Enterraron a Tynan una mañana luminosa, con las sombras de las nubes danzando sobre las colinas y una alondra cantando alegremente, posada en la rama de un serbal. El hombre santo bendijo la tierra antes de que bajaran el cuerpo, al ritmo de un tambor y un flautín tocando un canto fúnebre.
Todos los que conocían a Tynan, y muchos otros que no, estaban allí, de modo que los presentes en el entierro se extendían por todo el cementerio bañado por el sol y hasta la ladera de la colina hacia el castillo. Las tres banderas de Geall ondeaban a media asta.
Moira se encontraba junto a Larkin con los ojos secos. Aunque oía el llanto de la madre de Tynan, ella sabía que su momento para derramar lágrimas ya había pasado. El resto de los miembros del círculo estaban detrás de ella y podía sentirlos, encontrar cierto consuelo en su presencia.
Ahora, habría allí dos lápidas que representarían a amigos, junto con las que indicaban las tumbas de los padres de Moira. Todos ellos víctimas de una guerra que se había iniciado mucho antes de que ella supiera siquiera de su existencia, y a la que pondría término de un modo u otro.
Finalmente, Moira se alejó para permitir a la familia unos últimos momentos de intimidad. Cuando Larkin le cogió la mano, ella la aferró con fuerza. Luego miró a Cian, y apenas pudo ver sus ojos bajo la sombra de la capucha. Luego miró a los demás.
Tenemos trabajo que hacer. Larkin y yo debemos hablar un momento con la familia de Tynan, y luego nos reuniremos todos en el salón.
—Nosotros vamos entrando —dijo Blair. Luego se adelantó y apoyó la mejilla en la de Larkin.
Moira no pudo oír las palabras que Blair le susurró al oído, pero Larkin le soltó la mano y atrajo a Blair para abrazarla con fuerza.
—En seguida vamos —le aseguró Larkin a Blair. A continuación, se apartó de ella y volvió a coger a Moira de la mano. Ésta podría jurar que era capaz de sentir el dolor de él a través de la piel.
Antes de que Moira pudiese volverse hacia la familia de Tynan, la madre de éste se apartó de su esposo y se abrió paso hacia donde estaba Cian. Sus ojos aún velados por las lágrimas.
—Es vuestra especie la que hizo esto. Vuestra especie mató a mi hijo.
Hoyt intentó adelantarse, pero Cian se movió para bloquearle el paso.
—Sí.
—Vos deberíais estar en el infierno en lugar de mi hijo bajo la tierra.
—Sí —repitió Cian.
Moira se acercó y apoyó una mano sobre el hombro de la mujer, pero ella se la sacudió de encima.
—Vosotros, todos vosotros. —Giró lentamente, alzando un dedo acusador—. A todos os importa más esta cosa que mi hijo. Y ahora él está muerto. No tenéis ningún derecho a permanecer aquí, junto a su tumba.
Luego escupió a los pies de Cian.
Mientras se cubría el rostro con las manos y lloraba inconsolable, su esposo y sus hijas se la llevaron de allí.
—Lo siento —dijo Moira—. Yo hablaré con ella.
—No pasa nada. Ella no está equivocada.
Sin añadir nada más, Cian se alejó de la tumba fresca y de las filas de lápidas que señalaban el lugar donde reposaban los muertos.
Niall le alcanzó cuando llegaba a las puertas del cementerio.
—Sir Cian, necesito intercambiar unas palabras con vos.
—Puedes decirme todas las palabras que quieras, pero una vez que haya salido de debajo de este maldito sol.
No sabía por qué había acudido al cementerio. Ya había visto más que suficientes muertos en su tiempo, oído más que suficiente llanto por ellos. La madre de Tynan no era la única que lo miraba con miedo y odio, y allí estaba él, en pleno día y con una tela basta y un conjuro como única protección ante aquel sol asesino.
Su sangre se enfrió en el mismo instante en que entró en el castillo, alejado de la luz.
—Di lo que tengas que decir.
Cian se echó hacia atrás la odiada capucha de la capa.
