Cian la besó en el balcón y ella nunca olvidaría nada de todo aquello. No olvidaría la apacible música de la noche, el frío en el aire, la maestría de sus labios.
Esa noche, ella no pensaría en la salida del sol y las obligaciones que traería el nuevo día. La noche era el tiempo de Cian y, mientras estuviese con él, también sería el de ella.
—Has besado a muchas mujeres.
Él sonrió levemente y volvió a rozar sus labios con los suyos.
—Así es.
—A cientos de mujeres.
—Como mínimo.
Ella entornó los ojos.
—¿A miles?
—Es muy probable.
—Hmmm. —Se apartó de él y luego se dio la vuelta, apoyándose en la balaustrada de piedra—. Creo que haré un decreto que diga que todos los hombres de Geall deben besar a su reina. Así podré ponerme a tu altura. Y, al mismo tiempo, podría servirme para una especie de estudio, una comparación. Podría ver cuál es tu nivel en esta habilidad en particular.
—Interesante. Pero me temo que encontrarías a tus compatriotas tristemente deficientes.
—¡Oh! ¿Y cómo puedes estar tan seguro? ¿Has besado alguna vez a un hombre de Geall?
Él se echó a reír.
—Muy lista.
—Eso me dicen. —No se movió cuando Cian se acercó a ella, cuando la aprisionó, colocando ambas manos sobre la balaustrada, una a cada lado de su cuerpo—. ¿Tu gusto se inclina por las mujeres inteligentes?
—Sí, cuando sus ojos son como la niebla nocturna y su pelo es del color del roble bruñido.
—Gris y castaño. Siempre pensé que eran dos colores muy apagados, pero nada de lo que hay en mí se siente apagado cuando estoy contigo. —Apoyó una mano sobre el corazón de Cian. Aunque no latía, ella pudo ver el pulso en sus ojos—. No me siento tímida cuando estoy contigo, tampoco nerviosa. Antes sí, hasta que me besaste. —Moira apretó los labios en el lugar donde había estado su mano—. Luego pensé que debería haberlo sabido. Una cortina se abrió en mi interior, y creo que jamás volverá a cerrarse.
—Tú has traído la luz dentro de mí, Moira.
Lo que Cian no dijo, ni a ella ni a sí mismo, era que, cuando él se marchara, esa luz volvería a apagarse.
—La luna está muy clara esta noche, y las estrellas brillan en el cielo. —Apoyó las manos sobre las de Cian—. Dejaremos las cortinas abiertas hasta que sea el momento de dormir.
Entró nuevamente con él en la habitación, iluminada por la luz de la luna y de las velas. Moira sabía que sería entonces cuando la calidez se convertiría en calor, y el calor en fuego. Con todas las emociones y sensaciones que acompañarían esa transformación.
Desde alguna parte llegó la llamada de un búho. «Reclama a su pareja», pensó ella. Era el momento de desear intensamente a la pareja.
Se quitó la delgada corona, la dejó a un lado y luego alzó las manos para quitarse los pendientes. Cuando vio que Cian la estaba observando, comprendió que aquellos pequeños actos, aquel preludio antes de desvestirse, podía ser excitante para él.
De modo que se quitó los pendientes lentamente, mirando a Cian mientras éste la miraba a ella. Se quitó la cruz que había ocultado bajo su vestido, alzándola por encima de la cabeza. Aquello, ella lo sabía, era un acto de confianza.
—No tengo aquí a mis damas de compañía. ¿Podrías ayudarme con las cintas?
Se volvió de espaldas a él y se levantó el pelo con la mano.
—Creo que intentaré que fabriquen cremalleras. Es algo realmente sencillo y hace que vestirse sea más fácil.
—Y un enorme encanto se perderá en aras de la comodidad.
Moira le sonrió por encima del hombro.
