11

Siguiendo órdenes de Moira, las banderas ondearon a media asta y los gaiteros tocaron un réquiem a la luz del amanecer. Ella haría más, si los dioses lo querían, por todos aquellos que habían entregado sus vidas en aquella guerra. Pero por el momento eso era todo lo que se podía hacer en reconocimiento de los muertos.

De pie en medio del patio, se sentía desgarrada entre la aflicción y el orgullo mientras observaba a los hombres y mujeres —los guerreros— que se preparaban para emprender la larga marcha hacia el este. Ella ya se había despedido de sus damas de compañía, y de Phelan, el esposo de su prima.

—Majestad. —Niall, el corpulento guardia que ahora era uno de sus fieles capitanes, se cuadró delante de ella—. ¿Ordeno que abran las puertas?

—Espera un momento. Sé que desearías marcharte hoy.

—Yo os sirvo con complacencia, mi señora.

—Tus deseos te pertenecen, Niall, y los entiendo. Pero te necesito aquí un poco más. Pronto llegará el momento en que tú también debas marcharte. —Ese momento llegaría para todos ellos, pensó—. ¿Cómo están tu hermano y su familia?

—A salvo, gracias a lord Larkin y la señora Blair. Aunque la pierna de mi hermano está curando bien, no podrá combatir de pie.

—En esta guerra habrá más cosas que hacer además de usar una espada en el campo de batalla.

—Sí. —Su mano aferró la empuñadura de la espada que le colgaba del costado—. Pero yo estoy listo para usar la mía.

Moira asintió.

—Lo harás. —Dejó escapar el aire—. Abrid las puertas.

Por segunda vez, contempló a su gente abandonar la seguridad que les brindaba el castillo. Sería una escena repetida, lo sabía, hasta que ella también atravesara esas puertas, dejando atrás a los muy viejos, los muy jóvenes, los enfermos y los inválidos.

—Es un día luminoso —dijo Larkin a su lado—. Deberían poder llegar a la primera base sin contratiempos.

Moira no dijo nada y desvió la mirada hacia donde se encontraba Sinann, con un hijo en brazos, otro dentro de su vientre y uno más cogido de sus faldas.

—Sinnan no llora —comentó Moira.

—Ella nunca despediría a Phelan con lágrimas en los ojos.

—Y sin embargo, las lágrimas deben de ser como una inundación dentro de ella, pero ni siquiera en este momento permitirá que sus hijos la vean llorar. Si el coraje del corazón es una arma, Larkin, barreremos a nuestros enemigos.

Cuando ella se volvió para marcharse, Larkin caminó a su lado.

—Me gustaría hablar contigo antes —dijo él—. O después.

—¿Antes de la ceremonia —ahora su voz era fría como la mañana—, o después de que invadieses mi vida privada?

—Yo no he invadido tu vida privada. Estaba simplemente allí, en lo que ha resultado ser un momento muy incómodo para todos nosotros. Cian y yo hemos resuelto la cuestión entre nosotros.

—¿Oh, lo habéis hecho? —Sus cejas se alzaron mientras lo miraba fijamente—. No me sorprende, ya que los hombres siempre resuelven las cuestiones entre ellos de un modo u otro.

—No emplees ese tono superior conmigo. —La cogió del brazo y la llevó hacia uno de los jardines, donde podrían tener mayor privacidad—. ¿Cómo, te pregunto, esperabas que reaccionara cuando he visto que te habías acostado con él?

—Supongo que hubiese sido demasiado pedir que hubieses sido lo bastante cortés como para excusarte y marcharte de la habitación.

—Eso es jodidamente cierto. Cuando pienso que un hombre de una jodida y casi eterna experiencia te seduce…

—Fue todo lo contrario. Completamente.

Larkin se sonrojó, se rascó la cabeza y caminó en círculos con evidente frustración.

—No quiero saber los detalles, si no te importa. Ya me he disculpado con Cian.

—¿Y qué pasa conmigo?

—¿Qué quieres que haga, Moira? Yo te quiero.

—Espero que entiendas que soy una mujer adulta y capaz de tomar mis propias decisiones en cuanto a tener un amante. No te sobresaltes al escuchar esa palabra —dijo ella con impaciencia—. ¿Puedo gobernar, puedo luchar, puedo morir si es necesario, pero tu sensibilidad se siente herida ante la idea de que pueda tener un amante?