—Eso haré. —Niall, un hombre corpulento de semblante habitualmente alegre y ahora tenso y sombrío, asintió abruptamente. Su ancha mano descansaba en la empuñadura de la espada mientras miraba con dureza a Cian a los ojos—. Tynan era un amigo, y uno de los mejores hombres que he conocido.
—No me dices nada que no haya oído antes.
—Bueno, a mí no me habíais oído decirlo, ¿no? Vi lo que ellos le hicieron a Sean, que había sido un muchacho indefenso y a menudo tonto. Vi cómo pateaba el cuerpo de Tynan y lo hacía caer del caballo como si no fuese más que basura que se arroja a una zanja.
—Para él no era más que eso.
Niall asintió nuevamente, y sus dedos se cerraron sobre la empuñadura.
—Sí, eso fue lo que hicieron de él. Y de vos. Pero yo observé cómo levantabais el cuerpo de Tynan del suelo, vi cómo lo llevabais dentro del castillo; como llevaría un hombre a un amigo muerto. No he visto nada en vos de lo que era Sean. La madre de Tynan está desesperada. Él era su primogénito y está loca de dolor. No es cierto lo que ha dicho de vos junto a la tumba. Y a Tynan no le hubiese gustado que nadie de su sangre os insultara, de modo que os estoy diciendo esto como amigo. Y también os digo que cualquier hombre que lucha a mi lado, también lucha a vuestro lado. Tenéis mi palabra.
Apartó la mano derecha de la empuñadura de la espada y se la tendió a Cian.
Los humanos nunca dejaban de sorprenderlo. Lo irritaban, fastidiaban, divertían y, ocasionalmente, lo instruían. Pero, sobre todo, lo asombraban sin cesar con las curiosas vueltas de sus mentes y corazones.
Cian suponía que ésa era una de las razones por la que había sido capaz de vivir entre ellos durante tanto tiempo y mantener el interés.
—Te agradezco tus palabras. Pero antes de que estreches mi mano es necesario que sepas que lo que había en Sean también está en mí. Sólo hay una pequeña diferencia.
—No es pequeña según mi medida. Y pienso que usaréis eso que hay en vos para luchar contra esos demonios. Yo lucharé codo con codo junto a vos, sir Cian. Y mi mano aún está tendida.
Cian se la estrechó.
—Me siento agradecido —dijo.
Pero cuando subió la escalera lo hizo solo.
Moira, desconsolada, regresó andando al castillo. Había muy poco tiempo para el duelo, ella lo sabía, poco tiempo para el consuelo. Lo que Lilith le había hecho a Sean, a Tynan, lo había hecho para destrozarles el corazón. Y había dado en el blanco.
De modo que ahora los combatirían con acción, con movimiento.
—¿Pueden utilizarse los dragones? ¿Están ya lo bastante entrenados como para transportar hombres?
—Son listos y complacientes —le dijo Larkin—. Fáciles de montar por cualquiera que tenga buenas posaderas y no le tema a la altura. Pero hasta ahora ha sido como una especie de juego para ellos. No puedo decir cómo se comportarán en la batalla.
—Por ahora se trata más de una cuestión de transporte. Tú y Blair sois lo que mejor los conocéis. Necesitaremos… —Se interrumpió cuando su tía cruzó el patio—. Deirdre. —Besó a su tía en la mejilla y la abrazó. Sabía que las madres de Larkin y Tynan eran muy amigas—. ¿Cómo está?
—Está postrada. Inconsolable. —Los ojos de Deirdre, hinchados por sus propias lágrimas, se fijaron en el rostro de Larkin—. Como lo estaría cualquier madre.
Él la abrazó.
—No os preocupéis por mí, o por Oran.
—Me pides un imposible. —A pesar de todo, consiguió esbozar una sonrisa. Pero ésta se desvaneció cuando miró nuevamente a Moira—. Sé que éstos son tiempos muy difíciles, y que tienes muchas cosas en la cabeza, en el corazón. Pero quisiera hablar contigo. En privado.
—Por supuesto. Me reuniré con vosotros en un momento les dijo a los demás, y luego pasó el brazo por los hombros de Deirdre—. Iremos a mi sala de estar. Beberemos té.