—Es fácil para ti decirlo. —Pero por otra parte, sentir cómo él le aflojaba aquellas cintas, le provocaba un aleteo en el estómago—. ¿Qué invento es el que más te ha impresionado en todo este tiempo?
—Las instalaciones sanitarias interiores.
La rapidez de su respuesta hizo que Moira se echase a reír.
—Larkin y yo nos enviciamos, y echo muchísimo de menos esas comodidades. Estudié los depósitos de agua y las cañerías.
Creo que podría idear algo parecido a vuestra ducha.
—Reina y fontanera. —Apoyó los labios sobre su hombro mientras apartaba las cintas—. Tus habilidades no tienen fin.
—Me pregunto si también sería buena como ayuda de cámara de un caballero. —Se volvió hacia él—. Me gustan los botones —añadió, al tiempo que comenzaba a desabrocharle la camisa—. Son bonitos y sensibles.
Igual que ella, pensó Cian mientras Moira continuaba eficazmente su tarea. Luego se pasó una mano por el pelo.
—Creo que debería cortármelo. Como Blair. ¿Eso te gustaría? —preguntó ella.
—No. No lo hagas. —Su vientre se estremeció cuando sus dedos hicieron una pausa sobre el botón metálico de sus vaqueros. Los suyos se deslizaron a través de su cabellera castaña, desde su cabeza hasta su cintura—. Son hermosos. Me gusta cómo caen sobre tus hombros y se extienden por tu espalda. Casi brillan contra tu piel.
Moira, fascinada, miró hacia el gran espejo que tenía delante. Y se sobresaltó al verse medio desnuda. Y sola.
Apartó la vista rápidamente y le sonrió con dulzura.
—Aun así, tener el pelo tan largo es un problema y…
—¿Te has asustado?
No tenía ningún sentido fingir que no había entendido lo que le preguntaba.
—No. Es un poco impresionante, nada más. ¿Es difícil para ti? ¿No poder ver tu reflejo en los espejos?
—Es lo que hay. Te adaptas a ello. Es sólo una ironía más. Has conseguido la juventud eterna, pero nunca serás capaz de verla. Sin embargo…
El la hizo volverse, de modo que ambos quedaron frente al espejo. Luego alzó su cabellera y la dejó caer. Cuando Moira se echó a reír al ver que su pelo parecía moverse solo, él apoyó las manos sobre sus hombros.
—Siempre hay maneras de divertirse —dijo Cian.
Volvió a levantarle el pelo y esta vez le pasó los labios —y apenas los dientes— a lo largo de la nuca.
Oyó la súbita inhalación de aire y vio cómo los ojos de ella se abrían.
—No, no —musitó, cuando ella comenzó a volverse—. Sólo observa. —Y deslizó los dedos sobre su piel… sobre sus hombros desnudos, bajando hacia donde el vestido pendía levemente ante sus pechos—. Sólo siente.
—Cian.
—¿Has soñado alguna vez con un amante que llegaba a ti en mitad de la noche, en la oscuridad? —Le bajó el vestido hasta la cintura y luego deslizó suavemente las yemas de los dedos sobre sus pechos desnudos—. Sorprendiéndote. Sus manos y sus labios calentando tu piel.
Ella alzó las manos hacia las de Cian porque necesitaba sentirlas. Luego se sonrojó intensamente y las apartó al ver que el reflejo del espejo la mostraba acariciando sus propios pechos.
Detrás de ella, invisible, Cian sonrió.
—Me dijiste que yo no te había arrebatado la inocencia. Tal vez tenías razón, pero creo que lo haré ahora. Es… jugosa, y lo que soy la desea con vehemencia.
—No soy inocente —dijo ella, pero se estremeció.
—Más de lo que crees. —Comenzó a acariciar sus pechos, trazando círculos con las yemas de los pulgares, moviéndose lentamente hasta rozar los pezones erectos—. ¿Tienes miedo?
—No. —Y se volvió a estremecer—. Sí.
