20

No tengo nada en la cabeza.

—No vendrá de allí. O no sólo de allí. —Glenna le alcanzó a Moira su pequeña corona—. Cabeza y corazón, ¿recuerdas? Escucha a ambos y, digas lo que digas, será lo correcto.

—Entonces me gustaría que fueses tú quien lo dijese en mi lugar. Es una tontería tener miedo de hablar con ellos —dijo Moira con una débil sonrisa—. Y no tener miedo de morir con ellos.

—Ponte esto. —Blair sostuvo la capa de Moira—. Una buena vista, la capa agitándose al viento. Y habla alto y claro, pequeña. Tienes que proyectar la voz hacia los que ocupan el gallinero.

—Te preguntaré más tarde qué significa eso. —Moira respiró profundamente y luego montó en Vlad—. Allá vamos entonces.

Avanzó unos metros y el corazón le dio un vuelco. Allí estaba su gente, más de mil soldados, de pie, con el valle a sus espaldas. Mientras el sol se hundía cada vez más en el cielo, sus rayos arrancaban destellos de espadas, escudos y lanzas. La luz bañaba sus rostros, los de todos los que habían ido hasta aquí dispuestos a dar sus vidas.

Y su cabeza entendió las palabras que anidaban en su corazón.

—¡Pueblo de Geall!

Todos la vitorearon mientras hacía trotar el caballo por delante de sus líneas. Incluso aquellos hombres que ya habían sido heridos gritaron su nombre.

—Pueblo de Geall, soy Moira, la reina guerrera. Soy vuestra hermana; soy vuestra servidora. Hemos venido a este lugar y en este momento por orden de los dioses y para servir a los dioses. No conozco todos vuestros rostros, todos vuestros nombres, pero sois míos, cada hombre y mujer que está aquí. —El viento agitó su capa mientras ella miraba los rostros—. Esta noche, mientras el sol se oculta, os pido que luchéis, que defendáis esta tierra amarga que hoy ya ha probado vuestra sangre. Os pido esto, pero no lucháis por mí. Vosotros no lucháis por la reina de Geall.

—¡Nosotros luchamos por Moira, la reina! —gritó alguien. Y, nuevamente, su nombre se elevó por encima del viento en vítores y cánticos.

—¡No, no, vosotros no lucháis por mí! No lucháis por los dioses. No lucháis por Geall, esta noche no. No lucháis por vosotros, ni siquiera por vuestros hijos. No lucháis por vuestros maridos o esposas. Vuestros padres y madres.

Las tropas guardaron silencio mientras Moira continuaba revistando las líneas, mirando los rostros, encontrando los ojos.

—No es por ellos por quienes habéis venido a este amargo valle, sabiendo que vuestra sangre puede quedar derramada en este suelo. Habéis venido aquí por toda la humanidad. Vosotros sois los elegidos. Vosotros sois los bendecidos. Todos los mundos y cada corazón que late en ellos es ahora vuestro corazón, vuestro mundo. Nosotros, los elegidos, somos un solo mundo, un solo corazón, un solo propósito.

Su capa se sacudió al viento mientras el caballo corveteaba y el sol agonizante refulgía sobre el oro de su corona y el acero de su espada.

—Esta noche no fracasaremos. No podemos fracasar. Porque cuando uno de nosotros caiga, habrá otro que recoja su espada, su lanza, para luchar con estacas y puños contra la pestilencia que amenaza a la humanidad y todo lo que existe. Y si el siguiente de nosotros también cayera, vendrá otro y otro más, y muchos más, porque nosotros somos el mundo aquí, y el enemigo jamás ha conocido a nadie igual.

Sus ojos eran como el humo del infierno en un rostro iluminado por la pasión. Su voz se elevaba en el aire de modo que las palabras resonaban fuertes y claras.

—Aquí, en este suelo, los empujaremos hasta más allá del infierno. —Moira continuó gritando por encima de los vítores que proferían hombres y mujeres y que se propagaban como una ola—. Esta noche no saquearemos, esta noche no fallaremos, esta noche no cederemos hasta conseguir la victoria. Vosotros sois el corazón que ellos nunca podrán tener. Vosotros sois el aliento y la luz que ellos jamás volverán a conocer. Se cantará acerca de este Samhain, acerca de la Batalla del Silencio en cada generación futura. Las gentes se sentarán junto a sus fuegos y hablarán de la gloria que nosotros conseguimos aquí. Esta noche. El sol ya se oculta.

Moira desenvainó su espada y apuntó hacia el oeste, donde el sol había comenzado a teñirse de rojo.

—Cuando llegue la oscuridad, alzaremos la espada, el corazón y la mente contra ellos. Y cuando los dioses vean esto, lo juro, haremos que el sol vuelva a salir.

Moira lanzó una lengua de fuego a través de su espada y la dirigió hacia el cielo.

—No demasiado trillado —dijo Blair mientras las tropas estallaban nuevamente en gritos y vítores—. Tu chica sabe manejar las palabras.

—Ella es… brillante. —Cian no podía apartar los ojos de ella—. ¿Cómo podrán los vampiros resistir tanta luz?

