13

En general, Cian evitaba la habitación de la torre donde Hoyt y Glenna trabajaban en su magia. Sus trajines a menudo incluían una luz considerable, fogonazos, fuego y otros elementos nocivos para los vampiros.

Pero de un modo en que no lo había hecho —o no había admitido en siglos— necesitaba a su hermano.

Antes de llamar a la puerta, advirtió que uno o ambos de sus parientes con inclinaciones mágicas había tomado la precaución de colocar símbolos de protección en la puerta de la torre para mantener alejados a los curiosos. Cian habría preferido quedarse fuera, pero no obstante llamó.

Cuando Glenna abrió, él pudo ver que tenía la piel cubierta por una capa de sudor. Llevaba el pelo recogido y se había quitado la ropa hasta quedarse sólo con un top y pantalones de algodón. Cian enarcó una ceja.

—¿Interrumpo algo?

Nada físico, lamentablemente. Es sólo que aquí hace un calor espantoso. Estamos trabajando con elementos mágicos de explosiones y fuego. Lo siento.

No me preocupan demasiado las temperaturas elevadas.

Oh. De acuerdo. —Glenna cerró la puerta tras él—. Hemos cerrado y cubierto completamente las ventanas, para tenerlo todo contenido, de modo que no debes preocuparte por la luz.

El sol ya casi se ha ocultado. Cian miró hacia donde estaba Hoyt junto a una enorme artesa de cobre. Éste tenía las manos extendidas sobre ella y de él emanaba una sensación, incluso a través de la habitación, de más calor, de poder y de energía.

—Hoyt está cargando las armas con fuego —explicó Glenna—. Y yo he estado trabajando en, bueno, una especie de bomba. Algo que seamos capaces de lanzar desde el aire.

—Al Departamento de Seguridad Nacional le encantaría tenerte en nómina.

—Yo podría ser algún tipo de agente secreto. —Se enjugó la frente con el dorso de la mano—. ¿Quieres una visita guiada?

—De hecho… yo quería… esto, hablaré con Hoyt cuando no esté tan ocupado.

—Espera. —Era la primera vez que Glenna recordaba haber visto a Cian confuso. No, confuso no, pensó, perturbado—. Necesita un descanso. Y yo también. Si puedes soportar el calor, espera unos minutos. Ya casi ha terminado. Yo me iré a tomar un poco el aire.

Cian le cogió la mano antes de que se diese la vuelta para marcharse.

—Gracias. Por no preguntar.

—No hay problema. Y si es un problema, estaré cerca.

Cuando Glenna se fue, Cian se apoyó contra la puerta. Hoyt permaneció tal como estaba, con las manos extendidas sobre el humo plateado que salía de la artesa. Sus ojos estaban oscurecidos, como siempre que ejercía su poder con fuerza y firmeza.

Siempre había sido así, pensó Cian, desde que eran niños.

Al igual que Glenna, Hoyt se había desvestido para trabajar y sólo llevaba una camiseta blanca y unos téjanos desteñidos. Era extraño, incluso después de los últimos meses que habían pasado juntos, ver a su hermano vestido a la moda del siglo XXI. A Hoyt nunca le había importado la moda, recordó Cian. Sólo la dignidad y los objetivos. A pesar de lo mucho que se parecían, ambos habían enfocado la vida desde polos muy diferentes. Hoyt se había abocado a la soledad y el estudio, mientras que él lo había hecho a la sociedad y los negocios… ya los placeres que ambos le proporcionaban.

A pesar de todo, habían estado unidos y se habían entendido el uno al otro a un nivel que muy pocos hermanos solían conseguir. Se habían amado, pensó Cian en esos momentos, de un modo que era tan fuerte y firme como el poder de Hoyt con la magia.

Luego el mundo, y todo lo que había en él, había cambiado.

¿Qué estaba haciendo entonces él allí? ¿Buscando respuestas, buscando consuelo cuando sabía que no encontraría ni unas ni otro? Nada de lo sucedido podía cambiarse, ni un solo acto, ni un solo pensamiento, ni un solo momento. Estar allí era una estúpida pérdida de tiempo y energía en todos los sentidos.