—Un poco de miedo puede aumentar la excitación. —Dejó caer el vestido al suelo y apoyó los labios en su oreja—. Apártate del vestido —susurró—. Ahora mira. Mira tu cuerpo.
El miedo se unía a la excitación, de modo que le resultaba imposible separarlos. Su cuerpo estaba indefenso y su mente paralizada. Unas manos y unos labios que no podía ver la recorrían entera, eróticamente íntimos, lánguidamente posesivos. Podía ver cómo su figura se estremecía en el espejo, y contemplar el asombrado placer que inundaba su rostro.
Un velo de rendición en sus ojos.
Su amante fantasmagórico deslizaba sus manos sobre ella, sus dedos jugaban, exploraban, dejando un rastro de carne trémula.
Esta vez, cuando él le cogió de nuevo los pechos, ella cubrió sus manos con las suyas sin pudor alguno.
Moira gimió, pero sus ojos no se apartaron del reflejo. Sus párpados nunca se cerraban ante una nueva experiencia, un nuevo saber. Cian podía sentir cómo se estremecía y vio el movimiento instintivo de sus labios cuando el placer se apoderó completamente de ella. La luz de las velas jugueteaba sobre su piel nacarada y las sensaciones la encendían, de modo que florecía como una rosa.
Cuando él deslizó los dedos por su vientre, Moira volvió a lanzar un gemido, y fundiéndose con Cian, enlazó el brazo alrededor de su cuello.
El sólo tanteaba, rozando el interior de sus muslos por su parte más sensible, insinuando, apenas insinuando lo que vendría, hasta que la respiración de Moira se convirtió en un jadeo.
—Toma —murmuró él—. Toma lo que desees.
Cogió la mano de Moira y la apretó con fuerza sobre la suya entre los muslos de ella, dejándosela allí prisionera.
Moira sintió que se sacudía violentamente contra Cian, contra su propia mano mientras él la acariciaba para llevarla hacia un nuevo e intenso placer. Sentía el sólido cuerpo de él detrás de ella, y su voz le susurraba palabras que no entendía, pero en el cristal del espejo sólo se reflejaba su forma, perdida ahora en sus propias y acuciantes necesidades.
La liberación del placer la dejó sin aliento, agotada y asombrada.
Él la hizo girar tan de prisa que perdió el equilibrio, y lo habría perdido otra vez de todos modos cuando la boca de él se apoderó de la suya con una urgencia verdaderamente salvaje. Moira sólo pudo aferrarse a él, sólo pudo entregarse mientras su corazón golpeaba como un yunque contra el pecho de Cian.
A pesar de todo lo que él había tenido y tomado y probado, jamás había experimentado un apetito semejante. Una especie de necesidad demencial que sólo ella era capaz de satisfacer. Aun con toda su destreza, con toda su experiencia, se sintió indefenso cuando Moira lo atrajo hacia sí. Tan entregado y dispuesto como ella, la tendió en el suelo y se sumergió en su interior para forjar ese vínculo primordial y desesperado.
Cian hizo que volviese el rostro una vez más hacia el espejo mientras la penetraba, mientras el cuerpo de Moira se movía salvajemente debajo de las embestidas de sus fuertes caderas. Y cuando ella alcanzó el clímax, temblando de placer, él encadenó la necesidad con la voluntad hasta que los ojos de Moira se abrieron para encontrarse con su mirada. Hasta que ella vio quién la había tomado.
Y Cian volvió a hacerlo hasta que la necesidad de Moira adquirió el mismo ritmo que la suya. Entonces, hundiendo el rostro en su pelo, se vació en su interior.
Moira podría haberse quedado allí tendida, agotada, durante el resto de su vida, pero Cian la alzó. Se dio cuenta de que simplemente la había levantado del suelo y ahora estaba de pie, sosteniéndola entre sus brazos, todo en un solo movimiento, sin esfuerzo aparente.
Y su corazón danzó dentro de su pecho.