—Ella dice la verdad —dijo Hoyt—. Ellos nunca han visto a nadie como nosotros.

Los jefes de escuadrón separaron a las tropas para que pudiesen empezar a ocupar sus posiciones. Moira cabalgó de regreso y desmontó.

—Es la hora —dijo, extendiendo las manos.

Los seis formaron un círculo para forjar aquel último vínculo. Luego se soltaron.

—Os veré en la contraportada del disco —dijo Blair con una sonrisa luminosa—. A por ellos, vaquero.

Saltó sobre el dragón y se elevaron hacia el cielo.

Larkin montó en el suyo.

—El último en llegar al pub cuando todo esto haya terminado paga las rondas.

Y se elevó alejándose de Blair.

—Benditos seáis. Y ahora vayamos a patear unos cuantos culos.

Glenna se alejó en compañía de Hoyt hacia sus puestos, pero había visto la mirada que habían cruzado ambos hermanos.

—¿Qué ocurre con Cian? No me mientas ahora que podríamos estar tan cerca de la jodida muerte.

—Cian me ha pedido que le diese mi palabra. Si somos capaces de hacer funcionar el conjuro, me ha hecho prometer que no le esperaremos.

—Pero no podemos…

—Ha sido lo último que me ha pedido. Rezo para que no tengamos que elegir.

Detrás de ellos, Moira estaba junto a Cian.

—Lucha bien —le dijo ella— y vive otros mil años.

—Es mi mayor esperanza. —Él cubrió su mentira cogiendo sus manos una última vez y llevándoselas a los labios—. Lucha bien, mo chroi, y vive.

Antes de que Moira pudiese decir nada más, Cian montó en su caballo y se alejó al galope.

Desde el aire, Blair impartía órdenes, dirigiendo a su dragón con las piernas y examinando el terreno en busca de lo que pudiese surgir de la oscuridad. El sol se ocultó, sumiendo el valle en la noche, y en esa noche la tierra se abrió. Ellos surgieron de todas partes, de debajo de la tierra, de las rocas, de las grietas, en cantidades innumerables.

—Empieza el espectáculo —susurró Blair para sí, girando hacia el sur mientras las flechas lanzadas por Moira y sus arqueros caían como una lluvia sobre el enemigo—. Esperad, esperad.

Una rápida mirada hacia donde las voces de los soldados de Niall se elevaban como cantos, le confirmó que Niall estaba esperando la señal.

Un poco más, un poco más, pensó mientras los vampiros inundaban el valle, y las flechas atravesaban a algunos de ellos mientras otras fallaban el blanco.

Blair agitó su espada flamígera y se lanzó hacia abajo. Cuando los hombres atacaron, ella tiró de la cuerda de su arnés y dejó caer la primera bomba.

El fuego y la metralla ardiendo se esparcieron por el terreno y se oyeron los gritos de los vampiros calcinados por las llamas. Y aun así, seguían brotando de la tierra y avanzando sus líneas hacia los soldados de Geall.

Cian, despojado ya de su capa protectora, frenó su caballo y alzó la espada para detener a los hombres que lo seguían. Las bombas seguían estallando, quemando el suelo y a las fuerzas enemigas. Pero los vampiros seguían avanzando, escabullándose y rodando, saltando y desgarrando. Lanzando un grito de guerra, Cian agitó la espada y guió a sus tropas hacia la tormenta de fuego.

Con los cascos de su caballo y el acero de su espada, consiguió abrir una brecha en la línea de vanguardia del enemigo. Pero ésta volvió a cerrarse, rodeándolos a él y a sus hombres.

Los gritos se convirtieron en un torrente.

En su meseta inclinada, Moira cogió con fuerza su hacha de armas. El corazón le golpeó la garganta cuando vio que los vampiros conseguían atravesar la línea hacia el este. Dirigió el ataque al tiempo que Hoyt encabezaba el suyo, de modo que llevaron a sus guerreros en una corriente de acero y estacas para flanquear las líneas enemigas.

Por encima de los gritos, el choque del acero y el fuego, llegó la llamada de trompeta a los dragones. La siguiente oleada del ejército de Lilith estaba avanzando.

—¡Flechas! —gritó Moira mientras vaciaba su aljaba y otra, llena, era lanzada a sus pies.

Lanzó una flecha tras otra hasta que el aire estuvo tan saturado de humo que el arco era una arma inútil.

Alzó su espada y corrió con sus hombres al centro del combate.

De todo lo que había temido, de todo lo que había conocido, de todo lo que había visto en las visiones que los dioses le habían enviado, lo que vislumbró a través del humo y el hedor que le llegó, era peor. Hombres y mujeres muertos en masa, cenizas de los enemigos destruidos cubriendo la tierra como si fuese un manto de nieve fétida. La sangre brotaba como una cascada pintando de rojo la hierba amarilla.

Chillidos, humanos y de los vampiros, resonaban en la oscuridad debajo de la pálida luna creciente.