El hombre que estaba allí de pie, como una estatua en medio del humo, no era el hombre que él había conocido, igual que él ya no era el hombre que había sido alguna vez. O ni siquiera un hombre, para ser más precisos.

Todo el tiempo pasado junto a aquellas personas, aquellos sentimientos, aquellas necesidades, le habían hecho olvidar lo que jamás podría ser alterado. Se apartó de la puerta.

—Espera. Sólo un momento.

La voz de Hoyt lo detuvo en seco… y le irritó darse cuenta de que su hermano había sabido que él no estaba simplemente cambiando de postura, sino a punto de marcharse de la habitación.

Hoyt bajó las manos y el humo se disipó.

—Estoy seguro de que iremos a la batalla bien armados —dijo.

Metió las manos en la artesa y levantó una espada cogiéndola por la empuñadura. Se volvió y apuntó hacia el hogar y disparó un rayo de fuego.

—¿Usarás una de estas espadas? —le preguntó a Cian, haciendo girar el arma en su mano para examinar el filo—. Eres lo bastante hábil como para no quemarte.

—Usaré cualquier cosa que me sea útil para el combate… y haré todo lo posible para mantenerme alejado de los que lleven tus armas y sean considerablemente menos hábiles que yo en su manejo.

—No ha sido la preocupación por la escasa habilidad de los espadachines lo que te ha traído aquí.

—No.

Puesto que ya estaba allí, haría lo que había ido a hacer. Pero antes se paseó por la habitación, mientras esperaba a que Hoyt sacase el resto de las armas de la artesa. El lugar olía a hierbas y humo, a sudor y esfuerzo.

—He ahuyentado a tu mujer.

—Volveré a encontrarla.

—Aprovechando que no está aquí, te lo preguntaré: ¿tienes miedo a perderla en esto?

Hoyt dejó la última espada sobre la mesa de trabajo.

—Es mi último pensamiento antes de dormirme y el primero cuando me despierto por la mañana. El resto del tiempo trato de no pensar en ello… o mantengo bajo control la parte de mí que quisiera encerrarla en un lugar seguro hasta que todo esto haya terminado.

—Glenna no es la clase de mujer a la que se podría encerrar, ni siquiera con tus habilidades.

—No, pero saber eso no sirve para eliminar el miedo. ¿Tú temes por Moira?

—¿Qué?

—¿Crees acaso que no sé qué estás con ella? ¿Que tu corazón está con ella?

—No es más que una locura temporal. Ya pasará. —Ante la mirada fija y silenciosa de su hermano, Cian meneó la cabeza—. No tengo ninguna opción, y ella tampoco. Lo que soy no tiene tendencia a vivir con vallas de madera blanca y perdigueros dorados.

—Hizo un gesto con la mano al ver la mirada desconcertada de Hoyt—. A hogar y leños encendidos, hermano. No puedo darle una vida, en el caso de que quisiera hacerlo; y lo que sea de la mía continuará mucho después de que ella haya muerto. Pero no es eso lo que he venido a decirte.

—Primero responde a una pregunta. ¿Tú la amas?

La verdad de ello llegó a él girando como un remolino a través de su corazón y se reflejó en sus ojos.

—Ella es… Ella es para mí como una luz, después de haber vivido siempre en la oscuridad. Pero la oscuridad es mi elemento, Hoyt. Sé cómo sobrevivir en ella, cómo estar contento, ser productivo y estar entretenido allí.

—No dices feliz.

La frustración se hizo evidente en su voz.

—Yo era bastante feliz antes de que aparecieras. Antes de que lo cambiases todo otra vez, como antes lo hizo Lilith. ¿Qué es lo que querrías? ¿Que deseara lo que tú tienes y lo que tendrás con Glenna si sobrevives? ¿Qué bien me haría a mí eso? ¿Haría que mi corazón volviera a latir? ¿Acaso tu magia puede conseguir eso?

—No. No he encontrado nada que pueda devolverte tu antigua condición. Pero…

—Déjalo. Soy lo que soy, estoy bien. No me estoy quejando. Moira es una experiencia. El amor es una experiencia y yo siempre he escogido vivirlas. —Se pasó las manos por el pelo—. Dios. ¿Hay algo de beber en este lugar?