—No es necesario que te molestes.
—Nos hará bien a las dos.
Cuando entraron en la antecámara, llamó a uno de los criados y le dijo que les subieran el té a la sala de estar.
—¿Y Sinann? —continuó Moira mientras subían la escalera.
—Fatigada y llena de pena por Tynan, de preocupación por su esposo, por sus hermanos. No podía permitir que hoy fuese al cementerio, le he dicho que debía descansar. Estoy preocupada por ella, por el niño que lleva en sus entrañas y por sus otros hijos.
—Sinann es fuerte, y os tiene a vos para cuidar de ella.
—¿Será suficiente tenerme a mí si Phelan cae como lo ha hecho Tynan? Si Oran ya ha…
—Debe ser así. No tenemos alternativa en este asunto. Ninguno de nosotros.
—Ninguna alternativa salvo la guerra.
Deirdre entró en la sala de estar y se sentó. Su rostro, enmarcado por la toca, se veía más envejecido que en las semanas anteriores.
—Si no luchamos contra ellos, nos matarán a todos como han hecho con Tynan. O nos harán lo que le hicieron al pobre Sean.
Moira se acercó al hogar para añadir unos trozos de turba al fuego. A pesar del brillante sol de otoño, estaba helada hasta los huesos.
—Y al luchar contra ellos, ¿cuántos morirán? ¿Cuántos serán asesinados sin piedad?
Moira se irguió y se volvió hacia su tía. Ella no era la única que preguntaba, que buscaba en su reina la respuesta imposible.
—¿Cómo puedo decirlo? ¿Qué querríais que hiciera? Vos, que fuisteis la confidente de mi madre antes de que fuese reina y durante todo su reinado, ¿qué hubieseis querido que hiciera ella?
—Los dioses te han encargado esta tarea. ¿Quién soy yo para decirlo?
—Mi sangre.
Deirdre suspiró y se miró las manos, que tenía apoyadas en el regazo.
—Estoy cansada, hasta el fondo de mi alma. Mi hija teme por su esposo, como lo hago yo por el mío. Y también por mis hijos. Mi amiga ha enterrado hoy a su hijo. Y sé que no hay elección en esto, Moira. Esta plaga ha llegado a nosotros y debemos combatirla.
Una criada entró trayendo el té.
—Puedes dejarlo allí —dijo Moira—. Yo misma lo serviré. ¿Habéis enviado comida al salón?
La joven hizo una reverencia.
—Sí, su majestad. El cocinero se estaba encargando de ello cuando me he marchado con el té.
—Gracias. Eso es todo entonces.
Moira se sentó y sirvió la infusión.
—También hay galletas. Es bueno disfrutar de pequeños placeres en los tiempos difíciles.
—Es precisamente de los pequeños placeres en los tiempos difíciles de lo que quiero hablarte.
Moira le pasó una taza.
—¿Hay algo que yo pueda hacer para aligerar vuestro corazón? ¿El de Sinann y los niños?
—Sí, lo hay. —Deirdre bebió un poco de té antes de dejar la taza a un lado—. Moira, tu madre fue mi amiga más querida en este mundo, y yo estoy aquí en su lugar, y te hablo como lo haría con mi propia hija.
—Lo sé.
—Cuando hablaste de esta guerra que nos amenaza, dijiste que no había otra elección. Pero hay otras elecciones que tú has hecho. Elecciones de mujer.
Moira, al entender el sentido de las palabras de su tía, se apoyó en el respaldo de su silla.
—Sí, lo he hecho.
—Como reina, una que se llama a sí misma guerrera, una que ha demostrado ser una guerrera, tienes el derecho, incluso la obligación, de utilizar todas y cada una de las armas a tu disposición para proteger a tu pueblo.
—Así lo hago y lo haré.
—Este Cian ha llegado aquí desde otro tiempo y otro lugar. Tú crees que los dioses lo han enviado.
—Sé que es así. Él luchó por vuestro hijo. Me salvó la vida. ¿Os sentaréis aquí y me miraréis, y le maldeciréis como ha hecho la madre de Tynan?