Bloqueó una estocada y su cuerpo se movió con el instinto nacido del duro entrenamiento para girar, esquivar y bloquear el siguiente golpe. Cuando saltó por encima de una estocada baja, sintió el viento de la espada debajo de las botas y, lanzando un grito, cortó la garganta de su enemigo.

Ahora, a través del humo, vio que el dragón que montaba Blair descendía en espiral hacia tierra con el costado atravesado por las flechas. El suelo estaba cubierto de estacas. Cogió una con su mano libre, corrió hacia adelante y la clavó en la espalda de un vampiro que atacaba a Blair, atravesándole el corazón.

Gracias. Agáchate. —Blair apartó a Moira de un manotazo y le cortó a otro vampiro el brazo con que sostenía la espada—. ¿Larkin?

—No lo sé. Siguen viniendo.

Blair saltó en el aire, golpeando con los pies, y luego atravesó con una estaca al vampiro al que había pateado.

Un momento después, se perdió entre las oleadas de humo, y Moira se encontró luchando nuevamente por su vida.

Cuando Blair se abrió paso con su espada a través de la línea enemiga, los vampiros la rodearon. Ella golpeó, utilizó la espada y la estaca, luchó para ganar terreno. Y, de pronto, se quedó empapada. Mientras sus enemigos lanzaban horribles alaridos al ser alcanzados por la lluvia de agua bendita, Larkin apareció volando a través del humo y la cogió del brazo para elevarla del suelo y sentarla detrás de él a lomos del dragón.

—Buen trabajo —dijo ella—. Vuelve a bajarme a tierra. Allí, sobre esa gran piedra plana.

—Tú me bajas a mí. Es mi turno de hacer algo por aquí. El agua bendita se ha terminado, pero aún quedan dos bombas de fuego. Ahora Lilith está empujando con fuerza desde el sur.

—Le daré un poco de calor.

Larkin saltó a tierra y Blair volvió a elevarse con el dragón.

Hoyt buscaba con sus ojos y su poder a través de la enorme confusión. Sentía el roce oscuro de Midir, pero la oscuridad era tan densa y hacía tanto frío, que no estaba seguro de la dirección.

Entonces vio a Glenna que avanzaba hacia lo alto de una colina. Y en la cumbre, erguido como un cuervo negro, estaba Midir. Horrorizado, vio también cómo una mano surgía de un pliegue de tierra y roca y aferraba la pierna de Glenna. Oyó su grito en su mente mientras ella pateaba, mientras clavaba los dedos en la tierra para evitar ser arrastrada hacia la grieta. Echó a correr entre las espadas, aun sabiendo que se encontraba demasiado lejos. Y continuó su carrera incluso cuando la lengua de fuego que Glenna disparó desde las puntas de sus dedos cubrió aquello que la arrastraba.

Midir, percibiendo el poder, lanzó un rayo, negro como la brea, y envió a Glenna volando hacia atrás.

Enloquecido por el miedo, Hoyt luchó como un poseso, ignorando los golpes y los cortes mientras se abría paso hacia ella. Pudo ver la sangre en su rostro mientras Glenna respondía con fuego blanco al rayo de Midir.

La estaca no alcanzó por un pelo el corazón de Cian y el dolor le hizo doblar las rodillas. Mientras caía, lanzó un golpe hacia arriba con la espada cortando a su enemigo casi en dos antes de rodar por el suelo. Una lanza se clavó en el suelo pedregoso detrás de él. La cogió y atravesó con ella el corazón de otro vampiro. Luego, plantándola con fuerza, se elevó en el aire y pateó a otro enemigo, arrojándolo contra las estacas de madera que los geallianos habían hundido en la tierra.

Vio a Blair a través del humo que se desprendía de las bolas de fuego y las flechas ardientes. Se puso en pie de un salto y cogió el arnés de su dragón para montar tras ella un instante antes de que lanzara otra bomba.

—No te había visto —gritó Blair.

—Ya me he dado cuenta. ¿Y Moira?

—No lo sé. Encárgate del dragón. Voy a bajar.

Blair saltó a la mesa de piedra. Cian la vio alejarse lanzando estacas con ambas manos antes de que el humo se la tragara. Hizo girar al dragón, apuntó con su espada y lanzó fuego a través de ella. La tierra seguía tirando de él hacia abajo; su embriagador aroma a sangre y terror le clavaba el miedo en las entrañas igual que si fuera una estaca afilada.

Entonces vio a Glenna que subía por la ladera de una colina luchando contra una candidata de enemigos que la superaban en una proporción de tres a uno. Su hacha de armas lanzaba lenguas de fuego, pero cada vez que liquidaba a un vampiro, otros avanzaban reptando hacia ella.

Cuando vio a la figura negra, de pie en la cima de la colina, comprendió por qué tantos de ellos atacaban a una sola mujer.

El poder del círculo lo impulsó mientras atravesaba el aire en dirección a la mujer de su hermano.

Envió a tres vampiros rodando ladera abajo, hacia las trampas de estacas y pozos de agua bendita con un poderoso golpe propinado por la cola del dragón. Su espada liquidó a otros dos al tiempo que el hacha flamígera de Glenna convertía a sus enemigos en polvo ardiente.