—Hay whisky. —Hoyt señaló un armario con la barbilla—. Yo también tomaré uno.

Cian vertió dos generosas medidas en sendos vasos y luego cruzó la habitación hacia donde Hoyt había colocado dos taburetes de tres patas. Se sentaron y ambos bebieron en silencio durante un momento.

—He redactado un documento, una especie de testamento, para el caso de que mi suerte se acabe en Samhain.

Hoyt levantó los ojos de su whisky y miró a Cian.

—Entiendo.

—En todo este tiempo he acumulado una cantidad considerable de bienes y propiedades, de objetos personales. Espero que tú te ocupes de eso según mis instrucciones.

—Lo haré, por supuesto.

—No será una tarea sencilla, ya que está repartido por todo el mundo. Nunca guardo muchos huevos en la misma cesta. En mi apartamento de Nueva York hay pasaportes y otros documentos de identidad, y también en cajas de seguridad de diferentes lugares. Si algo de todo ello te resulta útil, puedes utilizarlo.

—Gracias por eso.

Cian hizo girar el whisky en su vaso sin apartar la mirada del líquido.

—Hay algunas cosas que me gustaría que Moira conservase, si es que puedes traerlas hasta aquí.

—Las traeré.

—Pensaba dejarles el club y el apartamento de Nueva York a Blair… y a Larkin. Creo que a ellos les vendrán mejor que a ti.

—Sí, yo también lo creo. Estoy seguro de que se mostrarán muy agradecidos.

El fastidio tiñó el tono práctico y moderado de su hermano.

—Bueno, no dejes que el sentimiento te embargue, ya que es más probable que yo celebre un velatorio por ti que tú por mí.

Hoyt ladeó la cabeza.

—¿Eso crees?

—Por supuesto que sí. Tú no has vivido siquiera tres décadas, mientras que yo llevo casi un millar. Y tú nunca fuiste tan bueno como yo en el combate, a pesar de todos los trucos que puedas ocultar en la manga.

—Por otra parte, como has dicho, ya no somos lo que éramos, ¿verdad? —Hoyt sonrió afablemente—. Estoy decidido a que ambos salgamos con bien de esto, pero si no lo consigues, bueno… levantaré mi copa por ti.

Cian dejó escapar una leve carcajada mientras Hoyt alzaba el vaso.

—¿Y también querrás tambores y gaitas?

—Oh, que te den. —Ahora, una mirada maliciosa apareció en los ojos de Cian—. Yo, por mi parte, haré que toquen algunos flautines por ti y luego consolaré a tu apenada viuda.

—Pues yo al menos no tendré que cavar un agujero para ti, teniendo en cuenta que sólo serás un montón de polvo, pero te haré los honores encargando que graben en una lápida: AQUÍ NO YACE CIAN, YA QUE SE LO LLEVO EL VIENTO. VIVIO Y MURIO, LUEGO PERMANECIO COMO EL ÚLTIMO INVITADO QUE NO SE DECIDE A ABANDONAR EL BAILE. ¿Te parece bien?

—Estoy pensando en cambiar algunos de esos legados, sólo por principio, dado que pronto estaré cantando Danny Boy sobre tu tumba.

—¿Qué es Danny Boy?

—Un clisé. —Cian cogió la botella que había dejado en el suelo y sirvió más whisky en los vasos—. He visto a Nola.

—¿Qué? —Hoyt bajó el vaso que acababa de llevarse a los labios—. ¿Qué es lo que has dicho?

—En mi habitación. He visto a Nola y he hablado con ella.

—¿Has soñado con Nola?

—¿Es eso lo que he dicho? —preguntó Cian con irritación—. He dicho que la he visto, que he hablado con ella. Y estaba tan despierto entonces como lo estoy ahora, mirándote y hablando contigo. Ella era aún una niña. Joder, en el mundo no hay suficiente whisky para eso.

—Ella ha ido a verte —musitó Hoyt—. Nuestra Nola. ¿Qué te ha dicho?

