Geall?, se preguntó, deslizando los dedos sobre el relicario de plata abollado que jamás se quitaba del cuello. Nunca había preguntado acerca de esa costumbre en particular… pero ¿por qué debería haberlo hecho? Probablemente allí fuese Navidad, con música y leños ardiendo en los hogares. De todos modos, eso no tenía nada que ver con él.

Moira la debía de celebrar, encendiendo mil velas y haciendo que el castillo de Geall resplandeciera. Colgando los acebos y pidiéndole a los músicos que tocasen.

¿Cuándo demonios se le pasaría ese dolor? ¿Cuántos océanos de whisky necesitaría para aplacarlo?

Oyó el zumbido del ascensor y frunció el cejo. Le había dicho claramente al tosco portero que no dejase subir a nadie, ¿verdad? Tendría que romperle el cuello a ese idiota como si fuese un palillo chino usado.

Pero no importaba, se dijo, ya que había activado el mecanismo de cierre desde dentro como una segunda línea de defensa.

Podían subir, pero no podían entrar.

Apenas pudo reprimir un insulto cuando la puerta se abrió y vio a Glenna entrando en la oscuridad.

—¡Oh, por el amor de Dios!

La voz de ella denotaba impaciencia y, un instante después, las luces se encendieron.

La súbita luminosidad le hirió los ojos, y esta vez los insultos fueron estridentes y auténticos.

—Mírate. —Ella dejó sobre una mesa la gran caja envuelta con elegancia que había traído—. Sentado en la oscuridad, como un…

—Vampiro. Vete.

—Aquí apesta a whisky.

Como si fuese la dueña del apartamento, Glenna fue a la cocina y empezó a preparar café. Mientras dejaba la cafetera en el fuego, regresó a la sala de estar, donde Cian seguía exactamente en el mismo lugar.

—Feliz Navidad también para ti. —Ella ladeó la cabeza—. Necesitas afeitarte y un corte de pelo. Y un día, cuando no estés de un humor de perros, te preguntaré cómo haces esa clase de cosas. Afeitarte —repitió—, cortarte el pelo y, puesto que aquí no sólo apesta a whisky, darte un baño.

Los ojos de Cian permanecieron entrecerrados y sus labios se curvaron sin pizca de humor.

—¿Vas a bañarme tú, pelirroja?

—Si hay que hacerlo… ¿Por qué no te lavas un poco, Cian, y regresas al apartamento conmigo? Nos ha quedado un montón de comida de la cena de Navidad. Hoy es el día de Navidad —dijo ante su mirada inexpresiva—. Casi las nueve de la noche del día de Navidad, en realidad; y he dejado a mi esposo solo en casa porque es tan obstinado como tú, y no vendría nunca sin haber sido invitado.

—Eso ya es algo. No quiero las sobras de la cena de Navidad. Y tampoco ese café que estás preparando en la cocina. —Levantó el vaso—. Ya tengo lo que necesito.

—Muy bien. Puedes quedarte aquí borracho, hediondo y deprimido. Pero quizá quieras tener esto.

Glenna fue hasta la mesa donde había dejado la caja, la cogió y la dejó caer en el regazo de Cian.

—Ábrela.

El la estudió sin interés.

—Pero yo no tengo nada para ti.

Glenna se arrodilló a sus pies.

—Consideraré el que lo abras como mi regalo. Por favor. Es importante para mí.

—¿Te largarás de aquí si lo hago?

—Pronto.

Para complacerla, Cian levantó la tapa con su papel plateado y su elaborado lazo y apartó la capa superior de brillante papel de seda.

Y Moira le miró.

—Ah, maldita seas, maldita seas, Glenna. —Ni el whisky ni la voluntad podían resistir la imagen de ella. La emoción le hizo temblar la voz cuando levantó el retrato enmarcado—. Es hermoso. Ella es hermosa.

Glenna la había pintado en el momento en que Moira había extraído la espada de la piedra. El poder y el aire de irrealidad de ese instante, con sombras verdes, nieblas plateadas y la flamante reina de pie, con la espada brillante apuntada hacia el cielo.

—Pensaba, esperaba, que tener ese retrato te recordaría lo que ayudaste a darle a Moira. Ella no hubiese podido conseguirlo sin ti. No habría Geall sin ti. Yo no estaría aquí de no haber sido por ti. Ninguno de nosotros habría conseguido sobrevivir sin cada uno de los otros. —Apoyó una mano sobre la de Cian—. Todavía somos un círculo, Cian. Siempre lo seremos.