—¿Te llevo?

Bajó en picado, le enlazó la cintura con el brazo y la levantó en el aire.

—Midir. El muy cabrón.

Cian volvió a elevarse con el dragón, pero cuando golpeó nuevamente con la cola del animal, ésta rebotó como si hubiese chocado contra una roca.

—Está protegido por un escudo. Cobarde.

Con el aliento entrecortado, Glenna buscó a Hoyt en el campo de batalla, y sintió que se liberaba del cerrojo que tenía en los pulmones, cuando lo vio abriéndose paso con su espada colina arriba.

—Déjame en la cima de la colina y vete.

—Y una mierda —dijo Cian.

—Eso es lo que se necesita aquí, Cian. Es una cuestión de magia contra magia. Por eso estoy aquí. Busca a los demás y preparaos, porque te juro por todos los dioses y diosas que vamos a hacer esto.

—De acuerdo, pelirroja. Apuesto todo mi dinero por ti.

Cian voló con el dragón por encima de la colina y se detuvo brevemente para que Glenna pudiese apearse. La dejó allí para que se enfrentase al hechicero negro.

—Muy bien, la bruja pelirroja ha venido hasta aquí para morir.

—No, he venido por el ambiente.

Glenna alzó una mano y atacó agitando su hacha de armas. Los ojos muy abiertos de Midir le indicaron a Glenna que su movimiento lo había sorprendido. El filo en llamas del hacha atravesó el escudo, pero la hoja erró el blanco. Fue lanzada hacia atrás y alzada en el aire para luego caer violentamente al suelo.

Aunque ella contraatacó con su propio poder, el calor ardiente del rayo negro le quemó las palmas de las manos. Las mantuvo extendidas, con el poder contenido en ellas, mientras se ponía dolorosamente de pie.

—No puedes ganar este combate —dijo Midir mientras la oscuridad brillaba tenuemente a su alrededor—. He visto el fin, y también tu muerte.

—Tú has visto lo que el demonio a quien te vendiste quiere que veas. —Lanzó un chorro de fuego y, aunque el mago lo desvió con un giro de la muñeca, supo que había sentido la quemadura lo mismo que ella—. El fin lo hacemos nosotros.

Con una furia helada en el rostro, Midir levantó un viento cortante que sesgó su piel como si fuese un cuchillo.

Los vampiros resistían, pensó Blair. Ella creía que estaban conservando sus posiciones, pero por cada metro que los geallianos conseguían mantener, más vampiros avanzaban sobre él a través de la noche.

Ya había perdido la cuenta de los enemigos que había matado. Una docena al menos con la espada y la estaca, y como mínimo una cantidad similar con los ataques desde el aire. Pero no era suficiente. Los cadáveres cubrían el horrible terreno y sus fuerzas estaban casi al límite.

Necesitaban sacar al conejo de la chistera, y gritó su venganza mientras asestaba un golpe con su espada a un vampiro que había hecho un alto para alimentarse de uno de los caídos.

Giró rápidamente, alcanzó con el filo a otros vampiros y vio a Glenna y Midir en lo alto de la colina, y el terrible combate del poder negro contra el blanco.

Cogió una lanza de una mano muerta y la lanzó como si fuese una jabalina. La punta de la lanza atravesó a dos vampiros que luchaban espalda contra espalda, el asta de madera penetrando en sus corazones.

Algo saltó por encima de su cabeza. Sus sentidos captaron sólo un fragmento, y sus instintos hicieron que ejecutara un salto mortal. Lanzó un golpe con la espada al tocar tierra y su acero chocó contra el de Lora.

—Aquí estás. —Lora deslizó la hoja de su espada hacia abajo hasta formar una V con la de Blair—. Te he estado buscando.

—Estaba por aquí. Tienes algo en la cara. ¡Oh, vaya! ¿Es una cicatriz? ¿Yo te hice eso? ¡Qué lástima!

—Pronto estaré comiéndome tu cara.

—Tú sabes que eso no es más que una formulación de deseos, ¿verdad? Además de ser algo repugnante. ¿Ya está bien de charla para ti?

—Más que suficiente.

Las espadas cantaron al separarse los aceros. Luego, la música fue aumentando cuando las hojas volvieron a chocar.

Un momento después, Blair se dio cuenta de que se estaba enfrentando al enemigo más formidable de su carrera. Lora podía parecer una dominatriz de películas de serie B, enfundada en cuero negro, pero la zorra francesa sabía pelear.

Y encajar los golpes, pensó, cuando finalmente consiguió superar la guardia de Lora y estrellar el puño contra su rostro. Blair sintió que la quemadura trazaba una línea a través de sus nudillos cuando los colmillos le cortaron la carne.

Blair saltó sobre una roca de bordes dentados y lanzó una estocada hacia abajo, que encontró sólo el aire cuando Lora se elevó desde el suelo como si tuviese alas. La espada de Lora pasó rozando el rostro de Blair y con la punta le hizo un corte en la mejilla.

—Oh, ¿te dejará eso una cicatriz? —Lora aterrizó sobre la roca junto a ella—. ¡Qué lástima!