—Que me quería, y a ti también. Que nos había echado de menos. Que esperaba que ambos regresáramos a casa. Maldita sea. Maldita sea. —Se levantó y comenzó a pasear por la habitación—. Era una niña, exactamente como la última vez que la vi. Era una mentira, por supuesto. Nola creció y se hizo mayor. Murió y sus huesos se convirtieron en polvo.

—¿Y por qué habría de presentarse ante ti como una mujer adulta o una anciana? —preguntó Hoyt—. Ella ha ido a ti tal como tú la recordabas, como piensas en ella. Te ha hecho un regalo. ¿Por qué estás enfadado?

Ahora Cian sentía una intensa furia, una que le servía para sujetar con fuerza el dolor.

—¿Cómo puedes saber lo que ha sido sentir esto, sentir que te desgarra por dentro? Ella era la misma y yo no lo soy. Me ha hablado de cómo la subía en mi caballo y la llevaba a pasear. Y era como si hubiese ocurrido ayer. No puedo tener esos ayeres en mi cabeza y permanecer cuerdo. —Cian se volvió—. Al final de toda esta historia, tú sabrás que hiciste lo que pudiste, lo que te pidieron que hicieras… por ella, por todos ellos. Si sobrevives, cualquiera que sea el dolor que sientas al haber tenido que dejarlos atrás, estará compensado por esa certeza, y por la vida que tendrás junto a Glenna. Yo en cambio tengo que regresar a donde estaba. Debo hacerlo. No puedo llevarme esto conmigo y vivir con ello.

Hoyt permaneció un momento en silencio.

—¿Nola estaba sufriendo, sentía miedo por algo, dolor?

—No.

—¿Y no eres capaz de llevarte eso contigo y vivir con ello?

—No lo sé, ésa es la pura verdad. Pero sé que un sentimiento lleva a otro hasta que acabas ahogándote en ellos. Ahora estoy medio ahogado con lo que siento por Moira. —Cian se tranquilizó y volvió a sentarse—. Nola llevaba la cruz que tú le diste. Ha dicho que siempre la llevaba consigo, como tú le dijiste. Pensé que deberías saberlo. Y también que deberías saber que Nola me ha contado que Lilith fue a verla, y que trató de tentarla para que la dejase entrar en la casa.

Hoyt cerró los puños como lo había hecho Cian.

—¿Esa perra del infierno fue a buscar a nuestra Nola?

—Sí, lo hizo, y se llevó una buena patada en el culo… metafóricamente hablando. —Cian le explicó a Hoyt lo que Nola le había contado, y observó que el rostro de su hermano se relajaba ligeramente con una expresión de orgullo y satisfacción—. Luego colocó la cruz que le diste delante de ella y Lilith salió disparada. Según Nola, ella nunca regresó hasta que lo hicimos nosotros.

—Vaya, vaya. Eso sí que es interesante. La cruz no sólo protegía a Nola, sino que asustó a Lilith lo suficiente como para obligarla a huir. Eso y la predicción de que acabaríamos con ella.

—Que puede que sea la razón de por qué está tan decidida a liquidarnos.

—Sí. La amenaza de Nola podría haber contribuido a ello. Imagina lo que debió de significar para Lilith ser aterrorizada por una niña.

—Ella quiere vengarse, no cabe ninguna duda. Quiere ganar esta guerra, por supuesto. Lilith desea convertirse en una especie de dios, pero por debajo de eso estamos nosotros. Los seis y la conexión que existe entre nosotros. Ella quiere destruirnos.

—Hasta ahora no ha tenido mucha suerte en ese sentido, ¿no crees?

—¿Y qué piensas de ello? Los dioses disponen, ¿verdad? Todos nosotros hemos tomado una decisión, y lucharemos por ella, pero todos nosotros, incluida Lilith, estamos siendo llevados hacia una época y un lugar. La verdad es que no me importa si son los dioses o los demonios quienes me llevan de la nariz.

Hoyt enarcó las cejas.

—¿Qué alternativa tenemos?

—Todos habláis de alternativas y elecciones, pero ¿quién de nosotros sería capaz de abandonar ahora? Después de todo, no sólo los humanos tienen orgullo. Bien, el tiempo pasa. —Se levantó—. Ya veremos lo que haya que ver ese día en que arreglaremos cuentas. El sol ya se ha puesto. Saldré a tomar un poco el aire.

