10

El había creído que su voluntad podría impedir aquello. Mil años, pensó, y se hundió en ella; y el macho seguía engañándose al creer que podía controlar a la hembra.

Era ella quien lo guiaba y, a su manera, lo había estado haciendo desde el primer instante. Ahora tomaría lo que ella le ofrecía, lo que estaba exigiendo de él, no importaba lo egoísta que fuese el acto. Pero emplearía la experiencia de una docena de vidas para darle a cambio lo que ella deseaba.

—Eres imprudente y necia al entregar tu inocencia a alguien como yo. —Deslizó suavemente un dedo por su clavícula—. Pero ahora no te marcharás hasta que lo hayas hecho.

—La virginidad y la inocencia no son siempre lo mismo. Yo perdí mi inocencia antes de conocerte.

La noche en que su madre había sido asesinada, pensó. Pero los recuerdos de aquel momento no eran para esa noche.

Esa noche era para conocerlo.

—¿Debería desnudarme para ti o eso es algo que debes hacer tú?

Él emitió una risa breve y casi doliente antes de apoyar la frente sobre la de ella en un gesto que a Moira le pareció sorprendentemente tierno.

—No hay prisa —musitó él—. Algunas cosas, especialmente la primera vez que son probadas, es mejor saborearlas y no tragarlas de un bocado.

—¿Lo ves? Ya he aprendido algo. Cuando me besas, hay cosas que se despiertan dentro de mí. Cosas que yo ignoraba que estuviesen durmiendo ahí. No sé qué es lo que sientes tú.

—Más de lo que me gustaría. —Hundió los dedos en su pelo, como había estado deseando hacer desde hacía semanas—. Más de lo que sería bueno para cualquiera de los dos. Esto… —la besó suavemente— es un error. —Y volvió a besarla, ahora más profundamente.

Igual que sucedía con su olor, ella sabía a primavera, a sol brillante y a juventud. Cian ansiaba ese sabor, se llenó de él y de su aliento entrecortado mientras rozaba suavemente con los dientes su labio inferior.

Dejó que sus manos se hundieran entre sus cabellos, en la larga y sedosa melena, y acariciándola por debajo de ésta para despertar sus nervios a lo largo de la columna vertebral.

Cuando Moira comenzó a temblar, le apoyó las manos en los hombros para que la bata se deslizara hacia abajo y desnudar así para sus labios aquella piel tan suave. El podía sentir la entrega en ella, lo mismo que su estremecimiento, y cuando su boca le recorrió la garganta, el excitante latido de la sangre bajo la piel.

Moira no se sobresaltó cuando sus dientes la rozaron, pero se puso rígida cuando le acarició un pecho.

Nadie la había tocado jamás de un modo tan íntimo. La ola de calor provocada por sus manos fue un choque para ella, como el hecho de saber que entre la palma de él y su piel sólo había una delgada capa de tela.

Luego también eso desapareció, y la bata de noche cayó alrededor de sus pies. Su mano se alzó instintivamente para cubrirse, pero él se la cogió y le pasó suavemente los dientes por la muñeca mientras la miraba fijamente.

—¿Tienes miedo?

—Un poco.

—No te morderé.

—No, no de eso. —Giró la mano que él sostenía para cubrir con la palma la mejilla de Cian—. Dentro de mí están ocurriendo tantas cosas. Tantas cosas nuevas. Nadie me ha tocado nunca de esta manera. —Haciendo acopio de todo su valor, cogió la otra mano de él y se la llevó al pecho—. Muéstrame más.

Él pasó la yema del pulgar sobre el pezón y observó la conmoción de placer que se reflejaba en el rostro de ella.

—Apaga de una vez esa mente bulliciosa, Moira.

Pero era como si un manto de niebla hubiese cubierto ya su mente. ¿Cómo podía pensar cuando su cuerpo estaba nadando en medio de sensaciones tan nuevas?

Él la alzó del suelo de modo que, de pronto, su cara quedó al mismo nivel que la de Cian. Luego su boca la sumergió nuevamente en la ola de calor.