Larkin lo pensó.

—Sí. Pero mi sensibilidad conseguirá superarlo. Yo sólo quiero, más que cualquier otra cosa, no verte nunca herida. Ni en la batalla, ni en las cuestiones del corazón. ¿Es eso suficiente?

Moira aplacó su ira y su corazón se serenó, como siempre le sucedía con su primo.

—Debe de serlo, ya que yo quiero lo mismo para ti. Larkin, ¿tú dirías que tengo una mente buena y fuerte?

—Yo diría que hay momentos en los que tienes demasiado de ambas cosas.

—Pues en mi mente, yo sé que no puedo tener una vida con Cian. En mi cabeza puedo entender que lo que he hecho, un día me traerá aflicción y dolor y tristeza. Pero en mi corazón necesito lo que ahora puedo tener con él.

Moira rozó con los dedos las hojas de un arbusto florecido. Las hojas se caerían, con la primera helada, pensó. Muchas cosas caerían entonces.

—Cuando uno mi mente y mi corazón sé, en ambos, que Cian y yo somos mejores por lo que nos damos el uno al otro. ¿Cómo puedes amar y apartarte?

—No lo sé.

Moira volvió la mirada hacia el patio donde la gente había vuelto nuevamente a sus ocupaciones, a su rutina. La vida continuaba, reflexionó, cayera lo que cayese. Ellos se encargarían de que la vida continuase.

—Tu hermana ha visto a su hombre alejarse de ella, y sabe que podría no volver a verlo vivo. Pero no ha llorado delante de él o de sus hijos. Cuando Sinnan llora, lo hace a solas. Son sus lágrimas las que derrama. Y así serán también las mías cuando todo esto haya acabado.

—¿Me harás un favor?

—Si puedo…

Larkin le tocó la mejilla.

—Cuando tengas lágrimas, ¿te acordarás de que tengo un hombro para ti?

Ahora Moira sonrió.

—Lo haré.

Cuando se separaron, ella se dirigió al salón, donde encontró a Blair y Glenna discutiendo el programa para ese día.

—¿Y Hoyt? —preguntó Moira mientras se servía un poco de té.

—Está concentrado en su trabajo. Ayer fabricamos un montón de armas nuevas. —Glenna se frotó los ojos cansados—. Las encantaremos durante veinticuatro horas del día los siete días de la semana. Y trabajaré con algunos de los que se quedarán en el castillo cuando el resto de nosotros nos hayamos marchado. Precauciones básicas, clases de defensa y ataque.

—Te ayudaré en eso. ¿Y tú, Blair?

—Tan pronto como Larkin acabe de jugar al proxeneta, vamos a…

—Perdona, ¿qué has dicho?

—Tiene una yegua que está en celo y le ha pedido permiso a Cian para que Vladh. cubra. Y ella ni siquiera va a poder disfrutar primero de una cena y unas copas. Pensaba que Larkin os lo había dicho.

—No, teníamos otros asuntos que tratar y seguramente se le pasó por alto. De modo que Larkin utilizará el caballo de Cian como semental. —Sonrió lentamente. Sí, la vida continuaba—. Eso está muy bien. Fuerte y prometedor… y jodidamente astuto también; podría estar iniciando un brillante linaje. De modo que eso era lo que estaba tramando al llamar a la puerta de la habitación de Cian antes del amanecer.

—Larkin pensó que si Cian le daba el visto bueno, podría… Espera un momento. —Blair levantó la mano—. Rebobinemos. ¿Cómo sabes que Larkin ha llamado a la puerta de Cian antes del amanecer?

—Porque yo estaba saliendo de la habitación cuando Larkin ha llegado.

Moira bebió su té tranquilamente mientras Blair miraba a Glenna y luego hinchaba las mejillas.

—Perfecto.

—¿Es que no pensáis maldecir y recriminar a Cian por haber seducido a una chica inocente? Blair se pasó la lengua por los dientes.

—Estabas en su habitación. No creo que sea el estilo de Cian atraerte con engaños para que echaras un vistazo a sus grabados.

Moira golpeó la mesa con la palma de la mano y un gesto de satisfacción.

—¡Sí! Yo sabía que una mujer demostraría más sentido común… y un poco más de respeto por mis propios ardides. ¿Y tú?

—Miró a Glenna enarcando las cejas—. ¿No tienes nada que decir al respecto?