—Se curará. Nada tuyo durará mucho más.

Ella respondió a la primera sangre con un golpe de espada que hirió a Lora en el brazo, seguido de un chorro de fuego a través de la hoja.

Pero la espada de Lora desvió la hoja, y su acero se volvió negro al contener la llama roja. El fuego lanzó un destello y se extinguió.

—¿Creías que no estábamos preparados para esto? —Lora desnudó sus colmillos mientras ambas golpeaban y giraban y trataban de herirse mutuamente—. La magia de Midir es mucho más poderosa de lo que nunca conseguirán tus magos.

—Entonces, ¿por qué todos vuestros soldados no tienen espadas como la tuya? Midir no fue capaz de conseguirlo.

Blair dio un nuevo salto, y asestó un golpe a Lora con los pies. Su enemiga aprovechó el impulso para elevarse y lanzar luego un golpe con la espada al descender.

Blair levantó la suya para bloquear el mandoble, y no vio el puñal que Lora empuñaba en la otra mano. Se tambaleó por la sorpresa y el dolor cuando la hoja penetró en su costado.

—Mira toda esa sangre. Está manando de tu cuerpo. ¡Yum!

Cuando Blair cayó al suelo de rodillas, Lora se echó a reír, un tintineante sonido de alegría. Y sus ojos se tiñeron de rojo cuando levantó la espada para asestar el golpe mortal.

Con un aullido salvaje, un lobo dorado atacó desde arriba. Garras y colmillos rasgaron el aire cuando saltó sobre la espada, embistiendo y lanzando dentelladas. Cuando se disponía a saltarle a Lora a la garganta, Blair maldijo.

—¡No! Ella es mía. Me diste tu palabra. —Su respiración era un silbido mientras permanecía de rodillas, con el puñal todavía clavado en un costado—. Apártate, chico-lobo. ¡Atrás!

El lobo se transformó en hombre cuando Larkin retrocedió.

—Acaba con ella entonces —dijo con expresión ceñuda—. Y déjate ya de tonterías.

—Es el calzonazos de su zorra, ¿verdad? —Lora se movió en círculos, intentando tenerlos a ambos en su campo visual, la mujer herida y el hombre desarmado—. Pero tiene razón, realmente deberíamos dejarnos de tonterías. Tengo un programa muy apretado.

Lanzó un golpe con la espada y Blair alzó la suya para bloquearlo. Los músculos de los brazos se le tensaron dolorosamente, y de la herida del costado le brotó más sangre.

—No soy ninguna zorra —jadeó Blair—. Él no es un calzonazos. Y tú estás acabada.

Se extrajo el puñal del costado y se lo clavó hasta el mango a Loira en el estómago.

—Duele, pero sólo es acero.

—Y éste también.

Con las pocas fuerzas que le quedaban, Blair apartó la espada de Lora y le clavó la suya en el pecho.

—Estás empezando a fastidiarme. —Lora levantó su espada y apuntó hacia abajo—. ¿Quién está acabada ahora?

—Tú —contestó Blair, mientras las llamas surgían de la hoja que Lora tenía clavada en el pecho.

Mientras se quemaba y lanzaba unos horribles alaridos, Lora se tambaleó y cayó de la roca. Blair le extrajo la espada del pecho, la hizo girar y cortó la cabeza en llamas.

—Eso ha estado jodidamente bien.

Blair trastabilló, se inclinó, y habría caído al suelo si Larkin no hubiese saltado hacia adelante para cogerla.

—¿Es muy grave?

Apretó la mano contra la herida del costado de Blair.

—De lado a lado, creo. No ha afectado ningún órgano. Un vendaje rápido para parar la hemorragia y volveré al campo de juego.

—Eso ya lo veremos. Sube.

Cuando Larkin se transformó en dragón, Blair montó trabajosamente sobre su lomo. Al elevarse, vio a Glenna luchando contra Midir en la cima de la colina. Y vio cómo su amiga caía a tierra.

—Oh, Dios, está herida. Glenna está acabada. ¿En cuánto tiempo puedes llegar allí?

En el interior del dragón, Larkin pensó: «No lo bastante de prisa».

Glenna sintió la sangre en la boca. Y había más manando de la docena de cortes superficiales que tenía en la piel. Sabía que había herido a Midir, sabía que había conseguido alcanzar su escudo, su cuerpo, incluso su poder.

Pero podía sentir que su propio poder la abandonaba junto con su sangre.

Había hecho todo lo posible, pero no había sido suficiente.

—Tu fuego se está enfriando. Apenas te queda un rescoldo. —Ahora Midir se acercó al lugar donde ella yacía, sobre la tierra quemada y cubierta de sangre—. Aun así, podría ser suficiente como para que me tome el trabajo de llevarlo conmigo, junto con lo que te queda de vida.

—Te asfixiará. —Glenna farfulló las palabras. Él sangraría, pensó. Ella le haría sangrar sobre la tierra—. Juro que lo hará.

—Lo absorberé todo. Después de todo, es tan pequeño… Puedes ver lo que ocurre abajo, ¿verdad? Allí donde lo que yo ayudé a forjar pasa sobre vosotros como langostas. Es como lo vaticiné. Nada podrá detenerlo.