¿La cama estaba debajo de ella? ¿Había cruzado él la habitación? Cómo lo había… pero su mente volvió a nublarse mientras las manos y la boca de Cian recorrían su cuerpo como terciopelo ardiente.

Ella era un festín y él había ayunado demasiado. Pero aun así la degustó lentamente, demorándose en los sabores y texturas. Y con cada estremecimiento, con cada gemido o jadeo, ella alimentaba la excitación de Cian.

Cuando sus manos curiosas llegaron demasiado cerca de romper el control de Cian, él las cogió entre las suyas, sujetándoselas al tiempo que asolaba sus pechos lentamente, sin piedad.

Ella se estaba transformando debajo de él; Cian podía sentir cómo el poder la llenaba cada vez con más fuerza, con mayor plenitud. Y cuando él la llevó a la cima del placer, Moira arqueó el cuerpo, acompañándolo de un grito ahogado.

Pareció derretirse, y sus manos quedaron flácidas debajo de las de él.

—Oh —dijo con una prolongada expulsión de aliento—. Oh, entiendo.

—Tú crees que entiendes.

La lengua de Cian recorrió el potente latido del pulso en su garganta y, mientras Moira gemía, le deslizó la mano entre las piernas y, penetrando en ese calor húmedo, le enseñó más.

Todo se llenó de luz. El resplandor la cegaba, casi le quemaba los ojos, la piel, el corazón. Ahora ella era sólo sensación, una multitud de placeres más allá de cualquier posibilidad. Era la flecha del arco y él la había disparado hacia arriba en un vuelo interminable.

Sus manos la dominaban hasta convertirla en rehén de esa necesidad sin fin. Medio enloquecida, forcejeó con la camisa de él.

—Necesito… quiero…

—Lo sé.

Cian se quitó la camisa para que ella, a su vez, pudiese tocarlo y saborearlo. Y se dejó llevar por el placer que le producían sus ansiosas exploraciones. El aliento de ella sobre su piel, cálido y agitado, los dedos recorriendo y acariciando. Cuando las manos de Moira llegaron a sus caderas, permitió que lo ayudase a quitarse el resto de la ropa.

Y no estaba seguro de si debía sentirse divertido o halagado cuando ella abrió unos ojos como platos.

—Yo… yo no sabía. Había visto un pene antes, pero…

Ahora él se echó a reír.

—¿Oh, lo has visto?

—Por supuesto. Los hombres se bañan en el río y, bueno, sentía curiosidad…

—Los espiabas. El orgullo de un hombre no se encuentra en su, digamos, esplendor después de un baño en las frías aguas de un río. No te haré daño.

Pero él tendría que hacérselo, ¿no?, pensó. Ella había leído acerca de esas cosas y, además, había oído a las mujeres hablar de ello. Sin embargo no le temía al dolor. Ya no le temía a nada.

De modo que volvió a tenderse y lo abrazó. Pero él comenzó a tocarla otra vez, a excitarla de nuevo, a desatarla como si fuese un nudo en una cuerda.

Quería que estuviese empapada, embriagada, más allá de los pensamientos y de los nervios. Aquel cuerpo tenso y delgado que ella había endurecido anticipadamente, volvió a aflojarse. Una vez más cálido y relajado, con ese erótico torrente de sangre que bullía bajo su piel.

—Mírame. Moira mo chroi. Mírame. Mira dentro de mí.

Aquello era algo que él podía hacer, con voluntad y control. Él podía hacerle más fácil el momento, mitigar la ráfaga de dolor y proporcionarle sólo placer. Cuando aquellos grandes ojos grises se empañaron, él la penetró. La llenó.

Los labios de Moira temblaron y el gemido que emitieron fue ronco y profundo. Cian la mantuvo apresada en sus ojos mientras empezaba a moverse en su interior con embestidas profundas y lentas que hicieron que la excitación recorriese el rostro y el cuerpo de ella.

Incluso cuando él la libró de su sujeción, cuando ella comenzó a moverse con él por su cuenta, sus ojos continuaron fijos en los de Cian. El corazón de Moira latía furiosamente, un tambor salvaje golpeando en su pecho, algo tan vital que, por un momento, pareció que latía dentro de él.