—Cian se dirigió a la puerta, se detuvo y miró por encima del hombro—. Ella no ha podido decirme si sobreviviste.

Hoyt se encogió de hombros y acabó de beber su whisky. Luego sonrió.

—Danny Boy, ¿verdad?

Cian fue a ver a su caballo. Luego, aunque sabía que era un riesgo, ensilló a Vlady salió a través de las puertas del castillo. Necesitaba la velocidad y la noche. Tal vez también necesitaba el riesgo.

La luna estaba casi llena. Cuando ese círculo se hubiese completado, la sangre —de humanos y vampiros— empaparía la tierra.

Él no había combatido antes en otras guerras, no les había visto sentido. Guerras por la tierra, por riquezas y recursos. Guerras libradas en nombre de la fe. Pero aquella contienda había llegado a ser suya.

No, no solamente los humanos tenían orgullo, o incluso honor. O amor. De modo que, por todo ello, aquella lucha le pertenecía. Si la suerte lo acompañaba, un día volvería a cabalgar por los campos de Irlanda… o dondequiera que eligiese hacerlo. Y pensaría en Geall, con sus encantadoras colinas y sus frondosos bosques. Recordaría los campos verdes y las cascadas de agua.

Pensaría en su reina. Moira, con sus grandes ojos grises y su apacible sonrisa, de cerebro inteligente y mente abierta, y con un corazón rico y profundo. ¿Quién hubiese creído que, después de todos aquellos siglos, se vería seducido, embrujado, ahogado en semejante mujer?

Con Vlad salvó pequeños muros de piedra, galopó a través de campos donde soplaba dulce y fresco el aire de la noche. La luz de la luna bañaba las piedras del castillo de Moira, y las ventanas brillaban con velas y candiles. Ella había mantenido su palabra, pensó Cian, y había izado esa tercera bandera, de modo que ahora estaban el claddaugh, el dragón y el sol dorado y brillante.

Deseó, con todas sus fuerzas, que ella pudiese proporcionarle a Geall, y a todos los mundos, el sol después de la sangre derramada.

Tal vez no pudiera llevarse con él todos esos sentimientos, esos deseos y necesidades y vivir con ello. Pero sí quería llevarse su amor por ella. Cuando regresara a las tinieblas, quería llevarse eso, y tener esa luz tenue y vacilante a través de todas sus noches.

Regresó al castillo y la encontró esperándolo, con su arco en las manos y la espada de Geall sujeta a un costado.

—Te he visto cuando salías a cabalgar.

Cian desmontó.

—¿Estabas cubriéndome las espaldas?

—Habíamos convenido que ninguno de nosotros saldría solo del castillo, especialmente después del anochecer.

—Lo necesitaba.

Fue todo lo que dijo antes de llevar el caballo al establo.

—Eso parecía, por la forma en que cabalgabas. No he visto ningún mastín del infierno, pero al parecer tú sí. ¿Podrías confiar en alguno de los mozos de cuadra para que atienda a Vlad y lo prepare para la noche? Les ayuda tener trabajo y mantenerse ocupados, tanto como te ha ayudado a ti una galopada salvaje.

—Debajo de ese tono complaciente percibo una amonestación, majestad. Lo haces muy bien.

—Lo aprendí de mi madre.

Moira cogió las riendas de Vlad y luego se las pasó junto con varias instrucciones al mozo de cuadra que había llegado corriendo desde las caballerizas.

Cuando hubo terminado, miró a Cian.

—¿Estás de humor?

—Siempre.

—Debería haber preguntado si estabas de mal humor, pero la respuesta a esa pregunta podría ser también «siempre». Si no lo estás, más de lo habitual quiero decir, esperaba que cenaras conmigo.

En privado. Esperaba que te quedaras conmigo esta noche.

—¿Y si estoy de mal humor?

—Entonces una comida y un poco de vino podrían dulcificarte lo suficiente como para que te acostaras y te quedaras conmigo. O, bien podríamos discutir durante la cena y luego irnos a la cama.

—Tendría que haber cogido un clavo de herradura de Vlad y clavármelo en el cerebro para rechazar semejante ofrecimiento.