—Hice lo correcto por ella marchándome. Hice lo que tenía que hacer.

—Sí. —Glenna le apretó la mano—. Hiciste lo correcto, un acto de amor enorme y puro. Pero el hecho de saber que hiciste lo correcto por todas las razones justas no alivia el dolor.

—Nada lo hace. Nada.

—Yo diría que el tiempo lo consigue, pero no sé si es verdad. —La compasión se reflejaba en su voz, en sus ojos—. Diré, en cambio, que tienes una familia y amigos que te quieren y que están disponibles para ti. Tienes gente que te ama, Cian, que sufre por ti.

—No sé cómo tomar lo que quieres darme, todavía no. Excepto esto. —Acarició el marco con el dedo—. Gracias por esto.

—De nada. También hay fotografías. Unas que tomé cuando estábamos en Irlanda. Pensé que quizá te gustaría tenerlas.

Cian empezó a levantar las otras capas de papel y luego se detuvo.

—Necesito un momento.

—Por supuesto. Iré a terminar de preparar el café.

Cuando se quedó solo, Cian desenvolvió el gran sobre de papel Manila y lo abrió.

Había docenas de ellas. Una de Moira y sus libros, y con Larkin fuera de la casa. Una de King reinando sobre los fogones de la cocina; de Blair, con la mirada intensa y el sudor haciendo brillar su piel mientras sostenía una espada en la posición del guerrero.

También había una de él y de Hoyt que no sabía que Glenna les hubiese hecho.

Mientras estudiaba cada una de las fotografías, sus sentimientos se agitaban y mezclaban, tristeza y placer.

Cuando finalmente alzó la vista, Glenna estaba apoyada en el quicio de la puerta con una jarra de café en la mano.

—Te debo algo más que un regalo.

—No, no me debes nada, Cian. Regresaremos a Geall para Año Nuevo. Todos nosotros.

—Yo no puedo.

—No —dijo ella después de un momento, y la comprensión que reflejaban sus ojos casi le hace pedazos—. Sé que no puedes. Pero si hay algún mensaje que…

—No puede haber ninguno. Hay demasiado para decir, Glenna, y nada que decir. ¿Estáis seguros de que podréis regresar?

—Sí, tenemos la llave de Moira y la garantía de la propia Morrigan. No te quedaste el tiempo suficiente para recibir el agradecimiento de los dioses.

Glenna se acercó y dejó el café en una mesa junto a él.

—Si cambias de idea, no nos iremos hasta el mediodía, la víspera de Año Nuevo. Si no lo haces, después del viaje, Hoyt y yo estaremos en Irlanda. Esperamos que vengas a visitarnos. Blair y Larkin se quedarán en mi apartamento.

—Vampiros de Nueva York, ¡cuidado!

—Así es. —Se inclinó y lo besó en la mejilla—. Feliz Navidad.

Cian no bebió el café, pero tampoco bebió más whisky. Seguramente aquél era un paso hacia alguna parte. En cambio, se quedó sentado y estudió el retrato de Moira, y las horas pasaron así hasta la medianoche.

Un remolino de luz lo obligó a levantarse del sillón. Puesto que era el arma que tenía más cerca, cogió la botella de whisky por el cuello. Como no estaba tan borracho como para sufrir alucinaciones, decidió finalmente que la diosa que había aparecido súbitamente en su apartamento era real.

—Vaya, éste es un día memorable. Me pregunto si alguien como vos había visitado alguna vez a alguien como yo.

—Eres parte de los seis —dijo Morrigan.

—Lo era.

—Lo eres. Sin embargo, vuelves a mantenerte alejado de ellos. Dime, vampiro, ¿por qué luchaste? No por mí o los míos.

—No, no lo hice por los dioses. ¿Por qué? —Cian se encogió de hombros, y ahora sí bebió directamente de la botella en una especie de desafío o de falta de respeto—. Era algo que hacer.

—Es una estupidez que alguien como tú quiera simular con alguien como yo. Tú creías que era justo, que merecía la pena luchar por ello, incluso entregar tu vida por esa causa. He conocido a tu especie desde que comenzaron a reptar a través de la sangre. Ninguno de ellos hubiese hecho lo que tú.