—Ambos saldréis heridos, pero eso es algo que los dos ya sabéis. De modo que diré que espero que seáis capaces de dar y tomar cualquier felicidad que se os presente mientras podáis hacerlo.

—Gracias.

—¿Estás bien? —preguntó Glenna—. A menudo, la primera vez es difícil o un tanto decepcionante.

Ahora Moira exhibió una amplia sonrisa.

—Ha sido hermoso y emocionante, y mejor de lo que yo había imaginado. Nada de lo que había pensado se acercaba siquiera a la realidad de ese momento.

—Ya veo, para ser bueno en ese asunto, un tío necesita unos cuantos siglos de práctica —especuló Blair—. Esperanzador. Y Larkin ha entrado en la habitación cuando… ha debido de ponerse furioso.

—Ha golpeado a Cian en la cara, pero ahora ya lo han solucionado. Como suelen hacerlo los hombres cuando se muelen a golpes. Con Larkin hemos acordado que mi elección de un compañero de cama es mía y hemos continuado con nuestras cosas.

Hubo un momento de silencio mientras las tres mujeres ponían los ojos en blanco.

—Queda muy poco tiempo antes de que abandonemos la seguridad del castillo. Y esperemos que mucho tiempo después de Samhain para discutir acerca de mis preferencias.

—Entonces yo también seguiré con mis cosas —dijo Blair—. Larkin y yo, después de un considerable enfado por parte de esta servidora, hemos decidido que saldremos dentro de un par de horas para ver si podemos conseguir la ayuda de algunos dragones.

Larkin aún no está convencido de la idea, pero ha accedido a que lo intentemos.

—Si fuese posible contar con ellos, sería una gran ventaja para nosotros. —Apoyando la barbilla en el puño, Moira le dio vueltas a la idea en su cabeza—. Se me ocurre que podríamos seleccionar a aquellos guerreros que creamos que no serán tan fuertes en el campo de batalla. Si son capaces de montar los dragones, tendríamos arqueros en el aire.

—Flechas incendiarias —añadió Blair—. No hará falta que tengan una puntería excelente.

—Siempre que no le disparen al equipo de casa —dijo Glenna—. No queda mucho tiempo para entrenar, pero merece la pena intentarlo.

—Fuego, sí —convino Moira—. Es una arma muy poderosa y mucho más viniendo desde el aire. Es una lástima que no puedas encantar el sol en la punta de una flecha, Glenna, de ese modo esto estaría acabado.

—Veré si puedo hacer que Larkin se ponga en marcha. —Blair se levantó y dudó un momento—. ¿Sabéis?, mi primera vez fue a los diecisiete años. El tío tenía mucha prisa y, al acabar, me dejó pensando: ¿eso es todo? Hay que reconocer que es bueno haber sido iniciada por alguien que sabe lo que está haciendo y tiene estilo.

—Sí, estoy de acuerdo. —La sonrisa de Moira fue lenta y satisfecha—. No cabe duda de que sí. Notó cómo Blair y Glenna intercambiaban una mirada por encima de su cabeza, de modo que cuando Blair abandonó la habitación, siguió bebiendo su té como si nada.

—¿Tú le amas, Moira? —preguntó al fin Glenna.

—Creo que hay una parte de mí, dentro de mí, que ha estado esperando toda la vida sentir lo que siento por él. Lo que mi madre sintió por mi padre en el poco tiempo que estuvieron juntos.

Lo que sé que tú sientes por Hoyt. ¿Crees que sólo estoy imaginando que es amor a causa de lo que Cian es?

—No, no lo creo. Yo también albergo sentimientos profundos y auténticos hacia él. Y tienen todo que ver con quién es Cian. Pero Moira, tú sabes que no podrás tener una vida a su lado. Y precisamente por lo que Cian es. Algo que ninguno de los dos puede cambiar, del mismo modo que el sol no puede volar en una flecha.

—He escuchado todo lo que Blair y él nos han explicado acerca de… digamos, su especie. —Y leído, pensó Moira, innumerables libros que hablaban de hechos y creencias populares—. Sé que él jamás envejecerá. Cian permanecerá para siempre tal como era antes de ser convertido en un vampiro. Joven, fuerte y vital. Yo en cambio me volveré vieja, débil, arrugada y canosa. Sufriré enfermedades que él nunca padecerá.