—Bien. Estoy hambrienta.

Y furiosa, pensó él con cierto ánimo divertido.

—¿Por qué no sueltas ya el sermón? De lo contrario, es probable que te provoque indigestión.

—No tengo ningún sermón, y si lo tuviese soltarlo no sería lo que me satisfaría. —Ella caminó, con porte real, pensó él, a través del patio—. Lo que me gustaría darte es una buena y fuerte patada en el culo por haberte arriesgado de esa manera. Pero…

—Moira respiró profundamente un par de veces cuando entraron en el castillo—. Sé lo que significa la necesidad de escaparse, de desaparecer por un rato. Cómo sientes que la presión que tienes dentro va a acabar destrozándote si no lo haces. Yo puedo abrir un libro y recuperar mi paz mental. Tú necesitabas salir a cabalgar, la velocidad. Y creo que hay momentos en los que sólo necesitas la oscuridad.

Cian no dijo nada hasta que llegaron ante la puerta de la habitación de Moira.

—No sé cómo puedes entenderme de esa manera.

—He hecho un estudio sobre ti. —Ella sonrió ligeramente, alzó la vista y lo miró a los ojos—. Soy buena para eso. Y, además, ahora estás en mi corazón. Estás dentro de mí, de modo que lo sé.

—Yo no te he ganado —dijo él—, se me ocurre ahora. Yo no te he ganado.

—Cian, no soy una apuesta y tampoco un premio. No me importaría ser ganada.

Moira abrió la puerta de su sala de estar.

Había hecho que sus damas encendieran el fuego y las velas. La cena fría y el buen vino ya estaban en la mesa, acompañados de flores traídas de los invernaderos.

—Veo que te has tomado trabajo. —Cerró la puerta tras de sí—. Gracias.

—Era para mí, pero me alegra que te guste. Quería una noche, sólo una, en la que únicamente estuviésemos nosotros dos. Como si nada de todo esto estuviese ocurriendo. En que pudiésemos sentarnos y hablar y comer. Y yo pudiese pasarme un poco con el vino.

Moira dejó el arco y la aljaba en el suelo y se desenganchó la espada de la cintura.

—Una noche en la que no hablemos de batallas y armas y estrategia. Tú me dirías que me amas. O ni siquiera tendrías que decirlo, porque yo lo vería en tus ojos cuando me mirases.

—Yo te amo. Mientras cabalgaba, he vuelto la vista hacia el castillo y he visto el resplandor de las velas en las ventanas. Así es como pienso en ti. Como en un resplandor sereno.

Moira se acercó a él y le cogió el rostro entre las manos.

—Y si yo pienso en ti como la noche, es por el misterio que hay en ella, y por la excitación. Ya nunca volveré a sentir miedo de la oscuridad, porque he visto lo que contiene.

Cian le besó la frente, las sienes, luego los labios.

—Deja que te sirva el primer vaso de demasiado vino.

Ella se sentó a la pequeña mesa y lo observó. Él era su amante, pensó. Aquel hombre extraño y exigente que llevaba guerras en su interior. Y ella pasaría esa noche junto a él, toda la noche; unas pocas horas de paz para ambos.

Moira eligió un poco de comida para el plato de Cian, consciente de que se trataba del gesto propio de una esposa. También tendría eso, por esa sola noche. Cuando Cian se sentó frente a ella, Moira alzó la copa.

Sláinte.

Sláinte.

—¿Me hablarás de los lugares que has visto? ¿De a dónde has viajado? Quiero ir a esos lugares con mi imaginación. Estudié los mapas que tenías en tu biblioteca en Irlanda. Tu mundo es tan grande… Háblame de las cosas maravillosas que han visto tus ojos.

Él la llevó a Italia durante el Renacimiento, a Japón en la época de los samuráis, a Alaska durante la fiebre del oro, a la selva amazónica y a las sabanas africanas.

Trataba de describir rápidas instantáneas con palabras, de modo que Moira pudiese apreciar la variedad, los contrastes, los cambios. Y casi podía ver cómo se abría su mente para absorberlo todo. Ella le hacía docenas de preguntas, sobre todo cuando algo que él explicaba ampliaba o contradecía lo que ella había leído en su biblioteca en Irlanda.