—Yo lo haré.

Hoyt apareció en la cima de la colina, golpeado y ensangrentado.

—Ése es mi hombre —consiguió decir Glenna, apretando los dientes para soportar el dolor—. Lo he ablandado un poco para ti.

—Vaya, aquí hay algo más a lo que hincarle el diente.

Midir se volvió y lanzó un rayo negro.

El rayo chocó contra el rayo blanco cegador de Hoyt, chisporroteando y escupiendo llamas rojas. La fuerza los lanzó a ambos hacia atrás, cortando el aire entre los dos. Glenna rodó por el suelo para evitar una llamarada y luego se afirmó con manos y rodillas.

Hizo acopio de todo el poder que aún le quedaba y se lo envió a Hoyt. Cerró una mano temblorosa alrededor de la cruz que llevaba colgada del cuello y concentró su poder en ella y en la cruz gemela que llevaba Hoyt.

Mientras ella realizaba el conjuro, los dos hechiceros —negro y blanco— luchaban en la colina cubierta por el humo y en el aire pestilente que soplaba sobre ella.

El fuego que alcanzó a Hoyt portaba la quemadura del hielo. Buscaba su sangre… la que estaba derramada, la que pretendía derramar, para quitarle el poder.

Le arañó y le cortó mientras el aire refulgía y resonaba con los conjuros mágicos, enviando remolinos de humo que ocultaban la luna. Bajo sus pies, la tierra se resquebrajó, abriendo fisuras bajo la enormidad de la presión.

Mientras sus pulmones trabajaban con dificultad y el corazón le golpeaba contra el pecho, Hoyt ignoró esas exigencias terrenales de su cuerpo, ignoró el dolor de sus heridas y el sudor que vertía sal en ellas.

Él era ahora el poder. Más allá de aquel momento, en el comienzo del viaje, cuando él había vacilado durante un instante sobre el negro. Ahora, en la cima de aquella colina, por encima de la sangre y de la muerte, por encima del coraje del hombre, del sacrificio y de la furia, él era la llama incandescente del poder.

La cruz que llevaba lanzó destellos plateados y brillantes cuando Glenna unió su magia a la suya. Con una mano, cogió la de ella, aferrándola con fuerza cuando sus dedos se entrelazaron, y la ayudó a levantarse. Con la otra, cogió una espada, y el fuego que se desprendió de ella era de un blanco puro.

—Somos nosotros los que te tomamos a ti —dijo Hoyt, y lanzó un poderoso rayo con su espada—. Nosotros que luchamos por la pureza de la magia, por el corazón de la humanidad. Somos nosotros quienes te derrotamos, quienes te destruimos, quienes te enviamos para siempre a las llamas.

—¡Malditos seáis! —gritó Midir, y alzando ambos brazos, lanzó sendos rayos hacia Hoyt y Glenna. El miedo apareció en su rostro cuando Glenna agitó una mano en el aire y los convirtió en cenizas.

—No. Maldito seas tú.

Hoyt dirigió la espada hacia Midir. El fuego blanco saltó desde la hoja para atravesarle el corazón como si fuese acero.

En el lugar donde cayó y murió, la tierra se volvió negra.

Terreno elevado, pensó Moira. Tenía que regresar al terreno elevado y reagrupar a los arqueros. Ella había oído claramente los gritos que advertían que su línea de defensa había vuelto a romperse en el norte. Las flechas ardientes obligarían a retroceder a aquella fuerza invasora y darían tiempo a sus tropas para recomponer sus líneas otra vez. A través de la confusión, buscó un caballo o un dragón que pudiese llevarla hasta el lugar donde sabía que más la necesitaban. Y al alzar la vista, alcanzó a ver a Hoyt y Glenna bañados por una luz blanca y pura y enfrentándose a Midir. Un atisbo de esperanza renovada hizo que echara a correr hacia ellos. Aunque la tierra parecía aferrarse a sus pies, agitó la espada contra un enemigo que se cruzó en su camino. El corte que le hizo sirvió para frenar su carrera y, cuando se disponía a golpear otra vez, Riddock acabó con él desde atrás.

Con una mueca salvaje, Riddock avanzó con un puñado de hombres hacia la línea rota. El vivía, pensó ella. Su tío estaba vivo. Cuando corrió para reunirse con él, la tierra se agitó bajo sus pies y la hizo caer.

Cuando se estaba levantando, su mirada se encontró con los ojos abiertos y sin vida de Isleen.

—No. No. No.

Isleen tenía un profundo corte en la garganta, la fina tira de cuero de la que Moira sabía que le colgaba una cruz de madera, estaba rota y empapada de sangre. El dolor fue tan fuerte, la golpeó de un modo tan profundo, que se aferró a su cuerpo.

Aún estaba tibia, pensó mientras la acunaba entre sus brazos. Aún tibia. Si hubiese sido más veloz, podría haber salvado a Isleen.

—Isleen. Isleen.

Las palabras eran una imitación burlona cuando Lilith surgió de la densa humareda.