Moira se corrió con un grito de admiración y abandono. Al fin, él permitió que su propia necesidad se liberase en ella.

Ella se acurrucó contra él como una gata que hubiese lamido hasta la última gota de crema. Cian estaba seguro de que, más tarde, se maldeciría por lo que acababa de hacer, pero por el momento estaba contento de poderlo disfrutar.

—No sabía que pudiese ser así —musitó ella—. Tan enorme.

—Al estar tan bien dotado, podría haberte arruinado para cualquier otro hombre.

—No me refería al tamaño de tu orgullo, como lo has llamado. —Se echó a reír y por la sonrisa indolente de él, comprendió que había entendido perfectamente lo que había dicho—. He leído acerca del acto, por supuesto. Libros de medicina, libros de cuentos. Pero la experiencia personal es mucho más satisfactoria.

—Me siento feliz de haber contribuido a tu investigación.

Moira rodó en la cama hasta colocar su cuerpo encima del de él.

—Estoy pensando que necesitaré hacer una investigación mucho más exhaustiva antes de aprender todo lo que hay que saber. Estoy ávida de conocimientos.

—Maldita sea, Moira —dijo él con un suspiro mientras jugaba con su larga cabellera—. Eres perfecta.

—¿Lo soy? —Sus mejillas ya brillantes se sonrojaron de placer— No te lo discutiré porque en este momento me siento perfecta. Aunque bastante sedienta. ¿Tienes algo de agua por aquí?

Él la apartó suavemente y luego se levantó para buscar la jarra. Moira se sentó en la cama mientras Cian servía el agua y su pelo resbaló sobre sus hombros y sus pechos. Él pensó que, si tuviese un corazón que latiera, verla tal como la estaba viendo en esos momentos podría detenerlo.

Le alcanzó el vaso y luego se sentó frente a ella en la cama.

—Esto es una locura y tú lo sabes.

—El mundo se ha vuelto loco —contestó Moira—. ¿Por qué no podríamos serlo nosotros un poco? No estoy siendo imprudente o despreocupada —añadió rápidamente, apoyando una mano sobre la de él— Tengo que hacer tantas cosas, Cian, tantas cosas obligatoriamente. Ésta ha sido mi elección. Mi propia elección.

Bebió un poco de agua y le pasó el vaso para compartirla con él.

—¿Lamentarás haber hecho algo que nos ha dado placer y que no le ha hecho daño a nadie?

—¿Has pensado en lo que pensarán de ti por haber compartido la cama conmigo?

—Hay que oírte, preocupándote por mi reputación. Yo soy dueña de mí misma y no necesito explicarle a nadie con quién comparto la cama.

—Siendo la reina…

—Eso no me hace menos mujer —lo interrumpió Moira—. Una mujer de Geall, y somos conocidas por tomar nuestras propias decisiones. Esta misma noche se han encargado de recordármelo.

Moira se levantó y cogió la bata para cubrirse.

El pensó que era como si se cubriese con niebla.

—Una de mis damas de compañía, Ceara, ¿sabes de quién hablo?

—Ah, alta, pelo rubio oscuro. Es la mujer que te derribó en el combate cuerpo a cuerpo.

—Exactamente. A su hermano lo han matado hoy en la marcha. Era muy joven, ni siquiera tenía dieciocho años. —Eso volvió a lastimarle el corazón—. He ido a la sala donde se reúnen mis damas y la he encontrado allí, cuando tendría que haberle dado permiso para que estuviese con su familia.

—Ella es leal y piensa en su deber para contigo.

—No sólo para conmigo. Me ha preguntado si yo le concedería una cosa en nombre de su hermano. Una cosa. —La emoción tembló en su voz antes de que pudiese contenerla—. Y era partir mañana por la mañana junto a su esposo. Dejar esto, a sus hijos, la seguridad, y enfrentarse a los peligros que pudieran acecharla en el camino. Y no es la única mujer que lo ha hecho. No somos débiles. No nos sentamos y esperamos, o no queremos seguir haciéndolo. Me lo han recordado esta noche.