—No. —Deirdre inspiró profundamente—. En esta clase de guerra, él es una arma. Usándolo a él puedes salvarte tú, a mis hijos, a todos nosotros.
—Os equivocáis —dijo Moira suavemente—. Lo que Cian ha hecho, y lo que hará para acabar con esta plaga, lo hace por propia voluntad.
—La voluntad de un demonio.
Los ojos de Moira se helaron.
—Como gustéis.
—Y has llevado a ese demonio a tu cama.
—He llevado a Cian a mi cama.
—¿Cómo puedes hacer algo así? Moira, Moira. —Extendió las manos—. No es humano y, sin embargo, te entregaste a él. ¿Qué puede haber de bueno en ello?
—Para mí ya ha habido mucho.
Deirdre se apoyó un momento en el respaldo de la silla antes de continuar y se presionó los ojos con los dedos.
—¿Crees acaso que los dioses lo han enviado a ti para esto?
—No puedo saberlo. ¿Os hicisteis esa misma pregunta cuando elegisteis a mi tío?
—¿Cómo puedes compararlo? —exclamó Deirdre—. ¿Acaso no tienes vergüenza, orgullo?
—Ninguna vergüenza y considerable orgullo. Le amo y él me ama.
—¿Cómo puede amar un demonio?
—¿Cómo puede un demonio arriesgar su vida, una y otra vez, para salvar a la humanidad?
—No es su valentía lo que estoy cuestionando, sino tu juicio. ¿Crees que he olvidado lo que significa ser joven, estar excitada, hacer locuras? Pero tú eres la reina, y tienes responsabilidades para con la corona, para con tu pueblo.
—Vivo y respiro esa responsabilidad cada momento, cada día.
—Y por la noche te acuestas con un vampiro.
Moira, incapaz de seguir sentada un momento más, se levantó y fue hasta la ventana. El sol aún brillaba, dorado y luminoso. Su luz se extendía sobre la hierba, sobre las aguas del río, en las alas de los dragones que describían ociosos círculos alrededor del castillo.
—No os pido que lo entendáis. Os exijo respeto.
—¿Me hablas como mi sobrina o como la reina?
Moira se volvió, su figura enmarcada por la ventana y la luz del sol.
—Los dioses me han considerado ambas cosas. Habéis venido a mí movida por la preocupación y yo lo acepto. Pero también habéis venido a condenar a alguien, y eso no puedo aceptarlo. Yo a Cian le confiaría mi vida. Es mi derecho, mi elección, confiar en él con mi cuerpo.
—¿Y qué hay de tu pueblo? ¿Qué hay de aquellos que se preguntan cómo es posible que su reina haya podido tomar como amante a una de estas criaturas de las tinieblas?
—¿Acaso todos los hombres son buenos, tía? ¿Son todos buenos y generosos y fuertes? ¿Somos como nos han creado o como elegimos hacernos a nosotros mismos de ahí en adelante? Diré esto acerca de mi pueblo, acerca de aquellos a quienes defenderé con mi vida: tienen mejores cosas de las que preocuparse, en las que pensar, de las que hablar, que lo que hace su reina en la intimidad de su dormitorio.
Deirdre se puso en pie.
—Y cuando esta guerra haya terminado, ¿seguirás con ello? ¿Sentarás a esta cosa que amas a tu lado en el trono?
El sol aún brillaba en el cielo, pensó Moira, aun cuando ella sentía el corazón triste y sombrío.
—Cuando todo esto haya acabado, si conseguimos sobrevivir, Cian regresará a su mundo y a su tiempo, ya no volveré a verle nunca más. Si somos derrotados en esta guerra, yo entregaré mi vida. Si obtenemos la victoria, perderé mi corazón. No me habléis, por favor, de elecciones y responsabilidades.
—Le olvidarás. Cuando esto haya acabado, le olvidarás a él y también esta locura momentánea.
—Miradme —dijo Moira suavemente—. Sabéis que no lo haré.
—No. —Los ojos de Deirdre se llenaron de lágrimas—. No lo harás. Yo quisiera ahorrarte ese momento.