—Me preguntaba qué habría al otro lado del mar. —Moira apoyó la barbilla en el puño mientras se servía más vino—. Otras tierras, otras culturas. Al parecer, si una vez fuimos una parte de Irlanda, también puede haber aquí, en este mundo, partes de Italia y de Estados Unidos, de Rusia, de todos esos lugares maravillosos. Un día… me gustaría ver un elefante.

—Un elefante.

Ella se echó a reír.

—Sí, un elefante. Y una cebra y un canguro. Me gustaría ver las pinturas de los artistas que tú has visto, y de los artistas que descubrí en tus libros. Miguel Ángel y Da Vinci, Van Gogh, Monet, Beethoven.

—Beethoven era un compositor. No creo que supiese pintar.

—Sí, es verdad. La Sonata del claro de luna y todas esas sinfonías con números. Es el vino, que me confunde un poco las cosas. Me gustaría ver un violín y un piano. Y una guitarra eléctrica. ¿Tocas alguno de esos instrumentos?

—En realidad, es un hecho poco conocido que los Beatles originales eran seis. Pero no importa.

—Sé quiénes son: John, Paul, George y Ringo.

—Tienes la memoria como el elefante que quieres ver.

—Cuando eres capaz de recordar una cosa, esa cosa te pertenece. Es probable que nunca llegue a ver un elefante, pero un día tendré naranjos. Las semillas están germinando en el invernadero.

—Alzó el índice y el pulgar apenas separados—. Este trocito de verde surgiendo de la tierra. Glenna me dijo que las flores son muy fragantes.

—Sí, lo son.

—Y también cogí otras cosas.

A Cian le divertía el tono de confesión que se advertía en su voz.

—De modo que tienes los dedos largos, ¿verdad?

—Pensé, si yo no les llevo a Geall, nunca irán. Cogí un esqueje de tus rosales. Está bien, de acuerdo, tres esquejes. Fui codiciosa. Y una fotografía que Glenna nos hizo a Larkin y a mí. Y un libro. Lo confieso, cogí un libro de tu biblioteca. Soy una ladrona.

—¿Qué libro?

—Un libro de poemas de Yeats. Quería tener ese libro en particular porque decía que el autor era irlandés y me pareció importante que trajese a casa alguna cosa escrita por un irlandés.

«Porque tú eras irlandés —pensó ella—. Porque el libro era tuyo».

—Y los poemas eran tan hermosos e intensos —continuó—. Me dije que te lo devolvería una vez que los hubiese copiado, pero yo sabía que era mentira. Me lo quedé.

Él se echó a reír y sacudió la cabeza.

—Considéralo un regalo.

—Gracias, pero te pagaré encantada por él. —Se levantó y se acercó a donde estaba Cian—. Y tú puedes determinar el precio.

—Se sentó en su regazo y le rodeó el cuello con los brazos—. Él escribió algo, tu Yeats, que me hizo pensar en ti, y en lo que tenemos esta noche. Yeats escribió: Extiendo mis sueños a tus pies. Anda con suavidad porque estás caminando sobre mis sueños. Ella le pasó los dedos por el pelo.

—Puedes darme tus sueños, Cian. Yo caminaré sobre ellos con suavidad.

Profundamente conmovido, él apoyó su mejilla en la de ella.

—Eres tan distinta a todos.

—Contigo soy más de lo que nunca he sido. ¿Saldrás un momento a la terraza conmigo? Me gustaría mirar la luna y las estrellas.

Él se levantó, pero cuando se volvió hacia el balcón, ella lo detuvo.

—No, a la terraza del dormitorio.

Cian pensó en la madre de Moira, en lo que ella había visto en esa terraza.

—¿Estás segura?

—Lo estoy. Hoy he estado allí, sola. Y ahora quiero estar contigo, en medio de la noche. Quiero que me beses allí para que pueda recordarlo toda la vida.

—Necesitarás abrigarte. Hace frío.

—Las mujeres de Geall son muy fuertes.

Y cuando ella se dirigió hacia la terraza, cuando su mano cogió la suya con fuerza mientras abría las puertas de la misma, él pensó que sí, que en efecto ella lo era.