—Es una tontería —dijo ella mientras le acariciaba el cuello— y creo que debe de ser algo femenino, pero me encanta que seas tan fuerte y que, por un momento, mientras hacemos el amor, yo te haga sentir débil.
—Cuando se trata de ti, hay una parte de mí, mo chroi, que siempre es débil.
Él la había llamado mi corazón, y había hecho que el suyo volviese a danzar en su pecho.
—Oh, no lo hagas —le pidió ella cuando Cian la tendió en la cama y se volvió para correr las cortinas—. Todavía no. Aún queda mucha noche. —Giró en la cama y cogió su bata—. Voy a buscar el vino. Y el queso —añadió—. Tengo hambre otra vez.
Cuando Moira se marchó, él se acercó al hogar y lanzó otro trozo de turba al fuego. Cerró su mente a la parte de sí mismo que le preguntaba qué demonios estaba haciendo. Cada vez que estaba con Moira, sumaba una nueva cicatriz a su corazón, por el día en que ya no estaría con ella nunca más.
Moira sobreviviría a aquello, se recordó. Y él también lo haría. La supervivencia era algo que humanos y vampiros tenían en común. Nadie se moría realmente a causa de un corazón destrozado.
Ella regresó trayendo una bandeja.
—Podemos comer y beber en la cama, completamente decadentes.
Dejó la bandeja sobre el lecho y luego volvió a acostarse.
—Sin duda te he dado suficiente decadencia —dijo Cian.
—¡Oh! —Moira se echó el pelo hacia atrás y sonrió lentamente—. Y yo que esperaba que hubiese más. Pero si ya me has enseñado todo lo que sabías, supongo que no hay problema en empezar a repetir.
—He hecho cosas que ni siquiera puedes imaginar. Cosas que no querría que imaginaras.
—Ahora estás fanfarroneando.
Moira trató de restarle importancia.
—Moira…
—No lo sientas por nosotros, o por lo que crees que no puede ser, o no debería ser. —Su mirada era clara, directa—. No sientas, cuando me miras, lo que puedas haber hecho en el pasado. Haya sido lo que haya sido, cada vez que ocurría, no era más que un paso para traerte hasta aquí. Aquí eres necesario. Yo te necesito aquí.
Él se acercó a la cama.
—¿Entiendes que no puedo quedarme?
—Sí, sí. Sí. Y no quiero hablar de ello; esta noche no. ¿No podemos tener una ilusión sólo por una noche?
Él le acarició el pelo.
—No puedo lamentar lo que hay entre nosotros.
—Eso es suficiente entonces.
Tenía que ser suficiente, se recordó ella, aunque con cada minuto que pasaba había algo en su interior que se volvía loco, y más aún con la aflicción que sentía.
Alzó una de las copas y se la ofreció con mano firme. Cuando él vio que era sangre, enarcó una ceja.
—Pensé que la necesitarías. Para recuperar la energía.
Él meneó la cabeza y se sentó en la cama junto a ella.
—Bien, ¿quieres que hablemos de fontanería?
Ella no estaba segura de a qué se refería Cian, pero fuera lo que fuese, habría ocupado el último lugar en cualquier lista confeccionada por ella.
—Fontanería.
—Tú no eres la única que ha estudiado cosas. Sumado al hecho de que yo estaba presente cuando esa clase de mejoras fueron incorporadas a la vida cotidiana. Tengo algunas ideas acerca de cómo podrías instalar algunas tuberías básicas.
Ella sonrió y bebió un poco de vino.
—Instrúyeme.
Ambos dedicaron un tiempo considerable a ese tema, con Moira buscando papel y tinta para poder dibujar unos diagramas básicos. El hecho de que él demostrase tanto interés por algo que imaginaba que para la gente de su tiempo era normal, le mostraba otra faceta de Cian.