Se levantó y fue hasta una ventana por donde comenzaba a filtrarse la luz del sol.

—Aunque él me amase como yo le amo, no es vida para ninguno de los dos. Él no puede ponerse aquí, donde yo estoy ahora, y sentir la calidez del sol sobre el rostro. Lo único que tendríamos es la oscuridad. Él no puede tener hijos, de modo que ni siquiera podría quedarme embarazada de él. Podría pensar sólo un año juntos, o cinco, o diez. Sólo eso. Podría pensar y desear eso —susurró—. Pero no importa cuán egoístas pudieran ser mis propias necesidades, tengo una obligación que cumplir. —Moira se volvió—. Él nunca podría quedarse aquí y yo no puedo marcharme.

—Cuando me enamoré de Hoyt y pensaba que jamás podríamos estar juntos, mi corazón se hacía pedazos todos los días.

—Pero aun así tú le amabas.

—Pero aun así yo le amaba.

Moira permaneció junto a la ventana, con el sol acariciando su espalda y brillando en su corona.

—Morrigan dijo que éste es un tiempo de conocimiento. Yo sé que mi vida sería menos vida si no le amase. Cuanta más vida haya, más tiempo y más duramente lucharemos para conservarla. De modo que tengo otra arma dentro de mí. Y la usaré.

Moira descubrió que un largo día dedicado a enseñar a los niños y a los ancianos a defenderse a sí mismos y a los demás de los monstruos era más agotador que horas de intenso entrenamiento físico. No había imaginado cuán difícil sería enseñarle a un niño que, después de todo, los monstruos eran reales.

La cabeza le dolía a causa de las preguntas que le habían hecho, y sentía el corazón herido por el miedo que había visto en los pequeños.

Salió al jardín a tomar un poco el aire y alzó nuevamente la vista al cielo esperando el regreso de Larkin y Blair.

—Ellos regresarán antes de que se oculte el sol.

Se volvió al oír la voz de Cian.

—¿Qué haces? Aún es de día.

—Las sombras son muy densas aquí a esta hora. —Aun así, se apoyó contra el muro de piedra, bien alejado de la luz directa—. Es un lugar agradable, tranquilo y silencioso. Y, tarde o temprano, tú siempre acabas viniendo aquí para disfrutar de unos minutos a solas. —O sea que has estado estudiando mis hábitos.

—Me ayuda a pasar el tiempo.

—Glenna y yo hemos estado con los niños y los ancianos, enseñándoles cómo defenderse si se produce un ataque después de que nos hayamos marchado. No podemos prescindir de muchos de los hombres fuertes y sanos para que protejan el castillo.

—Las puertas permanecen cerradas. Hoyt y Glenna añadirán una barrera de protección. Aquí estarán bastante seguros.

—¿Y si perdemos la batalla?

—Entonces no habrá nada que podamos hacer.

—Yo creo que siempre hay algo, si pones voluntad y un arma en las manos de alguien. —Se acercó a él—. ¿Has venido aquí a esperarme?

—Sí.

—Y ahora que estoy aquí, ¿qué quieres hacer?

Cian permaneció donde estaba, pero ella pudo ver la lucha que se libraba en su interior. Aunque de repente el aire pareció agitarse con esa lucha, ella guardó la compostura, con la mirada sombría y paciente.

Cian la cogió con ambas manos, un movimiento rápido y violento, y estrechó su cuerpo contra el suyo. Su boca era voraz.

—Una agradable elección —alcanzó a decir ella cuando pudo volver a hablar.

Luego, los labios de Cian asaltaron nuevamente su boca, robándole el aliento y la voluntad.

—¿Tienes idea de lo que has desencadenado? —preguntó él.

Antes de que Moira pudiese responder, él se volvió y le cogió ambas manos para cargarla a su espalda.

—Cian, ¿qué…?

—Será mejor que te sujetes bien —le aconsejó él, interrumpiendo su risa desconcertada.

Cian saltó hacia arriba. Los brazos de Moira se aferraron a su cuello mientras jadeaba boquiabierta. Él se había elevado más de tres metros en el aire desde el suelo, y ahora escalaba la pared.

—¿Qué haces? —Moira se arriesgó a mirar hacia abajo y sintió que el estómago le daba un vuelco—. Podrías haberme avisado de que habías perdido el juicio.