—Enviasteis a mi hermano aquí para aseguraros de que yo no me apartara del camino correcto.

La diosa enarcó una ceja ante el tono empleado por Cian y luego inclinó la cabeza.

—Envié a tu hermano para que te encontrase. La voluntad de hacerlo fue tuya. Sientes amor por esta mujer. —Señaló el retrato de Moira—. Por esa humana.

—¿Creéis que no podemos amar? —La voz de Cian tembló de rabia y de dolor—. ¿Creéis que no somos capaces de amar?

—Sé que tú eres capaz de amar, y aunque el amor puede calar hondo en los de tu especie, el egoísmo es igualmente fuerte. Pero no es tu caso. —Con la túnica agitada por el viento, Morrigan se acercó al retrato de Moira—. Ella te pidió que la transformases en uno de los vuestros, pero te negaste a hacerlo. Si hubieses hecho lo que te pedía, podrías haberla conservado a tu lado.

—¿Como una jodida mascota? ¿Conservarla? Condenarla es lo que habría hecho, matarla, destruir esa luz que hay en ella.

—Le habrías dado la eternidad.

—De la oscuridad, de un anhelo por la sangre de lo que había sido. Condenada a una vida que no es vida. Ella no sabía lo que me estaba pidiendo.

—Ella lo sabía. Con un corazón y una mente tan fuertes como los que tiene, y con ese coraje, ella lo sabía, y sin embargo te habría entregado su vida. A ti te ha ido bien, ¿verdad? Tienes cultura y riqueza, habilidades. Hogares lujosos.

—Así es. He hecho algo con mi ser muerto. ¿Por qué no debería haberlo hecho?

—Y disfrutas de ello… cuando no estás sentado en la oscuridad, rumiando tristemente sobre aquello que no puede ser. Sobre lo que no puedes tener. Disfrutas de tu eternidad, tu juventud, tu fuerza y tu conocimiento.

Ahora Cian sonrió despectivamente, maldiciendo a los dioses.

—¿Preferiríais que me golpease el pecho por el destino que me ha tocado? ¿Que lamentase eternamente mi propia muerte? ¿Es eso lo que exigen los dioses?

—No exigimos nada. Nosotros pedimos y tú diste. Diste mucho más de lo que pensamos que darías. Si fuese de otro modo, yo no estaría aquí.

—Bien. Ahora podéis volver a marcharos.

—Y tampoco —continuó diciendo la diosa en el mismo tono tranquilo— te daría esta alternativa. Continuar viviendo, ser aún más rico, siglo tras siglo, sin envejecer, sin sufrir enfermedades y contando con la bendición de los dioses.

—Ya tengo todo eso sin vuestras bendiciones.

Los ojos de Morrigan destellaron fugazmente, pero Cian no podía decir —no le importaba tampoco— si era un gesto de diversión o de enfado.

—Pero ahora te son concedidas a ti, el único de tu especie que las tiene. Tú y yo sabemos más acerca de la muerte que cualquier humano. Y la tememos más. No es necesario que haya un final para ti. O puedes tener un final.

—¿Qué? ¿Estacado por los dioses? —Soltó una risotada y bebió otro largo trago directamente de la botella—. ¿Quemado en el fuego sagrado? ¿Una purificación de mi alma condenada?

—Puedes volver a ser lo que eras y tener una vida que se acabe, como la de todos los mortales. Puedes volver a estar vivo y, de ese modo, envejecer y enfermar y, un día, conocer la muerte como la conoce un hombre.

La botella se deslizó de sus dedos y chocó contra el suelo.

—¿Qué?

—Ésta es tu alternativa —dijo Morrigan, alzando ambas manos con las palmas hacia arriba—. La eternidad, con nuestras bendiciones para que la disfrutes. O un puñado de años humanos. ¿Qué decides, vampiro?

En Geall había caído una silenciosa nevada, y una fina capa blanca cubría la tierra. La luz de la mañana brillaba sobre ella y arrancaba destellos del hielo que adornaba los árboles.

Moira le devolvió su hija a Sinann.

—Está más guapa cada día que pasa, y podría pasar horas mirándola. Pero nuestra compañía llega después del mediodía y aún no he terminado los preparativos.

—Los trajiste de regreso a casa conmigo. —Sinann acarició a su hija—. Todo lo que yo amo. Me gustaría que tú también pudieras ser feliz, Moira.

—Viví toda una vida en unas pocas semanas.