Iba vestida para la batalla, en rojo y plata, y en la cabeza lucía una corona igual a la de Moira. Su espada estaba cubierta de sangre hasta la enjoyada empuñadura. Al verla, Moira sintió que olas de furia y miedo chocaban dentro de ella haciendo que se levantase de un salto.

—Mírate. —La elegancia y destreza con que Lilith movía la espada mientras giraba a su alrededor, le advirtieron a Moira que la reina de los vampiros conocía muy bien el arte de la esgrima—. Pequeña e insignificante, cubierta de barro y lágrimas. Me asombra haber perdido tanto tiempo planeando tu muerte cuando todo es tan sencillo.

—No conseguirás la victoria. —Reina contra reina, pensó Moira al tiempo que bloqueaba el primer golpe lanzado por Lilith. La vida contra la muerte—. Os estamos haciendo retroceder. Nunca nos detendremos.

—Oh, por favor. —Lilith hizo un gesto despectivo con la mano—. Vuestras líneas se están derrumbando como si fuesen de arcilla, y aún tengo doscientos soldados en la reserva. Pero esto no se trata de vencer aquí o allá. Esto es entre tú y yo.

Casi sin pestañear, Lilith cogió por la garganta al soldado que la atacaba y le rompió el cuello. Lo lanzó a tierra con un gesto de indiferencia mientras golpeaba la espada flamígera de Moira.

—Midir tiene sus habilidades —dijo Lilith cuando logró que el fuego se extinguiera—. Quiero tomarme mi tiempo contigo, perra humana. Tú mataste a mi Davey.

—No, tú lo hiciste. Y una vez destruido aquello en lo que lo convertiste, espero que lo que Davey fue alguna vez, la inocencia que tuvo, te esté maldiciendo.

La mano de Lilith salió disparada hacia adelante, relampagueando como los colmillos de una cobra. Sus uñas arañaron la mejilla de Moira.

—Mil cortes. —Lamió la sangre que manchaba sus dedos—. Eso es lo que te daré. Un millar de cortes mientras mi ejército se llena el estómago con los vuestros.

—No volverás a tocarla. —Montado en su corcel negro, Cian se acercó lentamente, como si el tiempo se hubiera detenido—. No volverás a tocarla nunca más.

—¿Vienes a salvar a tu puta? —Lilith sacó de su cinturón una estaca de oro—. Madera de roble dorada. Ordené que la hicieran especialmente para ti, para el momento en que acabe contigo del mismo modo en que te creé. Dime, ¿no te excita toda esta sangre? Charcos calientes de ella, cadáveres que aún no se han enfriado esperando a ser vaciados. Sé que lo que hay en ti ansia ese sabor. Yo puse eso en tu interior y lo conozco tanto como me conozco a mí misma.

—Tú nunca me conociste. Vete —le dijo a Moira desmontando.

—Sí, puedes echar a correr. Ya te encontraré más tarde.

Lilith voló hacia Cian, luego giró sobre su cabeza agitando la espada. Cuando lanzó el acero hacia abajo, su estaca encontró el aire mientras Cian movía el cuerpo hacia arriba y atrás, con los tacones de las botas rozando el rostro de Lilith.

Ambos se movían tan de prisa, a una velocidad tan pavorosa, que Moira apenas alcanzó a ver algo más que una mancha borrosa, a oír los aceros que chocaban como un trueno de plata. Aquélla sería la batalla de Cian, ella lo sabía, la que solamente él podía librar. Pero no le abandonaría.

Montó en el caballo y llevó a Vlad colina arriba a través de las piedras cubiertas de sangre, hasta colocarse por encima de sus cabezas. Desde allí lanzó chorros de fuego con su espada para contener el avance de los soldados de Lilith que pretendían llegar a donde estaba su reina. Juró que ella y la espada de Geall defenderían a su amado hasta el final.

Lilith era muy hábil, y Cian lo sabía. Después de todo, ella había tenido cientos de años para aprender el arte de la guerra, igual que él. Su fuerza y velocidad eran tan grandes como las de él. Tal vez más. Ella bloqueaba sus golpes, lo hacía retroceder, se escabullía de la fuerza de su ataque.

Aquel lugar todavía era de Lilith, era consciente de ello. Aquel reducto de negrura. Ella se alimentaba de aquel lugar mientras que él no se atrevía a hacerlo. Ella se alimentaba de los gritos que resonaban en el aire y de la sangre que parecía empaparlo como una lluvia.

Cian luchaba contra Lilith, y contra la guerra que había en su interior; esa cosa que pugnaba por liberarse y revelar lo que era. Aquello en lo que Lilith lo había convertido. Aprovechando su ventaja, ella apartó de un golpe la espada de Cian y, en el instante en que él quedó descubierto, lanzó la estaca contra su corazón.

La fuerza del golpe lo hizo retroceder, tambaleándose. Pero cuando el grito de triunfo de Lilith se apagaba, él seguía de pie, ileso.

—¿Cómo? —Fue todo lo que Lilith alcanzó a decir mientras le miraba fijamente.