—¿Permitirás que se marche?

—A ella y a cualquier otra mujer que lo desee. Al final, algunas de las que quizá no quieran ir también deberán hacerlo. No he venido a verte porque sea débil, porque necesitase consuelo o protección. He venido porque te quería a ti. Quería esto. —Levantó la cabeza y, con una leve sonrisa, dejó caer la bata—. Y ahora parece que te deseo otra vez. ¿Necesito seducirte?

—Es demasiado tarde para eso.

La sonrisa de Moira se hizo más amplia mientras se acercaba a la cama.

—He oído decir, y he leído, que un hombre necesita un poco de tiempo entre un asalto y otro.

—Me obligas a repetirme: yo no soy un hombre.

La cogió de la mano, la lanzó encima de la cama… y debajo de él.

Ella se echó a reír y le tiró del pelo con un gesto divertido.

—Esto es algo que resulta muy útil, dadas las circunstancias.

Más tarde, por primera vez en demasiado tiempo como para poder recordarlo, Cian no se durmió en silencio, sino acompañado por el ritmo sereno del corazón de Moira.

Y fue ese corazón el que lo despertó. Oyó el latido súbito y acelerado incluso antes de que ella se agitase violentamente en medio del sueño.

Maldijo al recordar sólo entonces que ella no llevaba puesta la cruz, y que él tampoco había adoptado ninguna de las precauciones de Glenna contra la intrusión de Lilith.

—Moira. —La cogió por los hombros y la levantó—. Despierta.

Estaba a punto de sacudirla para que lo hiciese cuando sus ojos se abrieron de golpe. En lugar de la expresión de miedo que Cian esperaba encontrar en su mirada, vio aflicción.

—Era un sueño —dijo él con cautela—. Sólo un sueño. Lilith no puede tocarte en sueños.

—No era Lilith. Lamento haberte despertado.

—Estás temblando. Toma. —Cogió una de las mantas y le cubrió los hombros—. Volveré a encender el fuego.

—No es necesario. No te preocupes —dijo Moira cuando él se levantó—. Debería irme. No falta mucho para que amanezca.

Sin embargo, él se agachó y colocó unos trozos de turba en el hogar.

—No confías en mí como para contármelo.

—No es eso. No lo es. —Debería haberse levantado y haberse ido en cuanto se despertó. Porque ahora sentía como si no pudiera moverse—. No era Lilith, sólo era un mal sueño. Sólo…

Pero su respiración comenzó a agitarse.

En lugar de ir hacia ella, Cian encendió la turba y luego recorrió la habitación encendiendo las velas.

—No puedo hablar de ello. No puedo.

—Por supuesto que puedes. Quizá no conmigo, pero sí con Glenna. Iré a despertarla.

—No. No. No.

Moira se cubrió el rostro con las manos.

—Ya veo. —Puesto que estaba levantado, y que probablemente ya no pudiese seguir durmiendo, se sirvió una jarra de sangre—. Las mujeres de Geall no son débiles.

Moira bajó las manos y los ojos que había estado ocultando brillaron con el insulto.

—Maldito bastardo.

—Exactamente eso. Regresa corriendo a tu habitación si no eres capaz de enfrentarte a ello. Pero si te quedas, debes librarte de cualquier cosa que esté anudada en tu interior. Tú decides.

—Cogió una silla—. Eres buena para las elecciones, de modo que toma una.

—¿Quieres oír mi dolor, mi aflicción? ¿Por qué no explicártelo entonces? Quizá para ti no tenga demasiada importancia. Estaba soñando, como lo hago una y otra vez, con el asesinato de mi madre. Y, cada vez, el sueño es más claro que la anterior. Al principio todo era pálido y confuso, como si estuviese mirando a través de una mancha de lodo. Resultaba más fácil de sobrellevar.

—¿Y ahora?

—Ahora he podido verlo.

—¿Y qué es lo que has visto?