Moira le dio un último beso a la niña y luego volvió la vista con sorpresa cuando Ceara irrumpió en la habitación.

—Majestad. Hay alguien… abajo, hay alguien que desea hablar con vos.

—¿Quién?

—Yo… sólo me han dicho que hay un visitante que ha viajado desde muy lejos para hablar con vos.

Moira enarcó las cejas cuando Ceara abandonó rápidamente la habitación.

—Bien, quienquiera que sea ese visitante, no cabe duda de que ha alterado a Ceara. Volveré más tarde.

Salió de la habitación alisándose los pantalones. Habían estado limpiando durante días para preparar el nuevo año y la llegada de sus invitados más esperados por ella. Para verles otra vez, pensó, para hablar con ellos. Para ver la sonrisa de Larkin al conocer a su nueva sobrina.

¿Le traerían alguna noticia de Cian?

Apretó los labios con fuerza, recordándose una vez más que no debía permitir que se viese la pena que sentía por dentro. Era un tiempo de celebración, de festividad. Ella no colocaría un paño mortuorio sobre Geall después de todo lo que habían luchado para conservar su mundo.

Un temblor le recorrió la piel cuando empezó a bajar la escalera. Sintió que el temblor subía por su columna vertebral y alcanzaba la base de su cuello, ese lugar donde a su amante le gustaba posar los labios.

Luego, el temblor le alcanzó el corazón, y echó a correr. Ese corazón trémulo comenzó a acelerar sus latidos. Y luego a remontarse.

Lo que ella creía que nunca podría ser, era; y allí estaba él, mirándola.

—Cian. —La alegría brotó de su interior como una música—. Has vuelto. —Ella se habría lanzado a sus brazos, pero él la estaba mirando con tanta intensidad, de un modo tan extraño, que no estaba segura de ser bien recibida—. Has vuelto —repitió.

—Me preguntaba qué vería en tu rostro. Me preguntaba. ¿Podemos hablar en privado?

—Por supuesto. Sí, nosotros… —Moira, turbada, miró a su alrededor—. Parece que estamos solos. Todos se han marchado. —¿Qué podía hacer con sus manos para impedir que le tocasen?—. ¿Cómo has venido? ¿Cómo…?

—Es la víspera de Año Nuevo —dijo Cian sin dejar de mirarla—. El final del viejo, el comienzo del nuevo. Quería verte en el límite de ese cambio.

—Yo quería verte, no importa cuándo o dónde. Los demás llegarán en pocas horas. ¿Te quedarás? Por favor, dime que te quedarás a la celebración.

—Eso depende.

A ella le quemaba la garganta como si hubiese tragado fuego.

—Cian, sé que lo que dijiste en tu carta era verdad, pero era duro, muy duro no volver a verte. Conservar en la sangre nuestro último momento juntos. Yo quería… —Las lágrimas anegaron sus ojos, y estuvo a punto de perder la batalla para reprimirlas—. Sólo quería un momento más. Ahora lo tengo.

—¿Aceptarías más de un momento si yo pudiera ofrecértelo?

—No entiendo. —Luego sonrió y reprimió un sollozo cuando Cian sacó de debajo de la camisa el relicario que ella le había regalado—. Aún lo llevas.

—Sí, aún lo llevo. Es una de mis posesiones más preciadas. Yo no dejé nada detrás de mí para ti. Ahora te pregunto, ¿aceptarías más que ese momento, Moira? ¿Aceptarías esto?

Él le cogió la mano y la apretó contra su corazón.

—Oh, temía que no quisieras tocarme. —Dejó escapar el aliento con un ligero temblor—. Cian, tú sabes, tienes que saber, que yo…

Su mano tembló debajo de la de él y sus ojos se abrieron como platos.

—Tu corazón. Tu corazón late.

—Una vez te dije que si podía latir, lo haría por ti. Pues lo hace.

—Está latiendo debajo de mi mano —susurró ella—. ¿Cómo?

—Un regalo de los dioses en los últimos instantes de la Navidad. Ellos me devolvieron aquello que me había sido arrebatado. —Le mostró la cruz de plata que colgaba de su cuello junto al relicario—. Es un hombre el que está frente a ti, Moira.

—Humano —susurró ella—. Estás vivo.

—Es un hombre el que te ama.