Pero, de pronto, se dio cuenta de que ese hecho no debería extrañarle, no si pensaba en el tamaño de su biblioteca en su casa de Irlanda. En una casa, recordó, que Cian sólo visitaba una o dos veces al año.
Moira comprendió también que Cian podría haber sido cualquier cosa que se hubiese propuesto. Tenía una mente rápida y curiosa, manos hábiles y, por la manera en que interpretaba música cuando ella lo escuchó tocar, el alma de un poeta. Además de un don para los negocios, se recordó a sí misma.
En Geall, en su tiempo, Cian habría sido un hombre próspero, Moira estaba segura de ello. Respetado, famoso incluso. Otros hombres se le habrían acercado en busca de consejo y ayuda. Las mujeres habrían coqueteado con él a la mínima oportunidad.
Pero él y ella se habrían conocido y cortejado y amado, de eso también estaba segura. Y Cian habría reinado a su lado sobre una tierra rica y pacífica.
Habrían tenido hijos, con los hermosos ojos azules de él. Y un varón —al menos uno— con su hendidura en la barbilla.
Y en noches como aquélla, tardías y tranquilas, ellos hablarían de planes para la familia, para su pueblo, para su tierra.
Moira parpadeó y volvió a la realidad cuando los dedos de él rozaron su mejilla.
—Necesitas dormir.
—No. —Moira meneó la cabeza y trató de concentrarse nuevamente en los diagramas… de aplazar aquellos minutos que se llevaban el tiempo que tenía para compartir con él—. Mi mente estaba vagando.
—Habrías comenzado a roncar dentro de un minuto.
—Vaya, eso no es verdad. Yo no ronco. —Pero no discutió cuando él recogió los papeles. Apenas si podía mantener los ojos abiertos—. Tal vez será mejor que descansemos un poco.
Moira se levantó para apagar las velas mientras Cian se acercaba a las cortinas. Pero cuando ella se volvió para regresar a la cama, vio que él estaba abriendo las puertas para marcharse.
—¡Por el amor de Dios, Cian, estás prácticamente desnudo! —Cogió su camisa y corrió tras él—. Al menos ponte esto. Tal vez no te importe el frío, pero a mí sí me importa que uno de mis guardias te vea completamente desnudo. No es decoroso.
—Se acerca un jinete.
—¿Qué? ¿Dónde?
—Por el este.
Moira miró hacia allí pero no vio nada. No obstante, no dudaba de su palabra.
—¿Un solo jinete?
—Dos, pero el segundo es guiado por el primero. Y se acercan al galope.
Moira asintió, regresó a la habitación y comenzó a vestirse.
—Los guardias tienen instrucciones precisas de no permitir la entrada a nadie. Iré a echar un vistazo. Puede tratarse de campesinos rezagados. Si es así, no podemos dejarles fuera del castillo y sin protección.
—No dejes que entre nadie —ordenó Cian mientras se ponía los vaqueros—. Aunque los conozcas.
—No lo haré, y tampoco ninguno de los guardias.
Con una leve punzada de pesar, se puso la corona y volvió a convertirse en reina. Y, como reina, cogió la espada.
—Debe de tratarse de rezagados —repitió—. En busca de comida y refugio.
—¿Y si no lo son?
—Entonces han recorrido un largo camino para morir.
Cuando llegó al puesto de guardia, en lo alto de la muralla, pudo ver a los jinetes, o más bien su forma. Eran dos, tal como Cian había dicho, y el primero llevaba de las riendas el segundo caballo. No vestían capas de abrigo a pesar del aire frío y de la insinuación de una primera helada.
Moira miró a Niall, a quien los guardias habían despertado al divisar a los dos jinetes.
—Quiero un arco.
Niall hizo un gesto a uno de los hombres y éste le entregó su arco y su aljaba.
—Parece inútil que el enemigo cabalgue directamente hacia nosotros. ¿Dos de ellos contra nosotros? Y sin ninguna posibilidad de atravesar las puertas a menos que se lo permitamos —comentó Niall.