Cian sentía la marca del relicario de Moira contra su corazón, y el dolor era leve y dulce.

—Una magia que tú jamás conocerás.

Cian se lanzó hacia adelante con la espada, y hundió la afilada punta en la cicatriz del pentáculo. La sangre que comenzó a brotar de la herida era negra y espesa como la brea.

El dolor y la furia hicieron que surgiera el demonio en sus ojos, el rojo asesino. Ahora los gritos de Lilith resonaron en todo el valle cuando se lanzó hacia él con una fuerza nueva y salvaje. Cian repelió el ataque y derramó más sangre mientras el relicario parecía latir como un corazón en su pecho.

La espada de Lilith le alcanzó en el brazo, e hizo que la suya cayese tintineando entre las piedras.

—¡Ahora tú! ¡Luego tu puta!

Cuando Lilith atacó, Cian cogió con fuerza la muñeca de la mano que sostenía la espada. Ella le sonrió.

—Que sea de este modo entonces. Es más poético.

Ella desnudó los colmillos para morderle el cuello. Entonces Cian le clavó en el corazón la estaca dorada que Lilith había hecho especialmente para él.

—Te diría que te fueras al infierno, pero creo que ni siquiera allí te aceptarían.

Los ojos de Lilith se abrieron enormemente y se volvieron azules. Cian sintió cómo se disolvía la muñeca que aferraba en su mano ensangrentada, pero aquellos ojos aún lo miraron un instante más.

Luego sólo hubo un montón de cenizas a sus pies.

—He acabado contigo —dijo— como tú acabaste conmigo hace mucho tiempo. Eso sí es poético.

La tierra comenzó a temblar bajo sus pies. Bien, pensó Cian, ya viene.

El corcel negro saltó desde las rocas esparciendo las cenizas con los cascos.

—Lo has conseguido. —Moira bajó de Vlad y se echó en sus brazos—. La has derrotado. Has ganado.

—Esto ha sido lo que me salvó. —Sacó el relicario que ella le había dado y le mostró la profunda muesca que presentaba la plata por la fuerza de la estaca—. Tú me has salvado.

—Cian. —Cuando la roca detrás de ella se abrió como un huevo, Moira saltó y su rostro volvió a palidecer—. De prisa. Vete, de prisa. Ya ha comenzado. La sangre de Lilith, su fin, era lo último. Ellos han comenzado el conjuro.

—Tú la has derrotado, tú has ganado. Recuerda siempre eso, Moira.

La atrajo hacia él y aplastó su boca con la suya. Luego montó en su caballo y se marchó a todo galope.

Alrededor de ella todo era un caos. Gritos y chillidos a través del humo, los gemidos de los heridos, la huida desesperada del enemigo.

Un dragón dorado apareció en medio de ese caos con Blair sobre su lomo. Con la tierra ondulándose bajo sus pies, Moira alzó los brazos para que Larkin pudiese sujetarla entre sus garras. Luego voló con él hacia la cima de la colina, sobre la tierra trémula.

Allí arriba, Hoyt cogió con fuerza la mano de Moira.

—Tiene que ser ahora.

—Cian. No podemos estar seguros de…

—Le di mi palabra. Debe ser ahora.

Alzó las manos juntas y todos elevaron sus rostros y sus voces hacia el cielo negro.

—En este lugar una vez maldito, conservamos el poder, y lo ejercemos en esta hora final. Sobre esta tierra se derramó la sangre en la más negra de las noches, la de ellos por la oscuridad y la nuestra por la luz. La magia negra y los demonios han sido derrotados aquí por nuestra mano, y ahora reclamamos esta tierra ensangrentada. Ahora convocamos todo lo que hemos hecho. Ahora, a través de la oscuridad, elevamos el sol. Su luz golpeará a nuestro enemigo. ¡Que así sea!

La tierra tembló y el viento comenzó a soplar con furia.

—¡Llamamos al sol! —gritó Hoyt—. ¡Llamamos a la luz!

—¡Llamamos al amanecer! —La voz de Glenna se elevó junto a la de Hoyt, y el poder aumentó cuando Moira cogió su mano libre—. Que se queme la noche.

—Se eleva por el este —cantó Moira, mirando a través del humo que se arremolinaba a su alrededor, mientras Larkin y Blair completaban el círculo—. Se extiende hacia el oeste.

—Ya viene —gritó Blair—. Mirad. Mirad hacia el este.

El cielo se iluminó por encima de las sombras de las montañas, y la luz se extendió y creció hasta que todo se volvió brillante como si fuese mediodía.

En el valle, los vampiros se quemaban hasta quedar convertidos en nada.

En el terreno rocoso y quebrado, las flores comenzaron a abrirse.

—¿Has visto eso? —La mano de Larkin aferró con fuerza la de Moira, y su voz era ronca y reverente—. La hierba se está volviendo verde.

Moira lo vio y también el dulce hechizo de las flores blancas y amarillas que se extendían sobre aquella alfombra verde. Vio los cuerpos de los que habían caído en la pradera de un valle pródigo y bañado por el sol.

Pero no vio a Cian por ninguna parte.