Cian la llevó hasta las puertas y las abrió de par en par, dejando que el sol se derramara sobre ambos. Y ante algo tan milagroso, alzó la cara, cerró los ojos, y dejó que la luz bañase su rostro.

Moira ya no pudo seguir conteniendo las lágrimas ni los sollozos que las acompañaban.

—Estás vivo. Has regresado a mí y estás vivo.

—Es un hombre el que está frente a ti, Moira —repitió él—. Es un hombre el que te ama. Es un hombre el que te pregunta si compartirás con él la vida que le han devuelto, si vivirás con él. Si me tomarás como soy y construirás una vida conmigo. Geall será mi mundo como tú eres mi mundo. Será mi corazón como tú eres mi corazón. Si me aceptas.

—He sido tuya desde el primer momento, y seré tuya hasta el último. Has vuelto a mí. —Moira apoyó una mano en el corazón de Cian y la otra sobre el suyo—. Y mi corazón late otra vez.

Ella le enlazó el cuello con los brazos, y aquellos que se habían congregado en el patio y en la escalera lanzaron vivas de júbilo mientras la reina de Geall besaba a su amado bajo el sol del invierno.

—De modo que vivieron —dijo el anciano— y se amaron. Y así el círculo se volvió más fuerte y formó nuevos círculos, del mismo modo que se forman las ondas que se extienden por las aguas de un estanque. El valle que una vez había estado silencioso cantó con la música de la brisa del verano a través de la hierba verde y con el mugido del ganado. Con las flautas y las arpas y las risas de los niños.

El anciano acarició el pelo de un pequeño que se había subido a su regazo.

—Geall prosperó bajo el reinado de Moira, la reina guerrera, y su caballero. Para ellos siempre brilló una luz, incluso en la oscuridad de la noche. Y esto lleva la historia del hechicero, la bruja, la guerrera, la erudita, el que adopta muchas formas y el vampiro a su propio círculo.

Dio unas palmadas en la cabeza del niño que se había instalado en su regazo.

—Y ahora salid todos fuera mientras aún brilla el sol.

Hubo gritos y vivas y el anciano sonrió al oír las discusiones que ya habían comenzado a surgir para ver quién sería el hechicero y quién la reina.

Como sus sentidos aún conservaban parte de su agudeza, Cian levantó la mano hacia el respaldo del sillón y cubrió la de Moira.

—Lo cuentas bien.

—Es fácil contar lo que has vivido.

—Es fácil mejorar lo que sucedió —lo corrigió ella, rodeando el sillón—. Pero te has ceñido a la verdad.

—¿No era la verdad lo bastante extraña y mágica?

El pelo de ella era blanco puro y, cuando sonreía, su rostro mostraba las arrugas que había dejado el paso de los años. Y era más hermoso que cualquier otro que hubiese conocido.

—Sal conmigo a dar un paseo antes de que oscurezca. —Ella le ayudó a levantarse y enlazó su brazo con el de él—. ¿Y estás preparado para la invasión? —preguntó, inclinando la cabeza hacia su hombro.

—Cuando llegue, al menos dejarás de preocuparte.

—Estoy tan ansiosa por volver a verlos. Nuestro primer círculo y los círculos que ellos han formado. Una vez al año para todos ellos es demasiada espera, incluso con las breves visitas de en medio. Y escuchar los pequeños fragmentos de la historia hace que todo vuelva de un modo muy claro, ¿verdad?

—Así es. ¿Te arrepientes de algo?

—Nunca me he arrepentido de nada tratándose de ti. Qué hermosa vida hemos tenido, Cian. Sé que estamos en el invierno de ella, pero no siento el frío.

—Bueno, yo sí lo siento, cuando apoyas los pies en mis nalgas por la noche.

Moira se echó a reír y se volvió para besarlo con todo el calor, todo el amor de sesenta años de matrimonio.

—Ahí está nuestra eternidad, Moira —dijo él, señalando a sus nietos y bisnietos—. Ahí está nuestro «para siempre».

Cogidos de la mano, los dos caminaron bajo la tibia luz del sol. Aunque sus pasos eran lentos y mesurados por la edad, Cian y Moira continuaron su paseo a través de los patios y los jardines y salieron a través de las puertas mientras el sonido de los niños jugando se oía tras ellos.

Arriba, en lo alto de las almenas del castillo, ondeaban los tres símbolos de Geall, el claddaugh, el dragón y el sol… oro sobre blanco.