—Yo no. Ni un solo momento de lo que he vivido con Cian. He estado más viva con él de lo que lo estuve antes o lo volveré a estar. De modo que no, ni un solo momento.
Estaban todos reunidos en el salón principal del castillo, sentados alrededor de la gran mesa y de la comida, cuando Moira entró. Glenna quitó una tapa que cubría el plato en la cabecera de la mesa.
—Todavía debe de estar caliente —le dijo a Moira—. No Lo desperdicies.
—No lo haré. Necesitamos comer, conservar las fuerzas.
Pero observó la comida que había en su plato como si fuese un medicamento amargo.
—Bien. —Blair la miró con una brillante sonrisa en los labios—. ¿Cómo ha sido tu día hasta ahora?
La risa, aunque breve y carente de humor, aflojó algunos de los nudos que Moira sentía en el estómago.
—Una mierda. Ésa sería la expresión, ¿verdad?
—Nunca mejor dicho.
—Bueno. —Se obligó a comer un bocado—. Ella nos ha golpeado, como es su costumbre, intentando estimular el miedo y minar la moral y la confianza. Algunos creerán lo que Sean vino a decirnos de su parte. Que si nos rendimos, ella nos dejará en paz.
—Las mentiras son a menudo más atractivas que la verdad —observó Glenna—. En cualquier caso, el tiempo se acaba.
—Sí. Los seis tendremos que hacer preparativos para abandonar el castillo y marchar hacia el campo de batalla.
—De acuerdo —asintió Hoyt—. Pero antes de que lo hagamos, necesitaremos estar seguros de que las bases que hemos establecido aún están en nuestro poder. Si Tynan fue asesinado es posible que ellos hayan tomado esa plaza fuerte. Sólo contamos con la palabra de un demonio respecto a que fue el niño quien lo asesinó, y sólo él.
—Fue el niño. —Cian bebió un sorbo de té que contenía aproximadamente la mitad de whisky—. Las heridas que tenía en el cuerpo —explicó— no fueron provocadas por un vampiro adulto. No obstante, eso no contesta a la pregunta de si las bases son seguras.
—Hoyt y yo podemos echar un vistazo —dijo Glenna.
—Me gustaría que lo hicierais, pero echar un vistazo no es suficiente. —Moira continuó comiendo—. Es necesario que reunamos informes de los que hayan conseguido sobrevivir.
—Si es que lo han conseguido.
Ella miró a Larkin, y sintió lo mismo que él estaba sintiendo. El constante miedo por Oran.
—Si es que lo han conseguido —repitió Moira.
—Si ellos han destruido nuestra base —prosiguió Cian—, el mensajero que Lilith envió habría alardeado de ello, y es probable que ella hubiese enviado más cadáveres.
—Sí, lo entiendo. Pero para impedir que vuelva a ocurrir algo parecido, tendremos que añadir refuerzos.
—Quieres que vayamos en el dragón. —Larkin asintió—. Por eso has preguntado si estaban preparados.
—Tantos como dragones puedan ser utilizados para este objetivo. A partir de hoy, todos aquellos que deban ir a pie o a caballo serán vigilados desde el aire por quienes monten en los dragones.
Si tú, Larkin, y tú, Blair, podéis ir esta misma mañana, llevaos con vosotros a algunos de ellos. Volando en dragón podréis viajar a todas nuestras bases, transportar un mayor número de armas, ver los informes y proponer lo que creáis que debemos hacer cuando comprobéis personalmente cómo están las cosas. Podrías estar de regreso antes de que anochezca o, si no podéis hacerlo, quedaos en una de las bases hasta mañana.
—Estás reduciendo mucho nuestro número enviando a dos —interrumpió Cian—. Soy yo quien debería ir. Yo solo.
—Vaya. —Blair agitó un trozo de pan—. ¿Por qué debes llevarte tú toda la diversión?
—Por cuestiones prácticas. En primer lugar, todos salvo Glenna y yo han podido ver el campo de batalla o sus proximidades. Es hora de que también yo le eche un vistazo. Segundo, con esa jodida capa puedo comenzar el viaje durante el día, y puedo viajar más de prisa y con mayor seguridad que cualquiera de vosotros durante la noche. Y, al ser un vampiro, puedo reconocer las señales de ellos más rápido incluso que nuestra cazadora de demonios aquí presente.