—Lo perdí cuando entraste anoche en mi habitación. —Cian se lanzó a través de la ventana, corrió las cortinas detrás de él y ambos se sumergieron en la oscuridad—. Este es el precio que debes pagar por ello.

—Si lo que querías era volver a entrar, hay puertas…

Ella profirió un leve grito de alarma cuando Cian la levantó. Era como si estuviese volando por el aire, ciega en medio de la oscuridad. Su siguiente grito fue de excitación y aturdimiento al encontrarse debajo de él en la cama, mientras sus manos le apartaban la ropa para acariciar la carne.

—Espera. Espera. No puedo pensar. No puedo ver.

—Es demasiado tarde para ambas cosas.

Su boca la silenció y sus manos la guiaron hacia una cumbre dura y violenta.

Su cuerpo se tensó debajo del de Cian y él supo que ella estaba llegando al extremo ardiente de esa cumbre de placer. El aliento de Moira sollozaba contra sus labios cuando alcanzó finalmente el clímax y su cuerpo quedó flácido.

Entonces Cian le cogió ambas muñecas con la mano y le sujetó los brazos por encima de la cabeza. Ella estaba entregada y él la penetró.

Moira hubiese gritado otra vez, pero no tenía voz. No tenía vista y, con ambas manos inmovilizadas, no tenía tampoco un punto de apoyo. No podía hacer nada salvo sentir cómo Cian se hundía dentro de ella, agitando su cuerpo con un placer oscuro y desesperado, hasta que comenzó a contorsionarse para elevarse luego y, finalmente, seguir temerariamente el ritmo de cada una de sus embestidas.

Esta vez, el placer la vació por completo.

Se quedó tendida, piel abrasada sobre huesos derretidos, incapaz de moverse ni siquiera cuando él se levantó de la cama para encender el hogar y las velas.

—La voluntad no es siempre una salida —dijo Cian, y ella creyó oír el sonido de un líquido al ser vertido en una copa—. Y tampoco una arma.

Moira sintió que la copa golpeaba su mano, y consiguió abrir los pesados párpados. Emitió un sonido y cogió la copa, pero no estaba en absoluto segura de que pudiese tragar nada.

Entonces vio la marca roja de una quemadura en la mano de Cian. Se levantó rápidamente, casi derramando el agua por el borde de la copa.

—Te has quemado. Déjame ver. Yo… —Y vio que la marca tenía la forma de una cruz.

—Me la habría quitado.

Ocultó rápidamente la cruz y la cadena dentro del vestido.

—Un precio muy pequeño a pagar. —Cian levantó la muñeca de Moira y palpó la leve magulladura—. He tenido contigo menos control del que hubiese deseado.

—Me gusta que tengas menos control. Dame la mano. Tengo cierta habilidad para las curaciones.

—No es nada.

—Entonces dame la mano. Para mí es una buena práctica.

Moira extendió sus manos con actitud expectante. Un momento después, Cian se sentó a su lado y colocó su mano entre las de ella.

—Me gusta que tengas menos control —repitió ella atrayendo su mirada—. Me gusta saber que puedo ser deseada de esa manera, que hay algo en mí que hace que dentro de ti algo se tense hasta casi romperse.

—Algo bastante peligroso cuando estás tratando con un humano. Cuando un vampiro pierde el control, las cosas mueren.

—Tú nunca me harías daño. Tú me amas.

El rostro de Cian se volvió cuidadosamente inexpresivo.

—El sexo no tiene que ver con…

—El hecho de no tener experiencia no me convierte en una estúpida o en una ingenua. ¿Está mejor?

—¿Qué?

Ella le sonrió.

—Tu mano. La irritación ha disminuido.

—Está bien. —La retiró. De hecho, ya no había rastros de la quemadura—. Aprendes de prisa.

—Así es. Aprender es una pasión para mí. Te diré lo que he aprendido de ti respecto a mí. Tú me amas. —Sus labios estaban ligeramente curvados mientras le acariciaba el pelo—. Anoche podrías haberme tomado, de hecho lo habrías hecho con menos resistencia, si hubiera sido sólo por el sexo. Si únicamente se hubiese tratado de necesidad, sólo de eso, nunca hubieses sido tan cuidadoso, o confiado lo bastante en mí como para dormir un rato a mi lado.

Moira levantó un dedo antes de que él pudiera replicarle.

—Y aún hay más.

—Contigo siempre tiende a haber más.