—Es probable que no sean enemigos, pero las puertas no deben levantarse hasta que no estemos seguros de ello. Dos hombres —susurró ella cuando los jinetes estuvieron lo bastante cerca como para distinguirlos—. El que monta el segundo caballo parece que esté herido.
—No —dijo Cian un momento después—. Está muerto.
—¿Cómo podéis…? —Niall se interrumpió.
—¿Estás seguro? —preguntó Moira.
—Lo han atado al caballo pero está muerto. Y también el primer jinete, pero lo han convertido en vampiro.
—Muy bien entonces. —Moira suspiró—. Niall, dile a los hombres que mantengan la vigilancia por si hay más. No deben hacer nada hasta que no se les ordene. Veremos qué es lo que quiere este jinete. ¿Un desertor? —le preguntó a Cian y luego desechó la idea antes de que él le contestara—. No, un desertor se habría dirigido lo más hacia el este o el norte posible, y se hubiese mantenido oculto.
—Puede que crea que tiene algo con que negociar —sugirió Niall—. Hacernos creer que el otro jinete está vivo para que les permitamos la entrada en el castillo. O quizá posea información que piense que es valiosa para nosotros.
—No nos hará daño escuchar lo que tenga que decirnos —comenzó a decir Moira y luego aferró la mano de Cian—. El jinete. Es Sean. Es Sean, el hijo del herrero. Oh, Dios. ¿Estás seguro de que le han…?
—Conozco a los de mi clase. —Con una visión más aguda que la de Moira, él reconocía a los muertos—. Lilith le ha enviado, puede permitirse el lujo de perder a alguien a quien acaba de transformar en un muerto viviente. Lo ha enviado porque tú lo reconocerías y sentirías pena por él. No lo hagas.
—Era apenas un niño.
—Pues ahora es un demonio. Al otro jinete le han ahorrado ese trago. Mírame, Moira. —La cogió de los hombros y la hizo girar hasta quedar frente a él—. Lo siento. Es Tynan.
—No. No. Tynan está en la base. Recibimos noticias de que había llegado allí sin problemas. Herido, pero vivo y a salvo. No puede ser Tynan.
Se apartó de Cian y se inclinó sobre el parapeto de piedra, aguzando la mirada. Ahora podía oír los murmullos, luego los gritos cuando los hombres comenzaron a reconocer a Sean. Había esperanza en aquellos gritos y palabras de bienvenida.
—Ya no es Sean. —Ella elevó la voz e interrumpió los gritos de los hombres—. Ellos mataron al Sean que vosotros conocíais y han enviado a un demonio con su cara. Las puertas deben permanecer cerradas y nadie pasará a través de ellas. Es una orden.
Se volvió. Cada hueso de su cuerpo pareció quebrarse cuando vio que Cian estaba en lo cierto. El segundo jinete era Tynan, o el cuerpo maltratado de Tynan, atado al segundo caballo.
Moira quería llorar, quería refugiarse contra el pecho de Cian y lamentarse, y llorar. Quería hundirse en las piedras y gritar su furia y su pena.
Permaneció muy erguida, sin sentir ya el viento que agitaba su capa y su cabellera. Colocó una flecha en el arco y esperó a que el vampiro presentase su maligno regalo.
—Nadie debe hablarle —dijo fríamente.
Lo que había sido Sean alzó el rostro, levantó una mano para saludar a los que se habían congregado en lo alto de la muralla.
—¡Abrid las puertas! —gritó—. ¡Abrid las puertas! Soy Sean, el hijo del herrero. Es posible que aún me persigan. Tengo a Tynan conmigo. Está gravemente herido.
—No pasaréis —respondió Moira—. Ella te mató sólo para enviarte a que murieses aquí otra vez.
—Majestad. —El chico se las ingenió para hacer una torpe reverencia al tiempo que frenaba los caballos—. Vos me conocéis.