—Es un buen argumento —señaló Larkin.
—En cualquier caso, había pensado ya en ir y husmear un poco. De este modo podremos matar dos pájaros de un tiro. Y, por último, creo que todos estaremos de acuerdo en ello, aquí los ánimos se calmarán un poco si yo no estoy.
—Ella estaba fuera de sí —musitó Blair.
Cian se encogió de hombros, sabiendo que se refería a la madre de Tynan.
—Todo es cuestión de perspectiva… y de dónde trazas la línea. El tiempo se acaba y uno de nosotros debería estar en el campo de batalla, especialmente de noche, cuando es probable que la propia Lilith salga a explorarlo.
—No tienes intención de regresar —dijo Moira lentamente.
—No tiene sentido que lo haga. —Sus miradas se encontraron, se sostuvieron, y dijeron mucho más que las palabras—. Uno de los hombres puede regresar con vuestros informes y todo lo demás. Y yo me encargaré de completarlos cuando todos vosotros hayáis llegado.
—Tú ya lo has decidido. —Moira estudió el rostro de Cian detenidamente— Entiendo. Pero somos un círculo, vínculos iguales. Creo que, tratándose de una decisión tan importante, todos tendríamos algo que decir. ¿Hoyt?
—No me gusta la idea de que ninguno de nosotros se marche sin los demás, la verdad. Pero es necesario hacerlo, y lo que ha dicho Cian tiene sentido. Podemos observar como lo hicimos cuando Larkin fue a las cuevas, en Irlanda. Siempre podemos intervenir si las circunstancias lo exigen. —Miró a su esposa—. ¿Glenna?
—Sí. Estoy de acuerdo. ¿Larkin?
—Yo también. Con una sola observación. Cian, creo que te equivocas al decir que reduciríamos mucho nuestro número al enviar a dos de nosotros. Pienso que nadie debería ir por su cuenta. Yo puedo llevarte allí convertido en dragón. Y —continuó antes de que Cian pusiese alguna objeción— yo tengo más experiencia que tú con los dragones, en caso de que hubiese algún problema con ellos o con el enemigo. De modo que digo que debemos ir juntos, tú y yo. ¿Blair?
—Maldita sea. El chico dragón tiene razón. Tú puedes moverte más de prisa si vas solo, Cian, pero necesitarás un vaquero de dragones para llegar hasta allí, especialmente si estás dirigiendo hombres.
—Sí, es más inteligente —asintió Glenna—. Totalmente. Tiene mi voto.
—Y el mío también —dijo Hoyt—. ¿Moira?
—Entonces eso es lo que haremos. —Se levantó de su silla sabiendo que los dos hombres que más amaba en el mundo estaban a punto de alejarse de su lado—. El resto de nosotros nos dedicaremos a terminar de fabricar las armas y asegurar el castillo, y os seguiremos dentro de dos días.
—Un gran esfuerzo —dijo Blair al tiempo que asentía—, pero podemos hacerlo.
—Entonces lo haremos. Larkin, dejaré que seas tú quien elija a los dragones para esto, y que junto con Cian elijáis a los hombres que os acompañarán. —Moira visualizó en su mente el cuadro general, los detalles—. Me gustaría que Niall se quedase, si os parece bien, para que vaya con el resto de nosotros. Ahora iré a encargarme de que preparen las provisiones que necesitaréis para el viaje.
Cuando ella hubo hecho todo lo que estaba en sus manos, y confiando en haberse tranquilizado, Moira fue a la habitación de Cian. Llamó a la puerta y a continuación la abrió sin esperar a que él respondiese. Con las cortinas corridas, apenas había luz suficiente para ver dónde pisaba, de modo que agitó la mano ligeramente, dirigiendo su poder hacia una de las velas. La forma en que brotó la llama fue un claro indicio de que no estaba tan tranquila como había esperado.
Cian estaba metiendo en un talego lo que se llevaba en el viaje.