Ella se levantó y se alisó el vestido.

—Cuando Larkin ha entrado esta mañana en la habitación, tú no has hecho nada para impedir que te golpease. Me amas, de modo que te sentías culpable de haberme arrebatado lo que considerabas mi inocencia. Me amas, de modo que me has seguido el tiempo suficiente como para saber cuál es uno de mis lugares favoritos. Me has esperado allí, y luego me has traído aquí porque me necesitabas. Tú me atraes, Cian, así como yo te atraigo a ti.

Ella lo observó mientras bebía un trago de agua.

—Me amas, como yo te amo.

—Es peligroso para ti.

—Y para ti —dijo ella asintiendo—. Vivimos tiempos peligrosos.

—Moira, esto no puede ser nunca…

—No me digas nunca. —La pasión vibró en su voz, y convirtió en humo el color de sus ojos—. Lo sé. Lo sé todo acerca de nunca. Dime hoy. Que entre tú y yo sólo exista hoy. Yo debo luchar por mañana, y el día siguiente y todos los demás. Pero con esto, contigo, es sólo hoy. Todo el presente que podamos tener.

—No llores. Prefiero la quemadura antes que las lágrimas.

—No lloraré. —Cerró los ojos un instante y se obligó a mantener su palabra—. Quiero que me digas lo que me has enseñado. Quiero que me digas lo que yo veo cuando me miras.

—Te amo. —Se acercó a ella y le acarició suavemente el rostro con las puntas de los dedos—. Este rostro, estos ojos, todo lo que hay dentro de ellos. Te amo. En mil años nunca he amado a otra mujer.

Moira le cogió la mano y apretó los labios contra ella.

—¡Oh! Mira. La quemadura ha desaparecido. El amor te ha curado. La magia más poderosa que existe.

—Moira. —El retuvo su mano entre las suyas y luego la apoyó en su pecho—. Si latiese, latiría por ti.

Las lágrimas volvieron a asomar a sus ojos.

—Tu corazón puede estar detenido, pero no está vacío. No está callado, a mí me habla.

—¿Y eso es suficiente?

—Nada será nunca suficiente, pero alcanzará. Ven, ahora…

Se interrumpió al oír gritos que venían de fuera. Corrió hacia la ventana y apartó la cortina. Se llevó la mano a la garganta.

—Cian, ven a ver esto. El sol ya está bastante bajo. Ven a echar un vistazo.

El cielo estaba lleno de dragones. Esmeralda y rubí y oro, sus cuerpos lisos y brillantes planeaban sobre el castillo como joyas centelleantes bajo la tenue luz del crepúsculo. Y sus llamadas eran como una canción.

—¿Alguna vez habías visto algo tan hermoso?

Cuando Cian apoyó una mano sobre su hombro, ella se la cogió con fuerza.

—Escucha cómo los vitorea la gente. Mira cómo corren y ríen los niños. Es el sonido de la esperanza, Cian. El sonido, la visión.

—Traerlos aquí es una cosa, conseguir que sean montados y respondan como caballos de guerra en la batalla otra muy diferente, Moira. Pero sí, es un hermoso espectáculo y un sonido esperanzador.

Ella observó mientras los dragones comenzaban a tocar tierra.

—En todos tus años imagino que hay muy pocas cosas que no hayas hecho.

—Muy pocas —convino él con una sonrisa—. Pero no, nunca he montado en un dragón. Y sí, quiero hacerlo. Bajemos.

Aún había suficiente luz solar, por lo que necesitaba la jodida capa para los espacios abiertos. Pero a pesar de ello, al mirar el ojo dorado de un joven dragón, Cian descubrió que aún podía sentirse encantado y sorprendido.

Sus sinuosos cuerpos estaban cubiertos con grandes escamas del color de las piedras preciosas y eran suaves como el cristal cuando uno las tocaba. Sus alas eran como gasa y las mantenían pegadas al cuerpo cuando estaban en tierra. Pero eran los ojos lo más cautivador de todo. Parecían estar vivos y mostrar interés e inteligencia, incluso humor.

—He pensado que los más jóvenes serían más fáciles de entrenar —comentó Blair mientras Cian y Moira los contemplaban—. Larkin es el que mejor se comunica con ellos, incluso en su forma humana. Confían en él.

—Y eso está haciendo que le resulte más difícil utilizarlos en la batalla.