—Estaba durmiendo. —Sus ojos estaban muy abiertos y llenos de dolor—. Habíamos cenado y estaban mi tío, Larkin y el resto de la familia. Una pequeña fiesta familiar. Mi madre disfrutaba celebrándolas varias veces al año. Después hubo música y baile. A ella, a mi madre, le encantaba bailar. Cuando nos fuimos a la cama ya era muy tarde, y yo me quedé dormida en cuanto apoyé la cabeza en la almohada. Entonces la oí gritar.

—¿Nadie más la oyó?

Moira meneó la cabeza.

—No. Ella no gritó. No en voz alta. No creo que mi madre gritase en voz alta. Lo hizo dentro de su cabeza y yo pude oír ese grito en la mía. Una vez. Sólo una vez. Pensé que lo había imaginado, no podía ser de otra manera. Pero de todos modos me levanté y fui a su habitación. Sólo para tranquilizarme.

Podía ver la escena como si fuese entonces. No se había molestado en coger un candil porque su corazón latía de prisa y resonaba en su pecho. Simplemente había abandonado su habitación y corrido hacia la puerta de su madre.

—No llamé. Me iba diciendo a mí misma que no la despertaría. Sólo desrizarme en su habitación y comprobar que estaba durmiendo. Pero cuando abrí la puerta, mi madre no estaba en su cama, no estaba durmiendo. Entonces oí unos sonidos horribles. Como animales, como lobos pero peor. Oh, mucho peor.

Hizo una pausa, trató de hacer pasar saliva a través de su garganta seca.

—Las puertas de la terraza estaban abiertas y las cortinas se movían al impulso de la brisa. La llamé. Quería correr hacia las puertas del balcón pero no pude. Sentía las piernas como si fuesen de plomo. Apenas era capaz de poner un pie delante del otro. No, no puedo seguir.

—Sí puedes. Fuiste hasta las puertas, las puertas de la terraza.

—Y vi… Oh, Dios, oh, Dios, oh, Dios. La vi tendida en el suelo. Y la sangre, tanta sangre. Esas cosas estaban… Voy a vomitar.

—No lo harás. —Cian se levantó y se acercó a ella—. No vomitarás.

—Esas cosas la estaban despedazando. —Y las palabras salieron bruscamente de su boca—. Estaban desgarrando su cuerpo. Eran demonios, cosas salidas de una pesadilla, despedazando a mi madre. Quería gritar pero no podía. Quería abalanzarme sobre ellos y echarles de allí. Uno de ellos me miró. Tenía los ojos rojos y la cara cubierta con la sangre de mi madre. Se lanzó contra la puerta y yo retrocedí. Me alejé de ella cuando tendría que haber corrido a su lado.

—Tu madre estaba muerta, Moira, y tú lo sabías. Si hubieses atravesado esas puertas, te habrían matado.

—Debería haber corrido hacia ella. Esa cosa saltó y yo grité y grité y grité. Incluso cuando ese monstruo cayó hacia atrás como si hubiese chocado contra una pared, yo seguí gritando. Luego todo se volvió negro. Lo único que hice fue gritar mientras mi madre yacía en el suelo, desangrándose.

—Tú no eres estúpida —dijo Cian—. Tú sabes que estabas conmocionada. Sabes que lo que viste era como haber recibido un terrible golpe físico. Nada de lo que pudieras haber hecho habría salvado a tu madre.

—¿Cómo pude dejarla allí, Cian? Simplemente dejarla allí. —Las lágrimas brotaron de sus ojos y rodaron por sus mejillas—. La amaba más que a nadie en el mundo.

—Ocurrió porque tu mente no podía aceptar lo que veían tus ojos, aquello que para ti era imposible. Antes de que tú entraras en su habitación, ella ya estaba muerta. Tu madre estaba muerta, Moira, desde el momento en que oíste su grito en tu cabeza.

—¿Cómo puedes estar tan seguro? Si…

—Eran asesinos. Debieron de matarla al instante. Lo que vino después sólo fue complacencia, pero la muerte era el objetivo.

Ahora Cian cogió sus manos entre las suyas para calentárselas.

—Debió de tener apenas un momento para sentir miedo, para sentir el dolor. En cuanto al resto, ella ya estaba más allá del resto.