—No me habías dicho nada de estos planes.
—No.
—¿Pensabas marcharte en mitad de la noche, sin una palabra?
—No lo sé. —Cian dejó por un momento lo que estaba haciendo y la miró. Había demasiadas cosas que él no podía darle, o pedirle, pensó. Al menos la honestidad era una virtud que ambos podían compartir—. Sí —añadió—, al menos al principio. Pero entonces, una noche, llamaste a mi puerta y mis planes cambiaron. O fueron pospuestos.
—Pospuestos. —Moira asintió lentamente—. Y cuando llegue Samhain y todo pase, ¿te marcharás también sin decir nada?
—Las palabras serían inútiles, ¿no crees?
—No para mí. —Al comprender que se estaban acercando al final, sintió el pánico crecer en su interior. ¿Cómo pudo no haberse dado cuenta de que ese sentimiento estaba allí, esperando para abrirse paso y ahogarla?— Las palabras serían algo precioso para mí. Quieres marcharte. Puedo verlo. Quieres irte.
—Tendría que haberme marchado antes. Si hubiese sido más rápido, habría cruzado esa puerta y desaparecido antes de que vinieses a mí. Habrías estado mucho mejor para afrontar esto. Esto…, conmigo, no es bueno para ti.
—¿Cómo te atreves? ¿Cómo te atreves a hablarme como si fuese una niña que quiere demasiados dulces? Estoy harta de que me den lecciones acerca de lo que debería pensar, sentir, tener, hacer. Si quieres marcharte, hazlo, pero no me insultes.
—Mi marcha no tiene nada que ver con lo que hay entre nosotros. Es sólo algo que debo hacer. Tú misma has estado de acuerdo, igual que todos los demás.
—Te habrías marchado de todos modos, aunque ellos y yo no hubiésemos estado de acuerdo.
Cian la miró mientras se sujetaba la espada a la cintura. El dolor estaba ya abriendo las heridas en ambos, como sabía que ocurriría en el mismo instante que puso sus manos sobre su piel.
—Sí, pero de este modo es menos complicado.
—¿Has terminado conmigo entonces?
—¿Y qué si fuese así?
—Pues tendrías que combatir en dos frentes, bastardo.
Cian se echó a reír sin poder evitarlo. Se dio cuenta de que entre ellos no había sólo dolor, y haría bien en recordarlo.
—Entonces, es una suerte para mí que no haya terminado contigo. Moira, anoche tú sabías que tenías que ser la que acabase con lo que una vez había sido un chico al que conocías, por el que sentías afecto. Yo también lo sabía, de modo que me abstuve de hacerlo yo, de evitarte ese momento. Sé que debo marcharme y por ahora hacerlo sin ti. Tú también lo sabes.
—Pero eso no hace que resulte más fácil. Es posible que nunca más volvamos a estar solos, que nunca más podamos estar juntos como lo hemos estado. Quiero más tiempo… no hemos tenido tiempo suficiente y necesito más. —Se acercó a él y lo abrazó con fuerza—. Ni siquiera hemos tenido nuestra noche. No ha durado hasta la mañana siguiente.
—Pero las horas son lo importante, cada minuto de ellas.
—Soy codiciosa. Y estoy furiosa porque tú te marchas y yo debo quedarme.
«No sólo hoy», pensó Cian. Los dos sabían que ella no se estaba refiriendo sólo a ese día.
—¿Las mujeres de Geall siguen la tradición de despedirse de sus hombres con un presente?
—¿Qué te gustaría llevarte?
—Un mechón de tu pelo.
El sentimiento que había en aquello lo sorprendió a él mismo, y lo hizo sentirse ligeramente incómodo. Pero cuando Moira retrocedió, él supo que su petición le había agradado.
—¿Conservarás esa parte de mí contigo?
—Lo haría si me la dieses.
Moira se tocó el pelo y luego alzó la mano.
—Espera, espera, tengo una cosa. Voy a buscarla. —En ese momento se oyó el sonido de las trompetas llamando a los dragones—. Oh, ya están preparados. Te lo llevaré fuera. No te marches. Prométeme que esperarás hasta que yo llegue para despedirte.