—Sí, te conozco. ¿Cómo murió Tynan?
—Está herido. Ha perdido mucha sangre. Yo conseguí escapar de esos demonios y regresé a la granja, a la base. Pero también estaba herido y me sentía débil, y Tynan, bendito sea, salió para ayudarme. Los demonios nos atacaron. Pudimos salvar la vida de milagro.
—Mientes. ¿Lo mataste tú? ¿En lo que ella te convirtió te trastornó al extremo de matar a un amigo?
—Mi señora. —Se interrumpió cuando ella alzó el arco y apuntó la flecha directamente a su corazón—. Yo no lo maté. —Levantó las manos para mostrar que no estaba armado—. Fue el príncipe. El niño. —Lanzó una risita tonta y luego se llevó la mano a la boca para atenuar la risa, con un gesto tan parecido al de Sean que le destrozó el corazón—. El príncipe lo engañó para que saliera de la casa y lo mató. Yo sólo lo he traído de regreso ante vos, como me ordenó la verdadera reina. Ella os envía un mensaje.
—¿Y cuál es ese mensaje?
—Si os rendís y la aceptáis como reina de este mundo y de todos los demás, si colocáis la espada de Geall en su mano y la corona en su cabeza, os salvaréis. Podréis vivir aquí como os apetezca, ya que Geall es un mundo muy pequeño y de escaso interés para ella.
—¿Y si no aceptamos su propuesta?
Sean sacó un cuchillo y cortó las cuerdas que sujetaban a Tynan al caballo. Un puntapié indiferente hizo que el cuerpo inerte cayese pesadamente al suelo.
—Entonces vuestro destino será el de él, como lo será el de cada hombre, cada mujer y cada niño que se oponga a ella. Seréis torturados.
Se abrió la túnica, y la luz de la luna iluminó las quemaduras y los cortes que aún no habían cicatrizado en su torso.
—Cualquiera que sobreviva a Samhain será capturado. Violaremos a vuestras mujeres, mutilaremos a vuestros hijos. Cuando todo haya acabado, no quedará un solo corazón humano latiendo en Geall. Nosotros viviremos para siempre. Jamás podréis detenernos. Dadme vuestra respuesta y yo se la llevaré a la reina.
—Ésta es la respuesta de la auténtica reina de Geall. Después de Samhain, cuando el sol asome en el horizonte, tú y todos los que son como tú seréis polvo que el viento se llevará al mar. En Geall no quedará ni rastro de vosotros.
Le devolvió a Niall el arco.
—Ya tenéis vuestra respuesta.
—¡Ella vendrá a por vos! —gritó—. ¡Y a por el traidor a su especie que está a vuestro lado!
Luego espoleó su caballo y partió al galope.
En la muralla, Moira alzó su espada y, extendiéndola hacia adelante, lanzó un chorro de fuego. El vampiro gritó una vez cuando las llamas lo alcanzaron, luego la bola de fuego en que se convirtió cayó al suelo y se deshizo en cenizas.
—Él era de Geall —musitó Moira— y merecía morir con su espada. Tynan… —Se le hizo un nudo en la garganta.
—Yo le entraré. —Cian tocó el hombro de Moira y miró a los ojos de Niall por encima de la cabeza de ella—. Era un buen hombre, y un amigo para mí.
Sin esperar respuesta, Cian saltó por encima del muro y pareció flotar hasta el suelo.
Niall golpeó con el dorso de la mano el brazo del guardia que estaba junto a él cuando vio al hombre hacer el signo contra el demonio.
—No aceptaré a mi lado a ningún hombre que insulte a sir Cian.
Una vez abajo, Cian cogió a Tynan en sus brazos y, levantándolo, alzó la mirada y encontró la de Moira.
—Abrid las puertas —ordenó ella—. Para que sir Cian pueda traer a Tynan de regreso a casa.
Moira se encargó personalmente del cuerpo de Tynan, quitándole las ropas desgarradas y sucias.