Moira se quedó inmóvil y lo miró fijamente a los ojos.

—¿Podrías jurarme que crees eso?

—No es cuestión de que lo crea o no lo crea, es que lo sé. Puedo jurártelo. Si su intención hubiera sido torturarla, se la habrían llevado a alguna parte y se hubiesen tomado su tiempo para hacerlo. Lo que tú viste fue una forma de encubrimiento. Animales salvajes habrían dicho. Lo mismo que sucedió con tu padre.

Moira dejó escapar el aire al comprender la horrible lógica que había en las palabras de Cian.

—Me ponía enferma sólo de pensar que mi madre podría haber estado viva cuando llegué allí. Aún con vida mientras aquellos dos monstruos la despedazaban. Ahora, de alguna manera, me resulta más fácil saber que no lo estaba.

Moira se enjugó una lágrima.

—Lamento haberte llamado bastardo.

—Yo te he hecho enfadar.

—Con total determinación. Antes de esta noche no había hablado con nadie de todo esto. No era capaz de sacarlo fuera y hablar de ello.

—Ahora lo has hecho.

—Tal vez ahora que lo he hecho, ya no la vea más como la vi aquella noche. Quizá consiga verla como cuando estaba viva y era feliz. Todas esas imágenes que tengo de ella, en lugar de sólo la última. ¿Me abrazarías un momento?

Cian se sentó, la rodeó con el brazo y cuando ella apoyó la cabeza sobre su hombro le acarició el pelo.

—Me siento mejor ahora que te lo he contado. Has sido muy amable al hacer que me enfadara para que hablase.

—Cuando quieras.

—Me gustaría poder quedarme aquí, sentada en silencio y en la oscuridad. Quedarme contigo. Pero debo volver a mi habitación y cambiarme de ropa. Debo ver a las tropas cuando emprendan la marcha al amanecer. —Moira alzó la cabeza—. ¿Me das un beso de buenos días?

Cian unió sus labios a los de ella y prolongó el beso hasta que sintió una punzada en el estómago.

Ella abrió unos ojos soñolientos.

—He podido sentirlo hasta las plantas de los pies. Espero que eso signifique que hoy caminaré más ligera.

Se levantó y cogió su ropa.

—Puedes echarme de menos en las próximas horas —dijo ella—. O, en todo caso, mentir cuando vuelva a verte, y decirme que así ha sido.

—Si te digo que te he echado de menos no será una mentira.

Moira, ya con la bata puesta, cogió el rostro de Cian entre sus manos para un nuevo beso.

—Entonces, me conformaré con cualquier cosa que sea la verdad.

Luego cogió su candil y se dirigió a la puerta. Después de ofrecerle una última sonrisa por encima del hombro, corrió el cerrojo.

Y abrió la puerta un segundo antes de que Larkin golpease para llamar.

—¿Moira?

Su sonrisa fue breve y desconcertada al encontrarla allí. Y se esfumó por completo cuando vio la cama revuelta y a Cian que se envolvía la cintura con una manta.

Con un ataque de furia salvaje hizo que Moira se apartase de su camino y atacó a Cian.

Este no se molestó en parar el golpe, y lo recibió en pleno rostro. Detuvo el segundo puño unos centímetros antes de que volviese a impactar en su rostro.

—Tienes derecho a uno, pero no más.

—Él no tiene derecho a nada de eso. —Moira tuvo la presencia de ánimo necesaria para cerrar la puerta y correr nuevamente el cerrojo—. Si vuelves a golpearle, Larkin, yo misma te patearé el culo.

—Jodido cabrón. Responderás por esto.

—De eso no cabe duda. Pero no ante ti.

—Será ante mí, te lo prometo.

Cuando Larkin volvió a cerrar los puños, Moira tuvo que reprimir el impulso de golpearle con un candelabro.

—Lord Larkin, como vuestra reina, os ordeno que retrocedáis.

—Oh, no metas el rango en este asunto —dijo Cian—. Deja que el muchacho trate de defender el honor de su prima.