—Allí estaré.
«Esta vez», pensó Cian mientras ella abandonaba rápidamente la habitación.
Fuera del castillo, protegido por las sombras, Cian estudió a los dragones que Larkin había escogido y a los hombres que ambos habían convenido que les acompañarían en esa misión.
Luego frunció el cejo al ver la bola de barro endurecido que Glenna le ofrecía.
—Te lo agradezco, pero he comido demasiado en el desayuno.
—Muy gracioso. Pero es una bomba.
—Pelirroja, es una bola de barro.
—Sí, una bola de tierra… encantada que contiene una bola de fuego en su interior. Si la lanzas desde el aire… —Glenna movió las manos hacia abajo al tiempo que silbaba, luego hizo un ruido con la boca simulando una explosión—. En teoría —añadió.
—En teoría.
—La he probado, pero no desde un dragón en vuelo. En algún momento puedes probarla por mí.
Cian volvió a fruncir el cejo e hizo girar la pelota de barro entre las manos.
—¿Sólo debo lanzarla?
—Exacto. En algún lugar seguro.
—¿Y no hay ninguna posibilidad de que me estalle en las manos y yo me convierta en una bola de fuego?
—Necesita velocidad y fuerza. Convendría que te encontrases a buena altura cuando estalle. —Se alzó de puntillas y lo besó en ambas mejillas—. Ten cuidado. Nos veremos en un par de días.
Con el cejo aún fruncido, Cian aseguró la bola de barro dentro de uno de los bolsillos del arnés para armas que Blair había ideado para cuando Larkin se convertía en un dragón.
—Estaremos vigilando. —Hoyt apoyó una mano en el hombro de Cian—. Trata de mantenerte alejado de los problemas hasta que vuelva a reunir me contigo. Y tú también —le dijo a Larkin.
—Ya le he advertido que le patearé el culo si se deja matar. —Blair cogió a Larkin del pelo, tiró de él para que bajase la cabeza y lo besó con fuerza en la boca. Luego se volvió hacia Cian.
—No nos daremos un abrazo de grupo.
Blair sonrió.
—Estoy de acuerdo contigo en eso. Mantente alejado de los objetos de madera puntiagudos.
—Esa es la idea.
Miró por encima del hombro y vio que Moira corría hacia el establo.
—Pensaba que iría más rápida —dijo casi sin aliento—. Veo que ya estáis preparados para partir. Larkin, ten mucho cuidado.
Le abrazó con fuerza.
—Tú también. —Larkin le dio un último abrazo—. ¡Montad en vuestros dragones! —gritó y, con una última sonrisa dirigida a Blair, cambió de forma.
—Tengo lo que me has pedido. —Moira le dio a Cian un relicario de plata mientras Blair ajustaba el arnés al cuerpo de Larkin—. Mi padre se lo dio a mi madre cuando nací para que ella pudiese guardar en él un mechón de mi pelo. He sacado el que había y he metido otro.
Y también toda la magia que había podido generar.
Se alzó de puntillas y colocó la cadena alrededor del cuello de Cian. Para dejar las cosas claras ante cualquiera que estuviese mirando, cogió el rostro de él entre las manos y le dio un largo, cálido y tierno beso en la boca.
—Tendré otro de ésos esperándote —dijo—. De modo que no cometas ninguna tontería.
Cian se puso la capa, cubriéndose la cabeza con la capucha y asegurándola. Montó sobre Larkin y miró a Moira a los ojos.
—En dos días —dijo él.
Un momento después, se elevaba hacia el cielo en el dragón dorado. Otros dragones fueron tras ellos lanzando berridos.
Mientras los observaba, mientras esos destellos de color se hacían más pequeños con la distancia, a Moira le sacudió una súbita certeza: la seguridad de que los seis no regresarían del valle al castillo como un círculo.
Detrás de ella, Glenna le hizo un gesto a Hoyt para que se alejase. Luego enlazó con un brazo la cintura de Blair y con el otro la de Moira.
—Muy bien, chicas, vamos a concentrarnos en preparar todo lo necesario para que podáis reuniros con vuestros hombres.