—Deja que yo me encargue de esto, Moira.
Ella meneó la cabeza y comenzó a lavar el rostro de Tynan.
—Debo hacerlo yo. Éramos amigos desde pequeños. Necesito hacer esto por él. No quiero que Larkin le vea hasta que no esté limpio.
Sus manos temblaban mientras alisaba suavemente la tela sobre los desgarros y las mordeduras, pero no vaciló en ningún momento.
—Larkin y Tynan eran compañeros de juegos. ¿Crees que es verdad lo que ha dicho Sean, de que fue el niño quien le hizo esto a Tynan?
Cuando vio que él no contestaba, Moira lo miró.
—Ese crío es como su hijo —dijo Cian finalmente—. Seguramente es un ser malvado. Deja que al menos despierte a Glenna.
—Ella sentía mucho afecto por Tynan. Todos lo querían. No, no hay necesidad de llamar a Glenna ahora, ya es demasiado tarde. Ellos destrozaron a mi madre de la misma manera. Peor que esto, incluso peor. Y yo le volví la espalda. No puedo volverle la espada también a él.
—¿Quieres que me marche?
—¿Crees acaso que porque veo estas terribles heridas, estos cortes y mordeduras, como si hubiese sido atacado por un animal salvaje, podría llegar a pensar que eres igual a lo que hizo esto? ¿Crees que soy tan débil de mente y de cuerpo, Cian?
—No. Creo que la mujer a la que he visto esta noche, la mujer a la que he oído, posee la mente y el corazón más fuertes que jamás he conocido. Yo jamás le hice esto a un ser humano.
Cian se tranquilizó mientras ella volvía a mirarlo con los ojos devastados por el dolor.
—Necesito que al menos sepas eso. De todas las cosas que he hecho, y algunas han sido de una crueldad difícil de imaginar, jamás le hice a nadie lo que le han hecho a Tynan.
—Tú matabas de un modo más limpio. Más eficaz.
Cian sintió que esas palabras le cortaban como un cuchillo.
—Sí.
Moira asintió.
—Lilith no te entrenó, sino que te abandonó, de modo que tienes muy poco de ella en ti. Al contrario que ese niño. Y creo que has conservado una parte de la forma en que te criaron. Del mismo modo en que he podido oír el tono de Sean, ver sus gestos en esa cosa esta noche, algunas de tus características han permanecido tal como eran antes de que ella te convirtiese en lo que eres. Sé que no eres humano, Cian, así como también sé que no eres un monstruo. Y sé que hay algo de ambos en ti que te hace sostener una lucha permanente para conservarlos equilibrados.
Moira lavó el cuerpo de Tynan con la misma suavidad con que hubiese lavado a un niño. Una vez que hubo terminado, comenzó a vestirlo con las ropas que había enviado a buscar a sus habitaciones.
—Deja que yo haga eso, por el amor de Dios, Moira.
—Sé que tus intenciones son buenas. Sé que lo haces pensando en mí, pero yo necesito hacer esto por él, Cian. Tynan fue el primero que me besó. —Su voz titubeó ligeramente antes de apretar los dientes y acabar el trabajo—. Yo tenía catorce años y Tynan dos más. Fue algo muy dulce, muy tierno. Tímido para ambos, como debe serlo un primer beso en primavera. Yo le amaba. Creo que del mismo modo en que tú amabas a King. Ella nos ha quitado eso, Cian. Nos ha quitado a ellos, pero no el amor.
—Juro ante el dios que tú quieras, que acabaré con ella por ti.
—Uno de nosotros lo hará.
Moira se inclinó y rozó la fría mejilla de Tynan con los labios.
Luego se apartó de él.
Se sentó en el suelo y lanzó un profundo gemido. Cuando Cian se arrodilló junto a ella, Moira se acurrucó contra su cuerpo y lloró desconsoladamente, con el corazón destrozado.