—Sí, mi hombre es un sentimental; hemos estado dándole vueltas a esa cuestión. Larkin esperaba poder convenceros a todos de que los empleásemos sólo como un medio de transporte. Pero esos dragones podrían suponer una jodida diferencia sobre el terreno. O encima de él. Aun así, tengo que admitir que esa idea a mí también me remuerde la conciencia.

—Son hermosos… y no están corrompidos.

—Tendremos que cambiar la segunda parte. —Blair suspiró—. Todo es una arma —musitó—. De todos modos, ¿quieres subir?

—Puedes apostar que sí —contestó Cian.

—El primer vuelo es conmigo. Sí, sí —añadió al ver la objeción pintada en su rostro—. Tú pilotas tu propio avión, montas caballos y salvas edificios altos de un brinco. Pero nunca has viajado a lomos de un dragón, de modo que aún no puedes hacerlo solo.

Blair caminó lentamente hacia un dragón color rubí y plateado. Era el que ella había montado para regresar al castillo, y extendió la mano para que pudiese olfatear su olor.

—Adelante, deja que ella te conozca.

—¿Ella?

—Sí, he comprobado las cañerías. —Blair sonrió—. No pude evitarlo.

Cian apoyó la mano en el costado del dragón y la fue deslizando lentamente hasta su cabeza.

—Vaya, vaya, eres una criatura preciosa —comenzó a susurrarle en irlandés. Ella le respondió con lo que sólo podía interpretarse como un coqueto movimiento de la cola.

—Hoyt hace con ellos lo mismo que tú. —Blair señaló hacia donde Hoyt estaba acariciando las escamas color zafiro de otro de los dragones—. Debe de ser un rasgo familiar.

—Hmmm. ¿Por qué su majestad está montando sola en uno de estos dragones?

—Ella ha viajado antes a lomos de un dragón. Es decir, ha montado a Larkin convertido en dragón, de modo que conoce todos los trucos. Aunque no es lo único que ha estado montando últimamente.

—¿Perdón?

—Sólo decía que vosotros dos parecéis estar mucho más relajados que ayer. —Le ofreció una amplia sonrisa y luego montó en el dragón—. ¡Arriba!

Cian se subió a él del mismo modo que escalaba las paredes. Con un salto sencillo y ágil.

—Asombroso —comentó luego—. Más cómodos de lo que aparentan. No muy diferente de ir a lomos de un caballo.

—Sí, si estás hablando de Pegaso. De todos modos, no debes darle un ligero golpe en el costado para espolearlo. Lo único que tienes que hacer es…

Blair hizo la demostración inclinándose sobre el cuello del dragón y pasando una mano por su garganta. Con un sonido como el roce de la seda, el dragón extendió las alas y se elevó hacia el cielo.

—Vive el tiempo suficiente —dijo Cian detrás de Blair—, y podrás hacer cualquier jodida cosa.

—Ésta debe de ser sin duda una de las mejores. Aún quedan algunas cuestiones logísticas por resolver. El cuidado y la alimentación, los excrementos.

—Apuesto a que hacen florecer las rosas.

Blair echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.

—Podría ser. Tenemos que entrenarlos, y también a sus jinetes. Pero estas bellezas aprenden de prisa. Observa.

Blair se inclinó hacia la derecha y el dragón giró suavemente para seguir en esa dirección.

—Es un poco como montar en motocicleta.

—El principio es similar. Inclinarse en las curvas. Mira a Larkin. Es un espectáculo.

Larkin montaba un enorme dragón dorado y estaba haciendo rizos y giros con él.

—El sol ya casi se ha ocultado —comentó Cian—. Dame unos minutos para que no me achicharre y nos divertiremos un poco.

Blair lo miró por encima del hombro.

—De acuerdo. Iba a darte una opinión.

—¿Y cuándo no lo has hecho?

—Ella soporta el peso del jodido mundo. Si lo que vosotros dos tenéis aligera un poco esa carga, me parece fantástico. Estar con Larkin aligeró algo de la mía, de modo que espero que funcione para vosotros dos.

—Me sorprendes, cazadora de vampiros.

—Yo me sorprendo a mí misma, vampiro, pero es lo que hay. El sol ya se ha ocultado. ¿Preparado para mecerte un poco?

Cian se quitó la capucha de la capa con enorme alivio.

—Muéstrale a este vaquero cómo hay que moverse.