—Te dejaré jodidamente inconsciente.

Moira, con la paciencia agotada, se interpuso entre ambos.

—Mírame. Maldito sea tu duro cráneo, Larkin, mírame en qué habitación estamos?

—En la habitación del jodido cabrón.

—¿Y crees que él me arrastró hasta aquí cogida del pelo para forzarme? Un zopenco, eso es lo que eres. Yo vine aquí y llamé a la puerta de Cian. Me metí en su habitación y en su cama porque era lo que yo quería.

—No sabes lo que estás…

—Si te atreves, si te atreves a decirme que no sé lo que quiero, seré yo quien te deje a ti jodidamente inconsciente. —Le golpeó el pecho con un dedo para enfatizar sus palabras—. Tengo derecho a mi vida privada, y tú no tienes voz en ella.

—Pero él… tú. No es correcto.

—Tonterías.

—No es de extrañar que tu primo se oponga a que te acuestes con un vampiro. —Cian se alejó de ellos y volvió a coger su copa. Introdujo deliberadamente un dedo en la sangre y luego lo chupó—. Oh, un hábito detestable.

—No permitiré que… —empezó Moira.

—Espera. —Larkin interrumpió el airado torrente de palabras de Moira—. Un momento. Me gustaría hablar con Cian en privado. Sólo hablar —añadió antes de que su prima abriese de nuevo la boca—. Te doy mi palabra.

Ella se pasó la mano por el pelo.

—No tengo tiempo para ninguno de vosotros y esta tontería. Comportaos como hombres y discutid sobre lo que no es de vuestra incumbencia como si yo fuese tonta. Por mi parte, voy a vestirme; tengo que despedirme de los soldados que se marchan hoy.

Moira fue hacia la puerta.

—Confío en que no os matéis el uno al otro por mis relaciones privadas.

Luego abandonó la habitación con un sonoro portazo.

—Date prisa —dijo Cian—. Me siento súbitamente cansado de los humanos.

Lo peor del mal humor de Larkin había desaparecido de su rostro.

—Tú crees que te he pegado, que estoy enfadado contigo por lo que eres. Pero yo habría tenido la misma reacción y hecho exactamente lo mismo con cualquier hombre a quien hubiese encontrado con Moira de esta manera. Ella es mi chica, después de todo.

Aunque no pudiese ser para mí lo que yo quería, ya que de todos modos yo no había pensado en nada concreto.

Dejó escapar el aire mientras cambiaba el peso del cuerpo de un pie a otro.

—Y ahora que lo pienso, eso añade una nueva y complicada capa a todo esto. Pero no quiero que creas que te he golpeado porque eres un vampiro. El hecho es que no pienso en ti de ese modo, bueno, a menos que piense en ello. Para mí eres un amigo. Tú eres uno de nosotros seis. —Mientras hablaba, su voz volvió a teñirse de ira—. Pero te lo digo claramente, aquí y ahora, lo que fuese que estuvieses pensando al aprovecharte de mi prima, no tiene nada que ver con que tengas o no un jodido corazón.

Cian esperó un momento antes de hablar.

—¿Has acabado ya con esa parte del discurso?

—Sí, hasta que tenga una respuesta.

Cian asintió, se sentó y cogió nuevamente su copa.

—Me has puesto en un dilema, ¿no crees? Al decir que soy tu amigo y uno de los vuestros. Puedo ser la primera cosa, pero nunca seré la segunda.

—Tonterías. Ésa es una forma de eludir la cuestión. Confiaba en ti tanto como en los demás. Y ahora tú has seducido a mi prima.

Cian se echó a reír.

—Me parece que no le concedes a tu prima suficiente mérito.

Ése fue también mi error. —Cian pasó un dedo por la cinta de cuero que le había regalado Moira—. Ella me deshiló como si yo fuese un ovillo de lana. Desde luego, eso no me excusa de no haberle dicho que se marchase de la habitación, pero Moira es una mujer persuasiva y obcecada. No pude… no me resistí.

Echó un vistazo a los mapas que había ignorado desde que Moira llamó a la puerta.

