Cuando se encontró con Hasim Tulú, le dijo:
—Quiero que tengamos un hijo. Ya.
A los nueve meses nació Giuliani. Fue el único hijo del matrimonio Tulú-Trap.
Tres años después enfermó Adrian Troadec. Tenía 69 años. Eleanor tuvo que hacerse cargo de la Fábrica de Chocolates. Eleanor cambiaría el antiguo nombre de Petit Chocolat Troadec por el de Grand Chocolat Trap. Adrian Troadec asumió ese cambio con cierta nostalgia: el apellido de su esposa volvía a inundar su vida.
Giuliani comenzó a estudiar violín a los 8 años. Y lo hizo con el viejo violín vienés de la antigua casa Tim de 1770. El violín con el que viajó desde Albania su tía Elena Petroncini. Las vidas, el amor y la música se entrelazaban misteriosamente en un continuo sin fin.
Eleanor abrió tiendas en París y Lyon. Amplió la fábrica. Puso al frente de ella a un buen grupo de economistas. Un consejo de dirección en el que confiaba.
Era 1981. Encontraron a Adrian Troadec sin vida sentado en un banco frente al lago.
Ronald Reagan y Juan Pablo II sufrieron atentados. En Madrid hubo un golpe de Estado que, una vez realizado, no salió adelante.
Giuliani fue un hijo despierto y cosmopolita. Supo atesorar todas las culturas que se reunían en él: la india, la norteamericana y la europea. Era abierto, divertido, inteligente. Músico, medio poeta, medio matemático; medio indio, medio occidental; refinado y a la vez espontáneo. Las chicas lo adoraban. En la Universidad comenzó a estudiar Filosofía. Allí hizo grandes amigos: jóvenes comprometidos con un mundo mejor.
Giuliani preguntó a su madre por su historia, por la de su familia. Prometió escribirla algún día. Nunca lo haría.
Tocaba el violín, leía Sartre. Interpretó por primera vez en Suiza el Cuarteto para el fin de los tiempos de Oliver Massiaen. Luego se hizo cargo de la Orquesta de la Universidad. Su madre lo miraba y pensaba en él tío Adrian. Giuliani cayó enfermo.
Eleanor le leyó cuentos, como sí fuera un niño, como hizo su tía Alma: «Alicia empezaba a estar harta de seguir tanto rato en la orilla, junto a su hermana, sin hacer nada».
Ella y su hijo se sintieron muy unidos durante la enfermedad. Le faltaban anticuerpos. No sabían por qué pero el faltaban.
En su casa los amigos se reunían en torno al enfermo. Tocaban el piano y cantaban. Jugaban al ajedrez y luego hablaban de cambiar al mundo. Con ellos un día vino Karolina Barmuta, una estudiante polaca de su Universidad. Traía en sus manos una cajita de bombones Trap de leche y almendras para el compañero enfermo. Ella no sabía que era la fábrica de su familia. Todos rieron. Y Giuliani comenzó a mejorar. En julio de 2001, ya recuperado, se animó a viajar con Karolina y sus amigos a Italia.
Giuliani murió el 21 de julio de 2001, a los 27 años, en Génova, de un disparo policial en la batalla campal que tuvo lugar durante la cumbre de los ocho países más industrializados del mundo, cuando los movimientos antiglobalización aún creían que podrían cambiar al mundo.
La televisión italiana fue la primera en transmitir la imagen de un joven tendido en el suelo en la plaza Alimonda. Junto a él, una chica de pelo corto lloraba. Su madre lo pudo ver en las noticias del canal suizo sólo tres horas después de que ocurriera. Los reconoció.
Yo soy su madre, Eleanor Trap. Y tengo una pregunta: ¿Tanto esfuerzo, tantas generaciones luchando por sobrevivir, tanto amor condensado en una sola persona para que el poder llegue y trunque toda una estirpe familiar?
El viejo violín vienés de la casa Tim descansa mudo envuelto en una tela vieja y suave.
La gente sigue comiendo chocolates Trap. No saben que su sabor es historia, recuerdos y esperanzas.
Miro desde mi ventana el lago Leman. Ya casi nadie juega ajedrez.