—Pero eso no será un problema, porque pienso marcharme esta misma noche. Más pronto incluso si el tiempo lo permite.

Quiero inspeccionar personalmente el campo de batalla. De modo que Moira está a salvo de mí, y yo de ella, hasta que todo esto haya acabado.

—No puedes hacerlo. No puedes hacerlo —repitió Larkin mientras Cian se limitaba a alzar una ceja—. Si te marchas de este modo, Moira pensará que ella ha sido la causa. Le harás daño. Si yo soy el responsable de que hayas decidido irte…

—Ya lo tenía decidido antes de que Moira viniese a mi habitación. En parte porque esperaba mantenerme alejado de ella.

Obviamente frustrado, Larkin se pasó las manos por el pelo.

—Ya que no has sido lo bastante rápido como para que eso no ocurriese, ahora tendrás que esperar. Yo te llevaré hasta el campo de batalla, por el aire, dentro de unos días o cuando se pueda. Pero los seis debemos permanecer unidos. —Larkin, ahora más tranquilo, estudió el rostro de Cian—. Es preciso que sigamos siendo un círculo. Esto es mucho más grande que el hecho de acostarse o no con alguien. Eso, ahora que mi sangre se ha enfriado, es algo que os compete solamente a vosotros dos. No me corresponde a mí interferir. Pero maldita sea —continuó— voy a pedirte una cosa. Voy a preguntártelo como amigo y como su familiar de sangre representando a su padre. ¿Tienes sentimientos hacia ella?

¿Sentimientos auténticos?

—Juegas la carta de la amistad hábilmente, ¿no crees?

—Tú eres mi amigo, me preocupo por ti como lo haría por un hermano. Ésa es la verdad.

—Maldita sea. —Cian dejó con fuerza la copa sobre la mesa y luego frunció el cejo ante las gotas de sangre que habían salpicado los mapas—. Vosotros los humanos me agobiáis con los sentimientos. Los empujáis hacia mí y dentro de mí sin pensar por un momento cómo puedo sobrevivir a ellos.

—¿Cómo puedes sobrevivir sin ellos? —preguntó Larkin a su vez.

—Con toda comodidad. ¿Qué diferencia puede suponer para ti lo que yo sienta? Ella necesitaba a alguien.

—A alguien no. A ti.

—Ése es su error —replicó Cian tranquilamente—. Y mi condena. La amo, de otro modo la hubiese tomado antes sólo por diversión. La amo, si no, la hubiese echado de mi habitación anoche.

¿Cómo?, no estoy seguro, pero la amo, porque de no ser así, no me sentiría tan jodidamente desesperado. Y si le cuentas a alguien lo que acabo de decirte, amigo o no amigo te arrancaré la cabeza de los hombros.

—De acuerdo. —Larkin asintió, se levantó y le tendió la mano—. Espero que os hagáis mutuamente tan felices como seáis capaces, durante todo el tiempo en que podáis hacerlo.

—Está bien. —Cian le estrechó la mano—. ¿Y qué demonios estás haciendo aquí a estas horas?

—Oh, lo había olvidado por completo. Pensaba que aún no te habrías acostado. Quería preguntarte si permitirías que nosotros, mi familia, cruzáramos a tu caballo con una de nuestras yeguas. Está en celo, y tu Vlad sería una buena elección.

—¿Quieres usar a mi caballo como semental?

—Sí, me gustaría hacerlo, si no representa un problema para ti. Ordenaría que trajesen la yegua esta mañana.

—Adelante. Estoy seguro de que Vlad lo disfrutará.

—Te lo agradezco. Te pagaremos la tarifa habitual.

—No. Nada de dinero. Lo consideraremos un gesto entre amigos.

—Entre amigos entonces. Gracias. Ahora iré a ver a Moira y dejaré que me rompa la crisma como merezco. —Larkin se demoró en la puerta—. Oh, la yegua que tengo en mente para tu caballo es encantadora.

La sonrisa breve, el guiño rápido de Larkin cuando éste marchó de la habitación, hicieron que Cian se echara a reír a pesar de la confusión de esa mañana.